Llamarnos humanos es solo una consecuencia de nuestra obsesión con nombrarlo todo, con dominarlo todo. Pero la fuerza que hace palpitar nuestros corazones, la esencia fundamental de nuestro delirio ontológico, es el amor. No somos humanos, somos amor, amor en forma humana. Amor que pretende derramarse sobre la naturaleza dolorosa del mundo. Amor confuso, tormentoso, caótico, impregnado de odio. Amor impuro persiguiendo la purificación. Corre por nuestras venas transformándolo todo, y nosotros a su vez, lo transformamos todo en el mundo.
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