I

Carmen soñó.

Entre. Sí, la estaba esperando. Siéntese. Deje la chaqueta en el perchero, no se preocupe. Bien pueda. Ya le traigo un café. Sí, con una y media de azúcar, yo sé.

¿Ya? Bueno. Déjeme pensar un poco y ya le comento, que esto tampoco es tan fácil como aparenta.

¿Cómo es que era su nombre? Carmen, sí, claro. Qué grosero soy, me presento, yo soy Aarón, su hijo. ¿No me recuerda? Es normal, aún no he nacido.

Gracias por el cumplido, pero aquí no se expresan ese tipo de sentimientos. Téngalo en cuenta, por favor.

Listo, ¿empezamos? ¿Está preparada? Okey.

Usted estará sentada en la sala de espera de un hospital para entrar conmigo a una cita general. Le preguntarán lo de siempre, el protocolo, me harán a mí las mismas preguntas que le hicieron a usted y me mandarán al psicólogo. Le dirán que se comunique al siguiente teléfono y que luego la redirigirán a asignación de citas y allí usted podrá pedir una cita para el psicólogo. Sí, usted la pedirá, luego tendrá un permiso en el trabajo después de rogarle al jefe y mostrarle la orden del médico general, me acompañará, se quedará en la sala de espera una hora o una hora y media, no lo sabrá porque no lleva reloj y su celular estará descargado, pero cuando yo salga, usted va a abrazarme y me preguntará cómo me fue y yo responderé que muy bien y nos iremos a casa.

En casa, usted intentará no preguntarme nada, pero su ansiedad le ganará e irá indagando de a poco qué hablé con el psicólogo en la cita, yo le diré que me dijo que es normal lo que me pasa y que todos oímos voces y que yo, siendo un niño tan creativo y genial, sería raro que no las escuchara.

¿Detalles? Lo siento, no estoy autorizado a brindárselos. Sí, solo le cuento los necesarios. Sí, no se preocupe. ¿Agua? Un momento, ya se la traigo. ¿Fría o caliente? Tibia, listo.

Como le venía diciendo, usted me preguntará por cosas de la terapia, pero llegará un momento donde yo me cerraré y no le hablaré hasta el día siguiente, para decirle lo de costumbre: que el desayuno quedó muy bueno, sí, me portaré bien en la guardería, chao, mami. No, eso no puedo decírselo. Disculpe, el calor de esta época es insoportable, tendré que quitarme la chaqueta yo también.

Usted pensará en que yo estoy loco. Creceré. Tendré problemas en el colegio y me harán bullying por tener ademanes femeninos. Me harán bullying por ser quien soy. Seré maltratado. Sí, escribiré, pero mis historias serán una mierda al principio y luego serán una mierda perfumada y luego serán abono. Sí, iré creciendo como escritor, pero mi vida nunca llegará a ser reconocida y nunca pondré en mi diario de vida lo que me sucede realmente. ¿Disculpe? El que lleva el hilo de esta conversación soy yo, no usted. No tiene derecho a pedirme que le repita. Lo que digo, lo diré una vez y ya. Esquizofrenia leve fue el diagnóstico del psiquiatra. Medicina, fármacos adormecedores de la conciencia. Viviré toda la vida tomándolos. Moriré a causa de ellos. Ellos serán el último pensamiento en el transcurso de mi último suspiro resignado. No es su culpa, psicológicamente. Técnicamente, sí lo es, el semen que fecundó el óvulo fueron distintos. Sí. Por eso salí medio loco, como dirá usted cuando sus amigas del trabajo le pregunten por mí. No, no puede evitar que yo nazca, ni siquiera abortándome. Ni lo piense. ¿Tiene frío? Yo también, pero ya casi terminamos. Piénselo bien, yo no soy un accidente, el accidente es pensar que puede cambiar el curso de las vidas que ha vivido hasta ahora y que vivirá unos veinte años más.

Creo que es suficiente. Ya va a despertar. No olvide mi cara. Soy su hijo y usted nunca podrá cambiar eso. Disculpe si no fui lo suficientemente claro, el lenguaje no es que sea de mucha ayuda para explicar este tipo de cosas.

En fin. Hasta luego, Carmen. No olvide su chaqueta y tomarse el café.

Feliz noche.

II

Carmen sueña.

Sabía que usted iba a volver. ¿Cómo va todo? ¿Bien? Qué bueno.

Yo no puedo decirle cómo me encuentro. Nada de preguntas personales, recuerde las reglas del cartel de la puerta. ¿Un sueño? Evidentemente lo es. ¿Lúcido? Demasiado. Yo la verdad no lo aguantaría. ¿Otro café? Pero este sí se lo tiene que tomar, porque no es que haya mucho.

Bueno, sigamos. Usted se irá de casa a los veintiuno, a raíz de la muerte de su padre. ¿Aún no se ha ido? No, aún no, en estos momentos, usted tiene diecinueve, pero ya verá que el alcoholismo de su padre y la ludopatía de su madre la sacará de quicio y usted, cuando su padre ya no esté en este mundo para ordenarle qué hacer, usted empacará sus maletas y saldrá sin ningún plan a la calle. Andrés será su única salida. Andrés, como usted sabe, es su mejor amigo del colegio y se compadecerá de su figura empapada y sus maletas sucias de los rastrojos que tuvo que atravesar para llegar hasta la casa de él. La dejará entrar y usted podrá bañarse y llorará toda la noche en el regazo de Andrés. Pensará en su padre y sentirá tristeza por sentirse feliz de que se haya muerto. Vivirá en la casa de Andrés durante dos meses sin llamar a su madre y buscará trabajo y un lugar barato para quedarse. No encontrará nada. Andrés se preocupará, pero igual no la echará de su hogar. La ayudará en su búsqueda y con los contactos de él le conseguirá un trabajo. No importa de qué. Le pagarán lo justo. Vivirá sola. Andrés la llamará día de por medio y usted le tendrá gratitud durante mucho tiempo. Su madre morirá y usted no asistirá al entierro. Usted pensará en la ludopatía de su madre, en la vez que dejó que su tío, su primo y su papá, borrachos, la violaran a cambio de ciento cincuenta mil pesos que alcanzaban para una semana de juego desenfrenado, si es que le iba mal; si, por el contrario, le iba bien, serían tres semanas y su madre solo se dejaría ver en la mañana y en la noche. Usted pensará cuánto odia a su familia.

Usted conocerá a Jairo por Manuel. Usted le contará todo o casi todo a Andrés, pero de eso le hablaré luego. Le tengo una sorpresa con eso que le acabo de decir. Sí, nos vemos después.

Listo, chao. Ah, y no se tomó el café hoy tampoco. La próxima no le daré. Ya sabe.

Feliz noche.

III

Carmen soñará.

Las verdaderas deudas no tienen que ver con el dinero, sino con las promesas. Y aquí se cumple todo lo que se promete. Ahí sobre el escritorio tengo el bafle para que usted escuche la grabación. Sí, grabamos todo. Es su cabeza, qué espera. Pero no, mejor venga le muestro primero el futuro, su futuro: Aarón.

Primera parte: Aarón (2017-2027)

2018

No nos hemos podido ver estos últimos días para yo poder entregarle el regalito de Navidad que le tengo ya que Scarlet anda con los trámites de la graduación, pero hoy es sábado, es de noche y no me habla desde ayer por la tarde y no entiendo qué sucede, porque de igual manera cuando me habla lo hace de una forma muy extraña.

La voy a llamar a preguntarle qué sucede.

—Hola.

—Hola, amor, ¿cómo estás? ¿Qué tal te fue hoy?

—Bien, ¿y a ti?

—Me alegro muchooo. A mí biennn, hoy estuve acá en la casa haciendo aseo y terminando la tarea de química que apenas logré entender porque Sebas me explicó todo.

—Súper, me alegro.

—Sí…

Silencio.

—Amor…

—¿Qué?

—Estás muy rara…

—Obvio no, normal.

—Dime qué sucede.

—No sucede nada.

—No te creo.

—Pues bueno.

—Amor, dime qué pasa, no entiendo por qué estás así…

—No pasa nada, Aarón.

—Mm.

Silencio, esta vez más prolongado. Miro la pantalla del celular para ver si me colgó. No, sigue ahí.

—Scarlet…

—Qué.

—Dígame qué sucede, no entiendo su actitud, a lo bien.

—¿Tengo que decirle ya? Es que estoy muy cansada y mañana es la ceremonia de graduación, entonces quiero descansar. Mejor el lunes hablamos, ¿sí?

—No, dígame de una vez.

—Agh, qué pereza con vos, Aarón. ¿Sabe qué?, chao mejor. Buenas noches.

Y cuelga. No entiendo nada, pero no le escribo y voy a bañarme. La tristeza recorre todo mi cuerpo en forma de gotas de agua salidas de la ducha.

Pasan los días. Llega el lunes y le escribo. Me responde casi al instante. Luego, me llama.

—Hola, amor.

—Holaaa, ¿cómo te va?

—A mí bien, ¿y a ti cómo te fue en la ceremonia?

—Lo más de bien, ya me entregaron los dos diplomas y todo fue súper chévere.

—¿O sea que ya eres bachiller técnico?

—Sí.

—Me alegro mucho.

—Sí, e imagínate que cuando estábamos en la ceremonia esa malparida de Valentina se cayó subiendo las escalas, jajajaja y todos nos reímos como por dos minutos, ay no, jaajsjjas, pero sí, eso fue lo mejor de la graduación.

Finjo reírme.

—Me alegro que ya te hayas graduado…

—Sí, todos estos años hundida en la mierda de la educación pública valieron la pena.

No respondo.

—Aarón…

—Dime.

—Te dije que hoy íbamos a hablar de por qué estaba tan rara…

—Escucho…

—Sí. Pues bueno, te diré…

Resopla y luego dice:

—Lo he estado pensando mucho, Aarón y busqué la manera de decirte antes, pero tú nunca me prestas atención, lo he notado, entonces decidí no decirte nada, hasta ahora, que me parece que mereces saberlo…

Siento una punzada en el brazo con el que sostengo el celular y Scarlet está callada.

—Siga.

—Bueno, el caso es que yo llevo desde octubre averiguando agencias de viaje donde sea barato pagar un viaje para ir a trabajar donde alguna familia y así pagar ese crédito o alguna institución que dé becas para estudiar en el extranjero.

Toma aire y continúa:

—Pero, en resumidas cuentas, la segunda opción tuvo que ser descartada rápido porque el colegio donde me acabo de graduar no tiene convenios con otras instituciones para dar esas becas.

Trago saliva y pregunto:

—¿Y entonces?

—Entonces mis papás averiguaron en una agencia de viajes e hicimos cuentas y lo más probable es que sí se pueda hacer ese viaje al extranjero.

—¿Y a dónde?

—A Trenton, Nueva Jersey.

—Pero no entiendo, ¿a hacer qué?

—A trabajar cuidando los niños de una familia y así pagar el crédito del viaje y de pronto empezar a estudiar allá.

—¿Y por eso habías estado tan rara conmigo?

—Supongo que estaba ocupada y ya.

—Bueno. ¿Y entonces cuándo te irías?

—En un mes y medio.

—O sea, en febrero.

—Sí, más o menos.

—Ahh, está bien… ¿Entonces vamos a hablar todos los días por video llamada y me vas a mandar foticos de cómo es eso por allá?

—Eso es lo que tenía que decirte, y creo que por eso estaba tan rara, porque no sabía cómo hacerlo…

—¿Qué?

—Yo no puedo…

—¿No puedes qué? Dígame de una vez, Scarlet, no aguanto más esta duda en la que me tenés desde hace tiempo ya.

—No puedo continuar con esto… No puedo continuar esta relación y tú sabes bien por qué.

—Pero Scarlet, ¿qué dices, por Dios?

—Lo estoy diciendo en serio, Aarón. No puedo con esto y creo que es una decisión que debí haber tomado hace mucho tiempo.

—¿Perdón?

—Sí, así como lo oyes, Aarón. No puedo, no quiero, no me hace bien, no nos hace bien todo esto… y lo sabes mucho mejor que yo.

Silencio. Estoy llorando y comienzo a sollozar.

—Sé que es complicado, y no es que sea lo mejor o lo peor para ambos, pero sí es lo más sano. Quiero una vida, Aarón, y muchas cosas que has hecho me han demostrado que no podría tenerla a tu lado…

No respondo. No puedo, no me salen las palabras, siento una rabia, una impotencia ciega, la oscuridad inunda este cuarto, esta llamada, esta mano que sostiene el canal por donde solo se transmite dolor, penas, ¿por qué, Scarlet, por qué, por quééé?

—Bueno, mi madre me está llamando para que le ayude con la cena. Cuídate. Si quieres, mañana hablamos mejor… cuando lo asimiles… Dulces sueños…

Cuelga.

Y yo sigo sin creerlo del todo. No vaya a ser otra de las tantas bromas que suele gastarme por lo menos una vez al mes, y que valga la redundancia. Ahhhh. ¿Qué? Pero, ¿cómo? ¿En qué momento? No, no consigo tragarme esta información. O simplemente no puedo digerirla. ¿Quééééé? Noooo.

Pero el tono de su voz era demasiado serio como para que fuera una broma o un chiste. No. Yo la conozco y sé, sé, sé que lo dijo… NO, pero sí…

Lo dijo en serio y ya no hay nada que se pueda hacer…

¿Y ahora a quién le voy a dar nuestro libro de cuentos que mandé a imprimir hace poco solamente para que ella lo leyera? Tocará dárselo a Sebas, aunque sé que no lo va ni a voltear a ver…

Miro mi celular y abro Instagram, pero en ese momento, mi madre me llama a comer. Me seco las lágrimas y respiro.

—Ya voy— le digo a mi madre y salgo de mi cuarto.

2017

—El amor cuando es verdadero no duele— dice mi madre mientras me acaricia el cabello. Estoy hundido en su regazo y me está dando sueño, pero esa frase me despierta del letargo.

—¿Cómo así, amá? —pregunto en un hilo de voz.

—Pues que cuando algo es real, honesto y puro, no duele, no hace sufrir, no engaña, no traiciona, mijo…

—Yo no estoy muy de acuerdo con eso.

—¿Por qué?

—Porque algunas veces debemos sufrir, y mucho, para conseguir lo que realmente anhelamos. Justo como me ha pasado con Scarlet.

—Usted que es un terco y no me hace caso de dejar tranquila a esa muchacha, mijo.

—No la voy a dejar tranquila, y si me da otra oportunidad, tampoco cesaré en mi misión de enamorarla diariamente, no solo una vez, como ya sucedió…

—Agh. Usted verá, Aarón, yo no quiero meterme en su relación de niñitos.

Me levanto de golpe e intento mirarla a los ojos, pero la oscuridad no me permite ver más allá de ese cabello crespo alumbrado por la luna.

—Es lo mejor, amá. No intente arreglar nada entre nosotros. Eso nos incumbe a los dos, no a los tres o a los cuatro, si contamos a la mamá de ella.

—Bueno. Igual usted se va a estrellar con esa muchacha, Aarón, y se va a acordar de mí.

—Demás, pero yo solo sé que la quiero mucho y ya.

—Ay, Dios mío bendito, Aarón, Aarón, reacciona, el amor no duele, y tampoco es ciego. Nunca se le olvide eso. El amor es la cura y el remedio.

—¿No es lo mismo?

—No. Piénselo y verás. Eso me lo dijo una vez mi papá y nunca en la vida se me ha olvidado esa frase.

—No pues, qué interesante.

—Me hace el favor y me respeta. Bueno, ya, a dormir que usté mañana tiene una exposición en el colegio. Ve, y verdad, ¿de qué era?

—No recuerdo— le digo y me recuesto en mi cama.

—Bueno, descanse, y mañana hablamos— me arropa, me da un beso en la frente y sale de mi habitación.

Claro, buenas noches, o malas, como sea.

Cierro los ojos. ¿Soñaré algo esta noche?

***

Me despierto. No soñé nada o no lo recuerdo.

El nuevo día llega y yo me paro de la cama para alistarme e ir al colegio.

Salgo de mi casa. Son unas quince cuadras y tengo tiempo, entonces pienso: qué chimbada, hoy me toca física y yo no sé qué putas voy a decir, agh, y encima ese malparido de Felipe me ha venido diciendo que soy cacorro y que soy marica y un montón de güevonadas que ya me tienen hasta el culo desde que entró al colegio en mayo y ya estamos en agosto, entonces no pienso aguantármelo más, si me llega a decir cualquier cosa voy y le pego un carero a ese care chimba pa’ que me deje sano, que yo tampoco le he hecho nada.

Conozco de memoria el camino. Faltan diez cuadras. Sigo pensando: ahhh, marica, y si de pronto me da pena ir a pegarle o no puedo o el profe me coge o sucede algo, puedo decirle a todo el mundo lo que me contó Sebas que le había contado otra parcera que le había contado el mejor amigo de Felipe: Maicol. Mucho hijueputa, con amigos así los enemigos sobran, y no, eso que me contó Sebas me dejó frío, a lo bien, dizque que el papá de Felipe era paramilitar y que por allá en uno de tantos pueblos que desplazaron en los noventas ese man se enamoró de una muchacha y se la trajo para la ciudad cuando se desmovilizaron y entregaron las armas y por acá compró un apartamento y ahí mismo la embarazó.

Cinco cuadras.

El pensamiento me asedia y no puedo detenerlo: y que la mamá es una prostituta porque, aunque el papá ya está desmovilizado, no es que reciba mucho billete pa’ sostener a la familia, entonces que a la mamá le toca rebuscársela en la calle. Periverá que si me chimbea digo todo eso frente al salón, porque eso me dijo Sebas, que Felipe guarda ese secreto porque se avergüenza como un hijueputa que la mamá sea una puta y su papá un asesino, y que por eso él es tan violento, porque el papá mantiene pegándole y maltratándole y la mamá ni le para bolas. En fin, ya voy a llegar. Apenas entre al salón me pongo a preparar la exposición.

Entro al colegio. Voy a almorzar al restaurante y luego me cepillo los dientes. Subo al salón y entro. Saco mi cuaderno de física y hago un mapa mental sobre la termodinámica para que no se me olvide nada. Lo miro, lo repaso, lo memorizo y en ese momento entra el profesor Carlos.

Pasan unos minutos. Nos saluda y dice:

—Bueno, muchachos, como saben, hoy tenemos pendientes varias exposiciones que faltaron ayer sobre la importancia de la termodinámica en la vida de ustedes, así que, cuando quieran…

No quiero ser el primero, pero es lo mejor para salir de una vez de esto, así que alzo la mano.

—Yo quiero empezar.

—Adelante, Aarón.

Llevo mi cuaderno de física y lo dejo abierto en el mapa mental sobre el escritorio del profe y siento los ojos de todos encima de mí. El corazón me duele de lo rápido que está latiendo ahora.

Miro al suelo y cruzo los brazos, pero luego me suelto y observo mi cuaderno. Tartamudeo un poco, pero igual comienzo mi exposición:

—Listo, como ustedes saben, la importancia de la termodinámica en la vida de los estudiantes, sencillamente, radica en…

—Espere un momento, Aarón, defínanos a todos primero el significado de ese concepto. Como ya sabemos, chicos, no podemos tomarnos este tema a la ligera. Es muy importante para su vida académica y su vida diaria, ¿cierto?

Nadie dice nada. Miro de reojo mi cuaderno y las ideas van fluyendo de a poco.

Ya terminé mi exposición. El profe dijo que muy bien, aunque me corrigió algunas cositas que dije y que no eran correctas, pero de resto, no fue tan horrible como había pensado.

Ahora estoy sentado en mi pupitre y escucho un susurro detrás de mí:

—Cacorro tenía que ser.

Volteo y es Felipe. Me levanto y me acerco a él. Su colonia irrita mi nariz y sus ojos inquietos me miran, burlones. Sonríe.

—¿Qué pasó, parcerito? Póngalas como quiera.

—Dejá de chimbiarme la vida, Felipe.

—¿Y si no qué?

El profesor pide silencio con la mano.

—No me joda, Felipe, que no respondo. Advertido queda, hijueputa.

—¿Ah sí? ¿Muy alzadito, o qué, care pene?

Se levanta y el profe lo regaña. Pero Felipe no se sienta. Me coge de la camisa y me obliga a levantarme también.

Aquí fue, pienso, pero el cuerpo no me responde. Siento como si estuviera congelado y empiezo a temblar, pero antes de que Felipe lo pueda notar, grito:

—Si me sigue chimbiando, le digo a todos sus secretos, malparido, pa’ que todos sepan de dónde es que viene usté y así me empieza a respetar.

Todos hacen bomba y nos incitan a darnos duro.

¡¡¡Pelea, pelea, peleaaaaaaaaaaaaa!!!

—Inténtelo, care pene, y le reviento esa jeta, que bien fea sí la tiene.

El profe se interpone entre los dos y nos manda a coordinación.

***

Llego a la casa, pero no le cuento a mi madre todo lo de Felipe hasta el domingo.

—Mañana mismo voy al colegio a hablar con los papás de ese tal Felipe, a ver qué es lo que de verdad pasó, porque yo a usté no le creo ni un poquito.

—Bueno, haga lo que quiera, total es su tiempo y usted verá cómo lo utiliza.

No me responde.

Luego, cambio de tema:

—¿Ya pagó los servicios? Ahorita me iba a bañar y no salió el agua, y como hoy es domingo, no pasa nada. Pero yo mañana me tengo que ir a estudiar y no me quiero ir bien cochino.

—No, su papá no me ha consignado la plata de los servicios, solo me mandó la plata para el mercado.

—Ah, bueno.

Ella se va para la cocina y yo entro a mi pieza a escribir.

***

Mi madre, efectivamente, vino al colegio el lunes. Fue y habló con el coordinador y citaron a los papás de Felipe para el miércoles. Igual yo no tengo susto porque sé que no le hice nada.

Ahora es miércoles y la cita es para después de clase. Mi madre llega y el coordinador nos llama a Felipe y a mí a su oficina.

En ese momento, observo a los papás de Felipe sentados en una de las cinco sillas dispuestas en la oficina y noto que son bastante normales y no tienen pinta de ser lo que dijo Maicol. La gente sí es muy mentirosa a lo bien.

En resumen, es una conversación aburrida y al final el coordinador nos pone a firmar el observador a Felipe y a mí, sus papás se disculpan conmigo y con mi madre y luego se van jalando a Felipe del brazo.

Todo sale como esperaba, pero eso no significa que me vaya a dejar de molestar. Quién sabe. Ojalá sí, porque la próxima sí le pego, periverá.

Salimos a la calle y yo voy cabizbajo para no mirar a mi madre, porque sé que de igual manera sigue enojada conmigo. Siempre es así. Así yo no haya hecho mayor cosa, la culpa es mía por meterme en estos problemas. Qué cosita, a lo bien.

Silba. Un taxi se detiene y ella le dice con rapidez la dirección mientras se acomoda en el asiento de adelante.

Miro mi reloj y son las doce y media del día. Recuesto mi cabeza en la ventana. Miro la ciudad en pleno ajetreo.

Después, me desconcentro del camino y me pongo a pensar en la escritura del libro de cuentos. Pienso en Scarlet y en que hoy me va a pasar las ideas para el último cuento. Aunque no estoy seguro, porque sigue enojada con lo que pasó en febrero… Qué maricada.

En ese instante, escucho la voz de mi madre:

—Déjeme en la próxima esquina, por favor.

El taxi se detiene y reconozco al conductor. Lo saludo. Mi madre dice:

—Bueno, ¿y pa’ cuándo la plata de los servicios, Jairo?

Jairo saca un fajo de billetes y le da cinco de cincuenta a mi madre.

—Con esto no me alcanza…

—Es lo que hay— dice con voz ronca.

