“LA REDENCIÓN de HAMLET”
(de Leandro Marcos González)
Extraña Introducción:
Uno de los salones de, lo que se suponemos, un fastuoso palacio danés. No lo aparentan sus detalles generales, pero sí ciertas particularidades distintivas. Es un espacio amplio, apto para grandes festejos, ceremonias, reuniones, representaciones, o como en este caso: enfrentamientos lúdicos-violentos. Se ven cuatro cadáveres, distantes entre sí. Es indiscutible que estas muertes no son el resultado de una serie de causas naturales. Muestran cierto grado de atrocidad, algo no tan excepcional en un típico ambiente monacal. Hay una mezcla de sonidos que se apoderan del espacio y le dan una magnitud que a simple vista parece no tener: toses ahogadas, arcadas, asombros, impresión, desconsuelo, llantos leves, algún grito contenido, choque de espadas (u otros hierros similares), pasos lejanos (y cercanos), todo tipo de onomatopeyas, y el implacable silencio que genera la estupefacta impresión de ocasionales espectadores pasivos. Un sonido imperceptible, que colma todo sin ocupar espacio alguno, se apodera de este sangriento escenario. “Una calma chicha…, oceánica” o como diría el más cursi de los narradores: “Un silencio que aturde”. Un tufo a escándalo prevalece sobre el resto, literalmente, esta vez: “…algo huele mal en el palacio…”. Hay cortinas desgarradas, esparcidas por el suelo, utilizadas para cubrir los cuerpos inertes. Estandartes representativos de la heráldica familiar arruinados, cuyos bordados han sido otrora el orgullo de los artesanos y los palaciegos, pisoteados sin más. Prendas costosísimas, importadas, lienzos deslumbrantes, arruinados y humedecidos con líquidos infames, desubicados. Charcos de sangre, y pequeñas extensiones en forma de diminutos riachuelos de abolengo, lo atraviesan todo, como capilares intencionales. Hay otros líquidos, por suerte, difíciles de reconocer. Es evidentemente, a primera impresión, que esto es el corolario de una jornada llena de desentendimientos, trampas, engaños, torpezas, desinteligencias, confusiones, furias, arrebatos. Una tragedia palaciega más.
El Rey, la Reina, y el Príncipe han muerto. Hay un cuarto difunto, un Joven Universitario, que yace contorsionado, probablemente por la agonía y el padecimiento. Yace recostado sobre un frio lecho de adoquines, en una coreográfica posición fetal. Es este joven… (“era” ya que solo es ahora un cuerpo inerte)… Era el primogénito de un otro fallecido, ignominiosamente, en otro, accidentado y no muy lejano crimen palaciego. Podríamos llamar a este joven: “Ex cuñado del Príncipe Heredero”; pero sería una nominación incomoda, por su extensión, por su falta de total certeza, y por respeto a la también difunta: La Dulce Ofelia. Era este joven, seria junto remarcarlo, un protagonista menor, en cuanto a su rol y sus quehaceres, en esta tan inmensa tragedia. De todas formas, como ocurre en la mayoría de estas fabulas reales, de estas tan malaventuras, este joven resulta ser una pieza fundamental. Por más insignificante que parezca, no hay actor que no sea imprescindible.
A pesar de lo anteriormente escrito, es justo, notorio… y noble, asegurar que: Ninguna de las víctimas genera en la concurrencia grandes muestras de dolor, condolencia o consternación. A pesar de su pobre relevancia, es quizás el joven universitario el que se gana unas pocas lágrimas. Sería más cercano a la realidad afirmar que las expresiones están más ligadas a la repugnancia y el morbo. Los comentarios se entrecruzan, mezclan, y combinan entre frases hechas y poco felices: “Era de esperar…”, “Lo que mal anda mal acaba”…, “Final horrendo, pero bienvenido”, “¡Era hora, joder!”
Es dificultoso determinar con fidelidad, dejándose llevar solo por un análisis ocular: “Quien ha sido el autor de cada crimen”, “Cuál ha sido la razón de esta fatal causalidad”, “Si es todo el ineludible resultado de un inmenso acto de negligencia”.
Todo inquieta a la concurrencia, que lo demuestra con una helada serenidad. El cuadro es fascinante, de alguna manera, y estimula la permanencia de los presentes en la escena del hecho.
Lo irrefutable es que todo es pavoroso, y nada concuerda con lo que podría esperarse en una sala de distracciones, destinado al esparcimiento y el sosiego, de un hermoso palacio danés. Ni siquiera la fama que antecede a esta cultura, justifica semejante estropicio: cuerpos inertes, restos, sangre, vómitos, líquidos turbios, y otros ascos semejantes.
Un agente dotado de algún tipo de autoridad en la materia, asegura: “… Lo primero sería determinar, con la mayor precisión posible, “las autorías” de cada hecho. Luego (lo segundo) estipular la cuestión “responsabilidades” y el factor “victima-victimario”. Más tarde (tercero), sin apuros que descalabren, ni supuestos que confundan,… encontrar los “motivos o razones” de semejantes actuaciones…”
Aquel agente, dotado de algún tipo de autoridad en la materia, presupone: “…El Rey es, a primera vista (Algo de lo cual no habría que fiarse, tomando en cuenta la tan acertada y citada “alegoría de las cavernas”)…, el autor de dos de las muertes. Para algunos (entre los cuales me cuento) es el autor de todas las defunciones. Pero esas conjeturas extenderían innecesariamente el análisis, y visto lo que nos queda por delante, es mejor dejarla para futuras disertaciones, más específicas. Tomando en cuenta la opción uno (“Autor de dos muertes”) diríamos que fue el autor de: La muerte de la Reina (Faena en la cual tuvo una culpa “casual” o “involuntaria”). Muerte del Príncipe Heredero (En la cual tuvo un rol un tanto más activo, ya que fue él quien pergenio un plan que acabara con la vida de la víctima. Podríamos decir: “Autor intelectual”)…”
Nota al pie, de aquel agente dotado de algún tipo de autoridad en la materia: “Si, por otro lado, me dejara llevar un poco, y me explayara en la segunda hipótesis (“Autor de cuatro muertes”)… Aseguraría que sus otras dos víctimas fueron: Laertes (el joven universitario), cuya muerte también está relacionada con el plan pergeñado por el Rey. Y su propia muerte, no como causa de acto suicida, sino más bien por fallas en el método… o plan”
Continúa, presumiendo, aquel “agente dotado de algún tipo de autoridad en la materia”: “Siguiendo con las presumibles autorías: Podría decir que El Príncipe Heredero, a su vez, es autor de dos de las muertes… (También podría especular que está comprometido en todas las muertes; pero sería realmente estirar mucho una hipótesis, complicar mis conjeturas cayendo en la irresponsabilidad, casi al borde la especulación)… Por lo tanto diré que lo presumo autor material solo en dos de los decesos: el del Rey y el del Joven Universitario…”
Termina exponiendo (siempre manteniéndose en el plano de la suposición) este “agente dotado de algún tipo de autoridad en la materia”: “… El Joven Universitario es autor de una sola de las muertes: la del Príncipe Heredero. Responsable solo en lo material, obedeciendo las intenciones intelectuales del Rey. La Reina no es autora de ninguna de las muertes. Ella solo es víctima (realizando un análisis no muy profundo de los hechos y sus responsables…
