Persecución
Corría sin detenerse, sin rumbo claro, internándose en callejuelas oscuras y estrechas que desconocía, quizás apresurándose al abismo sin darse cuenta. No recordaba de quién estaba escapando, ni cómo o cuandohabía empezado esta carrera, solamente escuchaba los pasos pisándole los talones y seguía corriendo. Chorreaba, sentía el sudor en los labios quemándole la piel y nublándole la vista, pero seguía corriendo preguntándose cuánto más la sostendrían sus piernas. Pasaba arboles, estaciones de bus vacías, faroles titubeantes y seguía veloz. Una bajada empinada la sorprendió, no alcanzó a frenarse y rodó por la calle, raspándose toda hasta bajar. La caída detuvo forzosamente su carrera y pudo contemplar las calles vacías, encharcadas, apenas iluminadas por la luz de la luna. No sabía dónde estaba, ni como había llegado, y mucho menos a donde iría ahora, pero tampoco quería saberlo; las calles silenciosas le ofrecían un refugio y ella necesitaba descansar. Cierto que su corazón latía tan fuerte que podía oírlo, que su cabeza amenazaba con estallar en cualquier momento, que todos sus miembros temblaban y el viento quería helar sus pulmones. Pero ella casi que no lo sentía, estaba hirviendo y se alegraba imaginando que sus venas eran manantiales de aguas termales que la mantenían caliente, que la mantenían viva. Por un momento olvidó a sus perseguidores y se dejó envolver por el embrujo de la noche. La luna meciéndose en los nubarrones, se le antojaba como una bailaora con mantones de plata, y el agua que corría por las calles, como una sigilosa serpiente que la maravillaba. Dejó la cabeza caer entre sus manos y su pensamiento voló a escenarios lejanos, a campos de luz en tiempos de primavera, olor a pasto recién cortado, voces, risas, rostros de seres amados. Estos recuerdos acudían a ella con emoción profunda, pero se confundían en su mente, no lograba retenerlos, no conseguía visualizarlos con claridad. Comenzaba a sentir frío pero no tenía fuerza para pararse, así que se acurrucó y empezó a mecerse murmurando una canción que le cantaba su madre mientras la balanceaba en sus piernas.
– Los viejos van al paso, al paso, al paso…
Esta escena se iba haciendo cada vez más viva en su memoria. El rostro de su madre, su sonrisa, casi que volvía a sentir el calor de sus manos, cuando dos tenazas sujetaron con violencia sus brazos y un cuerpo enemigo se abalanzó sobre ella. Lanzó un grito horrorizada y este la apretó más fuerte, sus piernas de hierro estrechaban las suyas como queriendo exprimirlas, ella feroz mordió las tenazas que la sujetaban y supo que no eran de hierro sino de carne viva. Pero no se detuvo, continuó hundiendo sus dientes hasta forzarlo a aflojar, entonces le dio un cabezazo, lo pateó con todas sus fuerzas y consiguió escapar. Se alejó de allí lo más rápido que pudo, mientras oía a su verdugo gritar y maldecir.Sintió el sabor a sangre en su boca y por un momento quiso detenerse, mirar el rostro de su agresor, de el hombre que ella había herido. Corría sin hacerle caso a sus piernas cansadas, desafiando el fuerte dolor en su pecho. Sabía que no debía detenerse, que no podía mirar atrás, lo pasado, pisado, ahora correr, salvar su vida que era muy valiosa.¿Por qué era tan valiosa? Lo había olvidado, en esa loca carrera de sobrevivencia, había olvidado hasta su nombre.
OPINIONES Y COMENTARIOS