Nos bajamos. Entro a la casa y dejo el bolso en la sala.

Luego, entra mi madre y antes de cerrar la puerta, escucho el ruido del motor arrancando de golpe y las llantas rechinando contra el asfalto de la calle.

***

Ya pasaron ocho días desde que le conté a mi madre lo de Felipe.

Estoy tocando guitarra mientras canto una canción, pero, hijueputa, me desafino. Qué chimbada la música.

Dejo la guitarra a un lado y me pongo a mirar Instagram. Me seco el sudor de la frente con la manga de mi camisa y mi madre me grita:

—¡Aarón, venga hágame un mandado a la revueltería!

—Ya voy.

—Ya voy no, ya— su voz lejana, distante, ahogada.

Veo mi celular: no hay mensajes. Sí, quizás está ocupada, mejor no la voy a molestar más, claro, claro, no es ser intenso, es ser prudente: esa es la clave.

—¡Venga pues, que lo estoy llamando, Aarón! —su voz más clara, cercana, certera.

—Qué necesita— pregunto sin emoción.

—Señora, dígame señora, yo soy su mamá, respete— su voz enojada.

—Señora.

—No me diga así que me siento vieja.

—Ah, pero quién la entiende.

—Bueno, necesito un kilo de papa, una libra de arroz y mil de tomates para ya mismo que es lo que me falta para empezar a hacer el almuerzo. Vea, coja la plata— me entrega unos billetes y monedas—. Apúrele a ver.

Abro la puerta. Me recibe el sol del mediodía.

Camino. Pienso en Scarlet: ¿en qué momento se fue todo al carajo? ¿Quizás cuando le dejé de prestar atención a sus cosas, a ella? ¿Cuándo dejé de hablarle con la misma ternura con que solía hacerlo? ¿O tal vez, en el momento en que dejé de enamorarla día tras…?

—¡Oiga, hijueputa, fíjese antes de cruzar la malparida calle! —grita, ¿quién?, ¿ah? —Sí, usted, maricón, la próxima vez lo atropello.

Aturdido, llego a la revueltería. Miro las papas, tomo las menos podridas, le pido al señor de la tienda que me las pese para ver si hay en total un kilo. Me dice que sí. Camino por el pasillo. Agarro la libra de arroz más barata de una estantería. Por último, los tomates.

Pago. Voy hacia mi casa y sigo pensando, esta vez un poco más cauteloso y prevenido: ¿seguirá sintiendo lo mismo que me escribió en aquellas cartas para mi viaje a México? ¿Estará cansada, hastiada, aburrida de toda esta situación? ¿De mí? ¿De nosotros? ¿O será por lo que pasó en febrero? Yo le dije que eso era ya parte del pasado y ella sigue con lo mismo. Que lo supere mejor.

Abro la puerta de mi casa. Entro. Cierro la puerta tras de mí. Voy hacia la cocina. Dejo la bolsa a un lado del fregadero. ¿Habré sido yo, mi terquedad?, pienso.

Mi madre me grita desde su cuarto:

—Tráigame la devuelta a ver.

Voy hacia su cuarto. En el pasillo, pienso: ¿Habrá sido, quizás, todo junto, como el agua que se represa en la poseta para lavar el trapo de la cocina y que, al final, por estar en el baño y no cerrar la canilla a tiempo se sale del estanque para encharcar todo el piso recién trapeado?

Entro a su pieza. Le digo:

—No hay devuelta: usted me dio la plata exacta para el mandado.

Me mira por un segundo, incrédula. Luego, me dice:

—Está bien, vaya y se baña pa’ que empiece con los oficios del día.

Salgo de su cuarto, rebuznando levemente. ¿Yo, tal vez fue eso, el estar pensando solamente en mí mismo y nunca en ella? ¿Falta de empatía? ¿Con quién? ¿Conmigo o con ella? ¿Con los dos?

Entro a mi cuarto. Reviso las notificaciones del celular: cero mensajes.

Meto las manos en los bolsillos de mi sudadera y me siento frente a mi escritorio: creo que escribiré un poco, quizás se me prenda la chispa cuando ponga las manos sobre el teclado del portátil, no lo sé.

¿Yo? Quién sabe. Pienso en una frase que pueda empezar alguna buena historia y recuerdo que, hace un par de días, en una reunión familiar, luego de que mi tía Ana contara el drama matrimonial cotidiano con su esposo Fernando, mi bisabuela Martina, que es la que concluye toda historia o conversación con sus frases, soltó una que, aunque un poco salida de contexto y situación, al instante, la anoté en mi libreta de frases importantes, sin discriminar: Ay Dios mío bendito, como dice el dicho: el mundo es un pañuelo y la gente no hace más que estornudar.

Le doy vueltas a la frase, pero me rindo y abro el archivo de este diario. Escribo esto. Ay, Scarlet… Le escribiré para que cuadremos una cita y hablemos de esto. Yo no quiero seguir viviendo así… No puedo, no puedo…

***

La salida fue un desastre porque me encontré con una amiga que es súper estallada y me abrazó muy fuerte delante de Scarlet y se puso a hablar conmigo y yo me entretuve y Scarlet estaba ahí esperando, entonces cuando me di cuenta, me despedí de mi amiga e intenté hablar con Scarlet, pero ella no salía de su mutismo.

Luego, se paró de la banca del parque y se fue para la casa. Y se fue, creo yo, no por lo de mi amiga, sino por lo que me preguntó al final:

—Oíste, Aarón, ¿y cómo vas con esta pelada Sofía, con la que me dijiste que estabas charlando?

Yo, cuando ella hizo esa pregunta, le dije que hablábamos luego y casi que la eché de la banca.

Scarlet ya conoce de sobra la historia de Sofía, y de hecho por eso fue que terminamos en marzo, pero supongo que por la pregunta de mi amiga se emputó.

Sea lo que sea, en este momento, que estamos en llamada, no quiere decirme mayor cosa.

—Pero entonces, ¿tú crees que en un futuro sí podamos volver o no?

—No sé…

—Dime tú que crees.

Silencio.

—Scarlet…

—No quiero hablar más, Aarón. Hasta mañana.

Y cuelga.

Yo me quedo con el celular pegado en la oreja, con ese doble pitido de las llamadas finalizadas retumbando en mi mente.

Miro al techo: ¿qué hago? Observo la hora en el celular: las dos y treinta de la madrugada. No tengo sueño y sí muchas ganas de hacer que las cosas fluyan de nuevo, como antes, con los besos, abrazos, cariño, mimos, salidas a comer, frustraciones, apoyo, borracheras juntos, sentadas en el parque a conversar de nada y todo, las recostadas de nuestras cabezas la una contra la otra en medio del silencio y en medio del ruido de las calles, o en cualquier parte de improvisto tomarla de la mano, verla a los ojos y recordarle lo hermosa que siempre sería para mí. Pero, ¿qué es siempre?

Cierro los ojos, pero me encuentro de frente a los recuerdos, como si aún estuviera allí, junto a ellos, viviéndolos, experimentándolos, sufriéndolos: cuando la vi sentada en las escaleras que daban al segundo piso del colegio y yo intenté consolarla al verla llorando como si nos conociéramos de hace años; cuando corrimos bajo la lluvia a la casa de ella y llegamos a abrazarnos con la ropa mojada, yo sintiendo su delgado cuerpo contra el mío, estrechando su respiración en mi rostro mientras nos besábamos sin miedo a que su mamá, Edna, nos carajeara, como había pasado al principio, en los tiempos en que andábamos conociéndonos; cuando, a los tres días de esa aventura romántica y cliché, nos dio gripa al mismo tiempo y a ella se le demoró en quitársele una semana, mientras a mí, unos cuatro días, y aún con gripa y con malestar íbamos al colegio solo para vernos y compartir entre toda la saliva, mocos y dolores de cabeza, el esplendor de lo que era nuestro amor; cuando nos abrazamos por última vez y yo le dije que la esperaba al día siguiente en el colegio para irnos al teatro a ver actuar a mi papá (que era el único lugar en donde no me caía tan mal por su desdoblamiento en otros y toda ese discurso que me dio él en alguna ocasión, cuando no sabía lo que había hecho, y que me dejó durmiendo plácidamente en el sofá de su apartamentico) ya que al fin le habían dado un papel protagonista en la obra y él me había llamado unas cinco veces, lleno de emoción y alegría, para rogarme, suplicarme que fuera a verlo a las ocho de la noche en el teatro del Águila Descalza, que si quería podía ir con Scarlet, que él pagaba las entradas de ambos.

Ahora sí que tengo sueño. Ya qué hijueputas con los recuerdos, dejaré que me acompañen a dormir.

Esta noche, ¿soñaré con ella?

***

Sí soñé con Scarlet, aunque fue muy extraño.

Fue algo así:

Estoy en la entrada de un hospital de tres pisos y en el umbral de la puerta una señora alta, robusta y atractiva me invita a pasar. Intento mirar a mi alrededor para ver qué hay, pero no puedo desviar mi atención de la entrada; hasta acá afuera se escucha unos ruidos muy extraños, como animales en peligro combinado con gritos y celebraciones en las fiestas barriales de diciembre. Miro a la señora a los ojos, y sus ojos se parecen demasiado a los de Scarlet, mas su figura dista mucho de la delgadez y soltura de Scarlet a la hora de pararse o caminar o bajar la cabeza o darme un beso en la frente de despedida…

De un momento a otro, la señora me toma a la fuerza de mi mano izquierda y nos adentramos corriendo en el hospital. Al principio no veo nada, pero luego se aclara el escenario frente a mí: en un espacio abierto con techo, hay cientos de personas que no conozco en lo absoluto apretujadas unas con otras, vestidas y pintadas en la cara de los colores y símbolos más extravagantes que jamás haya visto en mi vida y gritándose entre sí en lenguas que no logro reconocer. La señora me aprieta la mano y se abre paso entre la multitud. Entramos por una puerta y avanzamos por un pasillo oscuro. En cada paso, la señora me arrea para que corra más rápido y mis piernas no dan más, aunque los bombeos de mi corazón están completamente estables.

Llegamos a otra puerta y la señora la abre de una sola patada. Aquí ya no hay personas ni ruido ni nada: solo otro pasillo iluminado en el que, a lado y lado, hay puertas de emergencia. Las baldosas de este pasillo son negras y las puertas también están pintadas de negro: lo único diferente son las paredes que hay de espacio entre puerta y puerta y el techo de donde cuelgan lámparas que emiten una luz violácea. Seguimos corriendo, pero el pasillo no parece tener fin, hasta que la señora abre una puerta al azar y entramos a un quirófano. Solo hay un enfermero manchado de sangre y con el rostro congestionado por nuestra llegada. Se le hinchan los ojos, pero antes de que exploten en mil pedazos, grita:

—¡Llegó!

La señora se limpia la cara con su mano libre y seguimos corriendo. Nos adentramos esta vez en la sala de espera del hospital. Allí no hay nadie, solamente un bebé sin pañales que está gateando hacia el ascensor. Lo miro acercarse cada vez más al ascensor que se está cerrando y él no queda atrapado, sino que las puertas del artefacto atraviesan su cuerpo sin que el bebé emita ningún sonido. En ese instante, le pregunto a la señora con una voz que no es mía sino más bien la de Carmen:

What? ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy metido?

La señora me dice que esto es completamente normal y señala hacia el balcón del tercer piso del hospital: el mismo bebé está gateando, pero esta vez va a caer al primer piso. ¿Cómo hizo para llegar allí?, me pregunto mentalmente.

—Ya estaba ahí— responde la voz del enfermero a lo lejos.

El bebé está muy cerca de la cornisa, a punto de caer. Yo decido acercarme, soltando finalmente la mano de la señora y voy corriendo para intentar atraparlo. Pero el bebé ya está cayendo y, en el momento de estrellarse contra el suelo, su cuerpecito, en vez de quedar ahí tendido, muerto, por la altura de la caída, se metamorfosea en la figura que tanto conozco y que tanto he amado: Scarlet. Sin embargo, ahora es una mujer, lo veo en sus ojos, aunque no haya crecido mucho en altura, lleva un sucio vestido de oficinista y el collar con el cuarzo que le regalé cuando regresé de México.

—¿Sigues enojada conmigo? — le pregunto entre lágrimas.

—¿Qué soñarás esta noche? —pregunta la señora.

Scarlet se acerca a mí y chasquea sus dedos en frente mío. Abre su boca y de esta sale el sonido de una alarma mañanera que, gradualmente, va desvaneciendo su imagen.

***

Es diciembre y Sebas me invitó a subir con él al Pan de Azúcar.

Luego, cuando llegamos a la cima, Sebas sacó un paquete de cigarrillos y me ofreció. Acepté. Fumamos. Recuerdo que fueron dos Lucky Strikes con sabor a menta y desde la primera calada me sentí más tranquilo de lo que estoy acostumbrado con el alcohol. Disfruto el ron Viejo de Caldas, pero el cigarrillo me hizo estar más embombao que de costumbre, como dijo Sebas cuando estábamos fumando en la cima del Pan de Azúcar.

Desde allí podía abarcar el centro y sur de la ciudad de Medellín.

Sebas, como siempre, me sacó de la pensadera y me propuso que nos fuéramos a recorrer el parque que rodea el morro, como dice él.

Aplastamos las colillas y nos dirigimos a cualquier parte: afán no teníamos.

—Ey, parce, ¿vos qué pensás del amor?

Esa pregunta me recordó algo, pero no lo dije, solo lo pensé. Además, no supe qué responder, así que seguí mirando al frente mientras bajábamos por las escaleras. Y nuevamente él preguntó:

—Ey, no se quede callado que usted sabe que me da rabia. Pa´ vos, ¿qué significa la palabra amor? —hizo énfasis en la erre.

—A ver— balbuceé—, ¿en qué sentido lo preguntás, Sebas?

—En el sentido normal, pues, ¿cómo más lo voy a preguntar, pana?

—O sea, ¿me lo preguntás en la manera que yo concibo el amor?

—Epa, esa vuelta.

Respiré y cerré los ojos mientras pensaba definir algo que, en lo personal, me parece tan — ¿cómo decirlo? —, no sé, que se escapa del alcance de nuestro limitado lenguaje: el mismo abecedario tiene un principio y un final: eso que me preguntó Sebas, quizás no…

—Pero por qué tanto misterio, parce, si la pregunta es breve, ¿no?

—Pues sí, pero es que es más complicada de lo que parece ser con las palabras…

—Pero es sencilla, solo diga qué piensa y ya.

—Bueno, espere a ver.

Seguimos descendiendo el morro. Pájaros cantaban por todos lados, la hierba bailaba con el viento y algunos restos de plástico, cenizas y huellas de un sancocho, ¿de ayer o antier? pintaban el entorno de colores grisáceos y verdes. Una que otra persona venía subiendo de donde nosotros ya veníamos, siempre con alguna mochila o con una gorra.

Finalmente, dejé de mirar alrededor y me centré en Sebas:

—Listo, el amor no es una definición para mí, pana. Eso en primer lugar— alcé la cabeza y arrugué la frente observándolo desde abajo: malparido más alto, mientras lo señalaba con el índice, solo cosas serias, parce—. Y no es una definición no porque no la pueda tener sino por eso mismo: es una posibilidad, una puerta abierta a nuevos o renovados universos sentimentales que, a pesar de ser infinitos, sus desenlaces parecen ser siempre los mismos con unas que otras variables. ¿Sí o qué?

—Ush, pana…

—Con eso en mente, podemos continuar— tomé aire y miré al cielo, luego a Sebas y por último a alguien que se parecía demasiado a, jueputa, ¿qué hacés por acá, ah?

—Hola, Sebas— lo abrazó y le preguntó: — cómo estás, me alegro, yo bien, ah sí, por acá refrescándome un poquito del encierro, usté sabe que yo casi no salgo. Ah sí, todo bien, Sebas, bueno, bueno, se cuida pues, chaíto.

¿Por qué estás aquí?, pensé.

Y pasó de largo.

Una sombra reflejada por el sol ascendía las escaleras, achicándose cada vez más hasta desaparecer en la cima del morro.

***

Llegué a mi casa sin ganas de hacer mayor cosa. Ya pasaron un par de horas desde aquello, el sol muere y yo no puedo nacer otra vez: la noche ya no es mi refugio: se ha convertido en mi nuevo suplicio.

Sebas, claramente, me preguntó si estábamos enojados o algo, aunque yo le dije:

—Nosotros terminamos, parce.

—Ay, pana, ¿cómo así, y por qué?

—Por lo de Sofía, parce.

—Ahhhh, marica, verdad. Es que usté cómo va a hacer eso…

No le respondí y continuamos bajando. Él no insistió.

Ahora es de noche y estoy tomando un cuartico de ron: Carmen no está: al menos, así puedo beber tranquilo. De resto, si estuviera y sintiera el olor del licor, me lanzaría esta botellita a la calle y yo desde mi habitación sintiendo esos cristales de líquido precioso romperse dentro de mí y en el asfalto simultáneamente, pensando en ella y aquí, escribiendo mi historia.

¿Por qué cuento esto? ¿Qué es lo que me impulsa para poner sobre el papel estas intimidades? ¿Qué pretendo con ello? ¿Ah?

No sé, quizás demostrar que la vida al final no es tan interesante y colorida como la pintan algunos optimistas de oficio, pero tampoco tan despreciable y cruel como la desvalorizan algunos nihilistas de tiempo completo: yo creo que es de todo un poco y un poco de todo dentro de una jarra de agua panela: la vida es la naranja agria que se le echa a esa agua panela para volverla más dulce y amarga: son hormigas buscando hojitas en medio de un desierto en el cielo, eso es la vida, si se me pregunta alguna vez, para que no se me olvide esta súper respuesta, jueputa, que ya se me está olvidando hasta el nombre… ¿David? Aarón David: qué asquerosidad de combinación, ¿no? Pues, es lo que tocó y tampoco quiero cambiármelo, pero no sé, es como extraño, disonante.

Se acabó el cuartico de ron. ¿Ahora qué? No sé qué putas hacer con mi vida. No sé, no sé, no sé, no lo tengo claro. Por ahora, a disfrutar de esta borracheraaaaa…

2020

El 2020 no existió y punto.

Solamente ocurrió una pandemia, nos encerraron a todos, la economía se fue a la mierda, yo tuve que estudiar virtualmente los dos semestres de este puto año y casi me enloquezco. Y encima Scarlet apareció comprometida en su Instagram con un tipo simpático y detestable. Nada más.

Ahora es diciembre y me voy a emborrachar para olvidarme por siempre de este año de mierda.

Chao.

2019

Me acabo de inscribir a una escuela de música, pero al preguntar si allá enseñaban guitarra, que es lo que me interesa, me echaron un baldao’ de agua fría. Solo enseñan maricadas. No pienso asistir a ninguna de esas clases. Solo me interesó la clase de coro. De resto, qué pereza.

Esperemos a ver qué tal.

***

Qué gonorrea el colegio. Solo quiero entrar a la universidad y olvidarme por completo de esta etapa. Pero sin el cartón de bachiller no puedo ni barrer las calles de esta asquerosa ciudad. Hijueputa.

***

Qué gonorrea todo en general. Carmen cada día me manda a hacer más mandados, en el colegio más tareas y Scarlet ni me responde los mensajes.

Conocí a una muchacha en la escuela de música, pero es una piroba. Lo mejor es no ilusionarme porque las pirobas nunca dejan de serlo. Y es mejor prevenir. De pronto Scarlet vuelva un día de la nada y me encuentre comprometido con alguien más. Y no, no quiero eso.

La esperaré…

***

Mayo. No me gusta llevar este diario cronológicamente. Me da pereza y me parece pedante intentar tener todo estrictamente organizado. Gas. En fin, que no tengo ganas de fechar toda esta mierda y ya. Ah y ya también me salí de esa escuela de música. Qué pereza la música.

Miro las páginas del 2017 y del 2018. JAJJAJAJAJAJAJA. Qué risa. ¿En qué carajo estaba pensando? Uno sí es muy marica a los 15 y a los 16. De buena que sí.

***

Ya no me interesa contar mi historia. Solo dejaré reflexiones del día a día o esas chimbadas.

Las mamás son sobre protectoras, entonces no quieren el bien para uno, sino que prefieren aplastarlo con su protección. O sea que nos quieren dar un bien aplastado para que nosotros, sus hijos, lo aceptemos como la única verdad práctica y recomendable para convivir en sociedad. ¡¿PERO QUÉ?! Jajajjaja. Ay no, qué risa.

En fin, sigo.

El sexo no es sexo. El sexo no es más que sexo, pero el sexo no es menos que el sexo. El sexo no es más que sexo dividido por amor fingido.

El amor no duele, pero sí duele.

El amor es tonto.

La ropa vieja es ropa nueva porque la ropa nueva deja de ser vieja cuando se le quitan las etiquetas.

Los testigos son los verdaderos jueces.

El arte, como la vida, es absurdo. No entiendo nada del arte. Solo sé escribir.

Escribir… Eso, escribir mientras se escribe soñándose escribiendo y escribiendo escrituras que escriben un diario de mierda.

La mierda es chévere. Al menos no oculta su condición natural.

Yo soy un salvaje. Lo sé. Desde hace un tiempo dejé de ocultarlo y me gustaría parchar con mis amigos en la selva a fumar bareta y tomar ron. Qué chimba. Les diré que si vamos a acampar y que tales a ver qué dicen.

Bueno, sí, ya.

***

—¡De una, hijueputa, los que nos fuimos! —grita Sebas cuando le comento la idea. Ese marica es el mejor.

Luego, más entusiasmado que yo, dice que va a invitar a todos los parceros y parceras para arreglar bien el parche. Que por ahora yo vaya mirando a dónde vamos a ir, ¿listo, Aarónnnn? Listo, Sebas. La buena.

Yo comienzo a averiguar lugares para acampar, pero todos son demasiado costosos, entonces aplico la típica: el parque Arví.

Le comento a Sebas. Dice que de una. Dice que ya se apuntaron doce personas. Que lleve bastante comida y la tienda, obviamente, nea. Le digo que bueno.

—¿Entonces pa’ cuándo? —pregunta.

—Decí vos.

—Yo digo que el veinticuatro.

—¿A qué día estamos?

—Hoy es dieciocho, Aarónnnn. Me extraña, pa, jm.

—Ah sisas, entonces de una, el veinticuatro.

Le cuelgo. Después, lo vuelvo a llamar porque se me olvidó preguntarle algo:

—Parce, pero, ¿a qué hora y dónde nos encontramos con ese voleo de gente?

—Pana, ahí vamos mirando, usté relájese que yo cuadro todo, ¿bueno? Bueno, adiós pues.

***

Carmen no quiere dejarme ir.

—Pero ya voy a cumplir los dieciocho, por Diosssss, amá, dejame ir con los parceros a acampar, yo le juro que llego a la casa mañana temprano, ¿sí?

—Yo ya no confío en usté desde lo que pasó, Aarón.

Chasqueo la lengua. Qué maricada, a lo bien. La acampada es mañana y pasa esto. Agh. No sé qué hacer. Voy a llamar a Sebas y le comentaré entonces a ver qué se puede hacer con esta vuelta de último momento.

—Amá, pero dejameeeeee irrrr.

—Que no, Aarón. No es no y punto.

Vida hijueputa.

***

Sebas convenció a Carmen. Qué berraco más teso a lo bien. Me estaba mordiendo las uñas y ya Sebas me calmó esa hijueputa ansiedad. O sea, ¿yo fui el de la idea e iba a faltar porque mi cucha no quería dejarme ir? La chimba. Pero bueno, vamos a ver cómo nos va y si en realidad va a ir tanta gente. Yo no creo, pero bueno, esperemos mejor. No llevaré libros. Así es mejor. Voy a disfrutar porque tiempo pa’ leer me sobra.

