– ¿Un curso de acuarela? Así empezó, con la invitación de Silvia. Su concuñada la había convencido qué no había que saber dibujar, que la acuarela era “otra cosa”.
Comprar los materiales fue entrar a un mundo nuevo. El papel, no era cualquier papel. ¿Acuarelas en pastillas o en pomo? Decididas por las pastillas. ¿Cuántas? Diez, veinticuatro o cuarenta y ocho colores. Todavía no había empezado, y ya estaba fastidiada. ¿Para qué le dio cabida a su concuñada? Silvia era insistente, por eso.
Ella no era su amiga, era su par en el universo Gonzalez. Un cuarteto donde la única mujer fue Adela, por 32 años. Ellas eran como Lady Di y Fergie, con Adela en el papel de reina. Fue muy gracioso cuando a Silvia se le ocurrió esa analogía. ¿Quién era la princesa triste y sensible? ¿Cuál la rebelde que patea el tablero? Adela no gobierna a través del protocolo y la indiferencia, lo hace con la presencia y una aparente buena onda.
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¡Vos no entendés a mi mamá! Más de una quisiera tener una suegra gamba como mi vieja. Más allá de la bronca que le generaba el comentario, Pedro le daba ternurita defendiendo Adela. ¡Si supiera!
En fin, Silvia no era su amiga, era su aliada. En otras circunstancias no se hubieran dado bola, para nada. Curtían otra onda, no compartían gustos, ni estilos de vida, pero juntas se apoyaban para soportar con elegancia a su suegra. Y fueron juntas a ese curso anual de acuarela básica.
Para su sorpresa, no se encontró con un grupo de amas de casa aburridas, sino con un abanico de personas variadas, algunas con aspecto interesante y sobre todo un grupo heterogéneo en edades y género. Mejor de lo que esperaba.
Nunca pensó tanto en el agua como en ese curso. De ser un líquido que salía por la canilla, paso a ser protagonista absoluto, por ausencia o exceso. El curso le vino genial, porque no tenía nada que ver con su vida de esposa, madre y fonoaudióloga, pero también por una serie de ejercicios corporales, sensoriales, individuales y grupales, que para su sorpresa despertaron un deseo de expresión desconocido. Y Elio estaba ahí. Lo descubrió tarde, como en la tercera clase. No le había llamado la atención para nada. Un cincuentón con barba entrecana y anteojos. En un ejercicio recalaron juntos de casualidad. Se divirtieron mucho y el producto fue bastante bueno, porque él pintaba hacía rato.
Silvia de había adjuntado a un grupo de amas de casa, como ella. Ambas habían encontrado una manera de disfrutar la experiencia: compartían el espacio y al terminar, un tecito en el bar de la esquina. Un equilibrio agradable: ni tanto, ni tan poco.
Unas cuantas clases más y Elio se transformó en su pensamiento recurrente. Manejaba mejor los diferentes pinceles, sus manos eran más experimentadas. Sus manos. De golpe los pinceles y las pinceladas, dejaron de ser figuras para transformarse en el fondo. El fondo de esas manos. Esas manos que se transformaron en una cuasi presencia. ¿Cómo será el tacto de esas manos? Manos que desprenden botones, se meten por debajo del corpiño y juegan con su piel. Hubo momentos en el consultorio, mientras sus pacientes ejecutaban sus ejercicios, que únicamente podía pensar en sus manos, en el tacto de sus dedos despeinando sus rulos. Eso para empezar.
Madre, esposa, profesional… ¿Amante? ¿Ese rótulo cabía en su vida?
Más tarde fueron sus ojos. Debajo de gruesas cejas y atrás de gruesos cristales, sus ojos parecían una mancha de acuarela. Al mirarlos fijamente, no eran marrones, sino un conjunto de variaciones de verde oscuro. Una paleta viva y muy expresiva. Por sus miradas. Con la excusa de la primavera, ella empezó a destapar algunas partes sugestivas de su cuerpo. No tanto como para que le llamara la atención a Silvia que vivía su propio proceso creativo, pero lo suficiente para que Elio lo notara y la mirara. Un saquito o un chal que al sacarlo exponía su escote, sus hombros o su cola, siempre admirados por su mirada. Una sensación cálida que la acompañaba por varios días y le inquietaba los sueños.
Y la acuarela. ¡Tan delicada y tan erótica! Una gota que se funde con otra y nunca se puede predecir su resultado. Un encuentro de pigmentos que desean mezclarse mágicamente. Un estallido de color y transparencias. La acuarela era “otra cosa”.
Ese sábado al salir del curso, ya ubicadas frente a sus tazas de té. Silvia inquieta le explica.
-Tengo un mensaje para darte – sus ojos brillaban – Elio me pidió que te entregue esta nota. Perdoname, pero la abrí, por las dudas. Te pregunta si querés salir con él – brillo más pícaro – Yo estoy dispuesta a hacerte pata, como siempre.
La invadió un deseo genuino e irrefrenable de ratearse de clase, como dos adolescentes y explorar el tacto de esas manos y perderse en la calidez de su verdosa mirada. Un calor le invadió el cuerpo y se sonrrojó. ¿Podría Silvia ser su aliada también en esto?
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¿Te das cuenta, qué básicos que son los tipos? – aparentando sorpresa – ¡Te reís dos veces de sus chistes, te les acercas un poco y ya te quieren llevar a la cama! ¡Qué boludo!
Y el té, le quemó las entrañas.
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