Concluiré diciendo de una vez por todas (ya que las pruebas se diluyen, los cuerpos se descomponen y las certezas se desvanecen) que: El Rey (Claudio) planeó la muerte del Príncipe Heredero (Hamlet). Como ramificación de esta intención también mueren: el Joven Universitario (Laertes), la Reina (Gertrudis), y él mismo (el Rey). Los dos últimos podrían ser tomados como daños colaterales. El Rey podría ser denominado: Autor intelectual (un actor que sin tener el dominio del hecho ha intervenido en él, indirectamente y deliberadamente, instigando o auxiliando a un autor material, en este caso: Laertes). Todo se ve agravado por el vínculo, que tiene con dos de las víctimas. Antes de que un improvisado me corrija diré:
El Rey ha matado a Gertrudis. Podrán decir que “estoy errado”, pero merezco tener la posibilidad de explayarme. Él es autor accidental, en la muerte de su esposa, convirtiéndolo en un homicidio culposo, negligente, e involuntario…”
“… Pasemos al personaje más relevante de este asunto: Hamlet. Este joven acarrea múltiples culpabilidades, pero nos centraremos, por ahora, en esta escena en particular. Es autor accidental en la muerte de Laertes (Homicidio preterintencional. Iintermedio entre el dolo y la culpa; ya que no era su intención final provocar un fallecimiento). En el caso del Rey, tío y padrastro, es autor material con alevosía, en dos ocasiones, casi, simultáneas. Mata y re-mata al soberano (podría decirse en términos poco jurídicos). Primeramente lo apuñala, movido por una posible “Emoción Violenta” (se supone que fue alterada por sentirse herido el honor de su persona, su dignidad, sus más profundas convicciones o pudo ser impulsado por algún miedo, o un envión irrefrenable de venganza. Actuó fuera de sí, en estado de “inconciencia”) En segundo término le hace beber de una copa de vino envenenado (Una vez más, segado por la ira y por esta supuesta “emoción violenta”) rematando al Rey, ya pereciente. Básicamente es un: Homicidio doloso, agravado por el vínculo. Cabe destacar, en su contra, que “El Príncipe Heredero” es un reincidente…”
“… El Joven Universitario (Laertes) es, sin duda alguna, el autor material de la muerte del Príncipe Heredero. Un claro homicidio doloso, a pesar de que no parece haber medido las consecuencias de sus acto, y por esa razón “comentan algunos testigos” que ha mostrado un notorio arrepentimiento…”
Un “aficionado en materia forense” (de los que tanto pululan por ahí) a primera vista y sin tener contacto alguno con los cuerpos, y sin entrar en detalles científicos ni morbosos (“…que no hacen a la cosa, y solo suman curiosidad basada en erradas emociones”) asegura:
“Yo, un aficionado en materia forense puedo suponer que:
- El Rey ha fallecido a causa de dos circunstancias (A y B): (A) Una herida de arma blanca (Una espada o algo similar), que ha provocado un doble daño: por su punta (ya que ha atravesado su cuerpo dañando, evidentemente, órganos vitales) y por su toxina (ya que el mismo estaba untado en quien sabe que ungüento mortal). (B) Puede asegurarse que también ha sido causa de su muerte (o su remate) la ingesta de una buena dosis del mismo veneno con el cual se ha untado la anteriormente nombrada espada. A través de la vía oral, mezclada con vino, sin su consentimiento el Rey ha ingerido tal veneno. El envenenamiento es notorio, a primera vista, por algunos rasgos físicos, que por pudor (y buen gusto), es mejor no detallar.
- La Reina ha fallecido a causa de la ingesta del mismo vino adulterado con veneno que bebiera (o le hicieran beber) el Rey. Es muy probable que el toxico sea el mismo utilizado en la espada, tan nombrada anteriormente. Se evidencian en esa mujer (horrorosamente) los estertores que atrae el envenenamiento; los mismos que observáramos en el difunto Mandatario.
- El Príncipe Heredero ha fallecido a causa de una herida de arma blanca. En realidad ha perecido, a causa de un envenenamiento, al ser alcanzado por la ponzoña, que ingresara en su cuerpo, de él, a través de una cortadura que le procurara la hoja de la tal anteriormente nombrada espada.
- El Joven Universitario, Laertes (hijo de Polonio, hermano de Ofelia) también ha fallecido a causa de una herida procurada con la ya mentada, y anteriormente nombrada espada, varias veces, espada contaminada. Si ha muerto por acción del veneno o lo comprometido de la herida, eso poco importa, ya que no estamos hablando de un actor preponderante en la trama, ni en palacio.
… He dicho”
Por lo antes leído, en forma un tanto amateur pero metódica, entrando en un espacio especulativo trasnochado y un tanto entonado por alguna copa (quiera Dios no adulterada)… uno (yo) podría interpretar, sospechar, que “La Tan Nombrada Espada”, y su compañero (complemento) “El veneno”, gozan de un protagonismo fundamental, que los reviste de una inmaterial existencia. Aunque no sea conveniente dar ánima y protagonismo a una cosa solo sustanciosa en lo material, como dicha “Tal Tan Espada Nombrada”, y dicho “El veneno”.
Pensándolo un poco más, y a riesgo de apartar a cualquiera de este texto, podría delirar asegurando o preguntándome: ¿No es acaso el veneno el gran protagonista de todos estos decesos, y de todos estos males? Ya que éste objeto-sujeto juega un rol fundamental en esta tragedia, tanto literal, como metafóricamente.
Un trovador, que se haya en el espacio, y que por las infortunas circunstancias acaecidas se ha quedado con ganas de desarrollar su arte, asegura:
“… Veneno que entráis en los cuerpos por distintos intersticios y oquedades. Veneno que buscas transitar por el palacio analizando distintos vehículos y continentes, para terminar logrando colmar los deseos de ¿Quién sabe quién?… Es tan posible como increíble que tú, veneno, entres en los oídos de un rey provocándole su muerte, arrastrando en tu intención a todos hacia una fábula trágica… Todos de alguna manera acariciados y acabados por el mismo elemento criminal… Loas y repudios para tan tal nombrada ponzoña…”
Es muy difícil determinar en estas aproximaciones a la escena del crimen, en su mayoría aficionadas y faltas de rigor académico, el verdadero móvil de las anteriormente mencionadas muertes. ¡Pueden ser muchas, variadas, y curiosas!
Igualmente toda aseveración resulta obsoleta cuando ocurre algo inesperado (Aunque en este palacio ya nada espante): El Príncipe Heredero (Hamlet), a quien creímos fuertísimo, para asombro de propios y ajenos se pone de pie. Tambaleante, embobado (Como ebrio) o intoxicado. No son síntomas secundarios normales una vez provocada la muerte de un vivo, como el rigor mortis o el escape de algún aire o gas. Es un hombre muerto que se pone en pie, como vivo, no un ente, o un espíritu,… o un zombi… (La situación impide colocar las palabras correctas para describir semejante la escena).