***

Regresamos el veintisiete. Qué días de locossss, marica. Jajajajajaja. En fin, no sé ni por dónde empezar.

Yo me acuerdo que, como habíamos acordado el mismo veinticuatro, nos encontramos en la estación Acevedo del metro y tin, ahí cogimos el metro cable hacia el parque Arví y todo bien. En realidad, fueron nueve personas, contando a Sebas y a mí, pero hasta mejor, porque así parchamos más chimba en el monte y sisas.

Llegamos al parque Arví como a las cinco de la tarde y luego nos adentramos en el bosque para armar las tiendas antes de que se ocultara el sol, ¿sí sabe?

Entonces bueno, ya luego de eso, en la noche hicimos una fogata y nos presentamos, porque la verdad yo no conocía a nadie. Todos se fueron introduciendo a la luz del fuego y yo quise ser el último. Qué pena, jajaj.

El primero fue Rodrigo. Dijo que estaba terminando once para salir a la universidad y que le gustaba mucho la naturaleza. Fue extraña esa presentación, pero igual todos asentimos.

La segunda fue María. Dijo que amaba los animales y que le gustaba la poesía. Me cayó bien y le detallé los rasgos faciales. Tenía unos labios más bien gruesos, una nariz casi perfecta y unos ojos color miel, muy bellos. Tenía un par de manchitas en ambas mejillas, pero de resto, todo muy bien. No recuerdo qué llevaba puesto ese primer día.

La tercera fue Alejandra. Dijo que le gustaba ilustrar vainas cotidianas y que estaba terminando las prácticas de la universidad en diseño gráfico. No le presté mayor atención.

El cuarto fue Daniel. Dijo que tenía veinte años y que había conocido a Sebas en una barbería cuando a Daniel se le cayó un billete de diez lucas poco antes de salir y Sebas lo recogió y corrió a entregárselo, porque Daniel ya estaba en la otra cuadra (que camina muy rápido, agregó Sebas, qué hijueputa, eh). La historia me causó gracia y pensé que con razón Sebas tenía tantos amigos.

El quinto fue Natán. Dijo que le gustaba dibujar de manera abstracta con tinta china y a veces carboncillo. Después, se calló. Qué marica más raro, jajaja. Pero me cayó bien.

La sexta fue Manuela. Dijo que amaba pintar y pensaba que Colombia estaba vuelta mierda por culpa del paraco de Uribe. Yo amé su sinceridad y apoyé su opinión. Uribe hijueputa. De todas las que se presentaron, ella fue la que mejor me cayó, exceptuando a María. Desde ese momento, supe que seríamos súper amigos.

El séptimo era Gustavo. Dijo que le gustaba la tecnología y la bareta. Sacó uno y lo prendió. Lo repartimos entre todos. A partir de ahí la velada se prolongó y yo perdí la noción de tiempo. Ahhhh, qué chimba estar en el monte sin señal y sin Carmen y sin presión de saber los resultados del examen de admisión. Qué caja. No me interesó lo que dijo y me dediqué a observar a María.

Luego, se presentó Sebas. Dijo que le gustaba yo y que me iba a dar toda la noche por el culo en pleno bosque. Todos nos reímos. Jajajsjjaj, ese man es el mejor.

Después, seguí yo. Solo dije que me gustaba escribir y leer. Y María, pensé, pero obviamente no lo dije. Dije que tenía diecisiete y estaba esperando el resultado de los exámenes de admisión de la U.

—¿A qué te presentaste?

La que hizo la pregunta fue María mientras me miraba con los ojos entornados y la cabeza ladeada. Gagueé un poquito, pero luego dije, seguro de mi decisión:

—Estudios literarios en la UPB.

Ella sonrió y todos rieron y silbaron e hicieron comentarios muy cajas. Yo también me reí y saqué un Lucky Strike y me hice al lado de María. Fumamos juntos y hablaos hasta que el sueño nos pudo y nos dormimos, cada uno en su tienda.

El veinticinco parchamos por El Tambo y dejamos casi todas nuestras cosas en las tiendas. Yo me llevé el celular y la billetera, por si algo.

—A la mano de Dios— dijo Sebas y les echó la bendición a todas nuestras pertenencias.

Estuvimos almorzando por allá mismo y luego estuvimos tomando tinto en el parque Arví o en los alrededores, no recuerdo bien. María siempre estuvo cerca de mí y dijo que le gustaba cómo olía. Yo le dije que me gustaban sus ojos. Ese día nos besamos. Tenía un aliento de cardamomo. Le dije que me gustaba el sabor de sus labios y ella me devolvió el cumplido.

Luego, tipo cuatro o cinco de la tarde, Sebas nos convidó a todos para meternos en una laguna que a él le habían dicho que estaba cerca al hotel Piedras Blancas de Comfenalco. Gustavo, Natán no quisieron ir y demás que se quedaron culiando en un matorral, jajaj, mentiras, pero sí, el resto fuimos y no nos importó que ninguno tenía traje de baño.

Seguimos a Sebas a través del bosque, corriendo en ocasiones y alejando a los mosquitos inclementes y las ramas que nos impedían el paso, pero sin perder de vista al intrépido Sebas.

Una media hora más tarde (siempre llevo reloj, pero esa ocasión lo olvidé y la única que tenía era Alejandra), ya estábamos bañando en una laguna bastante sucia, pero refrescante, para qué voy a decir mentiras. Estuve casi siempre pegado de María y nos besamos durante largo rato mientras los demás nos silbaban. Lo único en lo que pensaba era en que ojalá esta piroba no fuera una piroba sino el amor que desde hace tanto tiempo necesito en mi vida. Sigo pensándolo, pero en aquel momento, su energía y sus abrazos eliminaban todos mis pensamientos sobre el futuro.

Vi su cuerpo blanco, sus piernas largas y sus pies siempre descalzos descansando y observando el atardecer en los alrededores de la laguna. Vi sus ojos color miel que desde que se presentó me cautivaron. Ahí supe que me estaba enamorando. Pensé en Scarlet y me separé. Me sequé con la ropa que llevaba puesta y luego me la puse. Le dije a Sebas que nos fuéramos y él me hizo caso, cosa que casi nunca hace porque es demasiado llevado de su parecer, qué hijueputa más terco, eh.

Recogimos nuestras cosas e hicimos el camino de regreso y sí, nos perdimos. Era más que predecible. Nadie llevaba linterna, solo yo tenía el celular, así que eso usamos para iluminar un pequeño trecho del camino de nuestras pisadas anteriores. Seguimos ese camino, valga la redundancia, pero luego vimos más caminos parecidos al nuestro y comenzamos a dar vueltas en círculo.

Mi celular se apagó y nos quedamos en plena oscuridad. El pánico nos consumía a todos, pero, como casi siempre sucede en este tipo de historias, alguien se convirtió en la heroína de la noche: Alejandra. Y Rodrigo también. Ella sacó una brújula y él una caja de fósforos y nos guiaron hasta la carretera para devolvernos a nuestras tiendas de acampar en Arví. Luego, comenzó a llover y nos bañamos por segunda vez.

El siguiente problema era Gustavo y Natán. No sabíamos dónde putas se habían metido. Sebas dijo que recordaba que ellos se habían quedado en un restaurante tomando claro de mazamorra. Pero los buscamos en el restaurante que Sebas señaló y no estaban.

—Deben estar ya en las tiendas —razonó Daniel.

—O se los llevó el coco y los está violando en alguna cabaña escondida en el corazón del bosque… —dijo con voz tenebrosa Sebas.

Todos nos reímos y subimos para adentrarnos en el bosque y buscar las tiendas.

En efecto, Gustavo y Natán estaban en las tiendas. Solamente llegar, nos dijeron:

—Se robaron casi todo.

No me sorprendió. Sebas se puso las manos en la cabeza y me miró. Yo alcé los hombros y agradecí mentalmente haberme llevado el celular y la billetera.

Solo dije:

—Ahí tienes la mano de tu dios…

Todos me miraron con ganas de matarme. Pero es que era la verdad, ¿pa’ qué dejan todo ahí en las tiendas como si no existieran ladrones en el monte? Es que bien güevones sí son.

—Sí, sí, Aarón, pero fíjate que también te robaron tus cositas— agregó Alejandra.

Al día siguiente, descendimos de la montaña con menos de la mitad de nuestro equipaje, desanimados y sin ganas de celebrar nuestro fracaso de acampada. Bueno, al menos la pasé bueno con María. De hecho, ella me dio su número y hoy nos vamos a ver… en su casa. Y sisas, qué cagada lo de las cositas, pero bueno, qué más se hace pues.

Y esa fue la supuesta acampada de una noche, jajajaj. Carmen, en este momento, me quiere matar. Pero valió la pena… A medias. María fue lo único que salvó la patria. Y Manuela, que no la mencioné por acá porque también quedé en salir con ella estos días. Y sisas. Tenemos una conversación pendiente.

***

Carmen me echó de la casa. Dice que no me aguanta y de que es hora de que tome las riendas de mi propia vida y blablablablá.

Sebas me recibe, yo creo. Voy a llamarlo a ver si le queda espacio en su apartamento o si de pronto algún amigo me hace el cruce de recibirme por un tiempito.

***

Sebas dijo que no podía porque en estos momentos andaba viviendo con la abuela y esa cucha ni en sueños recibiría a alguien más y pues el apartamento lo pagaba ella y todo, entonces no había nada que hacer. Le pregunté por lo de amigos y así, pero no me dijo mayor cosa. Que le preguntara de pronto a Rodrigo, el de la acampada o a Gustavo, quizá ellos me pudieran recibir.

Qué maricada. Agh.

***

No me admitieron en la U. Saqué un puntaje muy bajo y pailas. Me presentaré ya en julio de nuevo en la misma universidad. Igual solo falta un mes, entonces sí.

Hablé con Rodrigo. Nada. Que vivía con la tía y bueno, en resumen, la misma situación de Sebas.

Gustavo: menos, él vivía con los papás y ajá. Pero me pasó el teléfono de Daniel. Quizás él sí pudiera recibirme porque trabajaba y vivía solo.

Llamé a Daniel. Me dijo que sí, pero solo por un tiempo corto, porque andaba súper cogido con las facturas de la casa y si yo no iba a poner nada y a consumir servicios, la cosa se iba a tornar insostenible con el transcurrir del tiempo. Así dijo. Severo léxico jajajaj.

***

Ya estoy en el apartamento de Daniel. Es súper pequeño, pero bueno, es lo que hay por ahora. En julio, como dije, me vuelvo a presentar a la U y en este mes voy a ver dónde consigo trabajo y sisas. Todo bien. Por el momento, toca convivir con este marica cochino y puerco de mierda que es Daniel, porque oigaaa, qué hijueputa desorden este apartamento la primera vez que lo vi. Va a tocar limpiarle toda la mierda como pa’ no vivir acá de gratis. Jm, qué vuelta. Jjajaj, qué gonorrea.

Me da pereza describir el apartamento porque literalmente son dos piezas, la cocina y el baño. Y ya. Daniel solo tiene desorden y el desorden es muy difícil de describirlo y sí.

***

La convivencia con Daniel es imposible. Trae mujeres y culea casi que delante de mí y me dice que me salga, entonces yo me voy a algún café a tomar tinto y seguir escribiendo aquí. En fin. Qué cuestión todo esto. Además, Daniel suele ordenarme que le cocine, le lave la ropa y le barra y trapee el apartamento. O sea, yo soy la nueva empleada. Esa, pienso que considera él, es la mejor forma de pagar mi estancia aquí: prestando un servicio doméstico. Qué chimbada. Pero tocará aguantarme. Ya falta poco, ya falta poco…

***

Llegó julio y ya presenté el examen. Esperemos a ver.

Y hablando de otra cosa, Sebas me comentó de una piecita que hay cerca al parque Bolívar y está baratica. Tiene lo mismo que este apartamento de Daniel. Y sisas, melo, hoy voy a averiguar a ver si lo arriendo o si mejor arriendo un apartamentico pequeño con cocina, dos piezas y una salita, porque ya conseguí trabajo en el Éxito con la única condición de que me tenía que poner a estudiar de aquí en agosto y sisas. El gerente me dijo que si no me absolvían el contrato y pailas. Porque pues, esos trabajos son para estudiantes exclusivamente y yo apenas voy a empezar, pero al gerente como que le caí bien y me dio esa oportunidad. El contrato es a término fijo y pa’ qué, pero contando auxilio de transporte, seguridad social y cesantías, el sueldo es un poquito más del mínimo, y eso que es solo medio tiempo, entonces está más que bien. Ah, y el trabajo es atendiendo en las cajas y eso, entonces chévere, aunque a mí no es que me guste mucho el estar parado todo el hijueputa día. Pero no azara, lo importante es que hay camello.

***

La luna es de terciopelo.

La vida es paradójica.

El mundo son los mocos de un pañuelo.

Los ojos son la rendija de tu alma.

El día es la hermana chiquita y fastidiosa de la noche.

Trabajar quita más tiempo que hacerse una paja.

En la U me admitieron para la carrera que yo quería y encima con una beca por el puntaje de mis ICFES. Por fin, hijueputa.

Bueno, tiempo de reflexiones estúpidas: acabado. Adiós pues.

***

Ya empecé a estudiar y pasé el periodo de prueba que era justamente en el que estaba cuando comencé a trabajar. En fin. Ya me fui a vivir solo y dejé que Daniel se pudriera hundido en su propio desorden. Gas.

Y confirmo lo que decía Carmen cuando le comentaba, charlando, que me iba a ir de la casa.

—Vivir solo es muy complicado, Aarón. No se crea el cuento de las películas. Vivir solo significa depender de una sola persona: usté mismo. O sea que usté es el responsable de sus fracasos o sus deudas o sus problemas, pero también es dueño de sus logros y sus sueños. En fin, que pagar facturas, mercar, pagar deudas, comprar muebles para el apartamento, hacer aseo, entre otras muchas cosas, no lo va a dejar disfrutar de esa supuesta independencia como usté lo imagina ahora. Por eso, Aarón, nunca se le olvide: la libertad siempre va atada a una responsabilidad, una obligación, sea cual sea.

Y sí. Razón no le faltaba.

***

Ya estoy en septiembre. Ya casi se acaba este año. Por ahí andan rumoreando de un virus respiratorio que viene de un murciélago por allá en China. Qué cuestión.

Gracias al trabajo he podido pagar todo eso de lo que hablaba Carmen. Es una chimba disfrutar esta independencia. María mantiene acá y culiamos casi que todos los días y es melo. Desde que María llegó a mi vida, ya no espero para nada a Scarlet. Que coma mierda. María fue mi salvación.

***

Manuela me pidió el favor de vivir conmigo porque a ella también la echaron de la casa.

—Qué vuelta— le dije—, pero hágale, caiga y ahí vamos mirando.

Es octubre y vivir con ella es parchado. No trabaja, pero anda buscando y pues cuando empiece a generar billete, va a ser más fácil pagar las facturas. Me tocó quitarme algunos lujos (comprar libros de tercera, ir a cine y parchar en la cafetería de algún museo y comprar cigarrillos y bareta y también ron, que me encanta) para que no cortaran los servicios y para pagar el arriendo y pa’ mercar, y eso que de una manera más reducida que antes, que compraba mero montón de cosas.

La vaina está complicada, pero no azara, Manuela es una chimba de amiga y sé que cuando consiga camello no se va a poner de egoísta con la casa. Ah, y María no dice nada. Yo sé que no se la lleva muy bien con Manuela, pero tampoco hay mala vibra. No sé, es raro, es raro. Pero sisas, todo va viento en popó.

***

¡Diciembreeeeeeeeee hijueputaaaaaaaaaaa! Qué chimbaaaaaa. A bebeeeeer y a enfiestarme se dijoooooo.

Vamos a parchar acá en el apartamento todos los de la acampada y por ahí Sebas me dijo que iban a traer garrafas de ron y que tales. Apenas essss.

No voy a llamar a Carmen. Pa’ qué. Esa vieja no hace sino mandarme cartas acá a la casa, pero yo ni las miro. En fin, que ya está que se acaba el año y hay que celebrarloooo, porque a pesar de todo, ESTAMOS VIVOOOOSSSS. VIVA EL VICIOOO, GONORREAAAA.

A farrear se ha dichoooo.

2022

23 de agosto: antier se murió mi madre. A mí me tocó pedir permiso en el trabajo para hacer todo el papeleo del registro de defunción y ahí he estado volteando con todo eso. En el momento que me notificaron mediante una llamada de su muerte, fui corriendo al hospital y cuando entré recordé el sueño que llevaba teniendo desde el 2017, al menos una vez por semana. Me sentí viviéndolo en carne propia. Una pesadilla hecha realidad.

No tengo certezas de nada, solo de una cosa: estoy devastado.

Voy en el sexto semestre de la universidad, pero la verdad, no sé si después de este suceso pueda continuar con mi vida como la llevaba: mantenía toda la mañana en el campus, luego iba a almorzar a algún restaurante barato o a veces María, cuando podía, me empacaba la coca. Pero eso era muy de vez en cuando. Y como yo no sé cocinar mucho que digamos, entonces mantenía comiendo en la calle. Luego, si me quedaba dinero, compraba libros originales y discos de vinilo. Pero no. No sé nada ya. No creo que soporte esto. Menos mal tengo a María.

La convivencia con ella ha sido chévere. Tiene un mal genio cuando se le contradice o cuando no estoy de acuerdo o cuando intento corregirla y ahí se pone como un demonio y no hay quien la calme, sin embargo, es una buena mujer y es sincera frente a su amor por mí.

Hemos terminado varias veces desde que comenzamos nuestra relación una tarde bochornosa que estábamos acostados, fumando en la cama y cada uno tarareando canciones que el otro no conocía. Recuerdo que cuando me terminé el cigarrillo, me levanté de la cama y fui por la guitarra a practicar un poco y en ese trayecto, ella me dijo:

—Seamos novios, Aarón.

Yo me quedé paralizado y volteé a verla. Estaba de lado en la cama, desnuda y me miraba con curiosidad. Asentí con la cabeza como si no tuviera otra opción y en ese momento una felicidad extraña me invadió y corrí a tirarme a la cama para besarla. Nos enredamos en un cálido abrazo y nos quedamos dormidos así.

Bueno, el caso es que hemos terminado varias veces más que todo por ella y sus actitudes de mierda. A veces no la soporto y le digo que se largue y chao. No vuelve en un par de semanas, pero luego me llama, concertamos una cita en algún café cercano y hablamos y ella promete que va a cambiar, por mí y solo por mí, sus actitudes. Yo hago como que le creo, le doy un beso rápido y me voy al apartamento.

Ah, el apartamento. Sigo viviendo en el mismo y ya cambié de trabajo. Ahora trabajo en Q’bano y me pagan mejor que en el Éxito. Pero sí, me siento cómodo en este punto de mi vida con mi trabajo, con María, con mis pocos, pero valiosos amigos (que son algunos que quedan de la acampada, pero otros que he conocido en el trabajo y otros cuantos por parte de María en alguna salida casual), o más bien, me sentía. Lo digo es por esto que sucedió…

No sé qué hacer.

Voy a ir al apartamento y llamaré a María a ver si puede ir un rato para contarle… Pero sí, no creo seguir teniendo ganas de escribir en este diario… Es mejor dejarlo hasta acá, aunque todavía no he tomado una decisión definitiva… A la final, todo es relativo, ¿no?

Oscuridad: solo eso veo más allá de mi nariz en este camino que he decidido recorrer…

2021

Comenzando año: cuarto semestre de Estudios literarios. Melo. Me gusta mi carrera y los parceros que he conseguido allá son buena gente. Los profes también. Las cosas con María van bien, mejor de lo que esperaría en alguien como ella.

Carmen me llamó ayer. No le contesté. No le he contestado las llamadas en bastante tiempo, porque siempre llama a regañarme y no, yo ya no vivo con ella entonces no tiene el derecho para hacer ese tipo de cosas.

—Aló.

—Oiga, Aarón, ¿usté por qué hijueputas es que no contesta ese berraco teléfono? ¿Le cuesta mucho o qué? ¿Se le va a caer un brazo si me responde las llamadas? Dígame a ver.

—Amá, pero…

—Nononono, pero nada. Usté, así no viva conmigo, tiene que mantenerme al tanto de su vida, ¿no entiende? ¿No ve que yo soy su mamá todavía y lo seguiré siendo hasta que alguno de los dos nos muramos y merezco respeto de su parte?

—Pero si yo no la estoy irrespetando…

—Sí lo estás haciendo, Aarón. El hecho de no contarme nada de su vida es hacerme daño, irrespetarme, no devolver todo el amor que yo le di cuando usté apenas era un niño chiquito y fastidioso. ¿O ya se le olvidó eso?

En ese momento, cuelgo. Casi siempre es el mismo discurso, entonces mejor ya ni le respondo.

Mm, sí, y por otro lado, Sebas también se fue a vivir solo y me ha contado qué ha pasado con los de la acampada: Daniel se suicidó estos días: se ahorcó el hijueputa. Rodrigo se fue a vivir con Sebas. Gustavo se fue del país por una beca tecnológica que se ganó en los ICFES. Natán se convirtió en gigoló; estos días voy a llamarlo para hablar con él a ver cómo pasó eso porque Sebas no me explicó casi nada.

Y ya otra cosa que me di cuenta yo fue que Alejandra se enamoró de Manuela, y eso que Aleja decía que iba a ser hetero toda la vida y véala. Pues, un día Manuela estaba en mi casa parchada en el mueble, porque todavía sigue viviendo conmigo y yo feliz, ¿sí o qué?, entonces Alejandra llegó así de la nada al apartamento porque dijo que necesitaba entregarme algo que le había dado Sebas para mí. A mí eso me extrañó porque Sebas siempre me traía todo lo que yo pedía por internet y ponía la dirección de la nueva casa de él porque él vivía más cerca de la oficina de Interrapidisimo donde llegan los paquetes de Bogotá de libros, porque sí, son libros de editoriales independientes de la capital. Hay que apoyar lo nacional.

Pero sí, el caso es que se me hizo raro. Luego Sebas me contaría su plan maestro. Ese man es muy caja. En fin, el plan era que como él sabía que Manuela vive conmigo y mantiene en la casa casi que en bola, y antes de eso Alejandra le había contado que le causaba curiosidad experimentar con una mujer, entonces él aprovechó que me había llegado un paquete y con ese poder de convencimiento que lo caracteriza, le inventó la mera historia a Alejandra para que le hiciera el favor de traerme el paquete a la casa y encontrarse a Manuela así bien provocativa. Pero, ¿por qué Sebas llegó a la conclusión de que Alejandra se iba a interesar por Manuela? Sencillo. En la acampada del 2019, Sebas notó los ojitos que le hacía Alejandra a Manuela y desde ahí supo que Alejandra no se lanzaba a devorarle hasta lo que no tenía a Manuela por sus prejuicios de hetero, pero que en un futuro lo haría. Y Sebas tenía razón.

Cuando Alejandra tocó el timbre y yo fui a abrirle, Manuela se sentó en el mueble y se tapó con una sábana que estaba extendida en la zona de ropas. Alejandra y ella se miraron durante unos segundos y luego Manuela fue a encerrarse a la pieza. Alejandra me entregó el paquete y me pidió el número de Manuela. Sonreí y sospeché, pero igual le di el número de Manuela y cuando Alejandra se fue llamé a Sebas y ahí me contó el plan. Muy charro.

Han pasado los meses y yo ya no separo los acontecimientos de este diario mediante asteriscos. ¿Para qué? Todo es un presente continuo que se desdobla en un incierto futuro. O bueno, quién sabe.

