Tuvimos un encuentro abrupto, quizás desafortunado, pero, pese a ello, y ahora dándome cuenta de mi falta de tacto, me he avocado a velar por su mejoría y subsistencia. Los cuidados que le brindo, sin duda disciplinados, hacen mucho bien a su desenvolvimiento. Se ha visto más activo en consecuencia. También responde ahora con una mayor predisposición a las órdenes, mas hay días, muchas veces dentro de un mismo día inclusive, en donde sin reparo en lo anterior se pone en mi contra y me hace sufrir; esto ocurre sin premeditación, sin emoción violenta de por medio, parece ser más una respuesta a un estímulo que de una manera causo yo, dado que únicamente comparte su tiempo conmigo, pero, también, cierto es, que he pensado que esto bien podría obedecer a una causa externa y que yo, por ser su único acompañante, sea el, a su vez, único testigo de estos hechos y, en consecuencia, el único culpable. Esto me ha llevado a sumirme a fondo en una investigación. Esta comienza desde temprano, aún antes de desayunar y lo hace hasta altas horas de la noche. Puesto que no es seguro empezar por un lugar en particular, se empieza por cualquiera, a mí, personalmente, me gusta empezar por mi cuarto. Es así como rebusco en los rincones, atrás de la cama y de los muebles, por sobre los cables, debajo de ellos; debido a que no es dable a la vista me acerco y huelo estos espacios y estos objetos. Evidentemente, no se ha encontrado nada. Es difícil, también, diferenciar estos olores, de espacios y objetos, con la sutil pero fulminante hediondez de la causa externa que perturba nuestra convivencia. Muchas veces los olores se solapan y parecen mezclarse haciendo difícil determinar su procedencia o, mucho más frecuente, se duda de si siquiera se ha olido algo, pues la sensibilidad olfativa de un alérgico no es muy confiable. Es más, es un impedimento mayor para cualquier tarea, teniendo por esta investigación la muestra más ejemplificadora. No obstante, cuando se es alérgico no es necesario diferenciar un olor para dar cuenta de su existencia, basta con olerlo y manifestar sus efectos, sus padecimientos. Porque si bien no es posible describir el aroma, la fetidez, es posible, y es hasta una miríada de veces más exacto, determinar la presencia del mismo. Así es cómo se descubre la presencia del aroma, pero una vez logrado ello la labor para el alérgico está acabada, pues bajo los efectos del olor inicial es capaz de oler más nada. A veces, si se tiene la paciencia y se es aparente, se lo puede ver tumbado en el suelo esforzándose por respirar.

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