El arte es cuestión de forma, sí. Es verdad que necesito el papel. Puede ser cierto que el papel cambiara todo; sin embargo, no me cambió a mí. La
diferencia entre éste y aquél está en el contenido.
Mucho de lo
aprendido está olvidado, pero el papel sostiene ese recuerdo, esa idea, ese
movimiento, ese significado. Y si bien es cierto que el papel se ha
transformado en un haz de luz, del mismo modo que la piedra se transformó en
papel, la creación literaria se lee, se mira y se admira siempre sobre un
soporte.
Y es que, en
definitiva, lo importante no es el soporte. Aunque no soporte a quien lo soporta,
quiero leer lo que sostiene, porque desde ese momento mi nivel de conocimiento habrá crecido.

No es necesario dar importancia a sobre el lugar donde creamos; nos ha de ser exactamente igual. No tenemos otro remedio, que crecer
con la luz, con el sonido y con la pantalla, pero su relevancia no va más allá. Pienso que hemos de fijarnos en el contenido y en la la idea.
No sólo crecemos
con las ideas. Las ideas crecen en nosotros y nos permiten contar historias.
Historias que nos mueven y nos conmueven, de tal manera que permiten que
giremos el cuello y con ello nuestros ojos para mirar hacia un destino
distinto. Y lo hacemos cada minuto, a cada instante.
¿Por qué
entonces hablar del soporte? ¿Por qué emplear el tiempo hablar de la envoltura? En realidad, lo que tenemos que hacer es indagar en la nueva
realidad, aprenderla y hacer uso de ella; pero nada más.
Tú mismo lo
dices: «una historia es una historia». ¿Qué sentido tiene entonces
hablar de otras cosas y no contar una historia? Tú das importancia a
nuestra lengua, a que la podamos mover. ¿Qué prefieres, una lengua sonrosada y
húmeda, o una lengua con uñas ampliada en diez apéndices que se mueven
desacompasadamente y sin ritmo? A mí me da igual. Prefiero pensar en el resorte,
en esa musa que me ordena mover la lengua, o que da ritmo a las huesudas
baquetas que aporrean el ordenador.
Me da igual si
Dickens compuso «Historia de dos ciudades». con tinta sobre papel o
recitando su creación en Hyde Park. Vivo la historia del Sr. Lorry, de Lucía
Manette y de Charles Darnay con emoción, y me emociono y lloro cuando rememoro
el gesto de Sidney Carton.
Viajo por la estepa siberiana con Miguel Strogoff, y
lloro con él cuando la espada incandescente se posa sobre sus ojos. Es cierto
que a Ivan Ogareff le podemos conocer a través de hipervínculos, audios y otros
recursos, pero el Ogareff creado en mi mente es el que manda, y la Nadia que yo
mismo me elaboro es de la que me enamoro.
Es verdad que
las posibilidades de creación se aumentan hasta el infinito. El mérito es que
generan nuevas sensibilidades y que la nueva retórica que contiene el mundo
digital ensancha el camino de la creación. Si, hay que explorar, conocer y
aplicar esos nuevos recursos. Pero lo importante es el resultado, es lo que siento después de la lectura.
Valoro lo que te hacer crecer, soñar y madurar. Pienso en la sonrisa que te
provoca el sol por la mañana cuando ves amanecer, y no si te has despertado con
el soniquete de la Ser anunciando el informativo, o con el «good vibrations» de
los Beach Boys.
Yo prefiero hacerlo con la banda de California, pero no me
acordaré de ello, cuando la sonrisa ilumine tu rostro con ese incipiente rayo de luz.
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