A menudo el hecho de existir sobrepasa el entendimiento.
¿Porque aquí? ¿por que ahora? ¿por cuanto tiempo?…
Para cuando nacemos, nuestro destino ya está escrito, solo hay que seguir el hilo de los acontecimientos y algunas cosas son por supuesto, inevitables, a medida que nos adaptamos a este lugar vamos olvidando lo frágil y corta que puede ser nuestra existencia. Tarde o temprano regresaremos al lugar de donde sea que estuvimos o no antes de aterrizar aquí; cada uno de nosotros forma parte del otro y al ser humanos no conformes solo con vivir, afectamos a todo lo que nos rodea cambiando o alterando para bien o para mal las vidas de los que toca nuestro espacio y tiempo.
Melkiades, es un hombre de 63 años, de buena familia muy alto y de tez Blanca, algo pasado de peso y con un abultado vientre, es el tercero de ocho hermanos, y hoy como cada mañana camina con orgullo por el último lugar que aún le queda por construir; para pedir cuentas, para conversar un rato con su velador, para salir de la falta de atención, de la ¿rutina?, para sentarse a tomar café… Se casó con su primer amor a los 17 años, ella era muy hermosa pero inmadura física y emocionalmente. Tuvieron un hijo que era todo para el, pero, enfermó de repente y murió, cuando ella quedó embarazada nuevamente, se vino el lío de la herencia. Si ella hubiera aguantado un poco más pero, lo dejó; lo abandonó. No la volvió a var. Después se casó con una mala mujer que quería quitarle todo, pero como nunca se divorció de la primera, en realidad nunca se casó con ella, no había dinero que pelear ni hijos que lamentar. Luego, encontró a Berenice, o tal vez ella lo encontró a él… ella era su pareja; sin boda sin prefuntas, con sus hijos y los de él, un día simplemente decidió que viviría con el, prácticamente compartían todo y siempre que se dieran espacio y respeto, podían hacer su vida al lado del otro. Una vida algo solitaria los últimos diez años con tantos compromisos sociales que ella hacía para ser una gran dama, lo que sea que quiera decir eso.
Jose; tiene 65, hace varios años que vive solo, cuidando, velando el terreno que un día fuera suyo; un lugar con tantos recuerdos para el, la tierra que fuera de su abuelo y su padre, tierra negra, rica en nutrientes, porosa, solo esperando la semilla y el agua; pero, su padre nunca tuvo lo que se necesitaba para sembrar, él fue hijo único, siempre muy Delgado a fuerza de comer solo lo suficiente y moreno a fuerza de recolectar a pleno sol, eran tan pobres que no recuerda haber visto nunca el campo arado o sembrado aunque sí recuerda los brotes silvestres que cuidaba su mamá, el chile, el ejote, el tomatillo, y la calabaza, las papas y los elotes. Recuerda el olor a tierra y la vida de las tierras de los demás; ahora que ya no hay nada, solo construcciones grises y olor a muerte, su amigo Melkiades le ha permitido quedarse a soñar, a recordar. No tiene que salir, le paga por solo permanecer ahí, de vez en cuando recibe albañiles que buscan trabajo o material que guarda en una bodega. Cuando vivía su mujer era un alivio estar cerca, ella era muy frágil, ahora que ya no está tiene miedo de lo que hay afuera, el ruido lo desconcierta. Ahora que no tiene nada ni a nadie, daría la vida por su amigo y patrón.
Ambos estudiaron en la escuela del pueblo, la única del lugar, para José siempre fue una suerte que él que era el más pobre del pueblo pudiera estar con todos, así que soportaba pacientemente las burlas de los demas; admiraba al que creía el más rico y que a veces cansado de correr se alejaba y compartía su pan con el, no sabia porque, tal vez no le gustaba estar solo o le agradaba el silencio que lo rodeaba; sabia que a Melkiades le gustaba tener a alguien agradeciendo y festejando todo lo que hacia. En su casa, con siete hermanos, no había mucha atención así que en la escuela, solia fanfarronear y agradecer los aplausos.
Al pasar el tiempo junto a José y su familia, Melkiades empezó a disfrutar caminar mientras percibía el aroma del café recién tostado y las tortillas que se inflaban en el comal. Le traía tantos recuerdos. Hoy, con su gorra de piel de oveja y los mejores zapatos que su dinero le puede comprar, se siente orgulloso mientras Jose lo atiende como se merece y le escucha atentamente. Después de la muerte de sus padres, se repartieron dos parcelas, ya era una suerte que su madre y su padre tuviera una entera cada uno, pero él, en menos de diez años había duplicado sus posesiones, incluso compró la parte de dos de sus hermanos y una parcela vecina.
