«Quien diría que nos conocimos a mitad de un mundo que no nos querrá vernos unidos»
La sonrisa tan hermosa que tenía ese chico, la voz gruesa, los ojos que brillaban cuando caía la tarde, la brisa y él solo me miraba.
Y así empezó la historia…
Llovía un 24 de abril a las 7:30 pm, el cielo estaba hermoso, una mano fría toco mi hombro, era él, el chico que vivía a unas cuadras de mi casa.
– ¡Oye!, estás mojándote, toma mi paraguas.
– Gracias, pero me encanta que las gotas de lluvia caigan en mí.
– Te vas a enfermar, ¿a dónde vas?
– Voy a casa.
– Ponte mi casaca como paraguas y corramos rápido, se acerca una gran tormenta.
Como no rechazarlo, estaba enamorada de él, desde que llego al barrio, tenía únicamente 5 años.
A él le encanta cuando empujo la bicicleta, me canso si, pero por él haría todo.
Llegamos a nuestras casas a tiempo, justo empezó a escucharse los truenos, pasamos a su taller, él siempre pasaba horas encerrado ahí. Siempre me preguntaba que hacia allí dentro, no dejaba pasar a absolutamente a nadie.
– ¿Candy quieres entrar conmigo un rato?, quiero enseñarte algo.
– Está bien, vamos.
Estaba tan sorprendida y feliz que me dejara entrar. Entramos y solo vi oscuridad, se metían muchas cosas a mi cabeza, pero sé que Anthony no me haría daño o algunas de sus bromas.
Una luz resplandeciente salió en mi rostro, en gran salón que él tenía. Saco un violín y empezó a tocar una gran melodía.
Su voz tan hermosa, su carita, esa sonrisa, sus labios, sus ojos, que más podría pedir a este mundo. Sus ojos se enfocaban en los míos, yo solo sonrojaba.
– Eso estuvo muy hermoso.
-Gracias Candy, soy un poco tímido, no a cualquiera le canto.
Esas palabras que dijo hizo que mi corazón saltara de emoción. Daría todo por él, aún somos jóvenes, tenemos muchas cosas por hacer. Yo sueño un día cuando estemos de grandes, yendo en bicicleta, vivir juntos y estar abrazados.
Ojalá un día todo lo que sueño se haga realidad. Tuve que ir a casa cuando paso la lluvia, mis padres no estaban en casa. Anthony me dejo en la puerta y me despedí. Entre a casa, únicamente me eché a pensar en todo las cosas que haría con él a futuro.
Al amanecer…
Salí y vi a Anthony esperándome fuera de casa, era algo raro que últimamente esté platicando conmigo.
Pero no me importa, siento que él también siente algo por mí.
Llegue al colegio temprano como siempre lo hacía, era clase de Química y tenía examen. Había estudiado todo 1 mes, no es fácil este curso. Será que Anthony ha estudiado, estoy muy preocupada.
Candy tomo su examen, le fue muy bien. Al salir al recreo se vio con Anthony.
– ¿Cómo te fue en el examen?
– A pues muy bien, me fue muy bien.
Sé que mentía, a él no le gustaba Química, seguro habrá estudiado, lo averiguaré.
Candy paso todo el recreo platicando con él. A la salida del colegio empezó a llover, últimamente el clima está raro, no deja de llover desde hace unos días. Mi abuela me contó que cuando llueve seguido es porque un ser querido se irá.
– Candy, ven conmigo en la bicicleta, vamos te llevo a casa.
– Vamos.
Llegué a casa, me fui a bañarme y a comer algo. Me moría de hambre, habían hecho unos ricos fideos con verduras. Algo no se iba de mi cabeza, porque llovía mucho, acaso mamá se va a ir o mi papá, ellos paran discutiendo mucho. Tengo miedo que ellos dos se separen, no estaría bien si mis dos queridos seres se apartan de mí.
Tuve una gran pesadilla esa noche, sentí que Anthony se iba, estaba en un carro. Me levanté asustada, no podía dormir, miraba mi celular y eran las 3 am.
Fui a la cocina a tomar un vaso de agua, trate y trate, pero no pude, mi corazón se aceleraba más.
Ya amanecía y a las 5 am recién me dormí, al levantarme me fijo la hora y ya era tarde para ir al colegio. Me bañe y me cambie lo más rápido, justo cuando salgo veo un carro pasar, era el carro del papá de Anthony.
Acaso mi sueño se hizo realidad, era Anthony el que estaba ahí. Fui corriendo lo más rápido, gritando en voz alta:
– Anthony, no te vayas, espérame.
– Papá, ¿ella es Candy?
– Está gritando fuerte, espera.
Candy estaba llorando, corrió lo más rápido y paró el carro.
– Anthony no te vayas.
– ¿A dónde me iría?
– ¿No te vas de esta ciudad?
– Que hablas Candy, no me iré pequeña, tú eres mi motivo de estar aquí.
– ¿Tu motivo?
– Candy, me gustas demasiado. No quería decírtelo por qué era un poco tímido, pero tenía que decírtelo de una vez.
– Anthony
– No digas nada, vamos. Yo también me hago tarde para el colegio.