Posible acercamiento a una primera escena:
Aquel trovador, despojado de su rol inicial, y aferrado a alguna posibilidad de protagonismo se transforma en Narrador y arremete:
“…. ¡Sorpresa entumecedora! Señores, señoras y otros vivos presentes… (Menos los que intentan desalojar la sala despavoridos, ante la presencia de otro inminente espectro)… atinan a frenarse unos a otros con las palmas de las manos, o sujetándose por las vestiduras, mientras contemplan boquiabiertos la tan inesperada situación. Por temor, pudor, asco, o quizás falta de afecto, nadie se acerca para prestarle la mínima ayuda (A este Vivo en Muerte)… Ni siquiera se acercan los más allegados, aquellos supuestos “amigos”. No hay lacayo, ni servil que se anime a acercarse… ¿Se puede juzgar a alguien por esto? ¿Es propio tocar a un posible resucitado, o fantasma (o lo que sea)…por mas Príncipe o Rey que sea?… ¡Nada es lo que parece, damas-caballeros, y otros vivos presentes…! ¡Nada es lo que, por lo visto, parecía ser! Todo el paisaje cambia, hasta la importancia de los (las) muertes… Más de uno en la huida ha pisoteado a quien, en un muy reciente pasado, fuera su soberano-soberana. Hamlet, camina, con alguna dificultad por aquel nefasto salón. El Príncipe Heredero, el futuro rey de Dinamarca, o el actual (Tomando en cuenta estas últimas circunstancias), la víctima, el victimario; para nuestro ya saturada admiración y extrañeza, deambula analizando su entorno, tratando de llenar las lagunas que sus inquietudes generan. Está de pie, cada vez más firme en su postura, un poco más atractivo, ya que si uno lo separara de tan dantesco encuadre, da la sensación de ser un comandante semi-abatido, regresando de una gloriosa campaña, bañado en nobles y bárbaras sangres. Pero nada de esto es así, es un resucitado que deambula absorto, esquivando y esquivado por los presentes. Impresentable, por su aspecto, pero más presente que nunca. Desarropado, alcanzado por alguno de los líquidos y fluidos que fueran su lecho hasta hace “nada”. No siente pudor en dejar caer algunas lágrimas. De un momento a otro, parece que ya ha pasado la primera impresión, y la mayoría de la concurrencia se libera un poco: se aflojan los rostros, se liberan algunos ruidos; se permiten toses, llantos contenidos, y más de un vomito. También se consienten algunas risas, nerviosas, como espasmos. Un cuadro realmente digno de enmarcar, algún artista no tardará en retratar, a su manera, esto de lo que algunos hemos sido privilegiados testigos… ”
“… Todo es tan teatral, típico en Hamlet. ¿Puede ser ésta otra de sus puestas en escena? ¿Una vez más ha hecho uso de la teatralidad para evidenciar alguna de sus presunciones? A pesar de la extrañeza, carece de exageraciones y sobreactuación. Como saliendo de una implacable resaca, recorre el lugar con turbia mirada, y un andar zigzagueante. Torpe, se apoya sobre algunos objetos que no aguantan su peso, o son inestables, esto provoca decadentes caídas y recaídas que tornan todo mucho más patético. Algunos porrazos se concretan sobre charcos inmundos, que lo empapan, estropean su aspecto y le provocan arcadas… A él y a nosotros…”
“… Hamlet se detiene frente a cada una de las víctimas… ¡Qué momento!… Laertes y Claudio, no le provocan ningún tipo sentimiento… El esbozo de una mínima sonrisa, difícil de interpretar, puede que sea un síntoma de su estado real. Le quita la corona al Rey Claudio, burlón, inconscientemente, y se la coloca en el brazo, como quien lleva una canastilla rumbo al mercadillo… No lo actúa, pero se le nota la intención. Llega hasta el lugar en el que se encuentra Gertrudis… ¡No hay lugar para la frivolidad en este instante!… (Tomémonos unos segundos para observar en silencio, semejante postal)… Estático, trata de permanecerse lo más erecto que puede, acongojado, pasmado, invadido, invadido por algún tipo de ceremonia interna… Estoico ante esa mujer fallecida… Es su madre, la que yace ahí inerte, desparramada indignamente, desfigurada por los padecimientos que la llevaran a tan atroz desenlace. Han quedado partes no prudentes de su cuerpo al desnudo. Envuelto por ciertos pudores que lo atormentan, el joven toma un manto inmundo, el primero que encuentra a mano, y la cubre hasta el cuello. No tapa su rostro, aun quiere contemplarlo, a pesar del horrendo gesto que éste mantiene (una la lengua hinchada, color azul, escapándose de la boca materna; unos ojos inyectados en sangre, como a punto de detonar; un pómulo inflamado, invadido por un hematoma exagerado). Eso es Gertrudis, ahora. Ese fue el primer rostro que vio, y… será el último rostro que vera de ella. Muerta se le hace más humana, mas carnal. Ese cuerpo volcado, sobre ese frio suelo adoquinado, le genera una ternura patente. Amenaza con tomarla en sus brazos, abrazarla, mecerla, besarla; pero no lo hará, sabe que es en vano. El Príncipe reconoce las falencias de su madre, y las lógicas de ese final, pero no deja de lamentarse y sufrir por tan atroz desenlace. Finalmente le cubre el rostro con el mejor paño que encuentra, por ahí…”
Primera Escena
(Hamlet examina todo, ayudándose con un mástil. Remueve trapos y trastos. Luego de una pesquisa un poco más minuciosa, se arroja de cabeza sobre lo que por lo visto tanto ha buscado: La Tan Nombrada Espada. Toma, con sumo cuidado, el arma que tantos estragos ha causado, la huele, y analiza con extremo esmero)
Hamlet (Espada en mano. Dubitativo): ¿Por qué el veneno no ha sido letal conmigo? Solo me ha provocado un largo sopor, una ausencia… ¿Qué me ha pasado?… o mejor dicho: ¿Qué es lo que no me ha pasado a mí,… y a los otros sí? (Es notable su estado de perplejidad)… Estoy vivo, después de un… extenso desfallecimiento. De eso no hay duda… Deduzco, entonces, que: La espada ha causado la muerte de estos dos, más por su punta y filo que por el supuesto veneno que la empapaba. Quizás el Rey ni siquiera allá muerto por la herida de esta espada… (Trata de tener más cuidado a la hora de manipularla)…, sino más bien por acción del veneno que bebió de un trago, y a regañadientes,… gracias a mi insistencia…. (Indispuesto. Eructa. Se repone) ¡Joder, a veces, es más sencillo solo morir! Sí… de toda esta faena solo me ha quedado este insignificante rasguño, y nada más…, solo hay dos explicaciones posibles: o soy inmune al tal bendito veneno, o no hay tal bendito veneno en esta hoja… (Juega con el arma, tomando recaudos. Busca algún trozo de tela, y limpia con cuidado su hoja) La primera opción me hace, aún más diferente que los demás, dotado de algún un don divino, o físico. Me siento halagado por semejante distinción. Pero si fuera cierta la segunda opción (y esta espada no estuviera envenenada), quiere decir que mis dos víctimas han muerto a raíz de su filo o punta, lo que me convierte en un criminal… (Reflexiona, algo aturdido. Eructa. Sufre náuseas. Se repone)… Si esta espada tenía que estar envenenada, y no lo está… entonces: alguien olvido hacerlo, o alguien lo ha hecho y es otra la espada envenena, y anda por ahí perdida…, tomando otro rumbo distinto al previamente fijado… ¿Dónde ha ido a parar ese fierro infecto, entonces? ¿Cuál será su destino actual? ¿Quién podrá ahora correr riesgo de ser liquidado por su hoja fatal?
(Gertrudis se hace presente. Aparece de la nada, más allá del cuerpo que yace frente al joven. Podría decirse que es un espectro, una (literalmente) aparición. Vestida de novia, con un ramo de pequeñas flores, y suntuoso ajuar)
Gertrudis: ¡Querido Hamlet! ¡Qué cara traes!… (Es evidente que Gertrudis quiere pasar por alto la gravedad del cuadro, para concentrarse en el reencuentro. Trata de que su hijo pose su mirada en esta que es ahora, y no el cadáver que ha yace en el suelo, y que es ella también en algún sentido)… Me aparezco ante vos en forma de espectro,… en realidad no sé muy bien cuál es mi exacta condición,… para acompañarte en tu búsqueda. Tu redención… ¡No mires a tu alrededor, ni quites la vista de mi…! Soy una visión… ¡Tampoco me toques!… ya que no sabemos si esto se puede. No te distraigas, no sabemos cuánto ni cómo puede durar esta situación paranormal… ¡Aprovechémosla!
Hamlet (Intenta no mirar a la Gertrudis que yace en el suelo, a la vez que mantiene un dialogo con la aparecida): ¡Qué destino extraño, el mío,… joder! Primero el fantasma de mi padre se hace presente, y me carga con una pesada encomienda,… digna y justa, pero muy cara. Y ahora vos, madre, me haces lo mismo. Aunque aún no me entero de qué se trata,…ya me figuro que no debe ser una fácil comisión. ¿Nunca me toca en suerte una misión digna de un príncipe?… Algo épico, por una vez,… con batallas, tropas a mi cargo,… vidas bajo mi responsabilidad, embestidas, navíos, órdenes y desobediencias, estrategias…, triunfos…, gloria… (Hace un gran esfuerzo para mantener la vista sobre su madre, solo mirarla le genera un rechazo ineludible. Sin embargo lo atrapan esas prendas extrañas que viste. La ve radiante, fresca, bella, todo desentona con en semejante ámbito)… ¿Por qué vos, y no mi padre, sos quien se me aparece en esta… tan… en éste… tan
Gertrudis: ¡¿Qué puedo yo saber, Hamlet, sobre todo eso?! (Ella misma lo invita a hacer un repaso sobre sus fachas, y el paisaje que los rodea) Estoy igual que en mi primera boda… Estabas aun en mi vientre… En esta oportunidad el pánico y los nervios no me invaden, me siento… más liviana. (Sonríe. Da un giro. Toca su vientre, para comprobar si está en cinta, como aquella vez en la cual vistió esas ropas. No lo está. Vuelve a sonreír. Intenta tocar la mejilla de su hijo, duda, finalmente desiste, teme las consecuencias) Lo que aún no me entero, “mi retoño”, es si te alegra verme… ¿No vas a decírmelo, Hijo? Muerta, o no, sigo siendo tu madre. Eso no se elige… se puede hacer uno el desinteresado, pero… no se puede negar. Creo merecer, a pesar de todo, una bienvenida un poco más digna, aunque sea como soberana… como dama… como mujer… como fallecida. Podes fingir un poco, actuar.
