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Cuando bebas, mi famélico sol, la sidra del desengaño,
sabrás callar tu rostro de brillo,
y donde a la suerte acechen las hienas furtivas,
la luna dirá tu nombre y en un eco tus gritos desaparecerán.
Las arenas renuevan su color mas nunca su grandeza;
de a poco traga, finita, sus ojos la cuenca.
No caves, que no hay pala que no pierda el mango.
No repares con tu boca lo que tu mente no supo discernir.
Porque este pueblo está muerto pero hay más enchufes que tumbas.
Sobre la alfombra dejé mi carta procura leerla muda,
que la bala ya fijó una dirección.
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