Miró aterrado al hombre de casi dos metros que tenía delante.
Él estaba sentado y encadenado a una silla anclada en el suelo.
– “Adriano, ¡por fin te has despertado!,” le dijo el hombre, “Me alegro, te estaba esperando. Tenemos mucho trabajo por delante. Mañana tiene que publicarse el relato y tienes que contarme muchas cosas.”
– “¿Quién es usted? ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué estoy aquí maniatado? No tiene usted derecho …”
– “Adriano, relájate” – le cortó el hombre – “Aquí las preguntas las hago yo. Aunque tú puedes decidir si las contestas o no.”
Le descargó una mirada de desprecio y le preguntó: – “Dime, ¿Quién orquestó el acoso y derribo? ¿Había alguna prebenda en juego o simplemente estabas defendiendo el cobro de tus mezquinas comisiones?.
– “No se dé que me está hablando, le juro que está usted confundido…”
El hombre se acercó a Adriano y apretándole brutalmente la mandíbula, forzó que abriera la boca y le colocó dentro una pera de la angustia cuya manivela giró hasta lograr la apertura deseada. Después con unos fórceps quirúrgicos apresó su lengua. “Mira, este es el primero de los alfileres que te voy a clavar en esa lengua viperina.”, le dijo mientras hundía hasta la cabeza de bola de vidrio un alfiler de 0,15 pulgadas de diámetro y 16 mm de largo que le atravesó la lengua.
La garganta de Adriano emitió un chillido, mientras la sangre empezaba a fluir de su músculo herido e iba colándose por su garganta.
– “¿No vas a decir nada, Adriano? Con tu decisión vas a obligarme a llegar hasta donde no quiero. Me habían dicho que eras experto en acosar hasta el hostigamiento más cruel a cualquiera que no se doblegara ante tus exigencias. Por eso había creído que tu serías una persona receptiva y colaboradora. Dime, ¿fue solo una cuestión de dinero que la destruyeras o había otra motivación detrás de tu plan maquiavélico.?
Empezó a contar en voz alta :-“Uno, dos, tres, cuatro, cinco” … “Tú decides – le dijo mientras con el fórceps volvía a sacar la lengua de su boca, y clavaba otro alfiler, con cabeza de cristal, de 0,17 pulgadas de diámetro y 18 mm de largo, que volvió a atravesar su lengua.
La garganta de Adriano volvió a emitir un alarido al sentir la descarga de dolor en su boca que se extendió por todo su cuerpo en milisegundos.
– “Tus aullidos me recuerdan a una hedionda hiena manchada. Sabes de cual hablo, ¿verdad Adriano? Esa alimaña artera y repugnante, como tú, que disfruta planeando cómo cercar a la víctima para darle caza y muerte a traición.”
El hombre miró al despojo humano y añadió: – “Y, dime, Adriano, ¿sentías placer cuando cada día, al levantarte, decidías cómo la ibas a presionar con tus exigencias escudándote en tu miserable situación de poder.? Aunque me interesa más saber si fue solo por dinero o influyó su negativa a tener sexo contigo.”
– “Uno, dos, tres, cuatro, cinco … -empezó a contar – “Ya te lo he dicho. Tú decides – le dijo mientras volvía a sacar la lengua de su boca, y clavaba otro alfiler, con cabeza de mariposa, de 0,19 pulgadas de diámetro y 20 mm de largo, que también atravesó su lengua.
Las lágrimas que empezaron a brotar de sus ojos y la mucosidad aguada que se escurría de sus grandes fosas nasales se mezclaron con la sangre que se desbordaba de su boca.
El hombre suspiró resignado. –“Veo que no te decides a sincerarte conmigo. Eres realmente un tipo duro como los de antaño ¿verdad.? Casi te admiro. Tendré que envainarme tu obstinación, como ella tuvo que aceptar saber cómo ibas buscando, uno a uno, a los compañeros de trabajo para verterles veneno en los oídos e ir preparando tu asalto a su puesto.”