Estudios literarios. Chévere. Es abrumador tener que escribir tanto texto creativo y ensayo narrativo, pero a la final, me agrada. Los parciales son mortales, pero qué más puedo hacer…

Mi primer libro está en proceso. Por fin. Es un conjunto de cuentos sobre las miradas antes de saltar de un acantilado. Sí, trata sobre ese detalle suspendido en el tiempo sobre distintos suicidas a lo largo de la historia de la humanidad. Sin mayúscula porque no merecemos ese calificativo, y nuestra historia, mucho menos.

Ya lo terminé. Buscaré alguna editorial que lo publique. Empezaré por la universidad y así voy averiguando con algunos parceros y parceras que sepan algo de esa vuelta. Los cuentos le gustan a María y a Sebas, entonces con eso me sobra y me basta. Que están un poco locos, dicen, pero que igual les parecen geniales.

Ninguna editorial quiere recibirlo. Ni me contestan los correos siquiera. Pero sí, me estoy armando de paciencia para no fallar en el intento.

Ve, verdad. No he dicho nada de lo que pasó luego de la pandemia del año pasado. Pues, trajeron una vacuna de por allá de Rusia, hicieron como mil pruebas en humanos, aprobó casi todas las fases y ya en marzo llegó acá a Colombia y vacunaron al personal médicos y la población en riesgo y por allá en mayo, nos vacunaron a los jóvenes y eso. Por eso pude volver a estudiar en un modelo de alternancia en la universidad. Pero bueno, ya qué, lo único que me importa ahora es publicar ese libro con una buena editorial para que le brinden una excelente difusión y mucha gente lo pueda leer. La gente necesita leer mi libro.

Y hablando de otra cosa, revisando estos dos cuadernos donde llevo este diario, me di cuenta de que nunca hablo de mi cumpleaños ni nada. Y creo que es momento de sacarme la única razón por la que no he escrito nada de eso: yo cumplo años el once de abril y en mi cumpleaños número ocho, Martina, mi bisabuela se murió de un derrame cerebral y yo me di cuenta cuando a Carmen le sonó el BlackBerry y salió a contestar y cuando volvió a entrar, dio a conocer, gritando, esta noticia a toda la familia que estaba allí presente mientras yo soplaba mis ocho velas repartidas simétricamente en la torta.

Desde ese momento, mi cumpleaños no lo celebro, en honor a mi bisabuela, porque ella es lo mejor que me pudo haber pasado en mi infancia. El mero hecho de mencionarla me hace traer al presente los días en que ella estaba cosiéndole un pantalón o una camisa a mi abuelo o a Carmen o a Jairo (del que tampoco hablo y luego, quizás, diré por qué, pero en este momento, solo quiero hablar de mi bisabuela y ya) y empezaba a contarme historias de dragones que se enfrentaban con alfileres dotados de alas de ángel y poderes para predecir el futuro y siempre ganaban las cosas que ella tenía cerca; quiero decir, que me contaba las historias típicas para niños, pero intercambiaba al príncipe azul o al héroe de la historia, por objetos que ella utilizaba para coser las prendas de la familia. Y siempre ganaba el objeto, ya fuera un alfiler, como el ejemplo que puse, o el pedal de la máquina, o el alicate, o los retazos de ropa que tenía guardados debajo del colchón, o el volante con que manejaba su máquina: la verdad no sé cómo se le llama a esa parte de la máquina, pero ella siempre me dijo que ese era su timón, su volante para manejar su auto volador y avanzado tecnológicamente. Y vaya que yo volaba con sus historias…

En otras ocasiones, mientras me hacía el almuerzo, empezaba a silbar como un pájaro para hacerme creer que los pájaros que siempre comían en el ventanal que había en la cocina, en toda la poseta, habían llegado a pelearse, entonces yo saltaba y corría del comedor a la cocina para ir a mirar, y cuando llegaba a su lado, ella me decía que los había espantado y que por eso hiciera más silencio cuando me fuera a acercar para ver el espectáculo, y luego se reía y su risa inundaba cada recoveco de la casa, cada almohada, cada mueble, cada puerta, cada baldosa, cada ventana, cada closet, cada traste de la cocina, cada prenda…

Eso es lo que más recuerdo de ella, y claro, también su pretina, con la que solo me pegó dos o tres veces, porque ella nunca me pegaba: por el contrario, cada vez que Carmen iba a golpearme o a regañarme por cualquier maldad que hubiese hecho (me encantaba quitarles los bananos a los pájaros y ponerles solo la cáscara para verlos chillar y poder observar su pelea por una mísera cáscara de banano, y eso es solo por poner un ejemplo) mi bisabuela intervenía y le decía a Carmen que en la casa de ella ni se le ocurriera tocarme un solo pelo.

Sin embargo, mi bisabuela sí me pegó dos o tres veces, no lo recuerdo muy bien. La primera vez fue porque le contesté muy feo cuando me dijo que me fuera a bañar un domingo. Yo odio bañarme, desde chiquito, y en esa ocasión le dije que ella no me mandaba y que no me iba a obligar a nada porque yo hacía lo que se me diera la gana. Sacó la pretina de debajo del colchón donde dormíamos siempre (porque yo me quedé un tiempo donde ella hasta el día que se murió y Carmen y yo nos independizamos en un apartamento cercano a la casa de mi bisabuela, que pasó a ser de los hijos de ella, que eran cinco, pero no quiero hablar de ellos en este momento. Luego les dedicaré un aparte, y sí) y me dio como cuatro pretinazos y no me dolió, solo me ardió durante un rato y después de eso le hice caso a todo lo que me dijera mi bisabuela. Todo.

La segunda vez que me pegó con la pretina fue cuando le quebré, a propósito, un santo que tenía sobre su escaparate. Ella era muy religiosa, demasiado, pero, lo que siempre admiré de ella, es que nunca intentó imponerme esa religión. Me dijo, un día que le pregunté por la existencia de dios, que dependía enteramente de mí probar su existencia o simplemente creerla y vivir de acuerdo a esa fe, o, si quería, no creer en él, sino creer en mí mismo y en el peso de mis actos. Era una mujer demasiado inteligente para terminar así… Entonces, a partir de eso, yo comencé a creer que dios existía en la mente de algunas personas y que ellas basaban su existencia en esa creencia. No obstante, en mi mente, lo llamaba por teléfono, por telepatía, por su nombre, le hacía señas, pero no lo veía ni lo escuchaba ni lo sentía, por lo que me dije que, por lo menos en mi interior, no existía. Bueno, sí, lo que quiero decir es que un día noté algo sobre el escaparate de mi bisabuela que no había visto antes: una pequeña escultura de un ángel aplastando la cabeza de un demonio mientras alzaba su espada para clavársela en la frente, o lo amenazaba, yo no sé, y estaban sobre una piedra que tenía el color de la lava de un volcán. Esa imagen, a los seis años, me causó mucho asco y supe que el ángel estaba abusando de su poder y lo tiré al suelo. Nunca he aguantado la injusticia, ni siquiera en aquel entonces, que ni siquiera conocía el concepto —no el significado— de la palabra justicia. Cuando mi bisabuela se dio cuenta (porque yo no recogí los restos de la escultura, y si lo hubiese hecho, ella de igual manera se habría dado cuenta, ella siempre le pasaba revista a sus santos y estatuillas y se echaba la bendición luego de tocarlos con la mano derecha) sacó la pretina nuevamente de debajo del colchón y me pegó varias veces, y fuerte, tanto, que lloré durante un rato porque esa vez sí me ardió bastante.

Después de eso, no recuerdo que me haya vuelto a pegar con la pretina. Demás que sí lo hizo, pero yo no logro atrapar esa imagen. En fin, esa es la razón por la cual no celebro mis cumpleaños: por darle el luto que se merece mi bisabuela; o sea, por el resto de mis días…

Bueno, a dormir mejor. Luego escribo un poco más.

Hablé con Natán hace poco. Lo llamé y cuadramos una cita en una panadería. No le dije la razón, solo le dije que quería verlo y hablar un poco con él. Aceptó y cuadramos la cita para mañana en la tarde, tipo tres o cuatro. Esperemos a ver qué me cuenta.

Pedimos dos pandebonos, tres buñuelos y dos cafés con leche. Comimos. Luego, me preguntó cómo iba el semestre. Le respondí que todo iba bien y así, poco a poco, lo fui llevando hasta el tema que me interesaba: su trabajo. Le pregunté cómo le estaba yendo en el sentido económico y me dijo, como si supiera que ese era el motivo del encuentro, que decidió ser un gigoló porque tiene el chimbo muy grande y ese es el único requisito para ejercer la profesión. Ah y obviamente también estar en una buena condición física y desde que lo conocí lo ha estado: acuerpado, alto, con unas piernas musculosas y unas nalgas bastante redondas y bien dotadas. En fin, que por eso quiso presentar la hoja de vida y pasó la entrevista y nada, allá trabaja de cinco a doce de la noche y le pagan un mínimo, lo cual le permite sostenerse con su pareja. ¿Quién es? Felipe. El pasado me aplastó con todo su peso con ese nombre. Recordé a Felipe. Felipe, Felipe… Ah, qué vaina. No supe esconder mi incomodidad y le conté la historia de mi pelea con Felipe y luego… la vez que me la chupó en el baño. Natán no se molestó, más bien le causó gracia y me pidió detalles. Ahí me relajé y la conversación fluyó con tranquilidad y estuvimos un par de horas más tomando café con leche y hablando de nuestras vidas.

Antes de despedirnos, le pregunté sin ninguna expectativa, porque probablemente no sabía, que si conocía a algún editor que se interesara por mi primer libro y me ayudara a publicarlo. Para mi sorpresa, me dijo que sí, que le iba a preguntar a Felipe, que es editor profesional a ver si recibía mi texto, lo leía y me daba un sí o un no. No pude ocultar mi sorpresa. ¿Es editor? Sí, hace poco se graduó y justamente también está creando un sello editorial para autores emergentes y con pocas posibilidades económicas para financiar sus propios proyectos literarios.

Después, intercambiamos teléfonos por si algo, le agradecí y nos despedimos.

Felipe me llamó ahorita. Hablamos un rato de nuestras vidas y después me dijo que anotara su correo para enviarle mi libro. Lo anoté, le di las gracias, colgamos, luego abrí mi Gmail y le mandé el libro. Ahora toca esperar.

Felipe volvió a llamarme. Solo pasaron dos días desde que le mandé el libro y ya me dijo que le interesaba el proyecto. Me pidió que fuera a su casa. Le pregunté cuándo. Hoy mismo, dijo. Eran las dos de la tarde, entonces le dije que me pasara la dirección por WhatsApp y me indicara cómo llegar y que estaba allá a las tres y media. Almorcé cualquier cosa, me bañé, me arreglé y anoté mentalmente el recorrido hasta la casa de Felipe. Vive cerca al Estadio, entonces me quedaba fácil llegar. Salí de mi apartamento aledaño al Parque Bolívar y fui hasta La Oriental para tomar un Calasanz Boston.

Vive en una unidad residencial de apartamentos. En la portería me presenté y llamaron a su apartamento. Me dejaron pasar. Tomé el ascensor. 504, 504, repetí en mi mente. Ese es el número de su puerta. Recorrí el pasillo. Encontré el número. Toqué. Me abrió Felipe. Estaba muy cambiado. Casi no lo reconozco. Me abrazó y me invitó a pasar. La decoración era sobria, los muebles también, él mismo, en fin, nos pusimos a hablar del libro y de la viabilidad de su publicación. Fue un rato chévere y me sentí bastante cómodo.

Describo todo al detalle porque fue el comienzo de esta aventura literaria y el primer paso siempre es más importante que los últimos.

Felipe dijo que ya estaba ultimando los detalles para la creación de su sello editorial: Híbridos Editores. Me explicó el significado del nombre, me contó sobre sus contactos para la edición, impresión, distribución, publicidad y venta de los libros que estaba buscando. Dijo que yo fui el primero. Serás el autor pionero de esta editorial, Aarón, me dijo en un tono cómplice y le sonreí. ¿Natán no está?, pregunté. Está dormido, pero como es una piedra con el sueño, no se levanta ni aunque se caiga este edificio, entonces no te preocupes por él, dijo.

Para resumir, van a publicar mi libro. Quién diría: el mundo es un pañuelo y yo no hago sino estornudar, como dije alguna vez en estos diarios, ya no recuerdo dónde ni por qué.

La vida me sonríe: algo raro en ella que es mueca y sufre de la parálisis de Bell…

2024

Viajaré a Trenton, Nueva Jersey a visitar a Scarlet luego de lo que pasó con María.

Ya compré los tiquetes. Me voy en abril, después de mi cumpleaños.

No tengo mucho por decir. Con el tiempo me he vuelto más silencioso. Y es mejor así.

Visitaré a Scarlet porque el año pasado comenzamos a hablar de nuevo. Dijo que deseaba verme.

Me pagó el tiquete de ida.

Afloraron muchos sentimientos que ya creía enterrados.

El corazón, por lo visto, no entiende de contextos.

No es el mejor momento para revivir amores pasados, pero bueno, un viaje es un viaje.

Luego escribiré.

Tocará retomar los asteriscos para separar los hechos, creo.

***

Aterrizo al mediodía en el Trenton-Mercer Airport.

Salgo del avión.

Me dirijo al lugar del aeropuerto donde reciben a los recién llegados.

Un minuto más tarde, entre la multitud, la veo con un cartel en la mano que dice: Aarón David.

Voy hacia ella. La miro. Está muy diferente. Se tiñó el pelo y se viste distinto.

Me abraza. El pasado me abraza con ella.

Recuerdo, en ese momento, el sueño del hospital que tuve hace años.

Me toma de la mano y me ayuda con mi maleta.

Tomamos un taxi. Le dice la dirección al conductor en un inglés perfecto.

Espero que me sirva de algo el curso de inglés intensivo que inicié apenas me propuso este viaje.

Ese curso lo acabé hace un mes apenas. Tengo fresco el idioma en mi mente.

Miro por la ventana. Avenidas, árboles que pasan de largo, luego Scarlet me señala la Grand Avenue por la que transitamos y en un momento dado me muestra la West Trenton Station.

Me dice que está viviendo al norte de Trenton. Luego, me muestra la New Jersey School for the Deaf y me comenta que ahí estudia su hijo. ¿Hijo?, pregunto. En la casa te explico, responde.

Scarlet va recitando el recorrido y las avenidas que estamos recorriendo en el taxi. Dice que acabamos de enfilar por la Lower Ferry y luego giraremos a la derecha por la Parkway Avenue y seguiremos recto hasta tomar la Wingham Avenue y luego…

Dejo de escucharla. Su voz me da sueño. Siempre ha sido así.

Pienso en Paul Auster antes de quedarme dormido.

El taxi se detiene al frente de una casa con jardín y yo despierto al instante. Ella paga.

Yo traje unos cuantos dólares, pero ella me dice que los guarde.

Entramos. La casa es grande, como en las películas. Todo esto parece una película.

Me abraza de nuevo y me dice que mi habitación está en el segundo piso.

Subimos las escaleras que crujen y me muestra la habitación.

Me pregunta qué me parece.

No digo nada, solo sonrío.

La cama es doble. Hay dos mesas de noche a ambos lados y a la derecha está una ventana que permite la visión del patio y la entrada.

Hay un escritorio sin cajones y con una silla de color blanco en una esquina del cuarto. Dice que es para que yo me siente a escribir cuando quiera. Asiento con la cabeza.

Me abraza. La miro. Nos miramos durante mucho rato.

Intenta besarme, pero yo aparto la cara. Le digo que quiero descansar un poco.

Okey, dice. Y se va de la habitación cerrando la puerta tras de sí.

Me acuesto en la cama y mirando al techo, me quedo dormido.

***

Ayer por la noche me invitó a comer a un restaurante jamaiquino llamado The Dapper Chef. La comida era una mierda, pero igual aprecié la invitación.

Repartimos la cuenta y nos fuimos a pasear.

Estuvimos callados, pero ella se recostó en mi hombro mientras pasaba su brazo por mi cintura.

Llegamos a la casa y me besó nada más descargar su bolsito. Iba vestida con una falda negra y una blusa azul oscura y me sentó en el mueble de golpe. Se montó encima de mí.

Sentí sus labios luego de no haberlos sentido todos estos años después de aquella despedida en el 2018, cuando la acompañé al aeropuerto y antes de abordar, me dio un beso fugaz y se fue corriendo con su maleta azul.

Sentí sus brazos rodeándome el cuello.

Sentí su cabello largo enredándose en mi boca e inundando mi cuello y mi pecho.

Sentí sus pechos.

Sus piernas en las mías.

Su cintura estrecha, que ya no era tan estrecha, pero que seguía siendo tan suya.

Sentí las estrías en sus nalgas, las de siempre, solo que esta vez más profundas y marcadas.

Sentí su boca. Su boca nuevamente. Sus labios. Y ahí, cuando se quitó la blusa y el top que llevaba puesto, supe que había vivido toda mi vida solo esperando este momento. Que mi vida giraba en torno a este reencuentro. Lo supe y lo acepté de una vez por todas. Dejé a mi terquedad en la taza del baño y lo vacié.

Pero, cuando intentó quitarse la falda, la detuve y le pregunté por el niño, acordándome que no habíamos hablado de eso. Está con el papá toda esta semana. Por eso fui tan específica para que vinieras exactamente por estos días y no después o antes, dijo.

Luego, me quitó la camisa y se quedó besando mi pecho. Me quitó el pantalón. Me lamió, succionó y relamió la verga. Sentía que se iba a estallar de tanta excitación y me vine, pero el pene no se me vino abajo. Siguió más erecto que nunca y ella se quitó las bragas.

Sentí el olor de su vagina. La toqué. La alcé y la acosté en el mueble violentamente. Busqué su clítoris. Lo encontré. Me divertí con él y estuve enredado allí un rato. No quería separarme de esa vagina tan anhelada en mis ensueños, y ella tampoco quería soltarme: me tenía la cabeza apretada con su mano para que no se me ocurriera parar. Mi lengua hizo todo el trabajo y la sentí gritar, retorcerse y gemir como nunca había escuchado gemir a una mujer en mi vida. Ni siquiera a María o a Fernanda.

Luego, la penetré. Estuvimos en diversas posiciones y yo solo veía su sudor y su cadera moviéndose al ritmo de las mías.

Vi su cara mostrando los dientes y exhalando aire, empañándome la barbilla.

Terminamos exhaustos. Nos dormimos abrazados en el mueble.

Te extrañé, fueron las últimas palabras que pronuncié antes de adentrarme, junto a Scarlet, en el reino de los sueños, o de este sueño cumplido.

Soñé de nuevo con el hospital. Todo se repitió exactamente igual, solo que al final, Scarlet pudo decirme algo: por fin, Aarón, por fin.

***

Sé que esto no durará mucho. Esto no tiene futuro. Yo no tengo futuro. Mi vida está jodida a más no poder. Soy una puta rata.

Sé que esto no durará más que la semana que me pienso quedar en su casa.

Mi vida como escritor se fue a pique desde que mi segundo libro de poesía fue censurado y la novela corta fue retirada de todas las librerías y Felipe absolvió el contrato donde teníamos unas obligaciones y unos derechos en nuestra relación de autor-editor. Estoy jodido. Hice este puto viaje con la plata de unos ahorros que tenía guardados en el banco. Me quedaré sin dinero cuando llegue a Colombia.

Faltan tres días para irme y en dos semanas me gradúo de la universidad.

Extrañé tanto a Scarlet, que ahora que puedo tenerla físicamente me produce aburrimiento y hastío.

Qué cosa tan rara. Quiero a Scarlet lejos de mí, pero cuando está lejos, la quiero cerca y cuando está cerca, no la quiero de ninguna manera: ni lejos, ni cerca, ni a medias, ni nada.

Qué puta mierda.

***

Ya estoy en Colombia. No quiero saber nada del mundo ni de la graduación ni de este diario, que no sé por qué sigo escribiendo.

No quiero hacer nada.

Nada. Quiero que me inunde la nada. Ah, Gonzalo. Gonzalo y a perseguir la nada. Nada es importante porque a nada le brindo interés.

Nada.

2023

Alguien es feliz y ese soy yo porque conocí a Fernanda en la universidad un jueves mientras hacíamos un trabajo en grupo y ella me miró con sus ojos verdes y supe que me iba a ir a la cama con ella, ya fuera ese día u otro o el mes siguiente, pero de que lo hacía, lo hacía, sentía ese deseo, ese ardor en la entrepierna que me arrastra como un imán hacia la entrepierna femenina, y entonces la invité a tomarnos un café fuera de la universidad y ella aceptó y luego la invité a mi apartamento y aceptó y nos sentamos en mi sala, le hice señas a Manuela para que se fuera, por lo que ella recogió su desastre matutino, se vistió en la pieza y se fue para no sé dónde y yo me quedé solo con Fernanda y nos pusimos a hablar de Hemingway y de Bolaño, luego de Borges y luego de Cassidy y de Carver y luego de Puig, pero nos devolvimos a Dostoievski y luego apareció Rimbaud de la nada y discutimos la prosa de Vargas Llosa y la de Carpentier y terminamos en Chomsky y Lacan, y después me acerqué a sus labios y ella me besó con violencia y se me montó y de una me bajó el pantalón y facilitó todo y me lo chupó como por media hora y luego se lo metí durísimo y cuando se vino, le chupé esa cuca y cambiamos de posición y así intercambiamos papeles y roles, y luego me dijo que no podía más, que le diera un break y le prestara una toalla, por lo que yo me paré y desnudo fui a la zona de ropas para prestarle una y tomar una yo también para bañarme con ella y también se lo metí en el baño y gritó fuerte, pero el ruido de la ducha opacó su voz y entonces me dijo que me amaba y yo hice que no la escuchaba y ella no lo repitió, luego nos fuimos a mi pieza y seguimos culiando hasta que llegó la noche y nos dormimos, después nos despertamos en la madrugada y me lo chupó hasta que me dejó el pene encogido, y ahí sí nos dormimos hasta el otro día y ella se despertó antes que yo e hizo un desayuno bastante jugoso, arepa de chócolo con huevos revueltos con salchicha y pan de queso y café con leche, y me devoré el desayuno porque tenía la boca seca y estaba desgastadísimo por todo lo que había pasado ayer y me pregunté cómo había pasado todo eso, en qué momento, pensé que todo fue muy vertiginoso, pero aun así fue una chimba porque Fernanda tiene severo culo y unas teticas pequeñas, pero así mejor y tiene esa cuquita que le huele como a flores rociadas con vinagre del D1, y en ese momento le dije que podía volver cuando quisiera y me dijo que el sábado venía por la noche y que si quería podíamos ir a farrear y luego venir a remata acá a la casa y le dije que de una, que contara conmigo y que de paso me rotara su número para que termináramos de cuadrar, y ella me lo dio y luego se fue a bañar, se cepilló los dientes porque había ido a la tienda a comprar uno y ahí lo dejó, como si ya viviera conmigo y me dio risa en vez de incomodidad y se fue a vestir y ahí sí se despidió con un besito y salió, yo me quedé mirando al techo, acostado en el mueble y Manuela me escribió que si ya podía volver y yo le dije que sí y cuando ella llegó le conté la doble setenta hijueputa culiada que me le pegué a esa muchacha y Manuela se carcajeaba y me decía que yo era mero teso para culiarme viejas tan buenas y luego se fue para su pieza y me dijo que era un campeón y preguntó por los poemarios y guardé silencio porque iban de mal en peor, pero eso ella no podía saberlo y Felipe mucho menos, entonces me retiré a mi cuarto y me masturbé un rato pensando en Fernanda y no me salió semen por haberme escurrido ayer de un todo y por todo mis testículos, pobres de ellos.