Hamlet: ¡Perdón, mi señora, dichosos y asombrados estos ojos, que me has dado, y que nuevamente tienen el agrado de verte!… (Hamlet, lo mismo que su madre, duda sobre tener o no un contacto físico. Se conforma con una típica reverencia) ¿Qué ha sido de mi padre que no es él quien se me aparece…?”
Gertrudis: ¡¿Qué puedo saber, Hamlet, yo… sobre todo esto?!… ¡Qué insistencia con tu padre, querido!… déjalo descansar en paz, pobre hombre. Te puedo asegurar que cuando uno está muerto, todo es más complicado. No hay muchas posibilidades de elección… te mandan para aquí, para allá,… sin consultas. Es angustiante. Uno se siente impotente, limitado, como en un sueño espeso… ¿Quién puede saber dónde anda ese pobre hombre…? (Sarcástica, sonriente) ¡También estoy feliz de verte, hijo mío! Hace horas, nada más, que dejamos de estar físicamente juntos…, y a mí se me representa como una eternidad. Parece que nos separa algo más fuerte que mi expiración. Es evidente que tu padre ya no se aparecerá, porque su comisión ha sido satisfecha ¡Objetivo cumplido! El costo de su venganza (o reclamo de justicia), para lograr su descanso… ha sido caro. Muchos daños adyacentes. Soy el vivo (o el muerto) ejemplo, de tal coste.
Hamlet (Trata de reconstruir el encuentro): Madre, yo…
Gertrudis (Se impone. Directa. Urgente. Maternal): ¡No, Hamlet, déjame hablar a mí! Ésta es mi primera vez como espectro, y no sé muy bien cuantas son mis posibilidades o limitaciones… Cuantas veces puedo aparecer, o desaparecer… Qué tanto se me permite decir… o callar. Si tengo o no algún tipo de habilidad o poder… (Mira con extrema ternura a su hijo, vivo) Por lo tanto, trataré de contarte todo, por si existiera la posibilidad de que sea esta mi única y última visita… ¡Aprovechemos, hijo, sin interrupciones! Una vez que yo termine, haz las preguntas que creas oportunas… ¿Soy clara?
(Hamlet es un hijo amonestado)
Gertrudis: Continúo. Hamlet querido: se te hace responsable, por una o muchas razones, del trágico desenlace que ha tenido esta página de la historia. Pero se te da una (sola) oportunidad para redimirte ¿Cómo?… Con una, poco sencilla, pero muy noble misión: Encontrar la Tan Mencionada Espada Envenenada que un tonto lacayo ha confundido a la hora de entregar a quien correspondía… Es evidente que el muy mentecato no estaba a la altura de semejante quehacer.
Hamlet: ¿Quiere decir que La Tan Nombrada Espada…
Gertrudis: ¡Hamlet…, silencio, mamá todavía no ha terminado! El muy bobo se ha distraído o confundido… Es común en ciertas castas actuar en base a la idiotez que lo acucia, propia (seguramente) de la mala alimentación o la instrucción que han recibido en su niñez. Ha entregado mal las armas… o… Quizás, el muy vivo, incentivado quien sabe por qué, o por quién (algo que no sería ilógico pensar) ha actuado bajo los influjos de una recompensa material (ya nadie hace nada por pura lealtad) Resumiendo: de cualquier manera, La Tan Nombrada Espada, ha ido a parar quien sabe dónde, a manos de quien sabe quién, con quien sabe que intenciones,… provocando quien sabe cuánto daño, a qué pobre “otro” infeliz, a merced de quien sabe qué…
Hamlet:…
Gertrudis: Yo que vos comenzaría a preguntarme para lograr la ya nombrada “redención”:
- ¿Dónde estará la espada?
- ¿Qué daño, podrá o habrá, generado?
- ¿Cómo recuperarla?
Hamlet: Son preguntas que yo me estaba formulando…
Gertrudis: ¿No me digas? Bueno, ya he dicho lo mío,… (Por lo visto en vano)… ya que por lo oído recientemente, el joven príncipe, todo lo había dilucidado. He cumplido. ¿Preguntas?
Hamlet: Una vez encontrada la espada: ¿Qué debería hacer con ella?
Gertrudis: No lo sé…
Hamlet: Una vez encontrada la espada, y redimido: ¿Volveré a morir y ascenderé a los cielos? ¿Quedaré como algún tipo de entidad, como sos vos o papá?… o ¿Caeré en algún tipo de infierno?
Gertrudis: No lo sé…
Hamlet: ¿Nombre del lacayo…?
Gertrudis: No… No lo sé…
Hamlet: Alguna característica física…
Gertrudis: No tengo ningún dato…
Hamlet: ¿Dónde…
Gertrudis: ¡Hamlet, querido, lo lamento! Es evidente que no tengo ningún tipo de información útil para darte. No fue buena idea haberte dado la posibilidad a que me hagas preguntas, ya que no dispongo de respuestas. Evidentemente, no es parte de mi aparición colaborar en ése aspecto. Supongo que te seguiré de cerca en esta faena (de la redención), sin más ayuda que mi apoyo moral, contención… y… ¿Cobijo?…
Hamlet: ¿Estas segura que mi padre no está por ahí,… en algún otro estado?
Gertrudis: No lo sé… No lo he visto.
Hamlet: ¿Contaré con el apoyo de mis nobles compañeros Horacio, Bernardo, o Marcelo?
Gertrudis (Con ternura maternal, pero directa): No lo sé.
Hamlet: ¿Tampoco eso…?
Gertrudis: ¡No lo entendiste hijo mío! No tengo respuestas para tus preguntas. Por más que quiera ayudarte, no puedo. Pero voy a darte un parecer (sobre la gente que te rodeaba): Deduzco, querido mío, que después de lo ocurrido y en base a tus últimas acciones,… no serás considerado un Soberano muy confiable. “Tus amigos”, supongo lo tendrán bien claro, y lo van a tomar en cuenta. La amistad no es tan ciega como el amor. Aún no sabemos si a pesar de tu linaje has heredado la corona… y ése no es un tema menor.
Hamlet (Hace girar la corona en su brazo, irreverente): La corona la tengo aquí, madre.
Gertrudis (Tierna): ¡Sí, la veo, querido! No importa “donde” lleves la corona, sino “cómo” la lleves. No todos los soberanos que llevan una corona en la cabeza, llevan el reinado en el mismo lugar… Digamos: les queda grande la corona, o chica la cabeza. He sido testigo y víctima. (Intima. Discreta. Sincera) Cometido magnicidio, Hamlet (entre otros…) Puede que sea la razón para que te arrebaten eso que tenes ahí… (Entre otros…)
Hamlet: ¿Te parece?
Gertrudis: No lo sé.
Hamlet:…
Gertrudis: Fortimbras (ex Príncipe Noruego, ahora Rey… y… creo ya también de Dinamarca), ha trabajado mucho para vengar a su padre, de una manera un tanto menos tontona que vos. Mientras vos jugabas entre la vida, la muerte; el amor; la actuación y la poesía; y otras bobadas…; ése muchacho ha tratado de recuperar los terrenos perdidos, y está ahora en las puertas de tu (aun no lo sabemos con certeza) Reino… (Seria. Tajante) Fortimbras y vos tienen tanto en común, pero casi nada de lo bueno…
Príncipe: ¡…!
