Humanos: Lo que somos y ocultamos

Humanos: Lo que somos y ocultamos

J Kirilov

09/03/2021

Crisis económica, histeria colectiva¸ pánico y caos. Una pandemia bastó y sobró para despertarnos del cómodo y fantasioso sueño en el que estábamos inmersos. Años de suficiencia y una mentirosa calma, terminan aniquilados por un escenario del que solo teníamos conocimiento en los libros de historia.

Toda la magnificencia material que hemos creado, toda esa avara acumulación y el narcisismo del que nos hemos impregnado durante bastante tiempo, no nos han preparado en lo absoluto para el escenario que hoy estamos enfrentando. Por primera vez en nuestra era sentimos como un escalofrío nos recorre toda la espina dorsal, y la realidad de un presente devastador, ni siquiera da pie para pensar a futuro. El panorama se avizora incierto y desolador.

El que crea que en los momentos de crisis sale a flote lo mejor de cada uno, desconoce totalmente la naturaleza humana o se niega aceptarla. Por el contrario, son los momentos límites como el actual los que terminan desnudando la verdadera faceta del ser humano, donde su esencia y plenitud salen expulsados como un grito de supervivencia.

Las caretas estéticas de la ética y la moral terminan desquebrajándose por las deformaciones del egoísmo y el odio del verdadero rostro humano. Aquellos discursos idealistas del amor al prójimo y la solidaridad van extinguiéndose poco a poco, para dar lugar a ese egoísmo instintivo de protección de lo único que nos importa: nuestra propia vida.

En mucho tiempo nunca habíamos visto tan preocupados la posibilidad de morir, a pesar de que la muerte es el día a día de este mundo. A cada instante alguien deja de existir; guerras, hambre, accidentes, las causas abundan.

El hecho de que a diario se pierdan vidas lo vemos con normalidad. Pero esa indiferencia y desinterés hipócritas se convierte en terror cuando lo remoto se vuelve cercano. Lo que veíamos como un poco probable acontecer -o tal vez ni pasaba por nuestras mentes- hoy es algo palpable y no una ficción. El peligro nos despabila y nos recuerda cuan expuestos a la finitud estamos.

Tanto el rey más poderoso como el pordiosero terminan enterrados bajo el mismo suelo, ambos rendidos al sueño eterno. La muerte es un juez justo que no hace distinciones e iguala a toda la humanidad.

Morir es una ley universal, es el equilibrio de este planeta, es el orden y la justicia que preserva la armonía del ciclo de la naturaleza. Todo ser vivo esta sublevado a ello, pero a diferencia de las demás especies, para el ser humano la muerte toma otras dimensiones.

Su influencia es tan determinante que impacta de manera calamitosa en su existencia. Su simple idea causa pavor y repulsión, llegando a trascender hasta su concepción de la vida e incidiendo en su comportamiento. Siendo este último un punto clave, ya que abarca aspectos de gran magnitud.

Hemos consensuado rechazar nuestra condición y ocultarla. Profesamos la etiqueta de seres pensantes y diferentes del reino animal. Esta última afirmación no está del todo errada. Somos diferentes a las bestias en cierta medida, ellas matan por necesidad de subsistencia, en cambio la especie humana mata por placer, por interés o simplemente por el macabro disfrute que algunos experimentan al arrebatar una vida. Atroz desde una óptica racional, pero totalmente real. Nuestra historia reafirma y sentencia esta escalofrante descripción, los libros y memorias son el correlato de una especie sanguinaria y ruin.

Al más sereno de los hombres y al peor asesino sólo los separa una pequeña brecha. El hastío, la ira y el resentimiento son combustibles que mueven la maquinaria humana. Dependiendo de situaciones o contextos, el hombre lidia con sus demonios internos, siempre susceptible a perder el control y estallar, sacando a relucir su frenético ímpetu.

Ni la moral religiosa, ni el racionalismo son suficientes cuando el Leviatán humano despierta. No existe culpa ni castigo, leyes ni ideologías que puedan domar ese desenfrenado instinto de supervivencia, que incontrolable sale a la luz cuando la muerte está latente.

Todos aquellos disfraces de etiqueta y buenos modales, toda la parafernalia represiva de alcurnia social se desgarran cuando el humano decide ser humano. 

No existe consuelo, ni la ilusión de un más allá capaz de contener a un hombre en su plenitud animal. En vano son los intentos de domarlo cuando retorna a su estado natural. Hasta el más correcto y sereno de los hombres se quiebra cuando su bien más preciado corre peligro. Todos somos bestias amoldadas y anestesiadas bajo ritos y costumbres que caducan.

El mayor de nuestros males no tiene sus orígenes en factores externos como pandemias ni guerras. El principal peligro no proviene de fuera, ni se ha ido para volver, está siempre aquí, latente en lo profundo de cada humano y esperando su momento para devastar. Somos el apocalipsis, el infierno, el demiurgo. Es esta nuestra compleja composición.

Cada quiebre, cada momento critico expone lo que somos y tratamos de ocultar. Humanos por etiqueta pero bestias en esencia.

Etiquetas: filosofía

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