Ya pasó un mes y Fernanda mantiene casi todos los días en mi casa y hemos hecho trío con Manuela y a veces llegaba con Alejandra y hacíamos un cuarteto, quién lo diría, se sentía raro, pero el placer se multiplicaba porque lo metía en tres orificios distintos y las veía besándose entre ellas y chupándose hasta el cansancio sus vaginas y luego traían consoladores y se lo metían entre todas y hasta a mí me obligaban a ponerme en cuatro y me introducían un dildo en el ano y hasta era bueno porque me venía casi al instante y luego seguíamos dos, tres, cuatro y hasta cinco polvos de mi parte y ellas se venían más veces de las que podía contar y Manuela se squirteaba y nos chorreaba a todos y Alejandra se dejaba hacer sexo anal y Fernanda me lo chupaba hasta que simplemente no podía más y entonces nos íbamos a bañar en dos turnos, Fernanda conmigo y Alejandra y Manuela juntas y las escuchábamos gemir y Fernanda se masturbaba escuchándolas y yo la ayudaba y después ellas salían del baño y nos vestíamos y nos íbamos a farrear y beber y drogarnos hasta no poder más y luego pedíamos un taxi y nos devolvíamos a la casa y dormíamos en cualquier parte o a veces, si estábamos algo sobrios, Fernanda y yo nos quedábamos hablando de Capote, Auster, Twain, Ruiz Zafón, Wilde, Stevenson, Arango, Jota Mario, Jaramillo Escobar, Galeano, Chaparro Madiedo, De Greiff, Barba-Jacob, Hegel, Kant, Spinoza, Foucault, Deleuze, Popper, García Lorca, Pessoa, Fuentes, Mann, Saramago, Hitchcock, Nabokov, Beauvoir, Mistral, Lautréamont, Yourcenar y Onetti y luego sacábamos un whisky o un brandy o un ginebra o si no había lo pedíamos a domicilio y fumábamos bareta hasta que nos quedábamos dormidos después de devorarnos la nevera a las cuatro o cinco de la madrugada, y nos despertábamos a las dos o tres de la tarde y no éramos capaces de levantarnos de la cama y pues no lo hacíamos, sino que sacábamos el celular de alguno de los dos y nos parchábamos a ver tik toks o reels de Instagram y veíamos porno si teníamos ganas y culiábamos hasta que nos diera hambre y ahí sí nos parábamos, comíamos, hacíamos digestión hablando de Marqués de Sade, Cortázar, Zuleta, Szymborska y Pizarnik y a veces de Ocampo, y volvíamos a la cama y nos dormíamos al instante, sin siquiera decir buenas noches o dulces sueños, mi amor, sueña conmigo.

Y podíamos hacer todo esto porque yo estaba en vacaciones, pero ya entré a trabajar y casi no estoy en la casa, pero igual Fernanda sigue viniendo y me ayudan con algunos trabajos y se queda a dormir y a veces se queda hablando con Manuela de literatura y arte, porque Manuela es pintora y no lo había dicho porque no lo descubrí hasta hace poco que entré a su habitación para llevarle una ropa que ya estaba seca y la vi con ropa de obrero pintando en un lienzo bastante grande y con bocetos desparramados por todo el suelo y ella gritó y yo grité y le pregunté por qué no me había dicho que pintaba en todo este tiempo y que con razón ese olor como a pintura fresca que creía que venía del apartamento de abajo porque siempre me decía eso cuando le preguntaba, entonces ella me dijo que nadie lo sabía hasta ahora que yo lo había visto con mis propios ojos, ¿pero por qué no me habías dicho?, y ella respondió que aún no se sentía segura de su arte y que seguía sin considerarse una artista como tal, entonces que por eso, pero entonces me acerqué al cuadro y noté un fondo negro con una mujer recostada diagonalmente en traje de baño, resaltando su entrepierna, sus senos y sus axilas con diversos colores y en una esquina noté un mosaico con un fuck you muy sutil que sin embargo me robó la atención durante los segundos que duré en la habitación de Manuela hasta que ella me echó casi a patadas y me dijo que no volviera a entrar así, que aprendiera a tocar la puta puerta y le dije que bueno y yo me encerré en mi pieza a escribir y fui por un trago y para mí ahí se había acabado el día, pero luego me llamó Fernanda y me dijo que me iba a invitar a comer a un restaurante, pero que tenía que estar allá en media hora, si no, nos quitaban la mesa porque era una reservación parcial y si nos demorábamos, paila, y dónde es el restaurante, le pregunte, y ella respondió que el beef cercano al parque Boston y allá llegué en menos de lo que esperaba y la vi esperándome y vi su piel morena, su cabello crespo suelto y otra vez sus ojos verdes, pero esta vez delineados y sombreados y un vestido verde oscuro y unos tacones del mismo color y entramos al restaurante, pedimos la carta, elegimos, comimos, pagamos, pedimos un in-Driver, llegamos a la casa y aún estábamos llenos entonces nos pusimos a hablar de Soda Stereo, de Van Gogh, de Picasso, de Breton, de Quevedo, de Kahlo, de Casares, de Kandinsky, de Nietzsche y un poco de Schopenhauer y luego fuimos a la cama y Manuela entró a la habitación, prendió la luz y me mostró el cuadro y estaba hermoso, se lo dije y Fernanda opinó lo mismo y se quedó halagando unos minutos el contorno, el contraste de los colores y el fondo y forma de la pintura, Manuela sonrió y nos dijo que quería hacer una exposición de arte con sus pinturas y Fernanda no dudó en decir que ella le ayudaba con TODO, con todo, Manuela, tú no te preocupes por nada, yo me encargo de todo con otro amigo pintor y crítico de cine para montar una exposición en un lugar bien chévere y que mucha gente conozca tu exultante, magnífica y fantástica obra, y Manuela volvió a sonreír y se fue para su pieza y nosotros nos quedamos hablando de ella hasta que apagué el televisor y nos dormimos.

Fernanda cumplió su promesa y le consiguió un local para hacer la exposición a Manuela y le ayudó con toda la parte logística, por lo que Manuela solo tuvo que sacar sus pinturas y llevarlas de a turnos, yo le ayudé y aun así nos demoramos un poco llevando los cuadros, pero no era problema porque no había ya que era mañana y estábamos transportando las pinturas desde ya para no tener problemas mañana, y Fernanda le dijo a Manuela que se pusiera bien bonita y que ella la iba ayudar a elegir la ropa y el maquillaje adecuado para la exposición y que estuviera radiante, así como sus pinturas, así que Manuela se durmió ansiosa, o quizás no durmió por la ansiedad, no lo sé, y despertó al día siguiente y fue a bañarse mientras cantaba La vie en rose, la versión original de Edith Piafa y luego cantó Prófugos de Soda Tereo y cuando salió tarareó algo de Tararea de Alcolyrikoz y después se vistió, Fernanda llegó al apartamento, se encerraron en la pieza aproximadamente dos horas y Manuela, como lo pronosticó Fernanda, salió radiante, con un maquillaje sobrio y vestida con unos pantalones anchos y una blusita café oscura y de zapatos se puso unas chanclas de esas que estuvieron de moda en el 2017 y también se puso el collar que le regalé en su cumpleaños del 2021 y unas candongas que, según ella, le regaló Alejandra, y en ese momento me pregunté qué había pasado entre ellas dos y al parecer pensé en voz alta y ella respondió que se estaban dando un tiempo para saber si realmente ambas deseaban continuar la relación de manera indefinida o preferían ser buenas amigas, entonces yo dije ahhh, está bien, y me puse a recordar todo lo que había pasado, o de lo poco que me enteré, desde esa vez que Alejandra irrumpió en mi casa cuando Manuela estaba casi en pelota y cuando yo le di el número de Manuela a Alejandra y luego cuando Manuela salió un día en que ella solía quedarse en casa haciendo oficio conmigo, yo le pregunté para dónde iba y ella me respondió que Alejandra la había invitado a salir y no había por qué cerrarse a las diversas oportunidades que nos brindaba la vida, porque dentro de todo desde que conoció a Alejandra en la acampada del 2019, le cayó bien y le tramó un poco, entonces sí, vengo más tarde y mañana hago mi parte del oficio y todo, ¿listo?, chao, Aarón, se me cuida esas tapas, y entonces volví al presente y noté que Manuela y Fernanda ya estaban saliendo y yo sin haberme bañado siquiera, por lo cual me metí a hacerme un bañao’ de gato y me vestí lo más rápido que pude para seguirlas porque según escuché que me gritaron mientras me colocaba los zapatos era que la exposición era a las cuatro de la tarde y ya eran las tres y media y entonces yo pregunté dónde quedaba el salón que alquilaron para esos fines y Fernanda solo me respondió que queda cerca de acá, no te preocupes, solo vístete rápido y ya salimos en bombas de fuego, y me terminé de vestir y salimos a la calle.

Hijueputa, las pinturas de Manuela son una retrochimba, eso sí, algunas son abstractas, otras son desnudos femeninos y unas cuantas hermafroditas, y otros pocos cuadros son retratos con una leve alteración que se roba casi toda la atención del observador, simplemente estoy sorprendido, no puedo creer haber vivido tanto tiempo con una pintora de este calibre y no haberme dado cuenta, pero bueno, ni el trabajo, ni la U, ni los proyectos literarios me dejaba fijarme en la vida de mi compañero de piso y encima ella a veces trabajaba en temporada y a mí ni se me ocurría entrar a la pieza de ella e igual supongo que la dejaba con seguro, pero no estoy seguro de eso, entonces sí, el caso es que en la exposición llegaron varias personas, el local estaba cerca a Camino Real, el de La Oriental, y varias personas se quedaban mirando y algunas entraban, chismoseaban y se iban, en cambio otras se quedaban y preguntaban por la pintora, pero Manuela estaba en el baño y no quería salir, así que fue y entré de golpe y le pregunté qué pasaba y ella estaba llorando y repitiendo un mantra que no logré entender, y la abracé y solo le dije que es una chimba de persona y de pintora y no se iba achicopalar en este momento, en su momento de brillar y demostrar su talento en todo el esplendor que estuvo guardando durante años, AÑOS, Manuela, años te demoraste haciendo esto ¿y ya te vas a echar para atrás en el instante clave de tu carrera artística?, NO, al menos yo no lo permitiré, venga párese, se seca la jeta y salimos, ¿listo?, la espero afuera y si no, vengo y la saco arrastrada del pelo, ya le dije, Manuela, y ella se paró y la última imagen que vi antes de salir del baño fue ella con los ojos rojos mirándose al espejo apoyada en el lavabo, y unos dos minutos después cruzó la puerta del baño y se hizo al lado de Fernanda y Fernanda le dijo que estaba hermosa y que le iba a ir muy bien, no te preocupes, cariño, tu obra habla por sí sola, y Manuela sonrió con esas sonrisas tan cálidas y bajó los ojos y buscó un lugar para sentarse y Fernanda le hizo una seña al que parecía ser el pintor y crítico de cine del que mencionó esa vez que Manuela nos mostró su más reciente pintura y él , bajito, pero acuerpado y con unos ojos negros y una boca que no se quedaba quieta, de pronto era la lengua o la mandíbula, no lo sé, pero me causó desespero fijarme en su rostro porque inevitablemente mis ojos bajaban a su boca y desvié la mirada y le di un beso en el cachete a Fernanda y luego llegó más gente y se acercaban a Manuela, la felicitaban y la elogiaban y Manuela, que es tan morena, se sonrojaba y soltaba algunas lágrimas de felicidad y me alegré por ella y supe que se lo merecía.

Después, Fernanda se fue sin decirme nada ni darme ningún tipo de explicación y la lloré unos cuantos días y Manuela estuvo ahí para acompañarme en el duelo sexual que estaba teniendo, pero un día, también de la nada, me llegó un mensaje por Telegram y me fijé en el inicio de mi celular y era algo así:

Hola. Espero que estés bien. ¿Podemos hablar?

El remitente era Scarlet.

2026

—El gatico ya tiene todas las vacunas, solo falta desparasitarlo y castrarlo. Como te dije, tiene siete meses y es bastante inquieto, pero bueno, mira el carné. Cuídalo mucho, por favor, porque Felipe y yo nos vamos del país y no podemos seguirlo teniendo, ¿sí?

Asentí. Natán me entregó al gatico y yo lo metí al guacal.

—¿Cómo se llama?

—Milo.

Pensé en mi bisabuela. Tuve ganas de llorar, pero abracé a Natán y me despedí y me fui con el gatico mientras se me escurrían los mocos y las lágrimas en el camino.

Cuando llegué a mi nuevo apartamento en Itagüí, cerca al parque Obrero, solté al gatico del guacal y lo dejé explorar su nuevo reino y yo estuve toda la tarde llorando.

Pensé en mi carrera que terminé hace dos años porque tuve que ver materias de primer semestre en el tercero materias del cuarto en el séptimo porque el trabajo me ponía a perder esas materias del plan de estudios, y pensé en todas las personas que pasaron por mi vida en ese periodo de tiempo: Yamile, Roberto, Antonio, el profe Sebastián, Juan; pensé en Sebas, aunque me haya traicionado con María, pero desde eso ya pasó mucho tiempo, entones no hay rencores; pensé en Manuela, la infaltable, a Natán y Felipe, mi antiguo editor; a mi nuevo editor Jesús y a su sello editorial llamado Absurdo Editorial que me contrató y publicó la mayor parte de mi obra; recordé a Carmen y a Jairo, a la familia de mi mamá, a la de mi papá; recordé a Alejandra, a Gustavo, a Rodrigo, y por último, recordé a Scarlet…

Sé que la mejor manera de no volver a recordar a toda esta gente es recordándolos mientras los escribo y los saco de mi mente, los saco, los saco, los saco, no puedo seguir con esto, solo sé que estoy en la obligación de escribir algo, escribir una…, pero yo no sé, NO TENGO LA EXPERIENCIA, pero igual lo intentaré, pero NO PUEDO, PERO SÍ PUEDO, CARAJO, lo intentaré. Escribiré una novela. Hijueputa.

Pero esperaré hasta que llegue el otro año, total este ya se acabó. Llamaré a María y a Fernanda y recibimos el año nuevo con el trío de siempre. Qué rico. Y, por cierto, el gatico es precioso. Es la compañía que necesitaba. Con él escribiré la novela.

2025

Por nuestro grupo de WhatsApp (Los Literatos Graduados UPB), escribieron para parchar en el Cerro de las Tres Cruces y celebrar de verdad nuestra graduación.

El de la idea fue Juan, el músico pelilargo, o el pianista, o el care libidinoso, no sé, ese marica es muy caja. Luego, lo apoyó Yamile, su novia, y ya todos dimos el visto bueno y dijimos que mañana, veintiséis de mayo.

Hoy ya es veintiséis. Qué emoción volver a ver a estos malparidos.

Llego al cerro y no veo a nadie. No van a venir estos care chimbas.

Pero no, ahí vienen todos cantando a coro Nada personal, de Soda. Siguen siendo los mismos. Vienen hacia mí y me abrazan y me ahogan y me preguntan cómo estoy, cómo va todo, y luego Juan saca de su bolso de siempre una garrafa de ron y baretos para cada uno. Y Antonio sacó un bafle mediano e inalámbrico. Yamile trajo un pollito asado, que nos obligó a comer de primero y Sebastián trajo el Gatorade y el perico. Qué hijueputas, jajaja.

Yamile, Antonio, Roberto, Sebastián, el profe y Juan está iguales. Yamile con su negrura al cien y su exotismo; Antonio con su gritería y recocha de siempre; Roberto susurrando y a veces, si lo dejan, recitando poemas de Verlaine; Sebastián con su tono moderador, pero irónico en nuestros parches para hablar de política y filosofía y Juan con sus devaneos sobre el jazz y el rock folclórico-indie-metal-bolero-chill y hippie de su banda que va de mal en peor, pero cada día mejor, según él. Todos están iguales, menos yo. Comparo mi yo de hace uno o dos años, y no me reconozco ni aunque sea un poquito. Yo ya no me puedo reconocer como un ser individual. Yo ya no soy yo.

Pero Antonio me saca de mi reflexión y me da una copita de ron y empieza la conversación con su típica guachafa:

—Entonces cómo fuequeee, escritor, contanos de vos puesss, omeee, ¿ah?, ¿o ya te vas a quitar la ropa y hacernos estriptís para mostrarnos a un nuevo personaje que estás creando o qué?, contanos a ver, pirobooo.

No digo nada y Yamile dice:

—No vayan a dejar las cocas de plástico donde venía el pollo por ahí tiradas que los voy es apuñalando, mariconcitos.

Juan dice:

—Sisas, Aarón, contanos todo antes de que nos auto destruyamos con el ron y la bareta y el perico y la crueldad de la industria musical.

Respiro hondo. Respondo:

—Pues bien. Ahí tengo ya publicados con Absurdo Editorial dos poemarios bastante extensos, tres libros de cuentos y una novela corta.

Sebastián pregunta:

—Melo, melo, pero, ¿pa’ cuándo pues una novela de todos nosotros?

Respondo:

—La tengo planeada para el 2027. Por ahora solo estoy tomando apuntes y haciendo un sondeo de los personajes y los escenarios.

Antonio dice:

—Empiece eso de una veeezzzz, Aarónnnn, al que se duerme le jalan las patassss, hermano, comience y nos va contando pues que esa novela es la que yo quiero leeeeerrrr, omeeeee.

Me carcajeo. Reparten más ron y Antonio prenden su bareto. El mío lo guardo pa’ ahorita mejor. ¿Trabarme tan temprano? Nah.

Yamile pregunta:

—Y profe, ¿a usted cómo le ha ido? ¿Sí terminó la maestría o nanái cucas?

Sebastián, bebiendo una copita de ron, dice:

—Ya estoy pegado con unas tres materias, pero este año la termino y de paso me suben en el escalafón de la universidad y así me pagan más pa’ que salgamos a chirriarnos y yo los invito pa’ celebrar.

Antonio grita y dice:

—Esooooooooooo hijueputaaaaaa.

Comienzo a recordar los primeros semestres. Las veces que no entramos a clase por fumar y hablar de Calle 13 y Mon Laferte, de Marx, de Lenin, de Platón y San Agustín, de Cervantes, de Goytisolo, de Tournier, de Camus, de Stoker, de Shelley y de Mejía Vallejo y ponernos a chimbiar por ahí en la universidad y a veces, cuando ya se había acabado la clase, nos íbamos a tomar pola en un bar cerca a la U y sisas, eran tiempos legítimos.

Luego, conocimos a Sebastián, el profe de semántica y ahí nos ajuiciamos, pero los fines de semana salíamos con él a farrear. Recuerdo que nos cayó bien por su forma de dar clase y sus absurdas tareas como explicar la Divina Comedia mediante lengua de señas, o hacer un retrato de Wilde utilizando palabras de sus cuentos, o ir al Museo de Antioquia y preguntarle a la recepcionista que le explicara la sinopsis y el argumento de cualquier libro de Poniatowska y a raíz de eso hacer un ensayo divagativo. Era toda una locura y nosotros lo disfrutábamos un montón, nos hacíamos en grupo (antes me hacía solo con Fernanda, pero ella se salió de la carrera) y realizábamos las tareas entre risas, cerveza y perico para no dormirnos. Dormíamos en la casa de cualquiera, no importaba, todos vivían solos y al día siguiente terminábamos los últimos detalles y mandábamos el trabajo al correo del profe:sebastiansintildeporquemesaledelrectoanalhijueputicas2324@gmail.com

Sebastián me saca de mis reflexiones diciéndome:

—Oiga, hermano, ¿y usted y esa muchacha Fernanda al fin qué?

Respondo:

—Un día se fue de la nada y yo no la busqué. La chimba.

Ahí sí prendo el bareto para no ponerme a pensar en Fernanda. Juan habla de la banda y de las escalas pentatónicas que está variando y alterando para crear nuevas escalas menores en mi mayor para la primera canción de su nuevo EP con La Parrockia, su banda. No entiendo ni mondá.

Yamile agrega:

—El EP se llama Canciones para dormir en la calle y la banda lo va a lanzar el diez de junio. O bueno, Juan, porque los demás no saben manejar redes sociales y plataformas digitales.

Roberto aspira una línea. Me pregunta:

—¿Usté sabía, Aarón, que yo lo quiero mucho?, ¿sí lo sabía o no lo sabía? En cualquier caso, ya lo sabe y no se le vaya a olvidar porque yo nunca repito nada, ¿sí sabe?

Y comienza a recitar unos versos de Verlaine. Dice que se llama A una mujer. Y rezaba más o menos así:

A ti vuelan mis versos, por la consoladora

gracia de tus pupilas, por tu alma buena y pura,

donde el más dulce ensueño a veces ríe y llora…

A ti vuelan mis versos tan llenos de amargura.

Se le salen un par de lágrimas, toma otro sorbo de ron y le pide a Antonio que le baje un poco al bafle, pero él no le hace caso y Roberto continúa:


¡Ay, me acosa esta horrible pesadilla cruenta

sin descanso, furiosa, loca, desesperada;

por doquiera que voy mi camino ensangrienta

y me muerde lo mismo que lobos en manada!

De llorar, no puede seguir recitando. Tomo más ron y prendo el bareto con la candela de siempre: la de Juan. Parece que esa hijueputa fuera infinita. Con esa candelita prendemos los baretos cada vez que fumamos en grupo.

Ahora, Juan comienza a cantar una letra de no sé cuál canción del EP al oído de Yamile, pero como yo estoy al lado, la escucho:


No he perdido la ilusión

Un solo minuto

Desde ayeeeer

Me causa curiosidad la letra y pregunto:

—Juan, ¿cómo se llama esa canción?

Plaza de la Niebla.

—Ah, chévere.

En este momento, fumamos todos y Antonio hace un brindis predecible:

—¡¡¡Por nuestra graduaciónnn, hijueputaaa, que vivan las vaginas, la UPB, la literatura, el arte y las nalgas de Aarónnn!!!

Reímos, levantamos nuestras copitas y tomamos ron.

Se acaba el ron. Antonio saca una botella de whisky. Tomamos de la botella. Me siento mareado. Fumamos más. Aspiro otras dos líneas. Despierto. Abro los ojos todo lo que puedo. El mundo me parece más vivo, más real, más tangible, más mundo.

Hasta ahora no me he fijado en la música que retumba en el bafle. Suena vallenato. Todos cantan abrazados. Se hace de noche. Suenan boleros. Luego techno. Luego freestyle. Luego música para dormir. Luego el EP de Juan. Luego rock suave. Luego metal. Luego Bach. Luego Tchaikovsky. Luego salsa. Y lo último que recuerdo es un tango. Una frase, dos líneas:


Con lágrimas de sangre

Como he llorado yo

Me quedo dormido en la calle, en el regazo de Sebastián cuando repiten el EP de Juan y pienso que sí son canciones para dormir. Y muy buenas, qué hijueputa.

Veo el cielo estrellado y mi último pensamiento es Van Gogh cortándose un dedo del pie izquierdo en vez de la oreja. Pero, ¿qué hubiese pasado si…?

2027

Enero. He decidido no seguir postergando esta vuelta. Es ahora o ahora. Ya o ya. No hay vuelta atrás, ni tiempo para pensar en el pasado. La escribo ahora o me cuelgo como Daniel del techo. Una de dos. Y quizás me ayude un diario que Scarlet me dio la última vez que vino a visitarme en diciembre del año pasado. Ya no sé ni qué sentir. Solo sé que la amo y no podré seguirlo negando cada mañana que abra mis ojos.

Entonces sí, aquí está la novela. Ojalá nunca nadie la lea. Es una novela para mí exclusivamente, nadie más debe tener el atrevimiento de usurpar mi privacidad. Bueno, ya Facebook, WhatsApp, Messenger, Instagram, Snapchat y Telegram lo hacen, pero no me refiero a esa privacidad de los actos: me refiero a la privacidad de mi verdadera vida… Hasta nunca, Aarón hijueputa… Espero que no nos volvamos a ver jamás.

