El universo de la literatura blanca
A propósito de mi novela “Lo más íntimo de la tierra”
Por Fernando Baena Vejarano
He escrito una novela que no sé cómo clasificar. “Lo más íntimo de la Tierra” es una
novela de ficción escrita a modo de bitácora sobre un viaje al interior de la Tierra hueca,
que siete expedicionarios inician en el polo sur. El viaje no resulta como esperaban. La
misión que tienen es más psicológica que geográfica. No es ciencia ficción, no es
realismo mágico, no es novela histórica y no es ficción histórica estrictamente hablando.
No parece pertenecer a algún tipo de literatura que se esté produciendo en Colombia y
por supuesto no trata de la violencia en nuestro país, ni de la historia de algún capo,
algún secuestro o algún desplazado. De hecho no es una novela sobre temas
colombianos, excepto por el hecho de que refleja las vidas de seis colombianos que ya
no viven en su país. El escenario de mi novela es, en realidad, el mundo. Las literaturas
nacionales son cada vez más difíciles de sostener en un mundo que se ha globalizado, en
el que hay que procurar cada vez más que los lectores se sientan parte de la humanidad
como un todo, porque ya es así, en red y en unidad, como son las cosas. Espero haberle
dado vida a mis personajes. Son seis colombianos y un inglés, unos neohippies
poliamorosos, mochileros , que viajan a India y se conocen allí. Mi novela le exige al
lector que no solamente entretenga la imaginación sino que se plantee preguntas
metafísicas y enigmas arqueológicos.
Hay varios elementos que nos pueden servir como brújula para intentar darle un lugar a
mi novela. El primero es el de la pasión por los temas de geografía sagrada. Ustedes tal
vez no han oído hablar tal vez de la geometría sagrada ni de la una geografía sagrada.
La segunda es una disciplina que se pregunta por todo lo que la geografía tradicional
descarta como tema válido en el estudio del planeta tierra: líneas de energía,
localización de ruinas arqueológicas famosas, lugares secretos de valor para los pueblos
de la antigüedad, civilizaciones perdidas, hundidas y ocultas, etc. Y uno de esos temas
fascinantes de la geografía sagrada es el de la teoría de la tierra hueca, que dice que
nuestro planeta no es sólido por dentro, ni tiene un núcleo ígneo e incandescente, sino
un sol interior y una estructura esférica hueca habitable. Este es el primer elemento.
El segundo elemento es el de la historia oculta de la humanidad. Probablemente la
pionera en este asunto fue Madame Blavatski, la fundadora de la sociedad teosófica en
el siglo XIX, en Europa. También los rosacruces y los masones han incursionado en el
tema, pero hay que ir más hacia atrás porque la pasión por las culturas antiguas
realmente comenzó con el emperador Napoleón, un entusiasta del mundo egipcio. Las
aventuras exóticas de los aristócratas ingleses y europeos por los países orientales, por
el medio oriente y África, por las ruinas mayas y otras historias similares que han hecho
eco en películas taquilleras como indiana jones; se remontan a la sorpresa que produjo
saber, cuando se terminó la edad media y los europeos comenzaron a recorrer el mundo,
que la cultura occidental solo era una de tantas. En la edad media se pensaba que la
civilización tenía su origen en Grecia, luego se vio que Egipto era más antiguo, y
después se hicieron excavaciones entre los rios Tigris y Éufrates para encontrar que la
civilización sumeria era la más antigua de todas. Pero la historia oculta de la tierra que
nos contaron los libros de madame Blavatski decían otra cosa: nos invitaban a imaginar
más atrás aun, nos hablan de que han existido cinco razas humanas, y que somos la
quinta subraza de la quinta raza en un proceso evolutivo muy complejo que ha tenido
lugar en el remoto pasado, aunque la ciencia histórica no esté de acuerdo. Por supuesto,
habrían existido otros continentes, el de la Atlántida y el de la lemuria, ya
desaparecidos, en los que buena parte de esas civilizaciones habría tenido lugar. Y antes
de eso, pangea, el continente único, que ya se ha comprobado que existió antes que se
dividiera en los actuales cinco continentes.