Gertrudis: Ambos hijos de reyes, sobrinos de reyes, en discusión con sus tíos-reyes… etc…etc. Ahora reclama tu trono (estando, ya casí, sentado en él)… ¡Despabílate! (Invita a su hijo a recorrer con la vista el dantesco entorno) No es sencillo reponerse de todo esto, pero es un primer paso. Todo final depende de la marcha, y el accionar en la misma. Limpiaría la sangre (propia y ajena) del palacio,… ya mismo, con o sin ayuda. Escondería los muertos detrás de los tapetes (algo que se te da muy bien)…, las miserias bajo la alfombra, y a los testigos en algún rincón oscuro. ¡Lo más importante, sobre todo… (Desaparece Gertrudis)
Hamlet: (Muestra cierto estado de desamparo): ¡Mamá…! ¿Dónde estás?
Reflexiones sobre la escena recién vista
Aquel trovador (despojado de su rol inicial):
“… Escuchado y dicho todo esto, llegamos a la siguientes preguntas: ¿Qué debe hacer el Joven Príncipe (o ahora: Rey Hamlet) para redimirse? ¿Qué debe hacer para lograr que su madre deje de permanecer es ese estado en el que “perdura”?…
Estimo una lista:
- Reponerse, física y mentalmente.
- Encontrar esa espada ponzoñosa, para evitar que provoque más daños.
- Intentar (sorteando enfrentamientos e impidiendo más muertes) evitar que Fortinbras asuma como Rey de Dinamarca. O invitarlo a dar un paso atrás, si es que ya ha asumido semejante rol.
- Restablecer el vínculo que tenía con su gente, si es que alguna vez existió, para poder a su vez asumir como único soberano de Dinamarca.
- Gobernar tratando de evitar que se den, nuevamente, hechos trágicos como los antes acaecidos. Tratando de evitar un final similar a sus más inmediatos antecesores.
- Buscar descendencia, y sentarse a esperar una muerte digna y renovadora.
- Volver a encontrarse con su padre Mamá y su madre en el más allá. De ser posible, también, con la divina, anhelada, y tan fatalmente perdida, Ofelia…
…”
Escena segunda
Hamlet: ¡Manos a la obra! Tengo bastante claro que es lo que debería hacer y que el tiempo apremia… (Amaga, varias veces, con tomar algún tipo de rumbo. Pero desiste. Toma algún trapo inmundo del suelo, lo observa ¿Por dónde empezar? Decidido) Lo primero que debo hacer es asumirme como flamante Rey de Dinamarca, por lo tanto, no debería transitar por estas innobles tareas, ya que esto rebajaría mi nivel, y me dejaría ver como ellos “no quieren verme” ¿Un Rey fregando? ¡No! Ya vendrá otro a realizar esta inmunda tarea (Arroja el trapo por ahí. Toma otra postura) Lo mejor será que comience por el principio: Repasar los pasos a seguir…. Punto uno… san, san, san… Punto dos…mm…mm…mm; tres…, cuatro: aha,… aha, ah…; cinco…, listo. Seis,… no depende solo de mí (ojalá así fuera)… ¡El siete, Dios mío!…. ¡Ay Ofelia…! Que fácil sería el seis, si el siete no fuera necesario. ¿Cómo pude? No pude hacerte entender. No manejé bien tu variable en mi estrategia. No eran malas mis intenciones… y la distancia no ayudó… (Continúa) Si cumplo con los otros, el siete se va a dar solito. Esa es mi verdadera redención. Cambiaré todas mis formas, si soy Rey, seré uno distinto…
(Hamlet, cambia de actitud, toma unos trapos y comienza a limpiar. Recoge, ordena, muy a su pesar. No es el apego al trabajo uno de sus atributos. Trabaja sobre el desorden que reina: cadáveres, armas, copas derramadas, estándares desgarrados, charcos de todo tipo de fluidos. Se da cuenta que está solo en el salón. Suelta al aire algún sonido, le sorprende la resonancia de su eco. Hamlet limpia mientras tararea una canción, alegre)
Hamlet (Atareado): Qué difícil es emprender tarea alguna, siempre, en inferioridad de condiciones. Va uno disminuido, y ya predispuesto al fracaso, no por falta de ánimo, sino más bien abatido porque conoce su realidad, sus flaquezas… ¿Para que ir entonces? ¿Ir directo al fiasco seguro? (Encuentra otra espada. Trata de dominarla pero no lo logra) Me tocan tareas inmensas, siendo yo tan enclenque, o estando en inferioridad de condiciones ¿Y si esto ocurre porque en realidad no soy el protagonista, sino más bien el segundo o tercero que debe morir en manos de él? Quizás me esté empeñando en triunfar cuando mi destino esquivo sea morir en manos del intérprete principal. La pelea siempre es despareja para los que pretenden justicia. Como me gustaría morir (otra vez, definitivamente)… (Apunta la espada hacia su corazón) “Morir… es como dormir… sepultar todo en un sueño profundo”… ¡Es un sueño terminar así! ¿O no? Que todo se acabe en una sensación de cobijo y un cerrar de ojos. Si la vida es una pesadilla, la muerte que sea “otra forma del dormir”, o un despertar definitivo a una vida real, distinta… Sería lo mejor despertar hacia otra vida, entonces. Sin escapar… Esperar que esta realidad-quimérica se transforme mágicamente como ocurre en el soñar…, tomando extraños caminos. ¡Qué bien se me dan estas reflexiones! (Levanta un trapo mojado y lo revolea por ahí. Deja de lado su postura actual, y vuelve a pretender ser mas) Yo no estoy hecho para estos quehaceres. ¡Soy el Rey, qué tanto! La muerte nunca puede ser la solución, ya que las soluciones conducen a un estado mejor, y no a la nada misma… ¿Qué digo?… No es razonable que yo diga eso cuando he sido visitado por dos muertos-vivos. Mejor no volver a contar que los muertos me visitan, que sea mi secreto, y el de mis muertos-vivos (Abatido) ¡Qué difícil es escucharme, joder! Me hablo pero no me entiendo. Y cuando me entiendo, no me hago caso. Confió en mi criterio, pero tomo otros rumbos distintos a los que yo mismo me trazo. ¿De qué sirve hablarme tanto a mí mismo…? (Sonidos) ¡Puta madre,… qué misión me has dado! (Vuelve al orden y la limpieza en un visible estado conflictual) ¿Y si me mato… y desaparezco…y que todo se vaya a la misma mierda?… ¿Qué puedo perder, andar por ahí con mis progenitores de la mano como un trio fantasmal? ¿Si desaparezco, pero resulta que “no desaparezco” y el que me voy a cagar a una turbia inexistencia soy yo? Acaba de pasarme. No morí, y acá estoy… limpiando, cargando con otra misión. Mejor no volver a intentarlo. (Deja de trabajar) “Otro Hamlet” ¡Fragilidad, tienes por nombre… mi nombre! (Grita) ¡Redención! ¡Re-den-ción!… ¡Qué pobre e infeliz soy, carajo! El hijo de un rey asesinado, una madre muerta en forma fatal, un huérfano, un penitente, un justiciero, un enamorado… ¡Ahora convertido en un pobre fregón!… (A quienes respeto desde su digna tarea. Es propio de un soberano contemplar estos detalles) Vivo envuelto en dicterios y preguntas, maldiciendo, y desahogo mi corazón como la haría la más vulgar de las putas (Otra noble actividad que merece el mayor de mis reales respetos)… ¡Qué vergüenza!… ¡Fuera escrúpulos! ¡Sacaré todo lo malo de mí en un grito de desahogo! (Grita, de frente, hasta quedar exhausto) ¡Soy otro Hamlet!