Era una suerte porque cuando repartieron la herencia él estaba lleno de problemas económicos y su bebé recién nacido que de pronto enfermo, no llego a cumplir el año. Habría hecho todo por ellos pero no fue suficiente y justo cuando pensó que se había equivocado porque era un niño credulo y se propuso ser un hombre… su mujer lo dejó; por eso, cuándo se casó nuevamente, no sacrificó ni un pedazo de tierra, lo habría dado todo por su mujer y su hijo; pero ella, quizá lo siguia por los rumores del pueblo, parecía tener prisa por casarse, prisa por vivir con el, prisa por tener un hijo. Prisa por legalizar la herencia que no era suya, igual, no tenían el dinero para hacerlo… así que vivió como pudo, pobre y ella al final tambien lo abandonó llevándose lo poco que tenía. Por eso ya no confiaba en nadie y le sorprendió que su vecina Berenice después de que su padre le vendiera una parcela empezará avisitarle, siempre pensó que era por no querer perder la tierra. Aunque un día ya no se fue.
En menos de dos años, el pueblo empezó a crecer, sus tierras que estaban en una orilla, se vieron rodeadas de civilización y entonces empezó a legalizar y utilizar sus ahorros para sacar el mayor provecho; sabía que la mejor era la tierra de José que había sido atrapada en medio de un bullicioso centro lleno de comercios y grandes casas. Era bueno haber estado cerca de él todos estos años.
José en cambio amaba su tierra y no habría vendido nunca, ahí estaban sus padre y sus abuelos, su hijo y sus recuerdos, algun día también el y su esposa, su esposa que podia haber muerto con su bebé de no haber sido por Melkiades que le llevó medicinas y que a pesar de la penosa situación por la que pasaba, siempre tuvo tiempo para ellos, pagó el médico que la atendió por casi un año y le llevaba cuanto podía para ayudarlos, de no haberlo logrado, José se habría quitado la vida para seguirla pero; gracias a su amigo sobrevivió treinta años; como negarse a saldar su cuenta con la tierra que no vale nada sin los que habitan en ella, además de que no tenía a nadie, a quien heredar.
Al terminar la instrucción peimaria José ya no regresó a la escuela, creía que era un lujo perder el tiempo que podía pasar trabajando sentado en un banco; Melkiades, seguía viéndolo al ingresar a la escuela secundaria, José ya conocía todos sus problemas y le hacía bien hablar con alguien que no le guzgara; Melkiaded había pasado varios años rentando y trabajando penosamente, después de que le dejarán por segunda vez y llegaba a ver a José que reparaba constantemente la casucha de sus padres y regaba con tanto esmero lo que comian, esos raquíticos elotes que hacían las tortillas más dulces y apetitosas, sus tiernas verduras… él a veces ponía carne o queso, café para que no pareciera un gorrón… le llevaba madera vieja cajas, piezas queencontrba tiradas y que José utilizaba para sus reparaciones. Le había tomado aprecio por costumbre o por que estaba solo; cuando la esposa de José enfermó, no dudó en llevarle médico y medicinas, su hijo no logró nacer. Él sabia lo que era perder a un hijo. Si solo hubiera esperado, un poco, de verdad quería ayudar a José. Pero apenas ganaba para ahorrar un poco y llevar aveces algo de comida, un regalo. No estaba preparado, no quería… Sabia que si se involucraba demasiado, se hundirían juntos. Unos nos meses después empezó a crecer la ciudad y pudo hacer negocios; allanó la tierra, rellenó y rentó por pedazos, le dió a José para el tratamiento de su mujer y después de casi un año, cuando el médico al fin dijo que estaría bien si seguía alimentándose correctamente, José pagó su deuda con el terreno y se quedó para trabajar, ahora tenía un sueldo y donde vivir junto a su mujer por el tiempo que pudieran estar juntos, nunca pensaron que pasaría más de un año y Melkiades poco a poco se acostumbró a ellos, después de tantos años seguía disfrutando la compañía de José.
Fue facil, encontrar terrenos más baratos y adivinar por donde crecería la ciudad, construir para vender o rentar, José a veces conseguía gente honrada que trabajara por la oportunidad de ganarse el pan; mano de obra barata.
