Ocho libros que me cambiaron la vida (deberían haber sido cinco pero a mí los libros me cambian la vida constantemente)

Ocho libros que me cambiaron la vida (deberían haber sido cinco pero a mí los libros me cambian la vida constantemente)

“Amar es detenerse”
Todo el tiempo del mundo
Pablo MESSIEZ

1. UNA CERILLA QUE SE ENCIENDE
INESPERADAMENTE EN LA OSCURIDAD

Ninguna novela me ha hecho sentir el Tiempo de una manera tan intensa como Al faro. Virginia Woolf nos habla de los deseos, los sueños, los anhelos, las decepciones, el amor, el arte, la muerte y el paso del tiempo con una sensibilidad y sutileza arrebatadoras. Woolf habla de la cotidianeidad, de lo que sucede mientras se llena de sopa el cucharón, se oye tintinear la cristalera dentro del aparador, se hace punto o se mira la luna; de todo lo que no es dicho y sin embargo nos construye como individuos.

Esa cerilla que se enciende inesperadamente en la oscuridad podría ser una buena definición para libro, sin embargo es la respuesta de Woolf a la pregunta sobre el sentido de la vida. En Al faro, la autora escribe:

“¿Qué sentido tiene la vida? La respuesta reveladora jamás se había producido. Era una gran revelación que tal vez no se produjera nunca. Sólo se producían, para sustituirla, pequeños milagros, cotidianos vislumbres, cerillas que se encienden inesperadamente en la oscuridad.”

Un milagro. Eso es lo que es la literatura, Al faro. Los lectores somos como el señor Ramsay, alargamos los brazos en la oscuridad del amanecer tratando de asir lo que perdimos, lo que más quisimos, y solo abrazamos el vacío. Así que abrimos libros. Porque como nos recuerda Woolf: “Tanto usted como yo, como ella, pasamos y nos desvanecemos, nada permanece, todo cambia, pero las palabras y la pintura no.” Nos quedan las palabras.

2. EL HOMBRE REBELDE

Los carnets de Albert Camus recogen las reflexiones en torno a los grandes temas que despliega en su obra. Es una delicia poder rastrear las referencias de Camus y ser cómplice de sus reflexiones. Al finalizar sus cuadernos uno tiene ganas de leer a Schopenhauer, Nietzsche, Montaigne, Van Gogh, Chaikovski y tantos otros.

Es necesario reivindicar la figura de Camus en estos tiempos convulsos. Periodista, dramaturgo, novelista, intelectual, humanista, hombre comprometido y riguroso, no fue sino un “hombre de letras”.

En su última novela, el premio Nobel escribe: “Hay seres que justifican el mundo, que ayudan a vivir con su sola presencia”. La escritura de Camus justifica el mundo. Nos ayuda a vivir con su existencia.

3. “AMPLIO ES EL HOMBRE, HASTA DEMASIADO AMPLIO;
YO LO HABRÍA HECHO MÁS ANGOSTO

Amplio es el ser humano e inconmensurable la obra de Dostoyevski. Devoción es lo que siento por sus cuentos y novelas, su lectura es próxima a una experiencia mística: el lector es arrojado a la oscuridad y la brutalidad más absoluta para alcanzar el perdón y la redención.

Imborrable permanece el recuerdo de la lectura Crimen y castigo, mi primer acercamiento a la obra del escritor ruso. Con Dostoyevski, la lectura no es una actividad intelectual sino que se torna en ejercicio físico: intensa, agotadora, inagotable, tormentosa, enfebrecida –a mí Dostoyevski me provoca fiebre–, excesiva, excelsa. Así es la estancia en el universo Dostoyevski. Enfermiza. Redentora.

Yo profeso Fiódor Mijáilovich.

4. “HOY ES EL DÍA EN QUE SE TE HARÁ JUSTICIA”

Michael Kohlhaas, la nouvelle de Heinrich von Kleist, tiene uno de los comienzos más atractivos de la literatura universal:

“A orillas del Havel vivía a mediados del siglo XVI un tratante de caballos llamado Michael Kohlhaas, hijo de un maestro de escuela, uno de los hombres más rectos y a la vez más temibles de su tiempo. Este hombre excepcional habría podido pasar hasta los treinta años por un modelo de buen ciudadano. (…) El mundo habría tenido que bendecir su memoria, si no se hubiera excedido en la práctica de una sola virtud. Pero el sentido de la justicia lo convirtió en ladrón y en asesino”.