De la tierra hueca supe en parte por internet, pescando al azar. Y un tema me llevó al
otro. Vi que la geometría sagrada, la historia oculta, la geografía oculta y la teoría de la
tierra hueca estaban muy ligadas. Aunados a estos está el asunto que ronda en el
ambiente de ciertos grupos interesados por la sabiduría ancestral suramericana. Pronto
me percaté que si yo iba a escribir una novela con todo este material sus protagonistas
tendrían que hacer unos progresos psicológicos que los llevaran a visitar la cuarta y la
quinta dimensión, que son los espacios simbólicos de la esperanza de que el ser humano
pueda ser alguna vez algo más que este error aparente que hasta ahora ha sido en la
historia de la vida.
Por un año no pude hacer otra cosa que leer la obra completa de Zecharia Sitchin, en la
que me embebí como un adicto. El libro “El doceavo planeta” me mostraba un
panorama similar, pero ahora el rigor arqueológico, filológico y el atrevimiento para
postular interpretaciones de la escritura cuneiforme, me llevaban a ver en la obra del
judío de origen ruso una razón más para apasionarme con la historia oculta de este
planeta. ¡Ahora resultaba que la raza humana era el resultado de una mutación genética
producida por extraterrestres venidos a la tierra a quienes la humanidad había adorado
como dioses! No vi que coincidieran exactamente las diversas versiones sobre la
historia oculta de la tierra que tenían diversos autores, y por mucho tiempo esto me
intrigó. Me tensionaba también que otro autor más, Rudolf Steiner, diera una versión
metafísica, a su vez, diferente; especialmente de la historia de la Atlántida y del papel
de Jesus como mediador de la bendición crística en la evolución terrestre. Años atrás le
había echado muela al libro de Urantia, que es todavía más enigmático y de tendencia
bastante cristiana, igual que en el caso de Steiner. Va un poco en la línea de otro texto:
el “curso de milagros” : subvalora bastante la importancia del budismo y del hinduismo,
del islam y del taoísmo, de la sabiduría nativa y de otras tendencias religiosas, a favor
del papel de Jesus como salvador principal de la humanidad.
Pero pensé que tenía que haber una forma de conciliar y de colocar en un todo coherente
cada pieza del rompecabezas. Me fui a la isla de providencia con mi esposa y cuarenta
gigas de información en un computador, y dedique con disciplina todas las mañanas y
todas las noches, por ocho horas diarias, a leer aun más textos relativos al asunto. Pude
además ir descubriendo que el tema de la aeronáutica antigua y de los viajes en el
tiempo había sido de gran importancia para el esoterismo europeo en Alemania y me
introduje en el peligroso escondrijo de la relación que tuvieron los grupos esotéricos
nazis con el tema de los ovnis, los viajes en el tiempo y otros tópicos fascinantes.
Encontré textos de ariosofía hindú: yo no sabía que Hitler había tenido tantos discípulos
hinduistas y eso me empezó a dar escalofríos. Hay excelentes biografías del lado
esotérico del fuhrer alemán, que me alertaron sobre el lado oscuro y el mal manejo de
las ciencias y magias espirituales, además de brindarme pistas para el desenvolvimiento
del tema y de la trama de la novela. JJ Benitez tenía descifrados varios elementos sobre
la teoría de la rebelión luciferina, compatibles tanto con Steiner como con el libro de
Urantia.
Me parece hoy, después de todo el trabajo que puse en conseguir el texto final, que el
proceso creativo de escribir esta novela es un tanto mágico. En realidad, es como si no
hubiera surgido de mí, sino de la enorme cantidad de autores que se han quemado las
pestañas intentando responder a la pregunta acerca de quiénes somos como humanidad,
de donde procedemos y para donde nos dirigimos en pleno siglo XXI, cuando tantos
peligros nos hacen sentir frágiles y necesitados de respuestas. ¿Habrá una tercera guerra
mundial? ¿Ha tenido sentido todo el sufrimiento que la humanidad ha padecido?
¿Forma parte de la evolución del ser humano hacia estados superiores de conciencia que
hayan existido todas las misteriosas culturas de la antigüedad? ¿Tenían ellas tecnologías
superiores a la nuestra? ¿Hubo civilizaciones más espirituales y sabias, y que debemos
aprender de ellas? ¿Hay vida en otros planetas y descendemos de seres inteligentes que
nos modelaron a su imagen y semejanza?