José, después de tantos años, ya conocido por todos los cercanos a Melkiades, su empleado más fiel, aunque su familia no entendía por qué le dejaba quedarse en ese terreno, desentonaba con la civilización, muy delgado alto y bronceado, incluso usaba leña para cocinar; vestia ropa que el mismo Melquíades le regalaba, sin importar lo grande que le quedara, los hijos de Melkiades creían que en realidad no habían cerrado el trato del terreno, que quizá seguía siendo de José, solo así se explicaba que aún no tuviera un proyecto.
A José le habría gustado aprender a tocar guitarra, pero nunca pudo comprar una, quería ser maestro albañil como su padre pero cuando se hizo aprendiz tuvo un accidente que le inutilizó una pierna, sin su amigo no tendría tabajo; le habría gustado tener un montón de chamacos, hijos y nietos, pero su mujer, pequeña y frágil, una florecita de campo que se dejó cortar por el, nunca tuvo la fuerza para darle uno, ella era como él, sola y pobre. Hubiera querido tener una casita para ella, pero no tenía dinero y nunca estuvo seguro de que vivirian un día mas así que solo reparaba la casita que fuera de sus padres, dedicó media vida a cuidar de ella, solos en ese lugar sin más contacto con el exterior y cuando ella murio, no tuvo fuerzas para salir así que su amigo se encargó de los trámites.
A pesar de los consejos de hijos y amigos, Melkiades lo seguía empleando de velador en el terreno ahora cercado, había agua y servicios, cimientos; un cuarto, un baño, una bodega y su cuartito, algo que había hecho con lo que quedó de su casita en un apartado rincón. Melquíades confiaba material y cosas que celosamente cuidaba José; construyó el cuarto por indicación de Melkiades, para él pero, sin su mujer… nunca estuvo preparado para vivir ahí, su improvisado lugar era suficiente.
Melkiades le permitió seguir viviendo ahí, ya no lo consideraba empleado. No tenía a donde ir y cuidaba bien del terreno de día y de noche, era además su confidente , alguien con quien podía platicar de todo así que pensó dejarle el cuarto y le visitaba regularmente; se acompañaban como en la escuela; podía sentirse niño otra vez.
En los últimos días Melkiades no se había sentido bien, le habría gustado poner a la par a José, legalizar su cuarto y envejecer juntos; no parecía importarle más a su mujer y sus hijos que a sus padres, siempre había vivido solo, como José, él sabia que no eran tan diferentes por eso le gustaba compartir su pan en la escuela con él nunca se sentía solo, tal vez habrían perdido menos si lo hubiera entendido antes. José era incondicional y su único amigo.
Melquíades no volvio y la Soledad de ambos fue creciendo, uno postrado en cama en el mejor hospital y el otro temeroso al no conocer el nuevo mundo que lo rodeaba, los hijos de Melkiades fueron tomando posesion de los bienes de su padre quien apenas conciente, firmó papeles. Sus visitas eran doctores y licenciados, José no tenía idea en donde buscarlo y quizá no le dejarían entrar.
Al lugar llegaron sus nuevos patrones y le informaron que construirían un centro comercial, Melkiades había fallecido, debía firmar papeles y dejar el lugar el día que terminara la construcción. Trabajaría por refugio y comida durante poco menos de dos meses. Las maquinas iban y venían entre el bullicio de los trabajadores y José solo veía, no tenía a donde ir. La señora Berenice fue a verle y le llevó unas bolsas para agradecerle y quinientos pesos, el pago por sus años de servicio; le propuso seguir vigilando en el centro comercial aunque tendría que llevar uniforne pero él ya no la escuchaba, solo se puso a caminar sin dirección, en una bolsa llevaba ropa, las botas y la gorra de su amigo; en la otra algo de comida, sin voltear, sin pensar, sin hablar, sin ver que pasaria con su casita que seguía en un rincón del estacionamiento.
Hacia mucho que José ya no creía en milagros, se había dado cuenta de que Dios escucha atentamente al pobre, pero por alguna razón siempre hace la voluntad del rico.
Vagando sin rumbo en silencio por las calles que parecían querer atraparlo, dos niños llamaron su atención, tenían la mirada perdida y los ojos hundidos por una profunda tristeza esperando y junto a ellos, una mujer que angustiada lloraba en silencio con un niño en sus brazos, la gente pasaba sin verla algunos molestos; los pequeños esquivaban a los transeúntes, antes de que se aislara con su viejita ya había visto que la ciudad es dura para los que no saben vivir en ella. Respiró profundamente agradecido de que su mujer ya no estuviera con el; saco el dinero y lo puso en su regazo.
