Las agujas del reloj marcaban las 8 de la noche cuando Alberto y yo nos dirigimos a una vieja casa ubicada en una de las calle principales de San Rafael de Orituco, un pequeño pueblo de la provincia venezolana que me vio nacer, dicho pueblo fue fundado en tiempo de la colonia en el año 1670. Dicha vivienda era propiedad del tío de la mujer de Alberto, donde según cuenta la leyenda había dinero enterrado en el subsuelo de una habitación de la vieja casona desde la época de la colonia.

Alberto logró que el tío le prestara la llave de la casa supuestamente para dormir esa noche, pero la intención era excavar en el piso de la habitación que había sido señalada con la existencia del tesoro.

Como todo estaba premeditado llevamos todas las herramientas necesarias para la excavación: pico, pala, dos linternas y una cantimplora con agua,  Para evitar que se escuchara el sonido de los instrumentos al golpear el piso llevamos un equipo de sonido portátil y lo colocamos en el recibidor de la vivienda. Encendimos a todo volumen el tocadiscos y pusimos varios discos de vinilo de larga duración, con muchas canciones al estilo guaracha de los años 50, entre ellas “Juancito Trucupey” en la voz de Celia Cruz acompañada por la famosa orquesta la Sonora Matancera. En el recibidor estuvimos escuchando música hasta casi la media noche,  la finalidad era dar tiempo a que la luz azul apareciera y nos señalara el sitio exacto donde estaban las monedas de oro enterradas.

La casa era de una sola planta y tenía ocho habitaciones, en la última habitación cerca del patio trasero estaba el lugar señalado. Con mucho entusiasmo y algo de miedo caminamos por el oscuro pasillo central de la vivienda hasta llegar al lugar donde supuestamente estaba el tesoro a desenterrar. Al llegar a la habitación todo estaba oscuro, esperamos unos 15 minutos a que la luz azul diera la señal, pero ésta no apareció, encendimos nuestras respectivas linternas y con el mango de la piqueta golpeamos en varios lugares y en uno de ellos hubo cierta resonancia hueca, logramos escavar hasta un metro de profundidad, pero no logramos nada, así hicimos varias excavaciones sin éxito alguno.

Agotados por el esfuerzo realizado hicimos una breve pausa para descansar. Nos sentamos en el piso, apagamos las linternas para ahorrar batería y aliviamos la sed con agua fresca de la cantimplora. Todo estaba oscuro y en silencio, solo sentíamos el olor a tierra removida. A los pocos minutos, ya dispuesto para reanudar la faena en plena oscuridad, se escucharon unos pasos en dirección de la habitación, el sonido muy similar a una persona que arrastraba los pies.

—Escucha Alberto, alguien se acerca, —exclamé. 

Alberto se mantuvo en silencio tratando de escuchar de qué se trataba

—Coño alguien se acerca, — exclamó Alberto. —Es el muerto que reclama el tesoro escondido. 

Abandonando todos los instrumentos que habíamos traído para la excavación, en veloz carrera y a ciegas en aquella oscuridad atravesamos el pasillo. Al llegar al recibo donde la luz estaba encendida descubrimos el misterio de los pasos. El disco de vinilo había culminado las seis canciones y la aguja del brazo del equipo se arrastraba en el espacio entre los surcos y la etiqueta del disco, el sonido que emitía se propagaba simulando unos pasos en medio de aquel silencio de aquella noche tan oscura. Allí comprendí que el miedo es libre. 

Etiquetas: historia real

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