Y claro, mi diario también hará parte de la novela. Es obvio. Sin mí nada de esto sería posible, entonces cállese, vocecita de la ansiedad: care chimba.

Segunda parte: Carmen (2002)

I

Ahora sí, dediquémonos a escuchar la grabación. Las descripciones son cortesía de nuestros escribidores. Tinterillos les digo yo. En fin. Preste atención y no pregunte nada. Ah, y también se encuentra grabado su diario. Sí, era necesario adjuntar sus reflexiones a este audio. Bueno, ya. Silencio, por favor.

¡Jairo, dele play a la grabación!

Carmen y Andrés estaban sentados, uno en frente del otro, iluminados por la tenue luz de una lámpara ubicada en la mesita de noche que había al lado del sillón de Carmen, por lo que Andrés veía con más claridad el rostro de Carmen que Carmen el de Andrés. Andrés tenía una copa de vino en su mano izquierda, mientras que Carmen sostenía en su mano derecha un vaso de agua. Serían las once de la noche, porque afuera no se escuchaba otro ruido que el de las cigarras y uno que otro silbido perdido en el mudo rumor de la ciudad dormida, o cansada de tanto trabajar y matar y robar y producir y consumir y…

—¿Te invito a un trago?, me dijo el man cuando yo estaba en la barra— inició la conversación Carmen haciendo un ademán de teatro e imitando la voz ronca de un hombre—. Sí, Andrés, aquel hombre que llegó para cambiar mi vida radicalmente, y ya no sé si para bien o…

—Para mal— completó Andrés ladeando la cabeza y alzando las cejas.

—Exacto.

—Ajá, ¿y tú qué le dijiste luego?

—Que sí, que un roncito estaría bien.

Claro, tu preferido.

—Sí, y él, con unos modales perfectos, o al menos así me parecía verlo a mí, pero qué modales ni que nada, uno en una discoteca qué va a ver ese tipo de cosas, en medio de luces saltonas, brillantes y esquizofrénicas, ¿sí o qué, Andrés?

—Total.

Pues sí, entonces nada, una cosa llevó a la otra y…

—No, no, Carmen, a mí me contás todo con pelos, señales y vellos púbicos, sabés bien cómo soy cuando me cuentan una historia, y más de este porte…

—Está bien. Mirá, después de aceptar el trago, yo me lo tomé de a poco y él no me presionó para que lo hiciera rápido, era estratega, lo sé. Y bueno, él me miraba todo el tiempo mientras me hacía las preguntas comunes, de cortesía o yo qué sé, yo estaba embobada con su perfume. Ni para qué te digo, Andrés. El caso es que luego de estar charlando un rato ahí, lo normal, él me propuso ir a su casa, no a hablar a un lugar más tranquilo, como me decían todos los que me ponían conversa en esos sitios, ya tú sabes.

—¿Y te agarró de la mano o no?

—Sí, entrelazó sus dedos con los míos y yo no me opuse. Me apretaba con fuerza, pero no mucha para no lastimarme, obviamente. Él paró un taxi y le dijo una dirección que ahora no recuerdo y no intentó acercarse siquiera a mis labios. Soltó mi mano y se quedó mirando hacia afuera, por la ventana, viendo pasar los demás autos, postes de luz y toda la parafernalia urbana. Ajá, y cuando llegamos a una unidad de apartamentos, él pagó y nos bajamos. Me dijo: es en el quinto piso, vamos en ascensor, ¿o prefieres las escaleras para hacer un poco de ejercicio?

—¿Estabas de tacones?

—Sí.

—Imagino que, por darle gusto o sorprenderlo, subiste por las escaleras.

—Correcto.

—Y, aun apoyándote en su hombro, mientras aprovechabas para manosear su tonificada espalda, te caíste y en una de esas terminaron haciendo el amor en las escaleras, los vecinos como espectadores y el vigilante como director de la obra mediante las cámaras de vigilancia…

—No, Andrés, historias las que te inventas, dios mío. No pasó nada de eso, solamente que me caí un par de veces, pero nada importante. Él era más bien gordito, entonces espalda tonificada, no había. O no recuerdo ya.

—¿Y cómo estaba de carita? ¿Feíto?

—No, aunque estaba muy oscuro, tenía unos ojos negros muy atractivos, y unos labios carnosos, que yo, en mi sano juicio, deseaba. Ahora imagínate borracha.

—En el taxi te le hubieras montado encima.

—No creo, Andrés, tampoco soy así.

—No, para nada.

—Ay, bueno. También tenía un candado de barba y una piel morena, pero no quemada, como una torta casera en su punto exacto de horadación, o algo así, no sé cómo explicarte bien.

—¿Y qué pasó cuando entraron?

—Qué no pasó, más bien. El tipo me arrancó la chaqueta de cuero que llevaba puesta, él se quitó su camiseta polo de un tirón y bueno, para qué sigo, ya sabes para dónde voy…

—Obviamente, pero yo quiero detalles, me gusta imaginarme esas escenas eróticas tuyas, que terminan siempre siendo un fracaso.

—Pues esta no, Andrés. Ese tipo me desvistió como un animal en celo, me besó hasta los pies y el ombligo, ese inservible, y también me lamió, me escupió, me montó, me desmontó, me volteó y yo me sentía delirando. Llegué a un punto donde dejé de sentir placer, ya había perdido la cuenta de las veces que me había venido, y me sentía flotando, algo más que soñando, ay, no sé, un sueño lúcido, o consciente, en fin, yo dejé de sentir mi cuerpo y yo creo que me desmayé, Andrés, porque hay una parte donde tengo una laguna mental: cuando ese caballo por fin se vino. Yo sólo sé que me desperté como mareada, en medio de la noche y fui a la cocina, sedienta.

—Pero si no conocías esa casa, cómo hiciste.

—Tú me conoces, me guie por mi intuición y pues terminé en otra pieza, donde había un bulto descansando.

—Un bulto, sí, cómo no.

—Eso era lo que veía. Yo entré sin pensar y prendí la luz y allí estaba otro hombre, diferente al de la discoteca y se despertó. Se asustó al verme. No me acordaba de que andaba como mi madre me trajo al mundo y el tipo como que nunca había visto a una mujer así, porque con esa boca abierta y esos ojos más grandes que dos bolas de billar, me daban la impresión de que el muchacho, porque era joven, pues era virgen. O tú, que conoces mucho más de los hombres que yo, Andrés, ¿qué piensas?

—Era marica, seguro.

—Ay, tú siempre con tus cosas, Andrés. Pero bueno, yo no creo que fuera así, su cuerpo emanaba un olor inconfundible a hombría.

—Esos son los más maricas.

—Como digás, Andrés.

—Bueno, entonces, ¿qué sucedió cuando él te vio parada en el umbral de su puerta?

—No recuerdo bien, yo creo que cerré la puerta y seguí buscando a oscuras la cocina.

—Ah, ¿y ya? Oíste, Carmen, no has tomado nada, y vos como sos de alcohólica. ¿Acaso ya cambiaste, ya la que estoy viendo aquí sentada al frente mío es la nueva Carmen?

—No es eso, Andrés. Solo que si tomo le puedo hacer daño, tú sabes cómo son estas cosas.

—¿A qué te refieres? Mejor dicho, ¿a quién?

—No te me adelantés, esa es la sorpresa que te comenté por teléfono. Luego te digo.

—Siempre dejándome con la intriga. No has cambiado nada, Carmen. Ay, bueno, sí, continúa, que igual la historia está interesante…

La copa de Andrés estaba vacía. Miró a Carmen y le pidió que lo esperara un momento: ya venía. Se levantó del sillón y fue a la cocina por más vino. Cuando Andrés desapareció de su vista, Carmen se sobó la barriga y pensó: falta bastante, pero yo sé que pronto tendré tus manitas entre las mías. Andrés, mientras abría la nevera, pensó: tengo que ir al D1 por más vino, pero ya está muy tarde, ¿qué hago?, ¿será que pido un domicilio?, porque este vino sí está bueno, fue una buena elección la mía, al fin encontré un vino decente para estas veladas que a veces se extienden tanto con Carmen. Carmen miró por la ventana: no había nada más que oscuridad y el resto del carnaval urbano inactivo: los edificios, las urbanizaciones, los quioscos, los carros parqueados en cada esquina, los postes de luz dando todo de sí para iluminar sombras ambulantes.

—Ajá, y al final la sorpresa qué, Carmen, a mí no me vas a dejar así iniciado y con las ganas de saber— dijo Andrés mientras se sentaba y bebía un sorbo de su copa, entrecerrando sus ojos y saboreando el vino.

—Nada, enseguida le digo pues— respondió Carmen mirando hacia la ventana.

Después, sacudió las muñecas en frente de Andrés y continuó:

—Ah, y entonces yo me vestí luego de tomarme ese vaso de agua o ir al baño, ya no recuerdo qué dije exactamente, en fin, y le dije al tipo ese que me pidiera un taxi y nada, parecía una piedra, estaba frío, yo pensé: ahora se murió, ni tan violenta soy, ¿o sí, Andrés?

—Pues no sé porque yo no he tenido sexo con vos, entonces no tengo la más mínima idea.

—Bueno, lo que sea. Resulta que el que me terminó llevando a la casa fue el tipo de la pieza.

—¿Y es que el man tenía carro y todo?

—Sí, como dije, el de la pieza, el compañero de cuarto del tipo de la discoteca, ¿me hago entender, Andrés?

—Ah, sí, sí. ¿Y cómo se llamaba?

—Se llamaba Jairo, pero era muy callado y no nos dijimos más que el nombre durante el viaje. Conducía mirando a la carretera y yo lo miraba de perfil, se veía bastante pinta, pa’ qué, pero sí. Luego, cuando dejaba de mirarlo, yo sentía como unas miraditas furtivas en mi nuca, bueno, yo sé que vos me entendés.

—Sí, comprendo perfectamente. Y después, ¿qué sucedió?

—Jairo no me acompañó a la puerta de mi casa. Sólo me dijo: adiós, sin mirarme ni nada.

—¿En serio?

—Sí, imaginate cómo era de reservado.

O de tímido, más bien.

—No lo sé, quizás. Pero yo sé que se quedó mirándome mientras caminaba el trecho de la calle que conecta con la acera de mi casa.

—¿El ardorcito en la nuca de antes?

—Ese mismo. Luego, yo miré hacia atrás y el taxi seguía ahí, tal cual lo parqueó.

—No me dijiste que era un taxi…

—Ah, pero bueno, Andrés, ¿acaso esos detalles son necesarios?

—Pues qué te dijera…

—Ya. Bueno, ¿continúo?

—Adelante.

—Está bien. Cuando estaba abriendo la puerta, escuché unos pasos. Pensé lo que uno piensa cuando escucha unas pisadas a sus espaldas, para que me entendás.

—Sí, dejá tus frases cajoneras de miedo y temor pa’ después.

—Listo, pero tenés que adivinar…

—No llegués al punto común de todo inicio de una aventura amorosa, por favor.

—Ay, lo siento, pero así sucedió: él se quedó a una distancia prudente de mí, unos dos o tres metros quizás, y sacudió en su mano mi espejito.

—¿El que te dio a vos tu novio de bachillerato como regalo del primer mes?

—Ese mismo. En todo caso, a pesar de la oscuridad, al ser el espejito de un color dorado y con inscripciones de plata de una letra que aún no logro descifrar, lo reconocí al instante y fui corriendo por él.

—¿Por el espejito o por él?

—Tan chistoso. Sólo sé que en el momento de yo intentar agarrar el espejito para guardarlo en mi cartera y devolver mis pasos hacia la puerta de mi casa, él me tomó la mano y me dijo: págueme la carrera y se lo devuelvo.

—¿Es en serio? Me imaginaba algo más romántico.

—No, ese tipo de romántico no tenía más que la voz, que por cierto era bastante gruesa.

—¿Y le pagaste?

—Claro. En ese momento, yo saqué un billete de veinte mil pesos, se lo entregué y le di la espalda para irme. Él me dijo: faltan dos mil pesos, dama.

—¿En serio te dijo así? Uy, pero qué nivel.

—Es en serio. Yo solté la risa y le pedí el favor de que no me dijera así. Saqué otros dos mil pesos de mi cartera, se los di y ahora sí, para la casa.

—¿Y vos te fuiste sin más?

—No.

—¿Entonces?

—Yo me le acerqué al oído y le susurré un par de palabritas.

—¿Qué palabritas?

—Eh, no te voy a decir…

—Sí, cómo no.

—Andrés, bueno, le pregunté que si un beso equivalía a esos dos mil pesos.

—¿Y qué te dijo?

—Se quedó quieto y no me dijo nada. Entonces, yo tomé la iniciativa y le rodeé el cuello con mis brazos.

—¿Y se dejó besar?

—Sí, pero no me respondía, y yo me sentía como dándole chupetas a la pepa de un mango.

—Eso es rico.

—Sí, pero con la pepa de mango…

—Claro, entiendo. ¿Y luego? Por Dios, Carmen, no sabés contar historias.

—Es cierto, pero bueno, después me separé de su boca y lo miré de frente, pero tenía la cabeza gacha y le pregunté que qué le sucedía. Me respondió que nada.

—¿Nada?

—Nada. Luego, en la cama, mientras miraba al techo sin poder dormir, pensé que tal vez él era el poema recién escrito y yo la poetisa novata.

—¿Y él preguntó tu nombre?

—No, pero yo se lo grité antes de que arrancara el taxi, porque quizás se olvidaría de mis labios, pero nunca de la dueña de esta dulce y redentora boca.

—Uf, qué poeta.

—Poetisa. Te he dicho mil veces que se dice poetisa.

—Esa cosa.

    Carmen iba a continuar, pero se comenzó a rascar el brazo izquierdo mientras miraba su vaso de agua. Lo tomó en su mano derecha, pero no bebió. Miró a Andrés, luego a la ventana: aún estaba oscuro. La botella de vino la tenía Andrés al lado de la copa. En el momento que Carmen lo observó, él se sirvió un poco, pero no tomó. Carmen pensaba: qué día más bonito es la noche. Andrés pensaba: que noche más fea es el día. Carmen seguía mirando el vaso de agua en su mano derecha, lo acercaba a su boca, pero seguía sin beber. Luego, sintió un frío que se colaba sin permiso por su chaqueta de lana, la que le cosió doña Martina, su abuelita. Dejó el vaso sobre la mesa y dijo, mirando al techo, con voz cansada y rascándose sobre el bluyín su muslo izquierdo y luego su oreja derecha:

    —Ay, Andrés, qué piquiña en esta pierna pues, ¿será que me habrá picado algún zancudo y yo con bluyín? Es que sinceramente qué rascadera tan berraca.

    —Ah, yo no sé, eso es que están hablando de vos…

    —Listo, con lo de la oreja me trago tu misticismo, ¿pero es que en las piernas? Eso sí no me lo creo pues, eh.

    —Ay, bueno, seguí a ver con lo que me estabas contando, que me dejaste en las mismas con tus aclaraciones innecesarias sobre esa cosa.

    —¿Cuál cosa?

    —Esa cosa.

    —Ah, la poesía…

    —Eso.

    —Aprendé que se dice poetisa, no poeta. Aprendé a usar los términos antes de hablar, Andrés, que siempre has sido así de campante desde que nos conocimos en el colegio, todo anti empatía. Gas.

    —Jajajaja, a ver, querida, ambos términos están bien, solo que poetisa en la antigüedad era un término despectivo frente a las mujeres que escribían poesía por no tener las mismas habilidades poéticas que los hombres y porque poeta era masculino y poetisa un capricho feminista, en fin, no le demos más vueltas, si querés que te diga poetisa, poetisa te diré, doña Carmen. Ah, y vení, hablando de otra cosa que me acabé de acordar, ¿vos te acordás de cómo nos conocimos por allá en el colegio? Refrescame la memoria y después ponés a secar los trapitos al sol de mis defectos.

    —Bueno, no sabía eso, pero hace poco me leí una antología poética que ya ni me acuerdo del título y que hablaba de poetisas, no de poetas. El caso es que está bien, no discutamos más entonces, Andrés. A ver, ¿que si me acuerdo? Pues no mucho, pero algo sí.

    —Andá, contá un poquito, que recordar es vivir.

    —Oí, recordar es desangrarse lentamente en el vapor asfixiante de un momento congelado en el vacío…

    —Pero vea pues, ya no puedo decir nada.

    —No, no me vengás con tus frasecitas de cajón que me emputan hasta la risa.

    —Reite entonces.

    —No.

    —Ay, listo, pero entonces, ¿sí vas a contar la historia o no?, pa’ saber si te pido un taxi o te lleno el vaso de agua por tercera vez en la noche.

    —Amenazando y todo, vea pues. Pero sí, la voy a ir contando al paso que la recuerdo y me sigo desangrando…

    —Ajá, siga pues.

    —Bueno, yo recuerdo que vos estabas parado en una esquina del patio, apoyado sobre un muro y leyendo un librito pequeño. A mí también me gustaba leer, pero no mucho, así que ese día no me acerqué a saludarte ni nada. Me parecía raro que alguien leyera de esa forma. Yo no era capaz: necesito silencio para todo, por ejemplo, si no estuviera de noche y los ruidos de la ciudad se metieran a este apartamento hasta por las baldosas, probablemente ya estaría dormida, y vos también, o yo no sé. Pero a lo que voy es que, con el paso de los días, yo te seguí viendo parado en la misma esquina, apoyado sobre el mismo muro y leyendo el mismo libro, disculpa, hago un paréntesis: pareciera que no avanzaras nada, que solo estuvieras ahí parado como una güeva para que los demás te vieran y te halagaran por el mero hecho de tomar un libro y leer la misma frase o el mismo párrafo infinidad de veces. Cierro paréntesis. El caso es que yo, luego de verte repetidas ocasiones, decidí acercarme a vos y preguntarte qué era eso que leías eternamente. Y ahí empezó todo, Andrés.

    —Sí, sí, ya me acordé. Es que era un libro llamado Carta al Padre, de Franz Kafka y había un apartado que leía siempre, y bueno, pues el libro… la verdad lo leí unas quince veces, sin cansarme, y cada vez iba descubriendo nuevas imágenes, simbolismos y trasfondos en cada confesión de Kafka hacia su padre.

    —Ah ya, pero al menos citá ese berraco apartado que tanto leías.

    —Tendría que traer el libro, Carmen, porque si no, ni me acuerdo ya.

    —Tráigalo.

    —Esperame pues.

    —Listo.

    Andrés se levantó de su silla y se dirigió a su habitación para buscar el libro. Lo encontró. Fue donde Carmen y recitó mientras lo sostenía con una sola mano:

    Queridísimo padre:

    Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. Y si intento aquí responderte por escrito, solo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio.

    Precioso— dijo Carmen—, me recuerda a mi infancia, los tiempos en que las mujeres no teníamos ni voz ni voto para nada que no tuviera que ver con los oficios domésticos.

    —Sí… Era una época difícil para las mujeres. Y más vos que sos tan rebelde y loca. No me quiero imaginar las peleas que habrás tenido con tu papá por eso.

    —Miles de peleas, Andrés, miles.

    —Claro…

    —Imaginate una vez que yo andaba bañándome y cuando salí noté que se me había olvidado la toalla y mi papá estaba ocupado hablando con unos amigos de él, entonces yo lo llamé y le pedí el favor que me trajera la toalla para no tener que salir así y él me dijo que la cogiera yo porque él estaba ocupado, pero para coger la toalla había que atravesar el pasillo donde estaba el comedor y donde justamente estaba él hablando con sus amigos.

    —¿Entonces qué hiciste?

    —Correr para ir por la toalla y cuando los amigos de mi papá se fueron él me dio una pela tan horrible que nunca en la vida se me va a olvidar: cogió su correa de cuero y puso de rodillas en la cama y me pegó hasta que me salió sangre mientras me decía que mi cuerpo era sagrado y que nunca jamás en la vida se me ocurriera hacer eso y menos frente a sus amigos, porque eso solo lo hacían las putas.

    —¡¿Pero qué?! El papá tuyo era un hijueputa, a lo bien.

    —Eso es poco, Andrés.

    —Uy no, es que no me imagino. Pero sí es bien marica, si al menos te hubiese pasado la toalla, pero nada. Ay no. Gas.

    Imaginate. Pero sí, otra fue cuando yo tenía diecisiete e iba a salir a la fiesta de graduación, pero él no quiso dejarme ir y yo me volé, porque es que no, cómo iba a quedarme en la casa mientras mis compañeros del colegio celebraban haber terminado ese ciclo.

    —Pero ¿por qué no te dejó ir pues?

    —Que porque a él no le daba buena espina ese tipo de fiestas. Que ahí los jóvenes se descontrolaban y yo no podía darme esos lujos y excentricidades.

    —Mera bobada.

    —Sí, bastante, pero como te dije, igual me volé y cuando llegué de la fiesta, como en las películas, abrí la puerta con muchísimo cuidado y él estaba en la sala esperándome con su correa en la mano.

    —No me contés más. Ya puedo imaginarme que pasó después.

    —Sí…

    —Listo, mejor cambiemos de tema. Entonces ¿qué pasó con ese tal Jairo?

    —Es mejor. En fin, ¿Que qué pasó con Jairo? Pues a mí ese man me quedó gustando muchísimo…El otro era un bobo hijueputa que solo sabía elegir muy bien sus perfumes.

    —Oíste, pero entonces luego de eso qué pasó o qué, vos te lo seguiste encontrando o qué.

    —Yo fui a verlo a su apartamento a la semana. Manuel no estaba, solo él, entonces yo entré y él no sabía qué hacer. Estaba súper rígido, si vos vieras.

    —Me imagino… ¿Y después?

    —Lo besé y esta vez me respondió, pero no me tocaba y eso me parecía raro. Lo más normal es que el hombre le manosee a uno la nalga, las téticas, la cintura, pero nada, él no hacía nada, solo me respondía con un beso bastante quedado, pero bueno.

    —Qué cagada.

    —Sí, lo era, pero a mí me dio risa y se lo dije y luego le dije que fuéramos a la pieza.

    —Añañai…

    —Bueno, Andrés, yo me voy a dormir, ya está muy tarde y me siento cansada.

    —Dale, cariño, recordá que tu pieza está al final del pasillo a la izquierda. Todo está listo, solo es que pongás el cuerpo y caigás profunda.

    —Listo, Andrés, muchas gracias. Feliz noch

    II

    Bueno, usted por aquí otra vez. La grabación se interrumpió usted ya sabe por qué. Esos despertadores de las seis de la mañana… Sí, son horribles. Pero nada, sigamos.

    Sigue su diario. Escuche…

    ¡Jairo, dele pues!

    Un día cualquiera de algún año

    Hay días donde la vida me parece más absurda que de costumbre. Es un extrañamiento que no logro comprender del todo. Los domingos: sí, esos son los que mejor encajan en esos días que carecen de vitalidad, de pasión. Por ejemplo, hoy, donde estoy esperando a mi hijo, ya a pocas semanas de su nacimiento y aún no sé qué nombre ponerle. Jairo me ha dicho varios, pero me parecen poco originales. Le digo eso y él pregunta: ¿y qué es la originalidad? Yo guardo silencio. Entonces él dice: si no sabes qué es la originalidad ¿por qué hablas de ella? Yo solo digo: no hay necesidad de hablar de ella. El silencio es la única respuesta.

    Desde que el embarazo comenzó he pensado en un nombre, pero… ninguno. ¿Y si no tiene nombre? ¿Se burlarán de él? ¿Tendrá problemas cuando saque la tarjeta de identidad o la cédula? Bueno, estoy segura que en poco tiempo su nombre aparecerá como una revelación en frente de mis ojos y no habrá más dudas.

