M e t a m o r f o s i s.
Todos en la escuela y en su colonia la conocemos como la Barby Super Star. No es para menos. Es alta y espigada como brillante pluma de pavorreal que se desliza sobre el espacio. Es tan delicada que apenas sus pies tocan el piso que no la merece. Su voz es apenas un susurro de ave de paraíso como la música acuática de Handel. Habla más con los ojos y con el cuerpo que con la boca. Un solo gesto de ella es suficiente para que los demás entendiéramos que estaba de acuerdo o en desacuerdo. Las pocas veces que la escuchamos hablar en público parecía que de su boca emergiera un cálido río de palabras, breves y certeras como el relámpago que ilumina el aguacero. Es la reina que viste con ropa de boutique como dicen quienes la han escuchado hablar de ese tema. A sus florecientes veinte años se las arregló para que en plena universidad supiéramos que durante la preparatoria ganó todos los concursos de belleza y de señorita simpatía. Nunca lo dudamos.
Alardeaba de su tipo de alimentación nula en azúcares, almidones y grasas saturadas. Usaba cualquier pretexto para decir que sólo tomaba agua natural y que hacía una comida al día. Tenía la arrogancia del cisne y el aroma de un eucalipto.
De la colonia de donde emergía todas las mañanas para dirigirse a la escuela, las adulaciones iban desde las más castas hasta las más soeces. El paso de la Barby Super Star por esas calles llenas de hombres movidos por el viento de la angustia y la preocupación económica, era el acontecimiento del día. Albañiles, choferes, talacheros, comerciantes subempleados y vagos, en una palabra, todo aquel capaz de emitir una sílaba hacían gala de su florido lenguaje en la estampa de la Barby. Ella sentía que eran como escupitajos luciferinos. Los perros callejeros y la espesa capa de polvo de calles sin pavimentar también eran mudos testigos de la presencia de la Barby, quien desde los dieciséis años asumió que el mundo sería su excitante campo de batalla para enfrentarse a otras barbys. Y es que es una de esas mujeres que con su sola presencia impulsa un contradictorio arrebato de emociones, como si intempestivamente pasara por la mente de alguien un tropel de bisontes o un breve compás mozartiano.
Cuando apareció por primera vez en el umbral de la puerta del salón, todos contuvimos la respiración y abrimos los ojos como platos. Nuestras miradas la cubrieron como la hiedra a la pared. Tal es la fuerza de su belleza arrebatadora que hasta el profesor – después de carraspear – se levantó y le ofreció la silla. Se escuchó en el salón un enjambre de avispas. Ese día todos los hombres del salón nos declaramos sus esclavos. No nos conocían como el segundo grupo de comunicación, sino el grupo donde va la Barby.
Su encanto no se remite exclusivamente a lo físico. Hay en ella un aura especial que irradia tranquilidad y armonía. Pensé que seguramente el poema de Gutiérrez Nájera estaba dedicado a ella: “Todo en ella encantaba, todo en ella atraía, su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar, era llena de gracia, como el ave María, quien la vio no la pudo ya jamás olvidar”. Durante las primeras semanas del semestre nuestras disertaciones y polémicas – a la luz de las caguamas que circulaban de boca en boca en nuestro mundillo de estudiantes universitarios – siempre concluyeron: “es la bacante más deslumbrante de la universidad y seguramente de muchas otras latitudes”; de hecho ese era el estribillo de nuestro grupo y nuestras ridículas hipérboles “cualquier hombre se habría dejado matar por ella” eran comentadas son sorna en otros grupos de estudiantes menos calenturientos.
Los ojos de la Barby eran felinos y dorados, hechizadores, y su sonrisa de perlas cortaba de tajo cualquier respiración. Costaba trabajo saber si su actitud era un acto premeditadamente diabólico o un comportamiento natural. Nunca logramos ponernos de acuerdo. Cuando en una ocasión me pidió que le sacara con mi credencial un libro de la biblioteca, al instante me dirigió una cálida mirada y una sonrisa misteriosa como la de la Gioconda y sentí que recibí la hostia de manos del sumo pontífice en plena semana santa en la catedral de San Pedro. Comprendí de inmediato lo que un débil insecto siente al estar preso de una gran telaraña. Muchas veces la soñé vestida del color de mis deseos y sentía que un ejército de ratas escarbaba en mi sueño; miré el fondo de su boca y me sentí un suicida frente al abismo. Al amanecer noté que todas mis convicciones se habían aflojado. Uno de mis compañeros que fue su amante, en una borrachera contó que los besos de la Barby
le supieron a versos alarconianos. Y a partir de que la ella lo desechó como un pañuelo usado lleno de mocos, o como abandonamos un par de sandalias viejas en medio de la mudanza, el amante despechado balbuceó que esa clase de mujeres asumen a los hombres como un complemento útil pero prescindible. Como vikingos levantamos nuestras cervezas y celebramos la frase con euforia dionisiaca.
¿Cuándo comenzó la barby su reinado sin par? – Fue el tema del siguiente maratón etílico – Alguien dijo que seguramente en un determinado día de esta época de apariencias. Otro mencionó que el día en que la publicidad decretó que ser esbelta es ser bella y aceptada. Uno más sentenció que seguramente el día en que la misma publicidad pontificó que el prototipo de belleza femenina es noventa, sesenta, noventa y estatura de uno setenta a uno ochenta. Sócrates – otro marinero trepado en la nave de las bacanales – pontificó que posiblemente cuando las anoréxicas y las bulímicas decidieron tomar el cielo por asalto e invadieron el mundo a través de portadas en vistosas revistas de moda; yo mencioné que posiblemente cuando apareció la talla cero y menos cero y muchas mujeres quisieron meterse en esa ropa estrecha y quienes no lo consiguieron se sintieron como una vela sin cabo, como una campana sin badajo, y al margen del decálogo de la posmodernidad. En cada participación el chocar de las botellas se mezclaba con el bullicio y la música de Pink Floyd de fondo.
Paola decidió dejar de ser Paola y convertirse en una Barby Super Star cuando elevó los mensajes publicitarios de moda a la categoría de credo. Decidió ser otra cuando no se aceptó como la flaca, como le decían en su familia y durante la primaria y la secundaria. Así la conocieron en esa colonia llena de casas sin terminar, con las varillas salidas en las azoteas apuntando amenazadoramente al cielo, una maraña de cables en cada poste y calles llenas de lotes baldíos. Decidió cambiar cuando asumió que la vida es más cálculo que compasión y se convirtió en la Barby Super Star cuando notó que un gran número de lobos hambrientos las prefieren esqueléticas. La transición de la flaca a Barby Super Star fue cuando Paola dejó de ser Paola y decidió convertirse en un aborto de la era del vacío.
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