Von Kleist narra la caída del héroe, ese momento decisivo en el cual el recto ciudadano se convierte en villano, y nos lega una profunda y compleja reflexión en torno a la justicia, la venganza, la libertad, la rebeldía, la obstinación, el fanatismo y la integridad.

La prosa de Von Kleist es vivaz, vertiginosa, como un caballo desbocado, no deja descanso, su lectura nos deja sin aliento. Característicos son esos párrafos interminables que entretejen una frase detrás de otra, sin puntos y aparte, sin resuello, que generan en el lector una sensación de vértigo, de ahogo, de que no hay resolución posible ni triunfo ni esperanza: la batalla está abocada al fracaso, todo está perdido, no hay compensación posible ni salvación, tan solo un último gesto de rebeldía –o vanidad– frente a la tiranía.

Si el comienzo de Michael Kolhaas es prodigioso, el final es magistral, memorable. ¡Qué final!

5. EL PERIODISMO COMO LITERATURA

Si queda aún alguien que opine que el periodismo es un género menor le invito a que lea los artículos y libros de Leila Guerriero. Periodista entregada a la crónica, despliega en sus escritos recursos de la gran literatura y nos recuerda que las historias no son sino la forma de ser contadas. Su escritura es acerada, furiosa, rabiosa, el tempo subyugante y la adjetivación soberbia; su mirada –precisa, hiriente–parece siempre ir donde más duele; sus historias nos deleitan como lectores y nos agitan como ciudadanos, la reflexión nos compromete tras la lectura de cada una de sus piezas.

Los suicidas del fin del mundo, Zona de obras, Frutos extraños, Una historia sencilla, los múltiples artículos publicados durante años en periódicos y revistas…; de Leila Guerriero lo recomendaría todo.

Guerriero es de lectura imprescindible, por su calidad como escritora y al mismo tiempo por su talento como lectora. En sus artículos aparecen a menudo reflexiones o citas de novelas, ensayos o poemas. Es un privilegio ser confidente de sus pasiones literarias y deleitarse con la reflexión que de ellas emanan. Podríamos hacer suyas las palabras de Borges: “Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído”.

6. ¡A MOSCÚ! ¡A MOSCÚ!

Otra cerilla, otro ruso, con una mirada particular –serena, comprensiva, ausente de juicios– renovador del cuento y del teatro, médico de profesión, escritor de vocación: Antón Chéjov.

Las tres hermanas es una de las obras más profundas, lacerantes y conmovedoras jamás escritas. Chéjov tiene el valor de colocarnos frente a un espejo: el deseo de las tres hermanas de viajar a Moscú y recuperar la felicidad perdida es el nuestro, el cinismo del viejo doctor ante el paso del tiempo y la muerte es el nuestro, la incomprensión y soledad que padece Andréi es la nuestra, el amor tardío como a destiempo de Vershinin y la velada tristeza de Masha son los nuestros, el temor de la joven Irina de verse ahogada por un trabajo “sin ideas, sin poesía” es el nuestro, la brutalidad fruto del rechazo de Solioni y el orgullo de Natasha frente a la vileza son los nuestros, el autoengaño consciente de Kuliguin es el nuestro, la abnegación cobarde de Olga es la nuestra.

Uno de los análisis más certeros de la obra de Chéjov es el que hace Ángel Gutiérrez, director de teatro experto en el autor ruso:

“Y el miedo como tema fundamental en la obra de Chéjov: miedo a la vida, miedo a sí mismo. El hombre acobardado, enfundado (“no vaya a pasar algo”). Miedo hasta para hacer algo para ser feliz. Y así vivimos, con el miedo a cuestas, pensando en el futuro, dejando pasar el tiempo que nos parece infinito, escondidos en el pozo gris de la cotidianidad, en el laberinto de las nimiedades, comiendo, hablando, mintiendo, moviéndonos de un sitio a otro perezosamente con máquinas de fotografiar o vídeos que nunca vamos a ver con los móviles al oído, hablando de nadie y de nada, acumulando cosas inútiles, y sobre todo la pereza y el ocio. Pero –eso sí– soñando con una vida feliz. Terminamos solos, absolutamente solos, odiándonos a nosotros mismos en los otros. Desconfiados de todos. Y, un buen día, nos despertamos a media noche de un sobresalto, asustados: “¡Dios mío, pero si mi vida ya se acaba, ya soy un viejo y todavía no he empezado a vivir! Yo que quería… yo que soñaba… Se acabó mi tiempo…”.