    Jairo prometió cuidarlo y estar pendiente y darle todo lo que necesite. Yo no estoy tan segura de esa seguridad suya. De todas maneras, esperemos que sí, porque yo pedí permiso de lactancia en el trabajo, pero cuando tenga al niño ya se me acaba y me tocará trabajar como lo venía haciendo hasta los cuatro meses de embarazo, donde tuve que parar por los dolores de cabeza, mareos, vómitos e incapacidad total para concentrarme en una sola actividad. Y para cuando se me acabe el permiso de lactancia, espero que Jairo esté ahí para cuidarlo. Es lo mínimo que puede hacer estando desempleado. Por eso precisamente digo que no sé cómo va a hacer, pero en esta vaca loca nos metimos los dos y hay que asumir las consecuencias.

    Me gusta esto de leer y escribir todo lo que se me pasa por la cabeza. Fue un buen consejo del psicólogo. Me toca escribir a mano porque la barriga no me deja sentarme con tranquilidad en el escritorio donde tengo mi portátil. Pero no importa, escribir a mano es chévere, surgen todos mis pensamientos sin censura y además no me arden los ojos por estar una o dos horas en frente de la pantalla.

    Jairo es un hijueputa. Y su amigo Manuel es peor. Bueno, Jairo es un hijueputa porque le toca, pero Manuel lo es desde que nació. O desde que comenzó a pensar si es que piensa en algo más que en él mismo. Pero Jairo, aunque tenga que ser así para que Manuel no lo eche de su apartamento, no se puede justificarse. Le he dicho que tenga güevas y nos vayamos a vivir juntos. Pero a vivir de qué, repito solo con los labios cuando por enésima vez tocamos el tema. Conozco todas sus respuestas. Conozco sus manías y sus nervios. Sus inquietudes. Me sé de memoria a Jairo. Desde el principio me aburrió su juventud e inmadurez, pero me atraía. Su inexperiencia me otorgaba un poder que nunca antes había sentido con mis parejas. Con Jairo me siento con el control pleno del destino de alguien porque estoy en la raíz de sus decisiones; lo convenzo, lo atrapo en mí y lo persuado de que haga lo que me beneficia sin que lo deje de beneficiar a él y que, al mismo tiempo, él no se dé cuenta de la manipulación. Por eso, quizás, el verdadero poder no es someter al otro, sino tener el conocimiento casi absoluto del porvenir del otro. En el futuro reside en el presente que hilo yo para él y para mi hijo.

    Pero, ¿qué estoy diciendo de Jairo, POR DIOS? Ese me ha engañado dos veces desde que iniciamos esta relación, si es que así puede ser llamada por los formalismos que me enseñaron desde la cuna, y además mantiene en la calle, no me da plata para comprar la ropa del niño, o los pañales o todo lo que va a necesitar cuando nazca y siempre que nos vemos huele a alcohol o a cigarrillo, y sus amigos no me dan buena espina, mis presentimientos pueden ser erróneos algunas veces, pero con Jairo NO me fallan nunca. Jairo es humano y por eso no sabe lo mucho que sé sobre él. No sabe cuánto controlo su vida.

    Humanos. Soy humana, pero sigo sin serlo del todo. Me siento por encima de ciertas preocupaciones, como si al nacer la primera persona que me tuvo entre sus manos hubiera desactivado un interruptor secreto que me tiene hasta el día de hoy exenta de algunos sufrimientos comunes del grueso humano que conforma la suciedad. Sociedad*.

    El ego se descompone en un rincón del baño. No tengo ego. Preciso: no tengo el ego que todos tienen. Poseo otro tipo de ego, un ego discreto, un ego que sostiene y no que se derrumba por su propia pedantería. Soy un ego viviente que da quitando lo que en un futuro recibiré para obtener lo que mis sueños y anhelos descifran en mis palabras.

    El apartamento de Manuel tiene balcón. Estoy en él rascándome la mano. Tengo dermatitis. Ahora me rasca más. Rascarse es un acto de placer dañino. Pero solo es un momento. Luego no volveré a rascarme. La mano y el ojo están unidos en este placer dañino: rascarse la mano brotada y el ojo hinchado es un placer casi idéntico. Es un placer estético porque luego será reflexionado y analizado en todas sus partes: ¿por qué nos rascamos?, ¿qué provoca la hinchazón?, ¿de qué estamos hecho si no es de materia intangible que sin embargo ocupa un espacio en el cuerpo obeso que nombramos como universo?

    Bueno, ya me duele la mano. No creo que siga escribiendo, prefiero leer la verdad. El niño está por nacer y acabo de descubrir a un personaje en un libro que no me acuerdo ya y que se llama… Aarón. Me gusta ese nombre. Creo que le pondré Aarón. Sí, así se llamará.

      III

      Creo que es suficiente. Y respecto a su pregunta, se la responderé… como pueda, porque ni yo mismo logro aprehender esta paradoja del todo.

      Comencemos con lo esencial: el tiempo no es lineal ni tampoco circular: es igual a un decágono, por eso le cuento diez años de mi vida primero, luego unos cuantos hechos sueltos de su vida, de la de mi papá y por último de Scarlet.

      Segundo: nuestra compañía ha descubierto el sentido de la existencia, sin acudir al absurdo filosófico ni al nihilismo ni al comunismo ni a la teología cristiana ni nada de eso, y eso se lo expresamos, en primer lugar, a los familiares cercanos y allegados íntimos de los empleados, en este caso yo, mediante los sueños. Por eso está usted aquí. ¿Que cuál es el sentido de la vida entonces? Esa pregunta fue el punto de partida de esta empresa y de la humanidad misma. Pero, es muy sencillo: el sentido de la vida es la paradoja consciente de su cosquilleo en nuestras mentes. No le diré mucho más. Quizás se lo diga a Scarlet… si es que vuelvo a verla.

      Ya. No más. Hasta que nos veamos en unos cuantos años. No se olvide de mi rostro.

      ¡Jairo, empaque y vámonos a almorzar!

      Tercera parte: Jairo (2002)

      I

      Listo, comamos y enseguida le pongo pues la grabación suya, padre. No se afane, yo se lo prometí y así será.

      La verdad es que el que la redactó es muy mal organizador de ideas y mete pensamientos que quizás vos no tuviste ni siquiera en medio de una acción, en fin, sabrás perdonar, padre, las flaquezas de algunos trabajadores, porque igual vos sabés que mantienen más estresados y cansados por todos los textos que tienen que redactar a diario y en un tiempo récord.

      Bueno, muy rica la comida, ¿cierto? Escuche la grabación. Le repito: no dice mayor cosa, su vida es poco interesante y el tinterillo hizo lo que pudo.

      Amaneció. El despertador sonó a las cinco y media en punto. Jairo se frotó los párpados y saltó de la cama. Apartó la negra cortina de la ventana de su habitación y miró al horizonte: estaba aún oscuro. ¿El sol? Por ningún lado lo veía; quizás estaba tomando una siesta. Luego, se dirigió al baño, no sin antes agarrar la toalla del balcón ubicado en la sala de su apartamento. ¿Qué tenía puesto? El pijama, ¿qué otra cosa podía tener?

      Cuando terminó de ducharse, fue de nuevo a su habitación y el sol ya se estaba desperezando y levantándose de su cama de estrellas, nebulosas y planetas. Se vistió con avidez, ya que tenía clase a las seis y quince y no podía seguir llegando tarde para que no le rebajaran notas de las materias de los jueves. Salió a toda prisa de su apartamento, cerró la puerta con llave, bajó las escaleras de dos en dos, saludó al portero al mismo tiempo que se despedía de él y tomó el bus que lo deja a dos cuadras de la universidad. ¿Cuál? La de Antioquia. ¿En dónde? En la mejor: la de Medellín, su tierra querida. Llegó a la hora exacta al salón de clase ubicado en la primera plata del bloque de artes.

      Jairo estudia una licenciatura en Artes Dramáticas, y, aunque le gusta mucho el teatro, disfrutaría convertirse en una estrella de cine. ¿Por qué? Porque le agrada el aprendizaje de ser otros, de convertirse en un ser que, en principio, solo está en el papel y cambiarse la piel, la carne, la forma de hablar, la manera de pensar, su yo por él o ella y actuar naturalmente como dicho personaje. Para él es un acto mágico que requiere de paciencia, paciencia y más paciencia. Y despojo de ese cuerpo, de esa mente que lo atosiga cada noche cuando intenta dormir para despertarse temprano y salir y repetir cada día la rutina para no llegar tarde a la universidad y que no le pongan faltas para, de esta manera, poder graduarse con honores.

      ¿Que nadie cree en mí?, pensó mientras el profesor de Cátedra comenzaba su charla. No pasa nada, conmigo mismo, mi convicción y mi fe en mi capacidad de ser otros, me basta. Y me sobra, más de lo que puedo imaginarme en mis sueños, continuó pensando.

      El profe de Cátedra siguió hablando, pero Jairo estaba mirando por la ventana del salón los árboles, plantas, malezas y rosales que se desplegaban frente a sus ojos. Le llamó la atención un colibrí que se posaba sobre un rosal y metía su piquito en una rosita para extraer el néctar de ella.

      En ese momento se le vino a la cabeza su familia: ¿Su familia? No, él vive solo. Se fue de su casa a los diecinueve años y tuvo que rebuscársela, como dicen por ahí los ancianitos en las esquinas tomando cervezas y charlando de lo injusta, pero bella que es la vida. Él trabajó de lava platos, limpiador de excusados, mesero, vigilante, vendedor de artesanías, mejor dicho, de todo.

      Escuchaba a lo lejos el ruido de la ciudad: las máquinas, las fábricas, los vendedores ambulantes y minoristas, los autos y las motos, las personas. En ese instante, le empezó a doler la cabeza y se estrujó las cejas y la sien con los dedos índice y pulgar de su mano izquierda.

      Luego, escucha a la distancia una algarabía y una confusión de voces, gritos y llantos. El profe de Cátedra deja de hablar y les indica a todos con la mano la puerta para que salgan.

      —¿Otra vez? —le pregunta Jairo al profe.

      —Así es— responde él.

      Ya es de noche y Jairo está acostado pensando en su madre y lo que le dijo antes de irse (¿de qué vas a vivir, mijo, del licor y los vicios que consumen todos los artistas?) y se responde en un monólogo continuado, interminable, como suele sucederle cuando se queda solo en el escenario, ensayando lo que no está ni estará escrito en el guion: sí, madre, te respondo tu pregunta: sólo necesitaré beber de mí, beber del frío alcohol que baja caliente por mi garganta para escupir lo que las venas me dictan en el momento de brotarse y pensar al máximo para recitar estas palabras en el escenario que suelo llamar papel. ¿Para qué? No lo sé con exactitud. Escucho el zumbido de una mosca. Revolotea sobre mi cabeza y luego se posa en mi mano derecha, donde sostengo el lápiz para comenzar a escribir y… En fin, creo que ya me he bloqueado, pero no, no, no, no, no, no más, recuerdo, sí, los recuerdos son afilados cuchillos que se incrustan en una carne tierna y jugosa llamada mente y llamada Jairo, porque ayer, sí, nada más ayer, una muchacha abrió la puerta de mi habitación de la nada mientras yo estaba mirando al techo e imaginando historias donde posiblemente me sentiría satisfecho de actuar, claro, otra vez la imaginación inservible. Bueno, recuerdo también que me miró algo extrañada ya que había prendido la luz y se había encontrado directamente con mis ojos. Luego, cerró la puerta, pero dejó prendido el bendito foco y yo tuve que pararme a apagar todo, aunque en vez de eso, abrí ligeramente la puerta y vigilé sus pasos, parecía estar buscando el baño sin encontrarlo, pero yo quería dejarla recorrer con tranquilidad su propio laberinto. Cerré la puerta y me acomodé desparramado como un spaghetti sobre la cama, cubierto por las sábanas que ya olían a sudor y otras cosas… En ese momento, cayendo en las profundidades del sueño actoral, abrí los ojos de golpe y supe que esa muchacha era otra más de las que se traía Manuel de la discoteca para disfrutar un rato, siempre oía yo el rechinar incansable de esa cama hasta altas horas de la madrugada y me daban ganas de salir de la cama e ir a interrumpir el acto final de la obra teatral, el éxtasis, la cumbre de la exaltación, la cima del deseo. Pero siempre algo me detenía, digo yo que la prudencia o la pereza, o las dos juntas, para voltear la almohada hacia el lado frío y cerrar los ojos a la fuerza, no importaba. Quedaba dormido al instante. ¿Cómo? Era ya casi un hábito de cada fin de semana todo lo que me pasaba con Manuel. Pero bueno, creo que me desvié de la muchacha. Yo decidí vestirme con lo primero que encontrara para ver si la podía llevar a su casa. Era la primera vez que, por iniciativa propia, me lanzaba a transportar a una de las tantas mujeres de fiesta de Manuel y a esas deshoras. Él siempre me despertaba temprano a la mañana siguiente para que les diera un aventón que él me pagaba. Aunque nunca hubiera visto una moneda de cincuenta pesos salir de su bolsillo y caer lentamente en la palma de alguna de mis dos manos. Ay, pero ya, que igual él era más tacaño que Don Cangrejo, y así ya me había acostumbrado a que fuera. Luego, retomando la historia, salí de mi habitación y la encontré vestida, mirando hacia fuera mientras parpadeaba rápidamente. Le pregunté si quería que la llevara. Ella asintió y se levantó con solemnidad y me miró en la oscuridad, claro, la sala cómo iba a estar alumbrada a esas horas de la madrugada. Cruzó con lentitud el pasillo hacia la puerta sin contonearse, pero sin dejar de emanar esa elegancia que me parecía tan extraña. ¿Misteriosa? Un poco. Después, la llevé en silencio al barrio que me había indicado y cuando me dijo que ya estábamos llegando, ella se bajó y yo vi que había dejado la cartera sobre el asiento del copiloto y, antes de que entrara a su casa, le grité lo de su cartera y que además no me había pagado la carrera. Se acercó a mí y se colgó de mi cuello, como novios en plena primavera inicial del sentimiento, y se pegó a mis labios. Yo no pude responderle, me sentía tan confundido que simplemente la alejé de mí y fui a mi taxi. Lo prendí y me fui de aquel lugar con el amargo sabor y olor de sus labios en mi boca y en la punta de mi nariz.

      Deja de pensar. Cierra los ojos. Ve estrellitas. Su mano izquierda se despierta y llega, poco a poco, a su pantaloneta. Se toca. Un poco lento al principio, ya que él también está dormido. Le ha puesto un nombre y todo: Nicolás. Nicolás está dormido, pero también, lentamente, la sangre lo hace revivir y ser de nuevo el Nicolás que a Jairo le gusta ver, tocar, manosear, sentir en la palma de su mano. Se mete la mano. Lo palpa. Lo sacude un poco. Lo deja expuesto al viento frío que se cuela por su ventana abierta. Piensa: debo cerrarla, sino me voy a congelar y Nicolás también, ¿o no?, ¿será resistente a bajas temperaturas?, claro, este hijueputa aguanta lo que sea, ¿sí o qué, Nicolás?

      Comienza el acto ¿teatral? Sí, hasta para eso Jairo se mete en el papel. Manuel está dormido: esta vez no hay chica de discoteca: hoy es jueves, así que no. Jairo lleva viviendo con Manuel dos meses. Y Jairo, mientras tanto, comienza a recordar aquella historia: llegó llorando un lunes por la noche a la casa de Manuel y le rogó posada: pobre, que será de él si no le hago este favorcito al parcero del alma, al del colegio, al de toda la vida, pensaba Manuel mientras veía en Jairo esa conocida expresión de mosca muerta. Y le abrió la puerta, recibió sus maletas, lo acomodó en la sala y le dio un chocolatico caliente mientras tanto.

      —Qué frío el que está haciendo, ¿no? Por dios, Jairito, cálmese un poco, parce, lo veo temblando— le dijo y luego fue a la pieza por una cobija, una almohada, se la trajo, le puso encima la cobija a Jairo y le dio unas palmaditas en el hombro izquierdo.

      —¿Así está bien, parce?, ¿algo más? —preguntó Manuelito.

      Y Jairo:

      —No, no, todo súper bien, vos sos el mejor, Manuelito.

      La almohada la dejó sobre el mueble y le hizo señas de que le iba a tocar dormir en el mueble.

      —Acá solo hay dos piezas, parce— le dijo—, y yo uso una pero la otra está vuelta mierda y hay mucha basura y mucha maricada, a lo bien que sí, pero tranquilo, si algo mañana nos ponemos en operación limpieza del reblujo y la dejamos listica pa que usted duerma bien bueno ahí, ¿listo?

      Y Jairo:

      —Listo, parce, antes mi dios le pague, qué hubiese sido de mí sin usted, ¿ah? Y Manuel:

      —Oiga, parce, ¿y usted no pues que vivía solo y que se sostenía con eso de la actuación?, ¿qué paso pues?

      Y Jairo:

      —Nooo, marica, la obra de teatro en la que yo estaba actuando, la de Mamá Nena colgó los guayos, cada vez había menos público, hasta que solo había una persona, que luego le comento quién era y no, el director decidió acabar con esa obra y poner a otros actores en otra obra para que atrajera a más público y pues a los que estábamos en la que le dije, Manuelito, nos tocó irnos, yo no sé, ese director estaba como emputado ese día y nos largó a todos para la casa, a mí hasta me dio miedo, pensé que nos iba a pegar un tiro a todos en la jeta por quedarnos ahí esperando no sé qué.

      Manuel piensa: qué sed tan hijueputa, qué chimba una cervecita, pero ahora con este man acá, sin trabajar y sin aportar nada, me va a quedar más difícil la comprada del traguito.

      Le dice:

      —Ay, parce, cómo así, qué cuestión, pero entonces, ¿eso hace cuánto fue?

      Jairo piensa: hace seis meses.

      Le dice:

      Hace un mesecito, parce, y desde eso me entró una depresión y solo salía de la cama pa irme a estudiar, porque de que me gradúo, me gradúo, parce.

      Manuel piensa: ¿será?

      Le dice:

      —Claro, parce, así es, dele con toda.

      Un temblor proveniente de Nicolás sacude sus piernas y Jairo blanquea sus ojos y susurra: sí aguantás el frío, Nicolás, sos el mejor a. Se levanta. Nicolás cuelga y se balancea como un péndulo y Jairo cierra la ventana. Vuelve a su cama y comienza otra vez el monólogo interminable, otra vez el pensamiento infinito, pero esta vez de ella, no de su madre, sino de la que le gritó su nombre antes de que arrancara el taxi: ¿Carla? ¿Carmín? ¿Carma? ¿Cómo se llamaba? El ruido del motor prendiendo opacaba cualquier sonido. Piensa: loca hijueputa, quién se creía, ojalá no la vuelva a ver por acá que la enciendo a palo a la atrevida esa. Piensa: puta. Se seca la felicidad de Nicolás con la cobija. Piensa: ojalá mañana se acabe ese doble hijueputa paro, ya llevo una semana con Manuel en la casa todo el día y estoy que me enloquezco.

      —Jairo— grita sordamente Manuel—, ¿qué hace?

      —Nada— responde Jairo mientras se acomoda la pantaloneta y Nicolás se va durmiendo progresivamente, junto a Jairo y a la noche.

      Por otra parte, según nuestros informantes, cuando era niño, Jairo se hizo una mancha en la mejilla izquierda por un aceite que saltó a su rostro cuando intentaba fritar unas tajadas para su almuerzo ya que su mamá solo le había dejado el arroz y la carne (ella más o menos le había explicado cómo hacer esas tajadas, pero él no le había prestado mayor atención: estaba mirando una mosca que se posaba en la mitad del tablón que separaba la poseta del fregadero y olisqueaba todo con sus antenitas mientras su mamá no cuenta se daba de la presencia de aquella mosca). Pero, ¿qué relevancia tenía esa mancha en su mejilla izquierda? El primer día, siendo nuevo, Jairo llegó y nadie miró sus ojos, como es la costumbre, ¿no?, sino que se quedaron observando, aterrados, aquella mancha ya seca. Sus compañeritos ni se burlaban de él: su ausencia daba lo mismo que su presencia. Jairo tendría unos doce años.

      Todo esto lo recuerda Jairo mientras se toca aquella mancha y espera el aviso del director para entrar en escena y se imagina el teatro, desde todos sus aspectos: las gradas, el telón, el vestuario, los guiones susurrados y, al mismo tiempo, el bullicio de sus compañeros por las luces, la expectativa flotando en el aire de aquel oscuro espacio que se llena de silbidos y aplausos cuando se escucha la voz del que entra primero, y su silueta se dibuja en la penumbra para comenzar la obra.

      Jairo entra a la hora u hora y media con su papel de extra, donde siente que los ojos del público no se fijan en él, sino en el protagonista, en el del centro. El no: jamás. Se siente de nuevo en el colegio, cuando llegó nuevo y la indiferencia reinó sobre todo lo que abarcaba su ser en aquel recinto de niños malcriados y caprichosos. Sonríe. Eso no estaba previsto en el guion: probablemente lo regañe el director al final.

      Jairo mira al público, pero no ve más allá de muchos pares de ojos mirando hacia la tarima. Luego, sale de la escena. Se soba la mancha mientras mira al suelo del camerino común, el de los extras.

      II

      ¿Qué tal? Sí, aburrida. Igual ahí faltan muchísimas cosas. Luego se las muestro entonces, pero para eso lo llamo en diez años, ¿listo? Espere mi llamada.

      Listo, deje los platos en la cocina y bajemos otra vez al parqueadero que ya va a llegar una visita especial… Lo perderé todo, padre, lo perderé todo, pero por fin dejaré de estar ciego a la paradoja que controla los hilos de los hilos de los hilos de mi vida.

      ¿Emocionado? Bastante. Deje de preguntar y vamos. Sí, yo pago la cuenta, no se preocupe.

      Lo quiero, apá. Nunca lo olvide. Qué chévere es trabajar con usted. Pero no le diga a nadie, recuerde que en esta empresa las emociones están prohibidas. Sea cauteloso. Yo ya estoy muerto, usted tiene un par de años más entonces tenga cuidado y viva con los pelos de punta. Así es mejor.

      Vamos.

      Cuarta parte: Scarlet (2027)

      I

      Ah… Qué fácil hablar del desamor. Qué fácil decir que fue culpa de uno o del otro o de ambos. Qué fácil simplemente hablar sin entender, sin rasguñar los trasfondos que aguardan ser, mucho más que comprendidos, interiorizados en el órgano bombeante que habita en la inconsciencia.

      Va a llover en este campo lleno de piedras y de las rocas saldrá una explicación que nadie entenderá. Ni siquiera vos y yo. Pero, ¿qué importa? Intentémoslo, Scarlet.

      Sí, llevo tiempo sin saber de vos desde que te visité en Trenton. Tu alma siempre fue la de una viajera incansable, lo veía en esas pupilas que se quedaban observando cualquier paisaje que estuviera a la vista, por más corto, pequeño o poco estético que fuera. Siempre lo supe y tú ya habías comenzado a planearlo todo. Me contabas sobre las maravillas que aguardaban en cada esquina de E.U para el viajero, y me decías que aprenderías a hablar inglés fluido y aprenderías francés, italiano y todos los idiomas con sus respectivos acentos que habría en cada lugar que visitases, pero siempre en Europa. No querías quedarte por nada del mundo en Latinoamérica. El Tercer Mundo nunca fue tu mundo. Siempre que insinuabas ese pensamiento a mí me parecía arribista e iluso, pero yo no decía nada. No opinaba. Te dejaba soñar. Te acompañaba a soñar una vida mejor en otro lugar, hasta que una vez no aguanté más tu fantasía y te dije que nada dependía del lugar donde te encontraras, sino de lo que hicieras en el lugar donde te encontraras. Te ofendiste y luego te enojaste durante un par de días, pero luego todo volvió a la normalidad y después pasó lo de Sofía, aunque de eso te enteraste ya unos meses más tarde. Antes de eso, aún estabas dormida, aprisionando el llamado sueño americano en tu memoria.

