MEGALOMANÍA
(Por: Maria Giovanna Martinez De Gante)
Mi madre murió, las verdaderas caras de mis supuestos amigos al fin salen a relucir, decidí no juzgarlos por su posición económica y social, decidí ignorar el hecho de que, en el instituto, para todos, ellos son unos hijos de puta, vaya mierda, sus advertencias fueron ciertas.
“Hablaré de ello con mi padre”, “¿Si sabe cuál es mi apellido?”, frases que pertenecen a todos los niños ricos con cuentas bancarias envidiables y vidas resueltas, pues aquí, en el instituto en donde cohabitan los descendientes de las familias más poderosas, aquellas frases solo les pertenecen a tres hermanos, trillizos, su mayor talento es la humillación y la crueldad es su religión.
Fue complicado, pero luego de varios intentos fui admitida, lo sé, soy la típica matadita de la escuela. Conocí a los trillizos desde el primer día que llegué, a diferencia de otros hijos de puta, ellos no van por la vida con piel de cordero, nunca llevan un filtro encima, nunca atacan por la espalda, todo lo hacen de frente sin temor a las repercusiones que nunca llegan.
Observo por el barandal la llegada de los miserables, estoy herida, me dejaron tan jodidamente sola que solo necesito gritarles cuanto los desprecio. El primero: Ares, es el robusto e imponente, montado en su ostentosa motocicleta, su rostro siempre refleja cólera, sus tatuajes lo hacen lucir rudo y su mandíbula apretada hace pensar que golpeara a alguien a su paso. El segundo: Aren, llega en su convertible con una pelinegra al lado, su prima, como si no supiera que se la folla, su apariencia es menos robusta, sin músculos exagerados, su expresión lo hace lucir dulce, su andar es más simple, el cabello ligeramente despeinado, avanza con las manos en los bolsillos y sin mirar a nadie, ni siquiera se despide de la pelinegra. La última: Amonet, llega en un coche completamente negro, aun la vestimenta más simple se vuelve llamativa cuando la porta, su caminar es orgulloso; mentón en alto, pose erguida, máscara de hielo inquebrantable, su expresión esta tan trabajada que no dice nada, tampoco mira a nadie, pero todos ahí la observan fijamente. Llevan los nombres de dioses de la mitología griega, nórdica y egipcia, tan excéntricos como sus portadores.
Corro al cuarto nivel, los tres tienen sus primeras clases en aquel piso, solo comparto grupo con Aren, debo ser rápida o entraran a clases. Llamo la atención de los tres pelirrojos; Ares me ve con burla, Aren esta confundido y Amonet inexpresiva, nada sorprendente en ellos. Se muestran indiferentes cuando me acerco al barandal, dispuesta a lanzarme si no me escuchan.
- Hazlo – pide la pelirroja sin culpa.
- Mi madre murió, los necesitaba, en verdad los necesite – reproche intentando mantenerme firme.
- Baja de ahí, te mataras si caes – advierte Aren con tranquilidad.
Los murmuros de la gente se hacen presentes, Ares observa a los lados con hartazgo, Amonet se mantiene sin expresión, el ambiente es tenso y el único que se centra en mí es Aren.
- Los odio – digo en un susurro, con lágrimas en los ojos.
- ¿A nosotros? – la chica me muestra una sonrisa torcida -. Te odias a ti misma, sabes que, si saltas nadie lo hará contigo, si ya no tienes nada que perder, ¿Por qué no saltas?
- Jódete – Ares reprende a su hermana.
- Es la verdad – replica -. Una caída aparatosa, temporalmente dolorosa, pero bastara para que se termine todo.
- Esperaba que te disculparas, realmente eres una hija de puta.
- Jodida megalómana, eres tan igual al resto, que buscas atención al menor problema.
- ¿No le temen al karma? – cuestione.
- El karma es como la puta que podría cogerme sin temor a que reclame su dignidad alguna vez – suelta Ares autosuficiente.
- ¡No les daré el gusto! – afirme, bajando del barandal.
Ninguno se sorprende de mi decisión, para ellos todo el mundo es predecible, son tan agiles para analizar a todo el que los rodea que advierten sus actos antes de que sean llevados a cabo, incluso, antes de que sean planeados.
- Eres mentalmente abusiva, por poco haces que se mate – reclama Aren a su hermana.
- Me sorprendes, Amonet – soltó Ares.
- Ella se fornicó con papá.
Mierda, ella lo sabía. Sentí mis mejillas enrojecerse, la mirada llena de rencor e ira de los dos hermanos se dirigió hacia mí, la chica seguía con su vista indiferente, en ese momento deseé que ellos fueran quienes se desahogaran gritándome todo el odio que retenían,
- No te odio – dijo Amonet.
- Deberías – conteste apenada.
- No todo se trata de ti, eres una perra, pero realmente no me molesta – explicó serena.
- Nunca esperé nada de ti, menos de papá – Ares encogió los hombros y me dio la espalda.
- Dulce retorno – fue todo lo que Aren dijo antes de irse.
La pelirroja me analizo cruzada de brazos un par de segundos, hizo la típica despedida de un teniente a su coronel, probablemente, era porque su padre era una de las máximas autoridades, un coronel respetado y temido, en pocas palabras, su apellido era sinónimo de dominio.
- Señorita James, debe desalojar las instalaciones de los dormitorios y abandonar el instituto – informó el director antes de que entrara al aula.
- ¿Qué? – estaba perpleja.
- Petición de los Lizardi.
(Dulce retorno), a eso se referían. Quería reclamar lo injusto que eso era, quería gritar que no me merecía eso, pero me encontré con la mirada de Amonet, el efecto de aquellos hermanos era innegable. Una cara bonita, una buena posición económica, el poder de su familia siempre los respaldaría, no tenía oportunidad contra ellos.
Estúpidamente intente despedirme de los trillizos: Amonet apenas me presto atención y no respondió nada a mis disculpas, Aren me corrió cuando lo encontré en los vestidores con la pelinegra, y el ultimo, con el creí que sería distinto, solíamos salir, creí que algún sentimiento hacia mí radicaba en él, pero me equivoque.
- Ar, ¿Podemos hablar? – pedí con la cabeza baja.
- Ares para ti, zorra megalómana – corrigió.
- Lo siento.
- ¿Por cuánto te vendiste?
- No importa ahora.
- Enviare flores a la tumba de tu madre, seguro no tendrás para ello – dijo divertido.
De nuevo me quede como una imbécil arrastrada, sola y sin un quinto. Estoy lejos de ser una santa, pero lo hice por mi madre, en realidad necesitaba el dinero, una cantidad que para mí era un sueño, pero para el coronel eran migajas.
Irónico, tres expertos en la megalomanía, me tachan a mí de practicarla por un error mínimo, lo que hice fue poco comparados con los actos que ellos cometen con frecuencia.
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