Le miró sobrecogida por la sorpresa.

Su esposo acaba de decirle que la abandonaba; que después de toda la vida juntos, necesitaba aprovechar el tiempo que le podía quedar, a sus sesenta y tres años, para sentirse vivo.

-“¿Hay otra.?“- consiguió preguntarle.

-“Siempre ha habido otras.”- contestó Fuko despectivamente.

-“¿Las conozco.? – preguntó ella tragándose el desprecio.

– “A casi todas.”

Aunque siempre había sospechado la infidelidad de su esposo, la confirmación de la traición le provocó un súbito mareo y se agarró con fuerza a los brazos del sillón.

-“Necesito beber agua. ¿Puedes traerme un vaso, por favor?”

Mientras Fuko iba a la cocina recordó el vuelco que dio su corazón cuando lo vió por primera vez, tenía quince años y, hechizada, se enamoró perdidamente de él.

Tenía la gallardía de los caballeros del medievo, por su altura y su cuerpo bien proporcionado, por su rostro cuadrado y atractivo, adornado con una barba perfectamente diseñada y una actitud algo arrogante pero educada que lo hacía irresistible. Era la imagen del hombre perfecto que ella siempre había imaginado cuando leía las novelas que devoraba.

Recordó que, cuando él le pidió salir, no podía terminar de creérselo. Ni en sueños hubiera podido imaginar que Fuko se fijara en ella. Ella … que era tan normal, ni guapa, ni fea, ni alta ni baja, ni gorda ni delgada. Sonrió al recordar a su madre diciéndole que, de repente, se había convertido en un geiser de alegría y felicidad. Y así se sentía. Era inmensamente feliz viendo la vida a través de los ojos de Fuko.

Recordó que él le hizo comprender que, en un amor sincero, el sexo solo era una forma más de demostrarlo y a ella le gustaba tanto sentirlo cerca, sus besos, sus abrazos y sus manos recorriéndole el cuerpo que, sin dudarlo, le entregó su virginidad. Habían pasado casi cincuenta años y Fuko seguía siendo el único hombre al que había conocido en intimidad.

Su esposo le tendió el vaso de agua.

-“¿Te has tomado todas las pastillas.?”- preguntó él.

-“Claro.”- contestó – ¿Y quienes han sido esas mujeres?” – siguió preguntando ella sin poderse contener y mientras encendía un cigarrillo.

Fuko, como siempre, volvió a reprenderle el hábito, y ella, como siempre, volvió a ignorarlo.

-¿Para qué quieres saberlo.?. Solo te hará daño.”

-“No. El daño ya se hizo cada vez que me traicionaste, aunque yo no lo supiera.” – contestó mientras le daba una gran calada al Malboro – “Si quiero saberlo es para poder completar el puzzle que ha existido todos estos años en mi cabeza, con piezas que no conseguía colocar. ¿Quiénes han sido, dímelo, por favor.”?

Él se acomodó en el sofá y empezó a contarle.

-“Te acuerdas de Maryam?

-“¿La doméstica que tuvimos aquí, tres años, al poco de casarnos.?

-“Si. Pues con ella mantuve una larga relación hasta que regresó a su país con su esposo.”

-“Pero si tenía veinte años menos que tú.”

-“A ella no le importó, y a mí, menos todavía. Tengo que reconocer que me dolió que se fuera. Pero la vida es la vida.”, recordó con desdén. “También con su amiga Masha que siempre me ha demostrado su gratitud por encontrarle trabajo. Y como a mi me gusta que me lo agradezca… Pero con esa es esporádico. Cuando nos acordamos.”

-“¿Pero sigues con ella.?- le preguntó sorprendida, por los años transcurridos.

-“A ver, no estoy con ella. A veces me llama o la llamo para ponernos al día. Sexo gratis sin complicaciones.” Hizo una pausa esperando algún comentario de su esposa que no llegó. Y continuó. “También estuvo Marena.”

-“¿Tu compañera de trabajo, la esposa de Jacomo.?” – le interrumpió ella.

-“Si. Tuvimos una larga relación de seis años. Tenía un culo que me ponía muy burro, anchas ancas y las pausas que hacíamos en el almuerzo hacían más llevadero el trabajo. Pero, al final se acabó poniendo muy pesada y me dio miedo que nos pusiera en evidencia delante de los demás. Tuve que dejárselo muy claro para que me dejara en paz. Fue entonces cuando comprendí el dicho de «Donde tengas la olla, no metas la polla». Perdona la vulgaridad. Pero acabe harto de ella.”

