Una fantasía: El mural de colores camaleón.

Una fantasía: El mural de colores camaleón.

Damian L. Vera

06/02/2018

Disfrute con música.

«Una Fantasía: EL MURAL DE LOS COLORES CAMALEÓN»

Por Damián Luciano V.

Erase una vez, en esta ocasión, se despertó Apótrofes. Había caminado tranquilamente por los caminos tan indiferentes como su aldea, donde enfrentaba el peor de los castigos al estar condenado a una insuficiente raíz de motivación e imaginación. Al no visualizar el horizonte, cuya percepción otorgaba placer y dicha a quien la viese, se encontró, en cambio, enfrente de un esplendoroso y maravilloso conjunto de piedras, grandes rocas unificadas, relumbrando las bellas escamas que se encontraban engarzadas en ella.

Aquellas que según Apótrofes, eran las escamas más hermosas, desprendían el aroma de una dulce exquisitez, que se mezclaban con la esencia de percibir «haberse convertido al unísono con el mundo desconocido, las etapas del año, la misteriosa naturaleza y los sabores universales».

Viéndose ocultas las anchas dimensiones del mural por los árboles, aún más altos que las piedras amontonadas frente a él, no pudo distinguir con claridad hasta dónde llegaba el largo de sus empedrados límites. Cuando se atrevía a saciar su curiosidad recorriendo los infinitos confines del mural de colores, comprendería que, mientras más continuaba siguiendo el largo de su anchura, sin importar cuánto caminase, estos límites no presentaban un desenlace posible.

Eventualmente, comenzaría a comprenderla como una suerte de muro gigantesco con rocas elegantemente apiladas, orgullosa y reluciente de maravillosas escamas de Dragón engarzadas en cada una de ellas. Cambiaban de color, logrando inspirar el asombro a quien pudiera contemplarla en sus momentos de máximo esplendor.

Apótrofes, de vez en cuando, se preguntaba cuántos dragones habían sido consumidos por el muro como para que poseyese esas escamas; cuántos habían sido necesarios, y le gustaba también contar las innumerables y coloridas placas que jamás se desprendían de éstas.

Para Apótrofes, sin embargo, no todo en la época de su aldea y con su edad se debía disfrutar mucho lo que un joven quisiera experimentar. Las señoras, los dueños, aquellos propietarios de tierras, las responsabilidades de cada niño, eran primordiales y absolutamente necesarias, supuestamente, al ser uno de ellos.

Ser un crío de 10 años tristemente no era para nada agradable. Todos los niños de su pueblo, sin falta y sin quejas, debían pasar por las mismas obligaciones, las mismas rutinas diariamente sofocantes bajo la mirada de cualquier dios.

Era una auténtica pesadilla, que lograba efectuar en sus víctimas resultados insultantes, de un indescriptible sufrimiento, temprano desconcierto. Pero así mismo, el niño tampoco era prudente. Las acciones que cometía en respuesta a su constantes labores tortuosos, tenían el fin de que fuesen contrarias a las lecciones que sus superiores le enseñasen por más incoherentes que fueran.

Era por ello que amaba con vigorosa fuerza al dichoso, el magnífico muro con escamas incrustadas. La ruta secreta que debía seguir hasta llegar al muro era el escape de su prisión emocional; las escamas que la adornaban y él admiraba eran su distracción, y la inmensa curiosidad que le impulsaba a recorrerlo de un costado a otro incansablemente eran la compensación por los castigos moderados que recibía día tras día.

¿Durante su vida tendría alguna futura Motivación para el cual no regresar a encontrarse con su mural de colores camaleón? ¿Una consciencia más madura respondería de la misma manera que hacía con aquellas escamas, representando sus dilemas en forma de colores oscuros, inertes de vida, sumamente caprichosos?

Respondiéndose a sí mismo, temía (y esperaba que así fuera) que cualquier cosa ajena a su pueblo era mejor que continuar con su exigente vida de niño agricultor, con intensos aprendizajes con la cual labrar la tierra y demás obligaciones.

Tras madurar, avanzar en su adultez y poseer su libertad, se sentiría libre al quebrar sus cadenas con herramientas lejanas a la naturaleza divina del mural, el cual siempre lo acompañaba en las coyunturas más tristes y desafortunadas.

Los momentos con el Mural, se habían vuelto menos frecuentes. Continuaba siendo el mismo agricultor de nula voluntad e imaginación limitada; su cuerpo crecía, pero su madurez no lo seguía.

