He gestado en mi propia ausencia una causa lo realmente justa y loable (al menos para mi) que la hace digna de ser luchada y llamarse mi victoria.
No es la muerte el preciso escape del cobarde ni el fin de quien teme continuar viviendo, éste no es el caso. La verdad, la única que me importa… la mía, apunta a razones concretamente diferentes.
Es mi viaje un rumbo con destino incierto (como el de tantos otros, como el de todos quizás), destino que deseo fijar según corresponda mi sentir de lucha.
Son cientos de días contemplando el plan al que dan vida mis razones, razones que posiblemente y lo más seguro es que nadie fuera de mi comprenda, porque finalmente son mías; razones con las que despierto, con las que convivo cada día, con las que reposo en la soledad de mi cuarto, del espacio que es solo mío y aunque oscuro y de pesada vibra me resguarda de todo aquello que no tolero, de todo aquello que no soporto, y en ocasiones hasta de mí misma.Son cientos de días reafirmando mi decisión y la forma de librar esa batalla buscando el que pudiera ser el mejor resultado.
No podría decir o afirmar que esto tiene sentido si no doy cabida a lo que me mueve en realidad, mi familia. Mi mamá, mi papá, mis hermanos, mis sobrinos y muy especialmente Sergio, quien de manera extraña fue respiro en el cansancio. El amor es la verdad más grande e incomparable, y quizás mi razón más inexplicable pues cualquiera pensaría que por amor quien quiera podría mantenerse en pie, pero yo no hago parte de ese estándar cualquiera, soy el punto aparte de mis propias historias, de los sueños que vestí como quise y que de cualquier manera realicé aunque en ello no vibrara con el goce que nace de la realización.
Creo que no he sido feliz, partiendo de la realidad de desconocer en sí mismo el significado de dicha palabra, de dicho estado, de dicha emoción que finalmente para mi no es tan significativa, simplemente es algo más de todo aquello que no conocí. No he sido feliz pero he sido agradecida, he sido bendecida, he sido amada y eso basta al final del día cuando las incomprensiones chocan en mi cabeza y su golpe se siente en el pecho, al final del día cuando retomo el aliento para redescubrir una vez más las razones para quedarme un día más. Nadie ve lo que yo veo, lo que me asecha cada noche, lo que me perturba y me convence de ser quien realmente soy. Nadie ve a lo que le temo pero que a la vez me da el consuelo de saberme capaz y en condición de decidir. Nadie los siente como yo los siento, especialmente nadie lo siente a él en particular como yo lo siento, firme, confiado en mis decisiones aunque lleven tiempo, siempre espera con una paciencia alentadora, la paciencia que quizás desearías o necesitarías también en la mañana para saber o recordar qué es aquello por lo que debes levantarte. Él me permite encontrarme y comprenderme sin juzgarme, sin culparme, sin condenarme.Sé que desde aquel día el tiempo se hace menos y los caminos recorridos se muestran más extensos lo que supondría un alivio al pretender respaldar mis decisiones, pues no quiero que mi viaje se vista de excusa derrotista o frustración, sino todo lo contrario; mi viaje tendrá partida en el mejor momento de un día en que sienta mi vida sin remordimientos, sin culpas, sin pesos.
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