Aquel trovador (despojado de su rol inicial):“… Nótese que el príncipe esté desmedidamente incomodo por la sola razón de tener que trabajar. Es evidente que lo suyo no son la tareas, sean nobles, caballerescas, domesticas, serviles o de cualquier tipo. Básicamente no teme por la misión, sino más bien por el “Manos a la obra” que ella implica…”
Tercera Escena
Hamlet: ¿Puedo yo confiar en mi madre? ¿Mi madre, como fantasma?… (Al aire. Como buscando enfocar su grito hacia un lado correcto) ¡Tenes razón, madre!: Es de loco y criminal derramar la sangre de un hombre, cualquiera sea. Debo redimirme. También, es horrible enterrar a tu marido, mientras retocas tu nuevo vestido de novia, para casarte con su doliente hermano… ¡Pero no son horas de reproches!… (Enfoca su grito hacia otro lugar) Supongo, madre, que al redimirme “yo”, por interpósita persona también te redimo a vos. Pudimos habernos ahorrado toda esta “Burocracia Redentora” si: “Pudiendo gozar de las delicias de un pasto delicado en este hermoso prado no hubierais caído en un cenagoso pantano, para cebaros de inmundicias…” No sé si soy tan culpable de todo como vos me recriminas, o un efecto de los males que azotaron éste Fétido Palacio (Transición) ¡No es momento de recriminaciones! ¡Hablo pero no me escucho, carajo! “Manos a la obra”
(Aparece de la nada Gertrudis, sonriendo por el asombro)
Hamlet: ¡…Mamá, qué susto!
Gertrudis: No sos el primero en decírmelo. No me interrumpas, de ser posible, mientras te comento las vicisitudes de las que me he enterado. No sabemos de cuánto tiempo dispongo antes de volver a desaparecer, así que aprovechemos siendo efectivos. He podido recorrer muchos recovecos del reino, gracias a éste mi nuevo (extraño y entretenido) “estado”. Esta especie de omnipresencia resulta muy atractiva. Esta muerte, este tipo de muerte (sin muerte), vale como precio ante semejante don… ¡Es muy cómodo, liviano, y practicable! “Fascinante” diría. Es como una superficialidad muy grata, un estado etéreo provechosísimo…
Hamlet: ¡Mamá…, te dispersas!
Gertrudis: Sí,… me disperso…, me disemino,…, me esparzo…, me disgrego… me deshago… (Autocensura) Es sorprendente la cantidad de cosas que creía saber, Hamlet… y que no sabía… ¡No sé nada!… Las opiniones que la gente tenía sobre nosotros… ¡Miserables!… ¡Falsos! ¿Qué le hemos hecho a esta gente? No hemos hecho nada más…, que pensar en el bienestar del reino en el que habitan. Las grandes decisiones, conllevan grandes errores. ¿Qué pueden entender detenidos en esas diminutas vidas? “Vidas pequeñas- problemas pequeños”… Grandes responsabilidades, merecen grandes recompensas… Peor es no correr riesgos y no hacer o ser nada. Hablan de nuestra riqueza y de sus pobrezas, como si fueran temas simples de tratar… ¡Qué más quisiera un soberano,… que su responsabilidad sea solo tener que enterrar una semillita, regarla y… esperar… esperar… sentado… hasta recoger bajo el sol, en medio de canticos y algarabía,… los frutos que la tierra da! (Indignación real) Los soberanos creemos que se nos cuentan las cosas, pero resulta que no… ¡Qué falta de franqueza…! ¿Se puede convivir así en armonía? Conocí la horrible opinión que de mí se tenía: “Una mujer vacía… ambiciosa…codiciosa… glotona… inescrupulosa…promiscua…lasciva… puta… cruel…”
Hamlet: ¡Mamá!… No digas eso de vos…
Gertrudis: ¡Ellos lo dicen de mí, querido Hamlet!… ¡“Nuestra gente”, “Nuestro Pueblo”! He oído ciertas cosas de este joven Laertes al cual le has dado muerte… (Sonríe)…
o quitado vida. Parece que era muy querido. No así tu tío, mi segundo difunto marido, el Rey. Una de cal una de arena. ¡Qué desequilibrado todo…! Quieren a un don nadie y desprecian a su soberano. A Polonio casi ni lo tenían en mente. Lo de Ofelia tomó tonos poéticos y míticos, muy bien ganados, que te perjudican…, mucho. ¡Ay Ofelia!
Hamlet: ¡Mamá, por favor…, con Ofelia…, no! Duele y no hay remedio.
Gertrudis: Sí, hay cosas que son difíciles de reparar…, por eso es recomendable no jugar con ellas. Supongo que eso marca la vida de los sensatos, los diferencia de los déspotas, los egoístas, y los ególatras. Todos finalmente, de alguna forma, terminamos cargando con alguna Ofelia en la conciencia…
Hamlet: ¿No te apersonaste para hablarme sobre algo en particular?
Gertrudis:… ¡La Espada, claro! (Se toma un instante para rectificar el caudal de recuerdos) El herrero que forjara las últimas espadas que requiriera el Rey Claudio… (Pausa extraña) El herrero… Un hombre simple, con actividades cotidianas (simples)… pero muy atractivas. La llaneza de las mismas, es aplastante, pero al mismo tiempo hipnotizante. Esa forma de ritual monótono lo hace todo tan similar a una danza,… un minué de movimientos repetidos cargados de cierta hermosura. Una rustica celebración… que va más allá de los impactos, las chispas, la brusquedad… y la simple creación de algún objeto mortífero. Tendrías que verlo (algún día tendrías que tomarte un tiempo para esas cosas… ver un mundo más allá de vos) Verlo es… Se asoma a su patio trasero, todas las mañanas, apenas alumbrado por una mínima penumbra color miel,… con un cuenco en la mano, cascado, desangelado… Sus ojos semi cerrados,… como negados a ese entorno, parecen aun dormir… no querer despertar. El agua de ese pobre cuenco llena parte de otro, aun mas achacado, que colocado sobre un costado de la puerta, en el cual matará su sed lo que queda de un viejo perro maltrecho. El herrero lo acaricia por un instante, en una mínima (pero gigante) muestra de rasgo sentimental…, hasta que el can vuelve a recostarse sobre una lonja de rayo solar. El resto del agua es volcado sobre una hermosa maceta de terracota en la cual un vigoroso malvón resiste todo contratiempo, todo clima. El fucsia de esos pétalos es lo único colorido en el lugar… (Recuerda, sonriente) Este simple hombre, levantó su mirada y se encontró conmigo, con lo que soy ahora. Yo abrí mis brazos, ni siquiera sé por qué. Sus ojos repentinamente se abrieron, mucho… muchísimo. Arrojó todo lo que tenía en las manos, se postró ante mí,… ante lo que soy ahora. Yo pensé que esto se debía a mí noble condición, pasada… o en la actual, ya que sigo siendo su Reina. Pero me equivoqué. Este simple hombrecito comenzó a orar en mi presencia, a pedirme distintos tipos de favores y perdones… Tomó, sin levantar la vista, una de las tres flores del malvón, y las depositó sobre mis pies descalzos. Canturreó alguna canción pagana, horrenda… y se desplomo en medio de susurros, y rezos. Yo traté de no inmutarme para no generar en él ningún tipo de expectativas. Luego, se puso nuevamente de pie, evidentemente porque había terminado de orar, o porque ya sus castigadas rodillas le pedían clemencia. Permaneció un instante mirándome, esperando que yo desapareciera, cosa que no sucedió… ya que yo no sé cómo hacerlo. Viendo que no me retiraba, retrocedió de espalda, sin dejar de mirarme con devota admiración, hasta ingresar nuevamente en su taller. Ahí pude aflojar mi quietud, y tomar una posición más cómoda. Como tengo la posibilidad, por mi actual condición, de atravesar lo material, ingresé sin más en el recinto-taller. Traté de que este gentil hombre no me viera, otra vez, para que no se volviera a repetir tan insólita e incómoda ceremonia. Él estaba en plena faena, frente a un gran brasero, con un delantal de cuero, que evidentemente viste para cubrir alguna de sus partes “más nobles” (Siempre suena gracioso que a los huevos de un hombre se le diga “nobles”, sin que tengan ningún tipo de cercanía con algún linaje) Él no viste más ropa que este rustico mandil, unos calzones de lienzo, y unas botas sobadas. Todo gris, con algunos destellos de un marrón apagado. Es incalculable su edad. Es bello su cuerpo, se lo ve fuerte, con músculos marcados. Parece que sudara algún líquido gris, ya que está todo cubierto de esa particular sustancia. Cada tanto extrae del caldero un enorme hierro, muy caliente, con la punta en vivo fuego, al cual aporrea con una maza enorme que levanta con “esos fuertes brazos, que te nombre con anterioridad…” Con cada golpe parece que se estremeciera el mundo,… yo me estremecía, no lo niego… Un temblor que comienza a sentirse desde el piso, y que recorre y persiste como un hormigueo amable. Una tarea bestial, llena de rojos y fuego…y chispas… y calores. Es una escena bellísima, a pesar de lo rudimentaria… No sé por qué razón, todo me parece hermoso en todo ese quehacer,… incluso él…
Hamlet: ¡Mamá…! ¿A qué va toda esta cháchara sobre el herrero?
