
Los días habían estado agitados con tanto revuelo social, entre el sindicato y la empresa a raíz del cierre de la fábrica. Los ánimos estaban encendidos y para nada dispuestos a seguir tolerando tanto abuso.
Llevábamos semanas en huelga, acampando frente a la salida, manifestando nuestro descontento y presionando públicamente a los empresarios. Agotados por el mal dormir y las comidas a deshoras, la esperanza no claudicaba.
Arrimado en mi carpa, en las noches soñaba con estrellas y por las tardes dedicaba tiempo leyendo poesía, que por aquellos años ya me hipnotizaba. Aunque en verdad, leía imaginándole a ella entrar en cualquier momento y confesarme su amor. Ella, era una muchacha especial, que trabajaba allí antes de que yo llegara a la empresa. Tenía una estampa de joven rebelde, pero de mente muy ágil, despierta intelectualmente; eso, sumado a una estética imagen gótica, me voló la cabeza. Nos conocimos en un aniversario de la fábrica; bailamos, bebimos y compartimos de interesantes charlas que nos alargó la tarde, aunque lamentablemente se retirara de improviso. Fue un día inolvidable.
Parecía haber encontrado a la persona ideal en mi vida, hasta que me contó de su pareja y su probable embarazo. Aun así, algo había ocurrido en aquella fiesta, entre música, palabras y risas, acompañados de un poco de alcohol que despertaron algo maravilloso en ambos, más que una linda amistad. Desde entonces, nos veíamos cuando el horario nos lo permitía en el trabajo, y charlábamos incómodamente, como si todo el mundo nos espiase. Nuestra mutua atracción nos hacía sentir “cómplices de algún delito”, aun cuando nada habíase consumado entre nosotros.
Las cosas se complicaron y con la huelga nos perdimos de vista…
No fue hasta entonces en la carpa, que creí que mi suerte comenzaba a cambiar; pues un atardecer de aquella huelga, una sombra cayó sobre las páginas de mi libro abierto, cuando levanté la vista, su mirada, con la expresión más bella que puedo recordarle, me contemplaba atractivamente desde la entrada de mi tienda. Quise desmayarme de felicidad, pero mi deseo de abrazarle fue más fuerte y sin saber cómo, me vi ceñido a ella, con sus anheladas manos en mi espalda, con su semblante hermosamente pálido y su perfumado aliento oxigenándome la boca. Fue el beso más sublime de todos que he probado.
–Me tengo que ir de aquí, para siempre, no podemos seguir con esto – me dijo al oído.
–¡No sabes cuánto ansié este momento!, ¿y ahora te vas? – repliqué.
–Ambos sabemos que esta historia no terminará bien, y no quisiera involucrar a este ser de mis entrañas – se disculpó – no podía irme sin despedirme antes, espero lo comprendas – me apretó fuerte y partió.
Luego de sufrir un coma emocional tras este shockeante episodio, mi jadeante corazón que aún no digería el inesperado ósculo, esperó unos segundos en silencio, y sólo atinó a resignarse y a sentirse complacido por haberle conocido.
Fue, sin duda, la más bella e inolvidable estrella fugaz.
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