El hombre se le volvió a acercar y volvió a apresar su lengua. Esta vez el alfiler era de cabeza plana, de 0,21 pulgadas de diámetro y 22 mm de largo.
Notó un fuerte olor a amoniaco y bajando la mirada vió que la orina estaba empapando sus pantalones caqui. Se apartó con asco.
– “Fuiste hábil y taimado. Ella me contó que fuiste a presentarle tus respetos y a ponerte a su disposición cuando llegaste a la empresa. Me dijo que incluso te pilló mirándole el culo. “Ay, Adriano, Adriano … has jugado muy sucio. Y ya ves, eso nos ha traído hasta aquí, a este frio trastero repleto de expedientes polvorientos en el segundo sótano de tu empresa. ¿Qué necesidad tenías de todo esto?”
El hombre hizo ademán de volver a acercarse y Adriano intentó suplicar emitiendo inentendibles sonidos guturales.
– “No te lo he dicho. Pero yo la quería. La quería más que a mi vida. Y mi sangre reclama justicia por tu vil felonía. … ¿Estás temblando? ¿Tienes frio? Déjame, por favor, que te cubra con este poncho – le dijo, mientras se lo colocaba a través de la cabeza. – “Ves, envuelve todo tu cuerpo y sobra para arrastrar por el suelo. Eso evitará que el frio entre por debajo y enfrie tus pies.”
Adriano intentó rebullirse, suplicándole con sus ojos desorbitados que no le hiciera mas daño.
El hombre se detuvo un momento para comentarle: – “Es un poncho de última generación. Ella me dijo que eres un obseso de la absoluta perfección en todo lo que te rodea. Pues estás de suerte porque el tejido de este poncho es “Cut-Tex Pro”; no se si has oído hablar de él, es una fibra textil de polipropileno de ultra alto peso molecular que no se rompe ni se corta al ser atacado con objetos punzo cortantes. Es espectacular, lo vas a comprobar.” Y después fue colocando sobre los bordes de la tela pesados archivadores de documentos que la pegaban al suelo.
– “Y ahora, seguro que me vas a dejar utilizar la punta de esa lengua tuya ponzoñosa para mi último pincho. Es otro alfiler, pero especial, tiene una preciosa perla de boda como cabeza, aunque es un poco más grueso y largo. Dolerá un poco más.”
Adriano emitía sonidos inarticulados mezclados con gemidos ahogados por la sangre que inundaba su garganta y la hinchazón de la lengua que iba taponando su boca.
El hombre dio unos pasos atrás y se le quedó mirando fijamente.
– “Quizás estoy siendo demasiado cruel contigo.” – hizo una pausa simulando meditar – “Si, quizás ya has sufrido bastante.” – añadió mientras sacaba del cinturón de su pantalón una pistola y se la colocaba entre los ojos – “No sé, creo que me estoy poniendo a tu nivel y eso no me gusta. Voy a acabar, de una vez por todas, con esto.”
Un “click” vacío surgió de la pistola descargada.
Lanzando una amarga carcajada añadió, mientras arrastraba y colocaba debajo del poncho una jaula con decenas de ratas hambrientas – “No Adriano, no será tan rápido. Tendrás tanto tiempo como tú te tomaste para esparcir tu falsa y despiadada difamación”.
– “Te dejo con tus congéneres – dijo accionando la apertura de la puerta de la jaula y colocando un último cajón lleno de expedientes sobre el borde de la tela-” Aunque no se si te reconocerán. Tienen hambre. Es poético, ¿verdad?. Tú y las ratas compartiendo un mismo espacio. No deja de tener un macabro simbolismo. Espero lo aprecies.”
Antes de darse la vuelta para salir por la puerta concluyó: – “Nunca debiste jugar con cartas marcadas. Es de cobardes.”
Y dejó que las ratas ejecutaran la sentencia de muerte.
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