El espejo que Chéjov nos pone frente a nuestros ojos nos convierte en testigo privilegiado de nuestras propias faltas. Se produce entonces el prodigio de la ficción, la capacidad de la literatura para despertarnos, para susurrarnos que tal vez aún no es demasiado tarde, que tal vez ese tren aún no ha partido, que aún hay tiempo de tomar trenes, de emprender viajes, de ser felices. Para Gutiérrez el objetivo de la puesta en escena de las obras de Chéjov es que “el público haga suya esa enfermedad, esas reflexiones, que intente hacer algo para cambiar: nunca es tarde para ser y vivir activamente como un hombre”.

¡A Moscú! ¡A Moscú!

7. PALABRAS QUE ABRASAN

Pasión, tormento, celos: el amor ilícito entre una madrastra y su hijastro, la respuesta violenta y terrible del poder. Podría ser el argumento de Fedra pero se trata de una de las obras más arrebatadoras de Lope de Vega: El castigo sin venganza.

En el teatro hay que hacer –los pensamientos no se ven–, o decir. En el Siglo de Oro los dramaturgos son magos del lenguaje y optan –para nuestra dicha–por exteriorizar el alma de los personajes por medio de las palabras. Es imposible no sucumbir a la sensualidad, la riqueza y la voluptuosidad de los versos de Lope. Los dos amantes luchan por esconder su pasión y es imposible no arder con ellos en su batalla.

«Mis pensamientos, que son
hijos de mi amor, que guardo
en el nido del silencio,
se están, señora, abrasando.»

Pero el triunfo del lenguaje es transitorio y la fe en las palabras es siempre incierta. Lope nos recuerda el dilema que habita en toda obra literaria: por un lado, la conquista de las palabras sobre el mundo; y por otro, su amargo y necesario fracaso.

“Que cuando por mi consuelo
voy a hablar, me pone en calma
ver que de la lengua al alma
hay más que del suelo al cielo.”

La tensión entre la realidad y el deseo, las palabras y el pensamiento.

Para los ilusos, para avivar la fe, porque las palabras queman:

«Bate las alas amor,
y enciéndelos por librarlos.
Crece el fuego, y él se quema.
Tú me engañas, yo me abraso;
tú me incitas, yo me pierdo;
tú me animas, yo me espanto;
tú me esfuerzas, yo me turbo;
tú me libras, yo me alzo;
tú me llevas, yo me quedo;
tú me enseñas, yo me atajo;
porque es tanto mi peligro,
que juzgo por menos daños,
pues todos ha de ser morir,
morir sufriendo y callando.”

8. CIENTO SESENTA

160. Esos fueron los versos que necesitó William Wordsworth para crear uno de los poemas más conmovedores de todos los tiempos: Tintern Abbey.

El amor de Wordsworth por la naturaleza es de sobra conocido. Sin embargo, Tintern Abbey no es simplemente un poema de un paisaje sino un poema sobre la memoria, los recuerdos, la imaginación, la belleza, el paso del tiempo, el fin de la infancia, el pasado que no vuelve, la sensualidad del mundo sensible, la vida cotidiana que nos ahoga, la soledad, el miedo, el dolor y la muerte.

A pesar del amor que el poeta profesa por la naturaleza –Wordsworth se declara un “devoto de la naturaleza”–; a pesar de su entusiasta amor por los ríos, los acantilados y las montañas, los arbustos, el cielo, el sicomoro y los huertos, las frutas verdes aún y los prados; a pesar de la fe que le permite afirmar: “all which we behold/is full of blessings”, Wordsworth termina el poema con una mirada no hacia la belleza arrebatadora de la naturaleza sino a los ojos de su querida hermana. Porque esa belleza vasta e inconmensurable no tiene sentido sin la belleza menuda, concreta y torpe de otro ser humano.

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