Memoria del agua

1

Me desplazaba por una superficie de aguas cristalinas, con los ojos abiertos y respirando sin dificultad. Ni una gota de agua se introducía en mis fosas nasales. A mi alrededor, la transparencia me mostraba peces de distintos tamaños, formaciones coralinas, todo era plácido y bello.

Un objeto pesado, peludo, hiriente, se depositó sobre mi cuerpo y me estremeció. No pude seguir desplazándome y desperté. Estaba en una cama terrenal, junto a un hombre. Los peces. Los corales la fauna marina toda, había desaparecido. Quité el brazo peludo que envolvía mi cintura y me incorporé. Ya parada lo miré. Era un desconocido. ¿Yo lo había amado alguna vez?

Bajé las escaleras y me asombré del lujo que me rodeaba: los enormes ventanales con vista al lago, los rosales, el velero justo ante la plataforma de madera con gazebo y mesas preparadas para acontecimientos que nunca ocurrían. Los sillones de ratán…Eso, ¿lo había elegido yo? Era de mi gusto, claro.

__Cómo había terminado allí, de dónde venía? Me alteré al sentir el timbre del celular. Fui siguiendo el sonido hasta llegar a la cocina.

—Sara?, soy Marina, me preguntaba cómo estás y si te gustaría tomar algo esta noche conmigo. Un lugar con poca gente, con medidas de seguridad, te gustaría?

—Sabés que Román no quiere que salga de noche

__Román no quiere que salgas a ninguna hora. Te tiene secuestrada. Hace meses que no ves a nadie, desde lo de San Andrés. Sabés qué? , Necesitás ayuda. Te está asfixiando y no podés o no querés darte cuenta. En una semana te llamo, discúlpame, pero soy tu amiga y pienso molestarte. Tu familia también está angustiada.

__Marina, yo…Había colgado.

Me senté en un sillón mullido frente al lago. La voz apareció desde atrás, la bandeja delante mío: frutas, jugo de naranjas, tostadas.

__ ¿Te gusta, hermosa?. Había escuchado esa pregunta durante los últimos años. No significaba nada. No comí. Apenas bebí el jugo. Ya no decía que me pasaba, escuchaba sin oír.

—Me voy, mi reina, no ceno con vos, tengo una comida de trabajo, lo lamento. llegaré lo antes que pueda. Te amo. No te contactes con nadie, ya sabés que todos buscan sacar algo de vos. No les des ese gusto.

Me quedé sola, extraña, vacía, incorpórea, preguntándome quién era y que pasaba conmigo. Pensé en el sueño recurrente nadando bajo aguas cálidas. Lo sentía como un lugar tan amigable, era mi medio natural. Pero yo no era un pez, no tenía branquias, no era una sirena, ¿qué era? No sabía que música me gustaba, ni que películas; ignoraba si amaba el baile o las fiestas, los libros que alguna vez leí. Román compró esa casa despojada de todo porque dijo que había que enterrar el pasado. Lo que no dijo es que también me enterraba a mí. Vivíamos en una isla paradisíaca, pero completamente solos. Nadie podía venir hasta aquí. Román iba y venía con una lancha pequeña y confortable al puerto, que estaba a unos veinte minutos y se manejaba en auto por la ciudad.

Una sola vez le pedí que me enseñara a conducir el velero o la lancha o ambos, por si había algo urgente y él no estaba

___Vos estás loca!, me gritó. Es evidente que no te acordás que le tenés pánico al agua y estuviste a punto de morir ahogada en esa playa, ni quiero recordar el nombre. Tuve que tirarme al mar y nadar unos doscientos metros para sacarte y me costó hacerlo porque luchabas, como si quisieras quedarte, pero obvio que era por miedo, el manotazo de ahogado que le llaman. Cuando te saqué te reanimé, porque no respirabas ni tenías pulso. Costó que te recuperaras. Te llevé al hospital. No recordabas con quién estabas ni tu hotel, ni lo que había pasado. Solo sabías tu nombre. Los médicos dijeron que era una amnesia por el trauma, que sería transitoria, pero parece que se equivocaron. Cuestión, que me hiciste perder las vacaciones, porque te acompañaba a las visitas médicas, te llevaba a comer, buscamos el hotel donde te hospedabas y finalmente nos terminamos casando. Siempre fuiste preciosa. Bueno, pero a lo que íbamos es que vos al agua no volvés, ¿estamos?, solamente si yo te acompaño. No confío en nadie más.