Estaba tan asustada, solo me tomo de la mano y subimos al carro. Solamente me quede sorprendida con lo que me acabo de decir. Le gustaba demasiado o lo habrá dicho de broma.
Llegamos al colegio y cada uno a sus aulas. Quería decirle también lo que yo sentía, pero tenía miedo, no sé por qué era esa sensación. Pues al recreo le dije que nos viéramos en la noche en la cancha de fútbol, iba a decirle, ya no me iba a quedar callada.
Llegó la noche, me cambié y me perfumé, parecía que apestaba. Ese perfume que me dieron tenía olor raro, pero bueno, se me hacía tarde.
Llegué y lo encontré, ahí sonriéndome, me entró un poco de miedo. Se acercó y me dio un beso en la frente.
– ¡Anthony! ¿yo?.
– Candy, yo te quiero demasiado.
– ¡Anthony!
– Me gustas demasiado Candy, eres mi mundo.
Esa noche estábamos riéndonos, nos contábamos cosas que hacíamos de pequeños. Los momentos que pasaba con él eran los más hermosos, si tuviera que escoger entre tener vida eterna sin él o pasar un solo día con él a su lado, escogería mil veces pasarla con él.
Así pasaron los días y meses, eran los momentos más felices de mi vida. Él ya iba a cumplir 18 años, no sabía que darle de regalo. Toqué su puerta y lo saqué a pasear, tener todo el día para nosotros. Fuimos a los juegos y al cine, esa noche encontramos una bicicleta botada, él decidió llevársela.
– ¡Anthony!, debe ser de alguien, no la tomes.
– Ven sube, vámonos rápido antes que venga alguien.
Llegamos a casa tarde, fue un día hermoso. Íbamos a entrar en la misma preparatoria y en serio las cosas que venían, era hermoso imaginárselas.
Salí una noche a comprar pan, lo encuentre llorando sin saber lo que pasaba.
– ¿Anthony?
– ¿Candy? ¿Qué haces aquí?
– ¿Qué haces tú aquí? Te vi y estabas llorando.
– No estaba llorando, estaba solo riéndome.
– Tus ojos no dicen eso Anthony.
– Candy a ti no puedo mentirte. El día de mi cumpleaños recibí el peor mensaje de mi vida.
– ¿Pero qué pasó?
– No puedo decirte.
– Sabes que puedes contar conmigo.
– Losé, ¿a dónde ibas?
– Voy a comprar pan para la cena.
– Vamos, te acompaño.
Cuando regresábamos a casa, unos borrachos se me acercaron, quisieron lastimarme, pero Anthony les dio una paliza. Yo me sentía mal, no quería decirme lo que pasaba.
– Candy recuerda esto: «Siempre voy a estar contigo en donde este y te amaré por siempre»
– Yo también Anthony.
Me dio un beso, sus labios estaban algo salados, eran sus lágrimas. Lloraba otra vez, no sabía el motivo aún. Tenía que hacer algo, no podría quedarme sin hacer nada.
Él venía mucho estos días a mi casa, era extraño. Su cara estaba pálida cada día.
A un atardecer me confesó todo, mi corazón dejo un rato de latir, sentía que mi mundo iba a caer. Escuche su voz claramente cuando lloraba,
– Candy, tengo cáncer.
Lo abracé lo más fuerte, no quería dejarlo.
– Sé, qué solo es un sueño. Nada más es una broma, no es cierto.
– Candy no es un sueño, tengo pocos días de vida.
Mi mundo se partió en mil pedazos, las cosas que imagine que la iba a pasar con él. Por qué es injusto, solo quería ser feliz con él.
– Candy, no llores, por favor. Me parte el corazón, verte llorar, tienes ojos hermosos.
– Como quieres que deje de llorar, si te vas de mi vida.
– Candy, estos días que me quedan, únicamente quiero verte sonreír. No quiero verte llorar por mí, eso no me lo perdonaría.
En serio no sabía qué hacer, únicamente lo abrace por un buen tiempo. Los días que quedaban solamente quería hacerlo feliz, sé que no será lo mismo con él. Una parte de mí se apagó por completo, decidí que esos días que me diera Dios con él, la pasemos increíble.
Deje todo y me puse a pasar más tiempo con él. Los días se acercaban más, no sabía la hora y menos los minutos. Pero únicamente con verlo sonreír, yo era feliz.
Tenía una sorpresa para él esa noche, aprendí a tocar el piano y como él sabe tocar el violín, pues decidí que cantemos una de mis canciones favoritas. Entramos al taller dónde por primera vez hablamos y empezamos a tocar.
Nadie sabría que ese sería el último día, pero me enseño muchas cosas en esta vida. Que por tantos lindos momentos que pasamos, yo sé que él me está cuidando.
“Quisiera levantarme con la esperanza de que todo lo sucedido fue una horrible pesadilla de la que finalmente me liberé. Pero al estar con los ojos bien abiertos me doy cuenta de que no se trata de un mal sueño sino de una cruel realidad de la que no puedo escapar por más que hago todos los intentos siempre estarás vivo dentro de mí”.
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