Como
rocas, hoy,
caen
las palabras.
Así,
tan húmedas,
lentas,
rugosas y hostiles,
muebles
desvencijados,
caen,
hojas por el viento
disueltas.
Abrasando
el cuerpo
de
quien las dicta, asomadas
al
brocal de estrellas
de
los pozos inferiores.
Haciendo
ruido, polvo,
rompiendo
rostros, devorando
cálices
fríos y vértices.
Sótanos
derrotados
por
la belleza, sombras.
Algún
látigo de espesa niebla,
de
corrosión interna, especialmente
un
mausoleo, quizá, mármol deteriorado.
Sobre
la vaina incierta, la aspereza
el
ratón degollado, el suplicio de sus dientes,
mordiendo
ateridos, los hoscos hórreos
disecados.
Un
collar de íntimas emociones:
bruscas
inclinaciones, básculas indecisas,
pesados
mármoles que el cuerpo atesora.
Y
sin vueltas, toscas ruinas de un manómetro,
de
unas ruedas, de un vertedero. Allí,
junto
a las luciérnagas-.
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