Gertrudis: ¡Ivar, es su nombre! (Trata de componerse) ¿Qué está pasando por esa cabeza tuya, Hamlet? ¡Siempre buscando el lado turbio de las cosas más sencillas! Este hombre, Ivar…, por lo que he oído, es el forjador de las espadas preferidas del difunto Rey (Claudio)… Por lo tanto es el hacedor de las dos últimas requeridas por él. Espadas gemelas,… por algún capricho real. Una era un regalo para ti (la que usaria Laertes en una contienda-juego, contra ti). La otra, su gemela, seria obsequiada al Príncipe Fortimbras (ahora rey de Noruega y puede que de Dinamarca), en cierta reunión cumbre que se llevaría a cabo para apaciguar los aires de guerra…
Hamlet: ¿Hubo una confusión en la entrega de las espadas?
Gertrudis: No lo sé…
Príncipe: A mí (en realidad a Laertes) le llegó la espada “no envenenada” y a Fortimbras la… envenenada…
Gertrudis: No lo sé…
Príncipe (Exageradamente asombrado): ¡La espada envenenada está en manos del rey de Noruega… el mismo que detenta mi trono… o… ya lo tiene!
Gertrudis: No lo sé… (Desaparece)
Aquel trovador (despojado de su rol inicial):
“… Mi propia sinopsis de lo ocurrido hasta aquí: Claudio en su carácter de Rey de Dinamarca, ha enviado forjar dos espadas. El tal Ivar fue el encargado de dicha tarea. Una de las armas debía ser entregada al Futuro Rey de Noruega (Fortimbras)…, en algún tipo de reunión-paritaria, en la que se pretendía lograr la paz entre ambos estados. La otra, gemela, le sería entregada a Laestes para que con ella matara al desdichado Hamlet. Laertes ha envenenado la espada que utilizaría en ese duelo-lúdico. Luego de adulterarla, la ha guardado en un lugar poco seguro (un acto irresponsable). Algún lacayo, confundido, volvió a tomar la espada y la ha vuelto a unir con su gemela. Laertes, al intentar recuperar la espada que iba a utilizar en la contienda-juego, confundido por la enorme similitud entre ambas, tomó la equivocada (quizás en un apuro) “La Tal Espada No Envenenada”. Hamlet, de pie, es la prueba viviente de que no se ha utilizado en dicho duelo el arma intoxicada. La espada, entonces, ponzoñosa debe estar por ahí perdida, y su hermana gemela inofensiva más allá de su punta y filo está bajo la tutela de Hamlet…”
Cuarta escena
Hamlet (Un destello de brillantes lo atraviesa, mientras observa la espada): Esta no es la espada envenenada, sino su gemela… ¡Por lo tanto: la espada envenenada está en manos del Rey de Noruega (Fortimbras)!
¡Se me dan muy bien esto de las conclusiones! (Queda a la espera de otro brillante destellos que lo atraviese. Pero esto parece no ocurrir) ¿Será así?
Gertrudis (Reaparece): No lo sé… (Otro tema la ocupa)… Al haber muerto el Rey (otro Rey) quedo yo, otra vez, viuda. Disponible… ¿Y s i esta vez lo hiciera con algún hombre real, normal, sin linaje, ni abolengo, sin títulos…? (Más segura de sí misma)… ¿Sí ese tal Amor Platónico realmente existirá? Un amor esencialmente puro, desprovisto de pasiones, o segundas intenciones. Sin contactos… Sin intercambio carnales…., materiales, efímeros y falsos. Desinteresado, ilimitado, basado solo en la virtud. ¡Es más! Encontrándome en el estado de enamoramiento que me encuentro… después de conocer a este herrero (Ivar)… no dudaría en reunirme con el Rey para aclarar este tema y explicarle que es otro el que gobierna hoy mi corazón… Él me entendería, ya que la muerte ablanda las mentes…
Hamlet
(A desgano le sigue la corriente): La muerte hablando los corazones, pero no los espíritus… ¿A cuál de los dos consultarías?
Gertrudis: Supongo que al último (Claudio)… Con tu padre la cosa acabó cuando enviudé de él… (Queda vacilante) De Claudio, también enviudé. Están ambos en las mismas condiciones. Supongo que sería corrector llamar a un conclave, reunirme con ambos reyes… ¿Podrías ser testigo y parte de este debate?
Hamlet: Creo que una reunión familiar de este tipo no sea… (Cae en la cuenta de algo. Atravesado una vez más por algún brillante destello) ¡Es brillante, Madre mía!
Gertrudis: ¡Así es!…
Hamlet
(Exultante, ha caído en la cuenta de algo): ¡No es por lo que crees madre!
Gertrudis:… El amor se abre camino, no hay nada que lo obstruya… ni los escalones sociales, ni los contratos formales. Cuando se hace presente hay que dejarlo fluir. Estancado el amor mata, muere. Quizás mi estado actual, no la soltería ni la viudez sino la muerte, sea un impedimento para enfrentarme a mi actual enamorado… Pero… debe existir una “forma del amor” que nos satisfaga a ambos… Una relación espiritual…
Hamlet: ¡No es el tema del amor el que me entusiasma! (No te quito razón) Lo que me pareció brillante es la idea de ver a los reyes reunidos… Y ahí nace mi idea, para una posible solución… Me has hecho caer en la cuenta que aquella “Reunión entre los Reyes”, nunca se llevó a cabo. Claudio y Fortimbras nunca se reunieron… ¿Me seguís?
Gertrudis: No mucho…
Hamlet: Nunca se realizó la entrega de “La Tan Nombrada Espada Envenenada” nunca fue entregada al Rey de Noruega… ¡Ahí esta nuestro camino a seguir!
Gertrudis: ¡Tu camino a seguir, Hamlet! Por el momento me aquejan otros temas… ¡Perdón por mi egoísmo!… (Roza levemente la mejilla de su hijo) Ivar, el herrero, se muestra bastante encantado ante mi presencia, ya que me supone como alguna deidad, virginal, milagrosa… Por lo tanto no cuentes con la idea de que yo me presente ante este hombre como la Vieja Reina muerta,… aparecida como un fantasma para ayudar a mi hijo a que se reivindique o logre una posible redención… (Atravesada por un brillo de humanismo) ¡Quizás sea esa mi misión! Acompañar a un hombre, simple, en el derrotero de su escueta vida, protegiéndolo… queriéndolo desde otra dimensión… “Un ángel de la guarda” Yo amándolo y cuidándolo, y… él sintiéndose amado y protegido por mi… pleno…
Hamlet: Puede que tu herrero sepa algo del destino de la “Tan nombrada Espada Envenenada”. No voy a pedirte que lo interrogues, debo tomar este toro por las astas… Yo mismo voy a visitarlo… Creo seguir teniendo el imperio suficiente como para poder exigir algo,… en este caso: la búsqueda de esta “Tan mencionada espada envenenada”
Gertrudis: ¡Háblale de mí, Hamlet, querido!
Hamlet: No sé si sería lo más indicado…, madre.