Comenzaba a caer una fina lluvia muy tupida y sin viento, aunque el ruido de los autos era ensordecedor él ya no lo escuchaba, en una esquina se detuvo para buscar refugio; a su lado, una viejecita de ojos cansados, casi cerrados por las arrugas intentaba cubrirse con una bolsa plastica y un viejo chal, se acomodaba en un rincón mientras pasaba la lluvia. José abrió la bolsa en donde llevaba la ropa, sacó la gorra, las botas y le dejó lo demás a la viejecita. Si su viejita viviera.
Más adelante se encontró a un joven , casi un niño que toreaba a los coches por una moneda con los pies descalzos. Sin saber por qué solo le entrego las botas, se puso la gorra y siguió caminando. Camino hasta que sus pies se negaron a seguir, ya sin fuerzas, la tristeza lo alcanzó, estaba mojado y cansado, vio un lote baldío con la hierba alta y se sentó sobre la tierra mojada, abrió la bolsa que le quedaba pero a pesar del hambre que sentía su garganta estaba cerrada con un nudo que le impidió tragar, todo comenzó a dar vueltas y sus ojos se quedaron fijos en el cielo. Sus pesares, su cansancio, su caminar habían terminado abruptamente, la hierba alta lo cubrió por completo.
Cuando despertó, su mirada nublada por la fina lluvia se aclaró poco a poco hasta que recobró las fuerzas, el lote baldío seguía oliendo a tierra mojada pero la suave brisa le llevó el aroma de hierbas que no recordaba haber tenido en casa, albahaca, tomillo, Romero, ruda, menta, manzanilla… se puso de pie y levantó la vista, junto a un arroyo azul estaba una hermosa cabaña rodeada de flores de todos los colores y junto a ella, sentada en medio de una huerta con melones , sandías, calabazas, ejotes, zanahorias… lista para ser cosechada le esperaban sonrientes su mujer y su hijo. Su corazón latía tan fuerte que se confundía con el canto de las aves y el silbar del viento.
Centro comercial Melquíades & hijos, el negocio fue un éxito, al principio, el lugar casi en el centro de la ciudad le dio, plusvalía y la excentricidad de que siempre hablaba don Melquíades y por lo que pelearon sus hijos hasta dejar en quiebra el lugar. Melquíades, después de que firmara lo necesario se quedó solo, su salud estaba muy deteriorada y su cuerpo ya no resistió.
El día anterior a la inauguración del centro murió pero su familia lo había dado por muerto desde que ingresó así que, dejaron todo en manos del hospital.
En una sala esperaban sus restos mortales para ser llevado al crematorio y a la urna familiar pero Melkiades, al sentise solo, cansado y hambriento, recordó a su amigo José, el cuarto era enorme y tenía frío, se sentía solo; sus ojos solo veían las grandes luces del techo, tenía tantas cosas que contarle a José. Había dividido el terreno, ya era legalmente suyo el cuartito que construyera solo necesitaba firmar. La mitad para él y la mitad para su amigo, estarían cerca y podría oler todos los días el café y las tortillas todo lo demás lo dejaba a su esposa e hijos. Cerro los ojos, para recordar a su amigo sentado siempre en el mismo lugar, esperándole, podía oler el café y las tortillas recién hechas, esa salsa bien picosa que preparaba con tomatillos silvestres, habia tanto que decir; así que se levantó y salió pero en el lugar, no pudo encontrar a su amigo, en un rincón del estacionamiento estaba la casita así que se sentó, encendió el fuego, hizo café y espero.
Melkiades, padre de diez hijos de dos diferentes matrimonios, abuelo de catorce nietos y un bisnieto que no logro conocer, completamente solo y cansado, cerro los ojos para no perder el recuerdo. Ahí, en su terreno, sentado junto al fuego sus manos y sus pies podían sentir la tierra, veia la casita que hiciera su amigo, su huerto parecía un lugar idilico en donde descansar.
Por este mundo han viajado una cantidad infinita de seres humanos que atravez del tiempo evolucionaron pasando de una simple vida a un complejo laberinto de vidas que en ocasiones se tocan entre ellas, así tenemos que el más sencillo de los humanos tiene la vida que lleva en casa apacible o tormentosa, la vida que ha llevado en el colegio alocada o solitaria, la del trabajo, la de la redes sociales, con su pareja o parejas, sus compañeros, sus amigos… todas esas partes que vamos construyendo, nos piden al final elegir el verdadero sentido de nuestra existencia, lo que nos hace felices. La próxima vez que te encuentres con alguien piensa que tal vez una de sus vidas, puede terminar enriqueciendo tu mundo.
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