Desde que tengo uso de razón, he visto como la sociedad puede llegar a ser tan destructiva, simplemente imponiendo estándares; generalmente, en las mujeres.
Antes no lo entendía muy bien, más, sin embargo, mi mentalidad no era la de una niña normal. Me sentía como una reclusa a la cual no se le es permitido mostrar sus verdaderos sentimientos.
Me miraba al espejo y veía algo que no me gustaba, no era yo. Era un caparazón impuesto hasta por mis propios padres, lo autodenomine “Muñeca de porcelana”; una a la que, a pesar de los insultos, no parecía importarle nada.
Sufría denigraciones como: “Estás gorda” o “No tienes curvas, así nadie te va a querer” por parte de mi padre y cosas como: “Miren, la cuatro ojos. No vamos a jugar con ella” “deberías broncearte, ese tono de piel no te queda para nada” por parte de mis compañeros y las demás personas a mi alrededor. Nunca decía absolutamente nada; sonreía o simplemente ponía una actitud indiferente. Pero, la realidad es que esa muñeca de porcelana, era frágil como el cristal y se agrietaba fácil y constantemente; lo cual desencadenaría el final de esta historia.
Con el paso de los años, fui observando y entendiendo como funcionaba este retorcido mundo y su gente; aunque me daba miedo enfrentarme a ello, sabía que en algún momento lo tendría que hacer. Notaba que cuanto más crecía, las cosas solo declinaban a peor. Vístete mejor, usa tacones, ponte maquillaje, mantente delgada, agrádales a todos; sé más reservada, ten un tacto delicado; y un sinfín de obsesiones que no tienen sentido.
Así que, mientras más grietas sufría el caparazón, más preparada me sentía para romperlo completamente y enfrentarme a todo lo que estaba viviendo, y lo que iba a seguir viviendo. Un día no pude más; me miré al espejo y me grité: “DESPIERTA”.
En ese instante, como un chip que se quema, sentí un cambio en mi cerebro, en mi manera de pensar y ver el mundo. La muñeca de porcelana, a la que podían manejar con solo palabras vacías, adquirió una nueva personalidad propia, pensamiento racional que podía llevar a cabo por mi misa; pasé de ser la muñequita de porcelana, para renacer como una mujer renovada. Igual a todos.
Comprendí que el dolor me había hecho más fuerte y que al menos, estas personas retorcidas me habían hecho un favor. Empecé a valorarme y quererme a mí misma; aprendí que cuanto menos me importara más libre me sentiría.
Y aunque yo salí sola de aquel abismo, no tiene que ser así para todas. En esta estúpida y tediosa época, debemos vestirnos de empatía y sororidad.
Que esto sea un aliento de esperanza. Quiérete, nadie más lo hará por ti. No tienes por qué esforzarte demasiado, no tienes que cambiar nada. Solo levántate.
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