No sería hasta cierta época donde se recolectaban las mejores especias y frutos, que Apótrofes sería bendecido por un Ser inmensamente inspirador y cortés. El mismísimo Mural de Colores Camaleón; llamadas así por Apótrofes una vez que entendiera que los colores cambiaban dependiendo de las etapas del año (aunque el color predilecto de las escamas eran en sí de un dulce y fino carmesí). Despertaría y sería aquel muro viviente quien le dirigiese la palabra, en un momento tan desesperamente incomprensible para el joven niño de ahora 15 años, ya casi convencido de su futuro como simple recolector de esencias naturales.

– Apótrofes, mi niño, ¿se puede saber cómo es que aún sigues viniendo aquí? Temía que te hubieran privado de Crecer, pero nuevamente aquí te encuentro, y sigues siendo una criatura.

– ¿Puedes hablar?

– ¿Aun sigues considerándome algo semejante a un Muro? ¿A qué existe que se parezca tal y cómo defines un Muro, Apótrofes?

– Creo que podrías relacionarlo con un revuelto de Piedras preciosas cerca del lado de un Río de corrientes ligeras, las cuales se acomodan de tal forma que nadie pueda atravesarla.

– Ya veo que mis caprichos me han segado la visión, la que me has dado finalmente tranquiliza mi Espíritu.

– Ahora entiendo. Siento un fuerte deseo para que adquieras mi Cuerpo. No soporto la idea de estar Encarcelado en un fértil pero desalmado campo de cosechas.

– No lo estas, mi niño, tus propias ideas te hacen creer que te han condenado a un Futuro sin valor. Además, ¿no deberías darme un Nombre para que me identifiques? Llevo una buena temporada de mi existencia deseando que me des alguno.

– ¿No tienes nombre? ¿Por qué además no te habías presentado nunca antes? He pasado mi Vida aprisionado. Solo tu ayuda me hubiese aliviado, siempre había soñado con unirme a tus preciosas Escamas, ser uno con ellos y Brillar tan espléndidamente como así lo hacen.

– No necesariamente ello significa ahora que debas mantener tu cuerpo, espíritu y estabilidad moral hasta el suelo. De pronto sientes una crisis interna, la cual recomiendo que extirpes, pues tu cuerpo se pudrirá antes de que llegues a entender qué es lo que te sucede. Con tal de que olvides tus pesares, yo podré manifestarme en ti, salvar tu vida, y me encargaré personalmente de devolverte tu esencia.

– ¿Cuál esencia? ¿Y por qué de repente suenas arrepentido y tan mordaz?

– Dame un nombre, dame una identidad, y yo te revelaré tus posibilidades, las cuales deberás aprovechar en este campo de cultivos tuyo, por el cual tú generarás más de ti.

– Realmente no lo entiendo. Dentro de mí, conozco perfectamente que no existe ninguna clase de esencia; porque de seguro ya se ha desvanecido al entrar en una corriente de demencia, impotencia y monotonía. Pero he querido brillar como tus escamas, ¿qué aquello no me vuelve acaso digno de tus magníficas propiedades divinas?

– No volveré a proclamarlo, pero mi esencia tan solo se esparce gracias a ti, pasa a través de ti, fluye y se multiplica desatando infinitos mundos de probabilidad.

Apótrofes no parecía comprender aquellos dilemas que el Dragón de escamas Carmesí le estaban generando. Tan solo un suspiro de inspiración… y él comprendería su significado.

– ¿Es lo que dices cierto? Si es así, preferiría que me lo reveles directamente hacia mis ojos, donde la sinceridad y el aprecio que estoy buscando de tu parte respondería finalmente el dilema que has engendrado en mi alma.

– Lo que he dicho no solo es cierto, sino definitivamente necesario para la progresión de tus habilidades, de tu futuro, y de dar a luz a tu propio resplandor del cual espero fervientemente que supere la más expresiva de mis escamas, las cuales llamaron tu atención dándote esperanza.

A pesar de que le habrían respondido sus dudas, a pesar de haber estado frente a la viva imagen de la Eternidad, a Apótrofes le negaron el don del completo saber, rechazando por completo que había escuchado palabras que jamás hubiese querido oír justamente de aquel Dragón a quien consideró por un momento como su salvador ¿Pero realmente había sido así? Apótrofes no había escuchado con claridad, y quizás por ello él no había entendido el significado de las palabras del Dragón de bellas escamas, a quien recordaría años más tarde como «aquel dragón cuyo nombre finalmente no se atrevió a otorgar».