Mi novela fluyó en respuestas a todas estas preguntas, que me parecen validas una por
una. Me cuidé de presentar en la forma más coherente posible los conceptos que se
necesitan para que un lector no familiarizado con terminología metafísica pueda paso a
paso comprender la trama y el tema de la historia. Cuando leí, ya terminado, el
manuscrito final, me sorprendí de haber sido el autor de todo eso. Ví que mi texto
sintetizaba mucha información que, de verdad, me encanta creer. Me gusta mucho mas
creer que no creer. Al mismo tiempo, me advierto a mi mismo a toda hora que no debe
creerse de manera ciega nada en absoluto, ese es un enorme peligro, conduce al
fundamentalismo y a la violencia política y religiosa. Pero creer es una habilidad que
nos hace mas humanos, sobre todo cuando sirve para encontrarle sentido al mundo, para
mantener la esperanza en el futuro, volvernos seres más amorosos.
Yo creo que es muy poco inteligente tanto el extremo del escepticismo que desdeña lo
inusual (como si cualquier idea novedosa fuera por eso mismo falsa) como el de la
credulidad ciega. No se asemejan. Se diferencian mucho. Pero, por cierto, creo que no
solo creo por creer. He encontrado razones para pensar que la historia no fue como nos
la contaron en el bachillerato, y que todo ciudadano inteligente debe dudar de que la
historia sea como se la enseñaron. Hay demasiados enigmas que dejan de serlo si
simplemente reconstruimos nuestro pasado a la luz de teorías históricas alternativas.
Una novela puede ser algo más que ficción siendo simplemente una novela.
Recordemos que todas las de Julio Verne que parecían aventuras fantásticas se
volvieron hechos reales: el viaje a la luna, los submarinos por ejemplo. Recordemos que
las novelas de ciencia ficción del utópico francés se fundaban en sus lecturas de
actualidad científica. Pero mi novela es muy diferente de la del “Viaje al centro de la
tierra”. En mi obra viajar al interior del planeta es meramente un símbolo de una
aventura mucho más valiosa, que tiene que ver, por un lado, con un proceso de sanación
emocional que necesitan hacer los incursionistas, y por otro con la revelación que ellos
obtienen. No sólo me interesa transgredir el dogma geográfico, sino también explorar lo
que sucedería si la historia de la humanidad, como nos la han contado, fuera nada más
que la punta del Iceberg acerca de las civilizaciones y la evolución de la conciencia
humana en este planeta.
No soy el único escritor en usar la teoría de la tierra hueca como escenario, pero como
ya he leído las novelas que se le parecen puedo aseverar que la mía es más propositiva ,
en la medida en que integro lo geográfico, lo histórico, lo psicológico y lo metafísico.
Mario Mendoza escribió “Mi extraño viaje al mundo de Shambala”, publicada por
Arango Editores en 2013. Es un texto para preadolescentes que parece una reiteración
de la ruta que hicieron los personajes de “Viaje al centro de la tierra”, en la que se
trastocan los detalles del viaje, a la colombiana, para hacerle un homenaje a villa de
Leiva y colocar como héroe de la historia a un niño. Mario Escobar Golderos, un
español, ha escrito la saga “Misión Verne”, en la cual se repite también, casi que
literalmente, la travesía Verniana, pero esta vez en el contexto de la Alemania nazi y sus
círculos ocultistas.
No sé si un crítico literario, para volver al asunto de cómo clasificar mi novela, asociaría
mi nombre con el de ciertos investigadores y escritores que respeto y a los que no les
doy ni a los tobillos. Comparto con varios escritores el interés por ficciones históricas
noveladas. Felipe Botaya, por ejemplo, escribió “Tecnología Oculta de la Segunda Guerra
Mundial”. Es una novela sobre el proyecto más importante del III Reich, dirigido por el
General SS Dr. Hans Kammler, que llevó a los nazis al desarrollo de la ingeniería del
tiempo para crear una máquina que viajara a Etiopía y obtener una poderosa reliquia :el
Arca de la Alianza. Su misión: trasladarla a Normandía antes del famoso Día D y evitar
la invasión aliada. Admiro a Miguel Celades Rex , un investigador apasionado del
asunto extraterrestre desde los 14 años, cuando tuvo acceso al documental «Recuerdos
del futuro y Regreso a las estrellas» de Erich Von Daniken y al libro «S.O.S. a la
humanidad» de J.J. Benitez. Es una persona muy consciente de la gran cantidad de
información que los gobiernos ocultan a la opinión pública para impedir que se forjen
con menos especulación y más datos las teorías alternativas acerca de la historia
terrestre. Rudolf von Bitter Rucker es un matemático Americano y autor de ciencia
ficción , fundador del movimiento literario ciberpunk. Escribe sobre física de la cuarta y
quinta dimensión, abducciones alienígenas, el infinito, y defiende la corriente literaria
transrealista que propone mezclar elementos de la fantasía que simbolizan la
transformación psicológica humana, para resolver enigmas científicos.
Sea como sea tengo la esperanza de que, con novelas como la que tengo el gusto de
entregarles , sea posible abrir nuevos caminos . Me parece que la literatura oscura y la
obsesión estética por retratar al ser humano como un error están decayendo ya. Hay
demasiada tragedia. Hay, por ejemplo, un género que ustedes conocen, el de la novela
negra, al que yo me opongo. Yo propongo lo contrario, lo que he llamado novela
blanca. Novela negra es la que se inspira en el mundo profesional del crimen, como la
define Raymond Chandler en su ensayo “”El simple arte de matar”. La caracterizan
personajes oscuros, lenguaje desafiante, antilirismo en la expresión, descripciones de
ambientes degradantes, argumentos violentos, antihéroes, ausencia de personajes
moralizantes, individuos derrotados y deliberadamente condenados al fracaso, interés
por dibujar los peores aspectos del ser humano y descripciones crudas de hechos
abominables. Yo digo que a la novela negra, si vamos a entrar en una nueva etapa, la va
a reemplazar una novela que, por oposición, será blanca. Y que los latinoamericanos,
que no arrastramos el peso de dos guerras mundiales «in situ» estamos mucho más que
llamados a encabezar una óptica propositiva. Ojalá nunca la luz se vuelva tampoco un
monopolio, pero sí que sería terapéutico que decayera la estética de lo oscuro.
Los escritores de la etapa de la historia que está terminando ven al ser humano como un
error garrafal de la naturaleza, un simio que arrastra consigo una baja y esencial
motivación moral. De propositiva que era en el siglo XIX, la novela pasó a ser cínica,
satírica desde el siglo XX, caracterizada por un mandamiento implícito: no moralizarás,
idealizarás ni insinuarás como escritor que tienes alguna promesa respecto al problema
humano, o serás excluido de la historia de la literatura. Hay un gran negocio editorial,
hoy en día, fundamentado en nutrir aun más el pesimismo, el fundamentalismo, la
música pesada y la caracterización del deterioro ético de un planeta imposible ya de
diagnosticar, por lo complejo. Los periódicos amarillistas venden más que los que
intentan el equilibrio. La sangre vende. Cualquier negociante literario sabe usar el sexo
y la violencia para escalar. Hasta el éxito reciente de los mejor vendidos que ahora se
ofrecen en los supermercados es un descendiente directo de la ecuación arte igual
crudeza: se compran muy bien las historias de mujeres que piden ser sodomizadas por
profesionales del sadismo.
Dentro de un siglo habrán desaparecido, ojalá, de la literatura , las leyendas draculescas,
el vampirismo, las historias de zombies. Todo eso entretiene la energía del temor, en
vez de fundar una civilización planetaria del amor. Serán, ojalá, cosas del pasado, las
historias de adictos, asesinos ocasionales, personajes morbosos, misóginos, traficantes,
humor negro, fatalidad ciega, los bestsellers de la pedofilia y el asesinato en serie. Los
lectores de novelas negras, hoy en día, toman como ejemplo de vidas valiosas a los
artistas del pasado que no fueron, precisamente, seres felices y armónicos. En los cine
foros no falta la proyección de excelentes obras del séptimo arte como “La naranja
Mecánica” o “Trainspotting” que sin embargo no creo que siembren esperanza alguna.
Yo las evitaría proyectar en instituciones educativas y entidades promotoras de la paz y
los derechos humanos, para que se difundan en otros espacios sociales encargados de
investigar sobre las más crudas realidades sociales. Todo esto cambiará cuando el arte
sea una fuente de inspiración, alegría, gratitud y esperanza para el ser humano, en el
mejor futuro que confiamos que vendrá. Uno ve estudiantes de literatura que procuran
con todas sus fuerzas adolescentes morir temprano como Rimbaud, ser alcohólicos
como Bukowski, tener problemas mentales como Poe, contraer sífilis como Nietzche,
para obtener el diploma de artistas inteligentes. Hablan muchos del suicidio como algo
glorioso, rara vez ciertas tribus urbanas de adolescentes disfrutan en el arte de un guiño
romántico, de algún ademán bucólico, de cierto coqueteo con la belleza del entorno
natural. En ambientes intelectuales, por otra parte, he visto que los editores se sienten
inseguros de ofrecer otras opciones a los lectores para no bajar de “status”. Si los
personajes del texto no sufren interiormente de principio a fin, si encuentran una salida
para sus problemas, suenan las alarmas: ¡la felicidad, la armonía, la esperanza, no
pueden ni deben definir la percepción estética de la vida! Escándalo: la novela está
enferma, el autor es un ingenuo, el final parece “feliz”.
Y no hay por qué despreciar al escritor maldito, al que tomó como fe personal que vivir
es una tragedia y que el fracaso es una característica inherente de todo aquel que haya
nacido. Pero el problema de una tendencia es que se vuelva un monopolio. El premio
nobel rara vez se ha dado a escritores que resalten de alguna manera las posibilidades
trascendentes de la vida. El galardón ha sido dado rara vez a la literatura de tonalidad
“blanca”, como si solamente cuando se trata del género juvenil e infantil una
cosmovisión trascendente tuviera cabida: Rabindranath Tagore en 1913, Rudyard
Kipling en 1907, Gabriela Mistral en 1945, Hermann Hesse en 1946, Pablo Neruda en
1971. Ninguno de estos escritores dejó de expresar que sufre, que hay zonas oscuras.
Pero fueron afirmativos en vez de quejumbrosos, positivos en vez de displicentes,
creyeron en vez de desistir y no inculcaron la idea de que el tono depresivo era
sinónimo de lucidez estética. Sin embargo, la academia sueca no parece haberse
caracterizado por resaltar a los que optan por cantarle a la vida. ¿O es que eso es
imposible por fuera de la poesía, por fuera de la alegría de la infancia y la confianza de
la juventud temprana? ¿Es imposible la novela blanca para públicos adultos?
Por milenios ha existido la literatura como canto a la vida. La mujer, con mayor
probabilidad que el hombre, sabrá volver a gestar en las tierras de la novela un nuevo
tono que nos levante el ánimo, una espiritualidad afirmativa que supere el panfleto
comercial de Paulo Coelho pero reivindique sin embargo la intención de rescatar al
lector de la moda gótica, del desaliño de las tribus urbanas. Se necesitan mujeres que
prueben que el futuro del superhombre será tener útero y amar la vida por encima de
todas las cosas. En su búsqueda de identidad los jóvenes lectores se merecen algo más
que escoger entre formar parte de los darks, los emos, los skin heads, los frikis y los
heavies.
¿Puede a veces la novela anunciar un camino que todavía no representan los medios de
comunicación, centrados en el amarillismo, en la venta de una realidad que se compra
porque el miedo, el horror y la crueldad consiguen más seguidores que los que quieren
amar lo posible, agradecer lo existente, fundar una espiritualidad afirmativa que bendiga
la vida sobre la tierra? Los prejuicios de la novela negra serán vistos, dentro de un siglo,
tal vez antes, como un síntoma de lo extraviado que estaba el arte de su verdadero y más
profundo propósito espiritual. Las novelas del futuro hablarán de aldeas ecosostenibles
y regiones liberadas del imperialismo globalizado. Surgirán propuestas literarias
luminosas cuando el panorama nacional y mundial se vea más despejado. En las novelas
del futuro surgirán personajes que sin ingenuidad pero con amor abrirán su corazón. Y
espero que mi novela, en ese sentido, ya esté abriendo caminos.
OPINIONES Y COMENTARIOS