-“Pero, no lo entiendo, ¿todas esas mujeres han estado ahí desde el principio.? ¿También de recién casados.?. Puedo recordar que, aunque con mil excusas salías solo, todas las noches te acercabas a mi buscando sexo. Y también recuerdo que durante bastante tiempo tuvimos un sexo muy bueno.”

-“Si, es verdad, pero a un hombre no le gusta comer solo lentejas, aunque sean las mejores del mundo.” – sentenció Fuko. Y continuó su relato :-“También he estado con algunas esposas divorciadas de compañeros que necesitaban consuelo y con Giulia, ya sabes, la que todos los años me guarda las carciofi que tanto te gustan. Después de cada recolección me llama y yo voy a recoger los frutos de nuestra amistad.” Al ver el gesto de su esposa añadió:-“Pero no te escandalices, tú también estabas deseando que las recogiera para hacer tus adoradas Alcachofas salteadas con crema de calabaza. Tú disfrutabas con una cosa y yo con otra.”

La desfachatez y el cinismo de Fuko le estaba desquiciando y con manos temblorosas se encendió otro cigarrillo. Nunca hubiera imaginado tener una conversación semejante.

Él se removió incómodo en el sofá. Detestaba el olor del tabaco.

-“Hay algunas otras más en la lista, pero no las conoces. Y luego está Cinzia.”

-“¿Cinzia? ¿la esposa de Tommaso, tu mejor amigo.?

-“Si. Siempre hemos tenido una química especial. Es una mujer absolutamente sorprendente.”

-“Por Dios Fuko, ¿No me digas que has estado acostándote con la mujer de tu mejor amigo en su propia casa.?

-“No dramatices. Las cosas surgen. Yo nunca las he buscado. Cuando Tommaso me presentó a Cinzia, nos sentimos atraídos. Y una cosa trajo la otra. Y es cierto que cada año he estado esperando que llegara el verano para que Tommaso nos invitara a pasar unos días en su casa de la playa de Ostia. Nuestros encuentros furtivos siempre han sido perfectos. Temí que al fallecer Tommaso esta primavera, Cinzia no nos volviera a invitar, pero afortunadamente no fue así. Y este último verano ha sido el mejor de todos. Sin tensión y casi sin prisas.”

-“Por Dios Fuko, que yo sigo viva, que yo estaba en esa casa” -contestó ella escandalizada “Aunque, por lo menos, Tommaso se ha ido a la tumba sin ni siquiera sospechar que su mejor amigo se estaba beneficiando a su mujer. Por Dios Fuko, era tu mejor amigo. ¿Cómo no has sido capaz de no mancillar la mejor amistad de tu infancia.?

Necesitó encender otro cigarrillo. Y añadió:-“Siempre lo sospeché. ¿Sabes? Te oí removiéndote en la cama de al lado esperando a que me durmiera para acudir al dormitorio de Cinzia. Te oí marcharte cuando creíste que ya dormía. Y te oí regresar, satisfecho, algún tiempo después. ¿Estás enamorado de ella? ¿Es ella por quien me abandonas.?”

-“¿Por ella.? No. ¡Que va.! ¡Pero si es de nuestra edad.! No. No. Quiero sangre joven que me complemente, juventud que supla las fuerzas que me van faltando. La mujer que me está esperando es mucho más joven que yo y tiene en sus ojos lo mismo que me atrajo de ti.”

-“¿Lo mismo que te atrajo de mí.? ¿Y qué fue.? Nunca me lo has dicho.”

-“La entrega incondicional. La adoración sin límites por mí.”

No pudo evitar que sus ojos se abrieran de estupor al oir la respuesta. Pero recordó que era verdad que Fuko nunca le había dicho un “Te quiero”. Sólo algún ocasional “Y yo también a ti”, en respuesta a todas las veces que ella le había dicho cuanto le quería.

Cincuenta años después comprendía la farsa que había sido su vida. Fuko nunca le había amado. De hecho, parecía, por lo que contaba, que era incapaz de amar. O quizás nunca se había encontrado con la persona adecuada.

Una sonrisa aviesa se dibujó en su ajado rostro y descompuesta le dijo:-“Te agradezco que hayas sido sincero conmigo. Aunque también es cierto que me lo he ganado después de cincuenta años de mentiras. Ni en mis peores pesadillas hubiera podido imaginar lo que me acabas de contar. ¿Cuándo te vas.?”

-“Ahora mismo. Me está esperando en el coche. Cuídate.”

Aturdida y con los ojos arrasados en lágrimas oyó como el hombre que había sido toda su vida recorría el pasillo y abría la puerta. Y la cerraba tras de él.

Un inmenso vacío la envolvió.

Y encendió otro cigarrillo intentando no ver a la temida soledad que le acompañaría el resto de sus días.

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