2

Con Sara nos conocemos desde chicas. Mismo barrio, misma escuela, nuestros padres son amigos, hasta hoy. Hemos compartido vacaciones. Siempre fue muy independiente. Empezó a estudiar filosofía y a trabajar para pagarse sus viajes. Es de las que están siempre listas, para ir a bailar, para una salida, lo que sea.

Por eso es que su familia, todas sus amigas, no solo yo, estamos desesperados por como está ahora con Román. Ellos empezaron a salir hace unos cinco o seis años. Él es un sujeto muy persistente, no para hasta conseguir lo que quiere y eso hizo con Sara: no paró nunca, tampoco ahora. Ella nunca estuvo enamorada de él, pero le tenía miedo. Es tan posesivo que se vuelve violento en sus actitudes. Varias veces quiso cortar, pero él se transformaba en una especie de hombre lobo. Hace dos años la invitó a ir de vacaciones a San Andrés. Sara nos pidió a mí y a Lola, otra amiga, que viajáramos también y nos encontráramos allá. La dos habíamos ahorrado y con tarjeta más cuotas, fuimos. No el mismo día ni al mismo hotel, pero estaríamos juntas. Los primeros tres días no nos vimos, pero el tercero, estábamos sentadas bajo la sombrilla y vimos a lo lejos un movimiento no habitual y Lola no dudo en que esa era Sara, por el cabello y el que la llevaba en brazos era Román. Corrimos, pero entre el tumulto y la ambulancia los perdimos. Preguntamos a la gente de la playa, de los puestos y todos dijeron lo mismo: que no estaban seguros, pero les pareció que el hombre estaba intentando ahogar a la chica, que en un momento se liberó y entonces el empezó a gritar que su novia se ahogaba, que llamaran a una ambulancia, que todo había sido rápido y confuso, por la cantidad de gente que no dejaba ver con claridad. La buscamos en el hospital, pero la debe haber registrado con nombre falso porque no la encontramos o ni bien pudo se la llevó.

3

No sé cuánto tiempo más soportaré este calvario. No soy un buen tipo, pero con tanto delincuente suelto, a mí me toca hacer el papel del políticamente correcto. Mi viejo era el de los negocios turbios y yo era un pichi de poca monta. Cuando se descubrió una estafa financiera gorda, alguien tenía que ser el chivo expiatorio, porque si no todo se venía abajo. Ese fui yo. El viejo arregló cuatro años con un juez amigo. Salí antes por buena conducta. Tenía veinticinco. El viejo y el abogado me dijeron que me mudara, que me convirtiera en un empresario exitoso en bienes raíces, por ejemplo, que ellos me fabricaban la cartera de clientes y formara una familia. Nada de escándalos. En Punta del Este, hace unos seis años conocí a unas chicas vacacionando y me llamó la atención Sara por su belleza. Empecé a perseguirla, invitarla a fiestas y nos pusimos de novios. Ella siempre estaba triste. Con las amigas y la familia no, conmigo estaba triste. No hablaba, siempre pidiendo que cortáramos. Pero yo no estaba dispuesto. Sacaba lo peor de mí. En un verano en San Andrés, no pude más y le metí la cabeza debajo del agua. Quería ahogarla. Un accidente para cualquiera, pero había mucha gente y alguien se dio cuenta. Pedí ambulancia y auxilio. La saqué del hospital antes del alta, vendí todo y no dejé que nadie la viera ni viera a nadie, Mantuve mi fachada de marido preocupado. Nunca la llevé a controles médicos. Rápidamente descubrirían las secuelas del golpe que no dejó marcas externas, pero algo adentro le desarregló. Antes soñaba con el agua, todas las noches, después no volvió a mencionarlo. No la maté, pero la ahogo todos los días, para que no moleste con esa cara de tristeza eterna.

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