Desde el principio de mi tiempo que me han impactado esas letras conformando ciertas preguntas que, para mí, son muy polémicas, pues incluso en mi niñez ya sabía la respuesta; pero, viendo que todos a mi alrededor eran infelices o en muchos problemas, se me hacía cada vez más difícil hallar una respuesta que satisficiera a todo el mundo.
Primero, dada la naturaleza creyente de mi familia, estaba convencido de mis creencias y fe, sin embargo, no siempre la vida me sonrió ni tampoco me facilitó las cosas. Comencé a dudar de todo lo que creía en mi adolescencia, comenzando porque nadie en la escuela evangélica se comportaba de la misma forma que yo: parecía que todos eran igual de egoístas, ignorantes y caprichosos, cosa que yo no hacía por educación; ¡la sociedad misma me gritaba que hiciera lo mismo que ellos!
Pasó el tiempo, yo había cometido muchos errores, y hoy en día también, de los cuales me arrepiento con toda mi alma y mi vida. El sentido, al final, no se trata de buscarle uno, sino de percatarse de las pistas, detalles y la forma en que obra ese Ser que poseemos en el fondo y que, cuando todo se haya perdido, será lo único que nos mantendrá unidos. Hoy en día, si no fundamento mi existencia en algo que no sea eterno, nada valdrá la pena ni se sostendrá a lo largo de los años, porque toda obra del hombre hecha con cuestionables intenciones, o una mediocre motivación, lleva a su futura destrucción.
El más mínimo error, y todo se desmorona. ¿Qué debemos aprender de la historia del mundo y de nuestras familias? Que hay que mirar más allá de lo evidente, más allá de lo humano, más allá de nuestra mente. No podemos amar a alguien si no hay amor propio, no podemos desearle la felicidad a alguien si no somos felices, no puedo perdonar a alguien si para mi no existe el perdón, no puedo obligarte a perdonarme si nunca entendiste el panorama eterno de las cosas.
Muchas gracias.
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