Pero entonces sucedió. El Dragón de escamas carmesí se despidió de su estructura y composición para volver a recomponerse y regresar a su habitual forma existencial… aunque eso debió haber sucedido; pues aun así se reconstruiría, pero a causa de la falta de visión por parte de su anfitrión, aquel bellísimo Dragón pereció dejando en ruinas su magnífica presencia. Para Apótrofes, sin embargo, fue algo que le hizo vivir un momento de alivio, satisfacción, cansancio… tanto cansancio que sucumbió ante su inconsciencia, y despertó en un viviente críptico escenario, jamás imaginado en su mente soñadora, desentendida.

Vívidamente sintió estar allí, compartiendo el pan, platicando cálidamente y almorzando especias recolectadas por sus hijos e hijas. Su mujer, cuya belleza ahondaba especialmente en el cuidado de su cabello descolorido, generó una repercusión en el corazón de Apótrofes; y es que finalmente había escapado de aquel pueblo cultivador y malintencionado.

Su corazón se sintió en medio de un desenfrenado encuentro pasional, desembocando en una indiscutiblemente hermosa orquídea con colores similares a los sentimientos encontrados. Las escamas de su vida brillaban por sí solas, alegrando su espíritu, devolviéndole su mente soñadora.

No hacía más que admirar esa belleza materializada en su propio ejemplar de colores rojizos, blancos, amarillentos y plateados, siendo además, que algunos colores se mezclaban para dar origen a una nueva y magnífica serie de escamas que saludaban cálidamente a Apótrofes, iluminándolo de paz y epifanías; ideas que enriquecían su mentalidad soñadora, solemnemente presente y reflejando escamas con sentido.

Tan solo tardó una eternidad en comprender la enigmática realidad que se hallaba frente a él. Dispuesto a consumir su almuerzo y disfrutar cada segundo conyugal que pudiese. Hasta que no abriese su corazón, dispuesto a aceptar su corrompida mentalidad, no se hubiera percatado de la inmadura imagen que creó de sí mismo, basado en un momento en el que creía estar cuerdo a través de sus ojos. Pues entonces visualizó en su descuidada fantasía, un cuerpo descompuesto aún con sus ojos donde debían de estar, levantándose curioso frente a sí mismo, resolviendo el Enigma del Dragón a quien no bautizó como una vez pudo hacerlo.

Era el descompuesto cascarón en forma de reptil que había arrastrado toda su vida en un sin fin de sucesos triviales y monótonos, exhaustivos sucesos cotidianos acompañados de intranquilidad.

Apótrofes causó el desmayó fatal a su cadáver, llevándose de él la revelación para solucionar su emblemático error, sometiéndolo a comprender que jamás había hablado con un Dragón con escamas de color Carmesí, sino con su propia Esencia, a la que creía lejana, mística, infinita, divina y tan gloriosa como para representarla con Figuras míticas extraordinarias: los Dragones, aquellas espectaculares criaturas que guardan, protegen y admiran los Tesoros de los que se sienten orgullosos.

Apótrofes era un Dragón, rebautizado como un humano, desconociendo su origen y uniéndose al reflejo de una realidad que creía comúnmente como la Normalidad; que impaciente por descomponer poco a poco su Espíritu, desenterró de su profunda y recóndita alma el mural que le impedía adentrarse ilusamente a un prestigioso sector de su Naturaleza… pero él estaba del otro lado, donde la Naturaleza no existe, y la Humanidad se apoderaba de sus años restantes de cordura.

«Aquí yo, Apótrofes, el Dragón de las Escamas rojizas, amarillentas, plateadas y blancas, desemboqué en un Reino que no me corresponde, que se apoderó de mis propiedades y mi grandeza, mi potencial y mi inmortalidad. La falsedad de la inerte existencia ligera, esclavizadora, tomó las riendas de mi vida, y he aquí yo padezco de Indiferencia, donde los males nacieron y no descansan hasta hacernos sufrir, ilusionarnos, destruirnos. Estoy desapareciendo junto a mi esencia, pero ruego a la fuerza eterna de mi linaje que perdone mis inconsistencias, la falta de moral y los fracasos generados dentro de mi mente. Aquí me rindo ante el Mural de mi Espíritu, que rompió mi Ilusión.»

Fin.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS