El hombre triste

El hombre triste

Julio Masi

03/05/2021

El Hombre triste

Entré por la ventana abierta.

El viento silbaba de manera desafinada llevando gruesas partículas de tierra que entraban sin permiso por todo el inmenso comedor mientras las celosías se golpeaban como si se tuvieran odio, el hombre se levantó de la silla y cerró los postigos. Se quedó mirando por las hendijas de madera el despliegue coreográfico de las ramas de los árboles que iban y venían.

Silencio. No divisé a nadie cerca, al parecer el hombre estaba solo. Se sentó nuevamente y garabateó palabras en un papel blanco. Largamente las miró mientras con una mano se tocaba los ojos, llorar. Dolor.

“Estoy llorando querida Isabel, mis días se han vuelto largos y tediosos, los chicos ya casi no vienen ni preguntan como estoy. Pienso en vos. Te fuiste en primavera con ese azul del cielo que tanto te gustaba y el aroma del tilo floreciendo, fue triste la despedida, te odié mucho al principio, hasta que empecé a darme cuenta que nunca más estarías a mi lado es entonces que comencé a necesitar escuchar tu voz, escuchar tus ruidos, necesitar tu sola presencia”

Vi que dejó de escribir y se levantó de la silla, todavía no me ha visto, traté de no hacer mucho alboroto. Se dirigió a la heladera, con qué me sorprenderás hombre triste. Vi que sacó un plato con fiambre y una bolsa con pan de molde, se preparó un sándwich, me sobrepuse a mis instintos, aun no es tiempo, dejaré que queden las migas y ahí si iré a buscarlas.

“Desde que me jubilé las cosas no han ido bien, no hago nada, me levanto y me quedo sentado en la silla esperando algo, un ruido que me haga levantar de éste trono quejumbroso y aburrido…”

El hombre se dirigió al pasillo. Llegó hasta el final y abrió una puerta, lo seguí sin que se dé cuenta, su olor a transpiración y suciedad me seducía y me instaba a acercarme, pero no lo hice, seguro lo tendré para mí en el momento menos pensado. Fue al exterior, el ruido del viento se contrastó con el silencio del comedor. Yo me quedé por las dudas, después estando afuera tal vez no pueda entrar. Regresó con una soga y fue al comedor, mientras con sus brazos tensaba y tensaba la soga como probando su resistencia. No entendí que es lo que quería. Dejó la soga en la mesa y se sentó nuevamente en su lugar donde están esas hojas blancas de papel.

“Isabel, sabés que el otro día me dieron una medalla en el trabajo por jubilarme sin tener llamados de atención ni faltas graves. A mí me gustaba trabajar, me gustaba la oficina y el trabajo administrativo. Los compañeros, bueno uno no los elige, no hice amigos, si los respeté y me respetaron. Terminé mi vida laboral sin problemas…”

El viento sigue arrasando el lugar y no da tregua, la puerta del fondo se abrió abruptamente haciendo que cayeran adornos colgados en las paredes, divisé desde aquí un plato en donde un paisaje está partido al medio, también una cuchara de esas de cerámica en donde el mango está diseminado por todo el piso, el Hombre triste bufó, cerró la puerta, luego, tomó una escoba, una palita, levantó los pedazos y los tiró en un baldecito con una bolsa en su interior.

“Isabel, se rompieron los adornos que compraste en Córdoba, se abrió la puerta con el viento, si estuvieras aquí me dirías: cuando vas a arreglar la cerradura de la puerta del fondo que se abre con una mínima brisa. Se rompió ese platito con el paisaje de La falda y la cuchara de cerámica, vos los querías mucho, me acuerdo que vos clavaste los clavitos y yo te pedí insistentemente que me lo dejaras hacer a mí y vos no quisiste: yo puedo, dejame a mí, me dijiste, aun resuenan los golpes aquí y allá del martillo y ahora esos adornos son solo migajas, como mi vida, Isabel…”

Sonó el teléfono, el hombre triste lo observó y se pasó la mano por la cara, no se decidía a contestar, al final lo hizo.

-Hola, si él habla…no tengo ahora…qué…no, no tengo…si me esperan…si ya sé que les deb…sí, bueno, ahora no tengo…, hacé lo que quieras, pedazo de hijo de puta. Colgó, una, dos, tres veces, golpeando el teléfono, con furia, como queriéndolo romper. Ni me moví, he aprendido que en estos casos es factor de riesgo interponerse ante un humano con ataque de violencia. Las lágrimas cayeron por sus mejillas, miró la soga, mientras tanto me abalancé al plato con las migas. El hombre triste pasó la soga por unas de las vigas del techo, antes se subió a una escalera alta de esa tipo tijera y con un extremo hizo un nudo, en el otro extremo hizo otro nudo extraño, que se lo pasó por el cuello varias veces. Se subió ahora a una silla, tomó el extremo de la soga y se lo pasó por el cuello y ahí me di cuenta, se quería suicidar, no lo podía permitir, no sé porqué si al final siendo cadáver también me gustaría más, pero no, no podía morir así tan triste y silencioso, entonces lo ataqué con la mayor potencia de mi zumbido, molesto e insistente, el hombre trataba de espantarme, me posaba en su ojo, en sus manos, en su frente transpirada, zumbaba en sus oídos, en ese agujero oscuro que tienen para escuchar, él mientras, gritaba con furia, yo zumbaba como nunca antes lo había hecho, hasta que le bastó un golpe de palmas, sonó terrible, un ruido seco, metálico, inmenso y quedé atrapada, con un tincazo me sacó de su mano y me mandó al piso, vi como pateaba la silla y como su cuerpo se movía de un lado a otro en violentos estertores, hasta que se quedó quieto, todo se volvió silencioso otra vez, ya no podía escuchar el viento, traté de mover las alas, pero fue imposible. Ya no hay ruidos, tampoco sonidos de ningún tipo, ni para el hombre triste, ni para mí.

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