Gertrudis: ¡No cambias más, carajo! Seguís siendo un crio malcriado y celoso. Lo único que te pido es que le hables bien de mí, no que me consigas una cita, o que oficies de celestino… ¡Madurá, Hamlet! Supongo que eso también es parte de tu “tan mencionada redención”.
Hamlet: No sé en qué contexto, pero intentaré realzar, sutilmente, tu imagen ante Ivar, herrero.
Aquel trovador (despojado de su rol inicial):
“… Hamlet va en busca de la “Tan Mencionada Espada Envenenada”. Para que La historia tenga un colofón feliz deberían cumplirse algunas de estas opciones:
- Que Hamlet, gracias a los datos que le diera amablemente Ivar el herrero, o aquel lacayo encargado de las entregas, encontrara rápidamente la espada, la cauterizara, y se la obsequiara a quien creyera merecedor…, o digno portador… (No sería mala idea que ese fuera Fortimbras)
- Hamlet, gracias a los datos que le diera amablemente Ivar el herrero, o aquel lacayo encargado de las entregas, encontrara rápidamente la espada, la cauterizara, y la enmarcarla para colocarla en un lugar estratégico del palacio para que todo puedan apreciarla y así esta misma sirviera como un buen ejemplo de “algo”.
Pero, las anteriores opciones no se dan, ya que Hamlet no logra dar con la espada, tan mencionada, ni con ninguna otra similar. A pesar de haber existido las reuniones con el herrero y el lacayo. No está en el palacio, ni en las cercanías, probablemente ni siquiera esté en Dinamarca…”
Quinta Escena
Hamlet: El herrero me ha comentado que las espadas fueron entregadas, por el mismo, al guardián de armas. Confirma los destinos originales: una para obsequio, otra para un duelo-lúdico. Según sus dichos, en base a corrillos de palacio, las espadas desaparecieron de la vista de aquel guardián, pobre hombre, costándole el cargo y la cabeza, o viceversa… Lo único seguro es que soy el posesor de una de ellas… (Transición) Deduzco que su gemela ha sido entregada al Rey de Noruega. Hay un chimento muy interesante (vox populi), una fábula fantástica que recorre las calles…
Aquel trovador (despojado de su rol inicial):
“… Desde que recibió la espada el joven Fortimbras (Rey de Noruega) no deja de matar contendientes con una facilidad espasmódica. Lo que le ha procurado una fama de gran duelista,… bordeando lo irreal. Sus súbditos y allegados no solo lo aclaman como su soberado, sino que casi le otorgan dones sobrenaturales… como una deidad… Se dice que: el joven, y fortificado, Fortimbras está tan agradecido con Dinamarca a raíz del regalo que ha recibido de esta nación… que por esa misma ha retrasado su inminente invasión… ¡Pero!… se comenta, que al enterarse que el Príncipe ha matado al hombre (El Rey Claudio) que le regalará semejante espada, no deja de pensar en el día que pueda batirse en duelo con él… liquidándolo, vengando al Tan Generoso Rey Claudio…”
Hamlet: ¡Pero son solo chimentos!… A Pesar de que la no-invasión a Dinamarca parece una realidad irrefutable. Todo esto me lo enteré gracias al herrero (Ivar), que se dirigió a mí como si yo fuera un simple fontanero, y no su actual Rey. Poco respeto parecía mostrarme, ya… Y ese poco se fue trasformando en casi-nada cuando en un momento dado y sin ningún tipo de explicación razonable (ni lógica), yo comencé a hablarle maravillas de mi difunta madre… Ivar (el herrero), me corto en seco, sin tomar en cuenta con quien hablaba (o sabiendo que estoy flojo en mis poderes monacales), para decirme lo siguiente:
Aquel trovador (despojado de su rol inicial) (Recreando a Ivar): “… No me hable de esa mujer… Un ser despreciable (no digo puta, para no desmerecer a quienes no lo merecen) que se acostó con el hermano de su difunto esposo… y… que no sobrevivió al veneno que tanto escupió y del cual por lo visto no era inmune… ¡Gracias al Creador que, cada tanto, nos libra de estas alimanias! Igualmente, no hay que festejar… pues ya vendrán otros a ocupar esos indignos aposentos… Esa señora, si hubiese sobrevivido, seguro ya estaría preparándose para zambullirse de cabeza, o con la parte que mejor le plazca, en la cama del próximo monarca… Desesperada por casarse otra vez con algún que otro pariente político que ande por ahí… o con el mismísimo enemigo…”
Hamlet: Escupió el piso…, sin siquiera tomar en cuenta que hablaba de mi difunta madre.
(Gertrudis re-aparece de la nada)
Gertrudis: ¡Herrero de mierda! ¡Ordinario!… Gente común tenía que ser, sin ningún destaque en particular…. Por esa razón no salen de esas esquinas oscuras en donde habitan, escuálidos, grises…
Hamlet: ¿¡Ahora tendré que batirme a duelo con el Rey de Noruega…!? El que gane se quedará con esa “Mierda de Tal Tan Nombrada Espada Envenenada”… y yo, por fin, quedaré redimido… o lo que sea… ¡Qué misión brava, madre mía! Apostaría la “Tal Tan etc…” A que pierdo como un novato frente al poderoso, y ahora “sobreestimado”, Fortimbras…
Gertrudis: Hace lo que creas conveniente, hijo. Creo que ya he cumplido lo mío… ¡Así lo espero!… (Desaparece) ¡Herrero hijo de puta!
Colofón real:
Aquel trovador (despojado de su rol inicial):
“… Fortimbras acepta el duelo con Hamlet… No tarda más de cinco minutos en atravesar… Es realmente hábil con la espada, no se trata solo de pura fama o agregados míticos. Entra la punta por el costado izquierdo, a la altura de la cuarta costilla de Hamlet, cortando el cartílago costal como si fuera un hilo, atravesando el ventrículo hacia arriba hasta afectar en un desgarro a la arteria pulmonar izquierda, provocándole una herida mortal que no lo llevará directo a su deceso. Solo le otorga unos segundos para poder entregarnos un monologo final…”
Hamlet (Con voz sufrida. Agonizante): Me dejo morir en paz… Ni me quejo… Dispongo de poco tiempo, lo sé. No estoy satisfecho, pero sé que era este mi destino final, lo que se me venía… Después de todo mi vida es, fue y será, una tragedia… (Por más veces que vuelva) “Alea iacta est”… Solo era cuestión de tratar de dejar las cuentas un tanto más claras, antes de mi partida final (final, final)… Pido que de ser posible, que alguien me remate… Para que no vaya a convertirse en algo perversamente cíclico esto del regreso…
Aquel trovador (despojado de su rol inicial):
“… Lo más curioso del caso es que Fortimbras no lo mata con “la tan mentada espada envenenada”, sino más bien con otra medio herrumbrada y con poco filo, que ha pedido a uno de sus allegados, a las apuradas, como quien pide un pincho para estocar un trozo de jamón. Según parece ha dicho el Rey de Noruega y Dinamarca: “No vale la pena usar mi Espada Especial para terminar con la vida de este “pedacito de mierda (en noruego)”. Quizás el exceso de confianza lo ha vuelto muy superior en la batalla ante un menoscabado Hamlet; muchas veces la autoestima nos juega en contra. Fortimbras termina de apoderarse de Dinamarca, ha trabajado y ha matado mucho para ello, parece merecerlo. Hamlet queda muerto por ahí durante un tiempo, hasta que alguien se apiada de sus restos y los entierra cerca de aquel rio en el cual muriera la tan poco mencionada, a pesar de merecerlo, Ofelia. Gertrudis se desvaneció, inmersa en odio, despecho e insultos. Es muy probable que, desde algún plano espectral, haya sido testigo del destino final (final) de su hijo. Esperemos que no.
Ah… Y la “Tal Tan Mencionada Espada Envenenada” quién sabe dónde pudo haber ido a parar, si es que alguna vez alguien la tuvo en su poder. Seguramente seguirá matando inocentes, como suelen hacer las “Tan Nombradas Espadas”… empuñadas por los hombres, siempre tan envenenados…”
FIN
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