      Te gusta todo lo que venga de E.U o Europa, para ser más generales. Harry Styles o One Direction, Zayn, Bruno Mars, Adele, las estrellas del pop, o Mc Donalds, Netflix, Zac Efron, Chris Evans, Cole Sprouse y Lucas Jade Zumann son solo unos ejemplos de todo lo que amabas de lo lejano, lo extranjero, lo foráneo: el cine y sus nuevas plataformas digitales. Hasta la comida de allá. Pero, de este lado del charco de agua sucia solo te gustaba el merengue, la salsa y las empanadas con frijoles y arroz dentro. Te veía comiendo con los ojos en blanco los manjares que hacía Edna, tu madre. Y claro, siempre nos reíamos a escondidas de su nombre, que era el mismo de un personaje estilista de Los Minions, si no me equivoco de película, y a veces le decíamos Moda, para hacer referencia sutilmente al personaje de esa película y ella no entendía nada y se reía también y preguntaba si es que vestía muy a la moda o por qué le decíamos así y vos y yo nos reíamos a carcajadas y luego lo comentábamos en el colegio a tus amigos. David, Camila, Daniela y Fernando se reían con nosotros, pero ya hubo un tiempo en que a nadie le daba risa y lo olvidamos y simplemente llamamos a tu madre por su nombre. Así se nos pasábamos: de burla en burla. Cuando no era tu madre, era tu papá o tus amigos o los profes o nosotros mismos.

      En fin… Demasiadas imágenes bullen como agua hervida como para poder vaciarlas todas en unos cuantos párrafos.

      Nos vemos en el siguiente sueño, Scarlet…

      Te amo.

      II

      Buenas noches, luna de mí. Canelita.

      Es un placer verte aquí de nuevo.

      Y si te lo preguntas, sí. Estamos violando completamente las reglas de este lugar. Yo no puedo brindar información personal, solamente hablar del futuro del cliente. Pero qué le vamos a hacer, en el corazón solo manda lo que no deseamos ver: nuestra fragilidad. Por eso hablo tan bajo, las cámaras me pueden escuchar. Sí, sé que estoy susurrando, pero toca así. De hecho, no deberías estar aquí, es un error, pero no soy nadie para echarte. Por mí quédate siempre. Pero no, sigamos.

      Recuerdo las serenatas en la reja de tu casa o afuerita luego de las clases. Las canciones de amor en las que creíamos fervientemente y yo te miraba y te echaba todo mi aliento en la jeta y luego, cuando terminaba, me besabas y nos abrazábamos hasta que tu madre me dijera que ya estaba tarde, lo cual significaba que ya tenía que irme para mi casa.

      De todas maneras, apenas descargaba el bolso, te escribía y nos quedábamos hablando por chat hasta que alguno de los dos se dormía. Nos despertábamos cansados del trasnocho, con las ojeras como nuestra carta de presentación, pero felices.

      También recuerdo cuando fuimos a un cementerio a tomar unas fotos para un trabajo tuyo de Artística. Yo renegué, pero fui contigo y con Daniela. No me gustan los cementerios desde que mi bisabuela se murió y fui varias veces a llevarle poemas que solo el viento leería. De esa visita al cementerio, igualmente, escribí un cuento y luego lo borré, pero antes te lo había mostrado y habías dicho que estaba fantástico. Yo no lo creía del todo, pero quizás por cariño o compasión, una semana después, lo rescaté de la papelera digital de mi computador e intenté reescribirlo. Me ayudaste y me dijiste cuál era el trasfondo de la historia y así lo terminamos. Creo que por eso casi no hablo en mi diario de ese libro de cuentos, porque me ayudaste en todo y ahora no soporto que alguien sepa de cada cosa que escribo. En este momento estoy a oscuras en el apartamento donde he vivido siempre con Manuela, que ya vive acá con Alejandra y creo que ambas duermen y no se despiertan por el tecleo de estas palabras porque se han acostumbrado al ruido cotidiano de un escritor.

      Quizás no soy tan escritor como creía, pero lo soy. Soy sin serlo. Hago sin hacer. Te hablo sin hablarte y te sueño cuando no te sueño. Y sí, me estoy desviando, también sé que ya está sonando el pitido que anuncia la hora de despertar.

      Qué más puedo hacer, vete y regresa lo más pronto que puedas.

      Cuídate que aún tengo mucho por contarte, Scarlet.

      III

      ¿Por qué elegiste Trenton y no Nueva York, o Massachusetts, o Texas, o Georgia, o Chicago, u Oklahoma, o Colorado o Kansas o algún otro estado? Te lo pregunté unos días antes de que te fueras cuando ya habíamos terminado y solo me dijiste que habías visto una película que se centraba en ese lugar y te pareció hermoso como lo mostraban allí y luego investigaste sobre el lugar y ahí te terminaste de convencer por unos artículos publicados en el New York Times que hablaban del interés cultural de las personas que allí vivían y la oportunidad laboral que representaba el mero hecho de estar allá. Me reí para mis adentros cuando me explicaste eso y aun así te apoyé con todo de mí. O eso pretendía.

      Luego, te fuiste y en el aeropuerto estábamos todos: tus papás, David, Camila y Fernando y yo. Daniela no estaba porque se había regresado a Venezuela por unos motivos que me parecieron tan absurdos que los olvidé al día siguiente. Todos lloramos y yo te entregué un fajo de cartas. Ninguno de tus amigos me miraba con gusto. Parecían preguntándose qué hacía ahí si ya habías terminado conmigo. Yo tampoco sé qué hacía allí. Quizás porque mi amor por vos no entendía de aeropuertos o pasaportes.

      Pero sigo preguntándome algo: ¿cómo no nos vimos a lo largo de tantos años?

      Ah, ¿era por eso? Wow. No lo había pensado. Era lo más lógico. No viniste y siempre que tus papás querían visitarte tú les pagabas el tiquete de ida y ellos el de vuelta. ¿Que cómo no lo sabía? Es que yo veo el futuro y no lo veo. Tiene su coherencia, piénsalo. Pero a lo que voy es que sé que estuviste trabajando en Trenton y continuaste viajando por todos lados. Recorriste los estados que te mencioné al principio, estuviste en Canadá y en Reino Unido, en los Países Bajos y… ¿dónde más? Ah ya. Sí, viajaste mucho. Era lo que querías, a fin de cuentas, ¿no?

      Aún recuerdo el hastío que sentías por tus sobrinitos de los que ahora no logro atrapar el nombre… Sé que empezaban por la letra F, pero hasta ahí. El caso es que te negaste desde que te conocí a tener hijos y yo igual, la diferencia es que yo mantuve mi promesa y tú no. Te fuiste a Trenton y luego te casaste. Já, esa fue otro principio de ti: cero matrimonio. Pero bueno, uno crece y muchas cosas cambian. Sí. Ahora estoy viendo que tu hijo se llama… Aarón. Le pusiste mi nombre. Bueno, por lo menos le quitaste el David. Esa combinación es terrible, ¿no crees? Sordo… Sí, eso me dijiste cuando te visité, solo que no quise ponerlo en el diario. Bueno, creo que solo puse que tu hijo estudiaba en la escuela para sordos de una avenida que no recuerdo ya. Mis recuerdos están en el futuro, no en el pasado, por eso se me dificulta hablarte con claridad de lo que nos pasó… No lo sé, Scarlet, ¿qué más puedo contarte? Mejor cuéntame tú a mí qué carajo hiciste en el exterior, ¿cumpliste tus sueños de ser odontóloga-pintora-comunicadora social?, ¿pudiste aprender todos esos idiomas que me dijiste anhelabas hablar fluidamente?, ¿le diste la vuelta al mundo con tu esposo o solo te quedaste en Europa?, ¿pensabas en mí antes de dormir, cuando estabas abrazada a él?, ¿qué recordabas de nuestra relación?, ¿lo de Sofía o nuestro libro de cuentos? ¿Lo de Sofía? Dios, creo que nunca olvidarás eso. Fue un desliz y lo sabes. Un desliz que nunca quisiste perdonarme. ¿Ni siquiera ahora? No me jodas.

      Sofía, Sofía, Sofía… Recuerdo que puse esa historia en nuestro libro de cuentos y retraté a Sofía como un fantasma con unos labios que me seducían cada vez que podía observarlos. ¿Recuerdas? Te enojaste por ese cuento y me dijiste que lo borrara. Lo borré, te lo mostré, diste tu aprobación y luego lo volví a poner. Lo reescribí unas cinco veces hasta que quedó bien y después, un viernes por la noche te enteraste de toda la historia. Aún recuerdo esa conversación en el parque de Boston…

      Creo que no debo contarte más. Igual me van a echar por revelarte información estrictamente confidencial. Pero qué importa. Ahora lo sabes y todas tus dudas están un poco más claras, supongo. Me echarán y viviré desempleado el resto de mi vida. Moriré ya sabes cómo. Quién lo diría: las voces matan. Tu voz, háblame, por favor, háblame y dime que me amas con la misma intensidad del primer día, de la primera mirada, del primer beso, del primer te amo, del último abrazo, del último me avisas cuando llegues, de la última vez de todo. ¿Puedes sentir lo que te digo? No llores, ya no vale de nada una lágrima más. Este océano no acepta más agua. Está a punto de desbordarse. No lo llenes. No llores, Scarlet.

      Por favor, vete luego de escuchar la última grabación. No digas nada, no hace falta.

      Te amaré hasta que mis dedos no reaccionen para escribir la palabra que está en boca de todos los enamorados, pero que yo la siento flotar en la laguna de mi alma expuesta al bosque industrial del mundo desde que te conocí, Scarlet; hasta que me perdones y pueda leerte estas líneas en voz alta acurrucado en tu regazo, mientras afuera llueve y el teléfono suena, pero no contestas y la vida transcurre, pero nosotros no lo entendemos y me besas y me dices cuan bello escribo y te digo que es gracias a ti y cerramos los ojos y…

      No más. Escucha la narración de los tinterillos y las únicas partes que se encontraron en tu reducido diario. No es mucho, pero bueno, se hace lo que se puede.

      ¡Jairo, dele que esta es la última vez que me ayuda porque igual no nos vamos a volver a ver, padre! Lo aprecio. Cuídese.

      Cuando se enteraron de que todo se estaba yendo al carajo, decidieron venirse a Colombia y rehacer sus vidas. Alexander y Edna, los padres de Scarlet, empacaron las maletas, y dejaron su casa a una tía para que viviera allí mientras la cuidaba y ellos tomaron un bus hacia la terminal. Los tiquetes los pagaron allá. Después, se montaron en otro bus que los dejaría en Cúcuta luego de unas horas indefinidas para Scarlet porque durmió casi todo el viaje. Era ya de noche y allí tuvieron que caminar. Solo eran ellos tres a un lado de la carretera, caminando, Scarlet a la orilla. En el recorrido, con su equipaje al hombro, se dirigían hacia lo que sería una nueva experiencia en un país donde solo estaban algunos primos residiendo para recibirlos: ellos mismos fueron los que les consiguieron la casa donde ahora están viviendo y Scarlet escribiendo con las siguientes palabras, con lágrimas recorriendo sus mejillas, resbalando hacia el papel, mientras piensa en Aarón:

      No, no pensaré más en él. No quiero seguir dándole vueltas a un asunto que solo me trae estrés, desesperación y ansiedad a mi mente. Bueno, ajá, escribiré de otra cosa. Recuerdo que cuando llegamos a Colombia, acá solo vivían unos primos que consiguieron esta casa en donde estamos mis papás y yo. El arriendo era muy costoso la verdad, al menos para ellos que no tenían empleo al mudarse a este país. Pero, a las pocas semanas de estar residiendo acá, mi papá consiguió trabajo en una empresa, que no recuerdo cuál era exactamente, y mi mamá comenzó a hacer todo tipo de comida: empanadas, pasteles de pollo, panzerottis, buñuelos de queso, algunas papas rellenas y hasta cremas de coco y bueno, otras cosas más que le permitían colaborarle a mi padre con los gastos de la casa, que no eran pocos.

      La situación económica, política y social de mi país natal, Venezuela, no estaba mal del todo, pero se estaba arruinando de a poco y silenciosamente, al menos así lo veíamos nosotros, que logramos identificar el desastre a tiempo y huir a toda prisa, para no ser un escombro más del terremoto que se avecinaba. En fin, ¿eso qué importa? ¿Aporta algo a esta nueva hoja que botaré a la basura de la cocina? O no, creo que no la desecharé aún, quizás… No sé, quizás pueda continuarla, faltan solo unas cuantas palabras para llegar a la siguiente página y, listo, hemos llegado.

      Al llegar a Colombia, como venía diciendo, nos instalamos de una vez en la casa que nos consiguieron nuestros primos y, para resumir, a la semana ya estaba dentro de un salón de clases cursando el grado noveno, o sea, cuarto de bachillerato. Mi acento venezolano no fue muy bien recibido, así que, durante un par de semanas, se burlaron de mi manera de hablar. Yo era muy indiferente a eso, por lo que ni me daba cuenta de eso hasta que todo el salón estaba mirándome a mí por un comentario maluco de algún niñito inmaduro, de tantos que había en dicho salón.

      Y vuelve a llegar él a mi cabeza… No lo puedo quitar, suprimir, alejar, olvidar… No, no puedo. O no quiero, no lo extraño, no quiero que vuelva, pero sí quiero que me consuele, que me abrace y me susurre al oído nuestras canciones favoritas que solíamos escuchar a solas en su habitación, mientras yo, encaramada sobre él, lo devoraba a caricias y besos. Él, Aarón, amaba tocar la guitarra que me había regalado mi papá en mi cumpleaños número siete— nunca aprendí a tocar, ni siquiera ahora lo he intentado— y cantar, a veces desafinado, a propósito —amaba hacerme reír así, y de todas las maneras que se le ocurriera a su recursiva mente— y mirarme con esos ojos color miel que me erizaban los vellos y, en aquellas tardes a su lado, comprendí que yo no deseaba el calor de un tercero, que yo no deseaba los dulces labios de otra boca, que yo no anhelaba una canción interpretada por cualquier otra persona: me di cuenta que yo lo deseaba a él, a Aarón, aunque no estuviese en mis planes al venir a Colombia enamorarme de alguien como él. ¿Estaba escrito mi destino? Solía creer eso, hasta que llegó su mágica y endulzante voz a decirme al oído, con ternura: no, canelita mía, nuestro destino no está escrito: nuestro destino lo escriben nuestros dedos y nuestras almas, al unísono. Y nuestro amor: nunca dudes de eso.

      ¿Dudar de qué?, me pregunto ahora.

      Ahora ambos están sentados en una banca del parque de Boston. ¿Aarón La mira o está mirando al horizonte, pensando, divagando y perdiéndose en locuras literarias, distraído?

      —David me contó algo…

      Aarón, ahora sí, la mira. Con la cabeza ladeada, le pregunta:

      —¿Qué te dijo?

      —Que antes de mí, le habían contado a él, hubo alguien más…

      —Ah, ¿sí? Qué chévere, ni yo mismo lo sabía.

      Scarlet suspira y frunce un poco la boca. Deja de mirar a Aarón y responde, mirando al suelo:

      —Dime la verdad. ¿Quién era? No me enojaré, igual son cosas del pasado y eso ya lo hablamos.

      —¿En serio?

      —Sí.

      —Pues bueno, como quieras…

      —Empiece.

      —Espero yo me como mi arepa rellena y le cuento.

      Scarlet cruza las piernas y Aarón las descruza. Le suelta la mano. Observa a los vendedores ambulantes, a las personas que van y vienen por el parque Boston, a los que están, como ellos dos, sentados sobre el murito de ladrillos, al frente de los distintos espacios verdes: bambúes, guayacanes, almendros, maleza, hierba, pastito, sí, pastito y Scarlet estira un brazo para decirle que ya el señor de las arepas ya tiene lista la de él. Aarón se levanta y va por ella.

      Regresa. La come sin mirar a Scarlet. Se limpia con una servilleta. Toma de su refresco. Suspira y solo dice un nombre.

      —Sofía…

      —¿Cómo así? ¿Quién es Sofía?

      —Emmm… ¿Estás segura de que quieres saberlo?

      —Obviamente.

      —Pues… Sofía es… Amor, ¿y si mejor lo hablamos después? Mira que ya está tarde.

      —No. Cuénteme.

      —Está bien. Pues Sofía es una muchacha que conocí cuando tú y yo estábamos charlando…Y pues tú y yo aún no estábamos juntos y a mí Sofía me parecía muy linda, sobre todo, muy misteriosa y cuando yo le hablaba me ignoraba o me respondía muy seco. Pero recuerda que no estábamos juntos, no habíamos formalizado nada, Scarlet, entonces…

      —¿Entonces qué?

      —Entonces no cuenta como…

      —¿Engaño? No sé, Aarón… Siga mejor.

      —Y ya un día la invité a mi casa y estuvimos hablando un rato y…

      —¿Se besaron?

      —Sí.

      —¿Y qué más hicieron?

      —Eso y ya, porque luego ella se fue y a partir de eso no nos volvimos a ver.

      —¿Y siguieron hablando?

      —Sí, un poco.

      —…

      —Pero yo no volví a buscarla ni nada porque recuerda que me salí de esa escuela y me desconecté de ese mundo.

      —…

      —Scarlet…

      —Qué.

      —Mira que no fue un engaño, tú y yo no estábamos juntos.

      —Ajá… Bueno, pero tengo una pregunta.

      —Dime.

      —¿Seguiste pensando en ella cuando estábamos juntos?

      —A ratos.

      —¿Cómo así? No puedo creerlo, Aarón.

      —¿Qué pasa?

      —¿Cómo que qué pasa? Me siento traicionada, la verdad yo te he entregado el cien por ciento de mí para que tú me salgas con esta un montón de tiempo después.

      —Pero si te contaba antes me hubieses dejado…

      —Mejor, así no me sentiría como me siento ahora. Chao, necesito pensar.

      Aarón alza los hombros y se va. Scarlet no se levanta para seguir a Aarón. Piensa: que se vaya pa la puta mierda si así lo quiere. Saca de su bolsito su diario y comienza a escribir, ansiosa:

      Claro, se tenía que ir así, de la nada como si yo fuera la culpable de todas sus cagadas y las cosas no son así. No, no. Creo que le voy a terminar. No aguanto más todo esto, no quiero seguir viviendo así. Siento que Aarón no entiende tantas cosas que son evidentes, y creo que lo mejor es irme de una vez para Trenton. El tiquete está pagado y mi maleta ya está hecha. En una semana me largo y él sigue sin saberlo. No sé cómo contarle, pero igual no interesa, ya encontraré la manera y le diré todo… Lo amo, pero no puedo seguir a su lado. La vida me sonríe ahora que me gradué y no seguiré que sus cagadas me sigan manchando la sonrisa. Y ahora con esto de esa tal Sofía… Dios mío. Ay no, que deje de joderme y se vaya con ella mejor. Yo me rindo.

      Me arde la mano. Mejor dejaré este diario en la casa. No quiero llevarme el pasado en el avión. Lo botaré todo lo que me recuerde a Aarón y a este país de mierda. Me voy y no deseo volver. Jamás.

      —Niña —aparece a la vista de Scarlet un vendedor de rosas cuando termina de escribir y le dice:— Lo último que yo quiero es ofenderla o incomodarla con mis palabras, pero permítame el atrevimiento de decirle que usted se parece a una actriz que yo en persona conocí por allá en Nueva York en mi juventud, pero de la que no me acuerdo el nombre, y que era hermosa, así como usted, ahora que la estoy viendo me hace acordar mucho de mi difunta esposa, que en paz descanse— se echa la bendición con la mano izquierda—, pero bueno, yo quería venir a ofrecerle estas maravillosas, hermosas, económicas y olorosas rosas, de las que yo vivo y puedo mantenerme en una piecita alquilada en Prado Centro, ¿le parece, niña?

      Scarlet escucha atentamente. Pregunta por el precio. Mira las rosas. Escoge una. El señor se la da. Scarlet saca un par de billetes y se los da el señor. Este, a su vez, le da una rosa, no tiene espinas, no se preocupe, niña, yo se las quito para que la gente no se lastime, no se preocupe, niña.

      Scarlet se va con la rosa en su mano derecha, mientras siente la mirada del vendedor de rosas detrás de sí. La huele. Sonríe. Piensa: ¿hace cuánto que ese malparido no me regala una rosa?

      IV

      No, nunca te regalé una rosa, Scarlet. Me parecieron demasiado cursis y que no expresaban nada que tuviera que ver con lo que tú y yo interpretábamos como amor. Prefería darte mi mejor regalo: mi tiempo. Pero ya para qué. Es tarde. Solo vete, Scarlet. Vete, por favor. No vuelvas. No sueñes conmigo. No pienses en mí. Recupera tu estilo de vida y entiérrame en la cotidianidad que tanto te abruma.

      Sí, la puerta está ahí. No tiene seguro, tranquila. Mañana te sentirás mejor, te lo aseguro.

      Ahora que te has ido, Scarlet, el eco de tus chanclas arrastrándose en el parqueadero camino a despertarte es el último sonido que escucho. Es el último sonido que guardaré siempre conmigo.

      Por eso, te diré lo que ya sabes, pero que yo apenas descubro: la maldición de esta paradoja no te pertenece, Scarlet… Es solo mía y por eso pasó lo que pasó. Nuestra paradoja no existe, solo quedan paradojas individuales que nos atormentan a cada uno por su lado.

      No, nunca podrán fundirse nuestras paradojas, las paradojas no pueden juntarse y eso éramos tú y yo: dos paradojas en busca de la lógica perdida en el eco que ahora inunda toda esta habitación y llega de nuevo a mi nariz el olor de tu perfume, el olor de lo que ya no podrá ser, el olor de todo aquello en lo que fallamos a propósito sin darnos cuenta, el olor de lo no concluido, no intentado y atascado en un mismo tobogán recto.

      No lo intentes. No voltees la cabeza. No intentes mirarme de nuevo. Ya no estaré en este parqueadero, ni en este sueño, ni en este universo, ni en tu memoria. Estaré en las canas de una guitarra entonando las melodías que ahora conozco y que nunca podré cantarte…

      Y te respondo la pregunta que siempre me hiciste en anteriores sueños: la paradoja que nos unió es la ironía de una pesadilla que se hizo pasar como nuestro refugio para resguardarnos de la tormenta de este caos que sigues abrazando.

      Nuestro libro de cuentos queda en un cajón de este escritorio acumulando el polvo de los años. Ten la certeza de que algún día lo leerás cuando yo ya no esté y la luz de la medianoche te traerá la embriaguez y la resaca de este amor y esta indiferencia que se expande y se extingue en medio de la crueldad generosa que nos creó: la paradoja consciente de una lágrima disecada en un libro viejo.

      Sé que hemos venido teniendo, a lo largo de todos estos años separados, el mismo sueño del hospital. Sí, sé que me escuchas, sigues detrás de la puerta, así que concluyo lo que nunca pude decirte: nuestra paradoja era y sigue siendo el bebé del ascensor, que no eres tú, sino nuestro amor que renace, muere, nace y se suicida cada vez que sueña con ser eterno.

      Ahora sí vete, por favor. Cierra la puerta, quiero escribirle a tu sombra blanca.

      Adiós, Canelita…

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