Mientras voy caminando pienso, como enfrentar la realidad de que mi familia no sabe que estuve preso. Desaparecí hace cinco años, abandonando todo por una mujer que me deslumbró; no sólo por su belleza, tenía unos ojos que me doblegaban, una sonrisa que me esclavizaba, una voz que me arrullaba, unos labios que me alimentaban, una forma de caminar y un trasero que no me cansaba de mirar.
Caminar, pensar, recordar. En ese círculo vicioso, me estoy encarcelando. Porque todo se circunscribe a ella, a cómo me llevó de la mano y aun sabiendo yo que me perdía, la fui siguiendo, pues muy bien sabía que había cosas ocultas tras todos sus encantos. Así es el demonio. Yo pienso que en la historia del edén hay dos personajes que sobran, la serpiente y la manzana. Solo eran Adán el hombre y Eva, el demonio.
El primer lugar donde llegué fue donde mi padre, porque él siempre me ha perdonado. Allí estaba, sólo en la tienda, trabajando, como siempre. Al principio fue como un shock, se quedó como paralizado. Parece que él se había resignado y me creía muerto. Luego reaccionó con furia, me habló con amargura, pero cuando se cansó de insultarme, me ofreció una soda y me mandó a sentar.
Le conté toda mi tragedia y como siempre, vi en él la tristeza por mi destino. Lo pensó un rato y luego me respondió que allí, en la tienda, no me podía quedar, porque estaba viviendo con la muchacha, que ahora tenía veintidós años y se había mudado, permanentemente con él. Con mi madre tampoco, porque ella también se había unido a otro hombre. En la casa que hizo para mí y que nunca ocupé, tampoco, porque estaba alquilada.
Sólo quedaba la vieja casa de la finca que estaba lejos del pueblo. Le respondí que me diera la llave, que sólo quería un techo donde dormir.
La muchacha, mi madrastra, me atendió bien, me dio de cenar y después mi papá me entregó la llave. Recogí mi maletín y volví a andar, con dirección a mi nuevo hogar. Muchas cosas habían cambiado. Por ejemplo, en el lote de Leonardo, ya no había sólo una casa, sino tres, una por cada hijo; el lote de María estaba totalmente cercado con alambre de cuadros y había dos casas nuevas; en el terreno de Mariana, donde había sólo dos casas y como cien palos de mandarina, ahora sólo había como diez árboles y cinco casas nuevas. Mariana tuvo cinco hijas. Al parecer todas ellas se han casado. Sigo caminando, todo es diferente, el terreno de André Torres, casi ni lo conozco, porque la casa fue demolida y en su lugar hay una cantina grande, con un jardín de baile y una pista de lazo.
Finalmente, llegué. Por aquí ésta es la única casa. Soledad y aislamiento. Dios respondió, al fin, a mis plegarias. Me senté en un sillón viejo, tiré el maletín a un lado y me entregué nuevamente a mi pernicioso oficio de pensar, hasta que llegó mi primo Alonzo. Él paso a la tienda y mi padre le dijo que yo había aparecido. Vino sólo a verificarlo por sí mismo, porque no lo podía creer. No hablamos mucho. Él se fue de inmediato.
Me dormí y desperté el día siguiente, como a las doce del día. Sentí mucha hambre y dolor de cabeza, por la falta de café. Me levanté penosamente, sentía calor. Me metí a la ducha y estuve allí largo rato, con la esperanza de que el agua se llevara el dolor, pero no funcionó. Comprendí que la única medicina era la consuetudinaria taza de café. Así que me deshice de los últimos restos de orgullo y me dirigí a casa de mi padre, donde sabía que no se me negaría el sustento.
Nuevamente la joven madrastra me atendió bien, me sirvió un almuerzo delicioso y abundante. Le pedí una taza de café y también me la preparó. Casi no hablamos, pero cuando di las gracias y me levanté para salir, me preguntó si había sabido la tragedia. Le respondí que no, que donde estoy no hay nadie con quien hablar. Entonces me dijo que, en la mañana, habían encontrado el cadáver de Federico, por allá, por el puente del Corozo, cerca del jardín Las dos Hermanas, donde en la noche hubo un baile muy concurrido y amenizado nada menos que por el grande, Ulpiano Vergara.
Federico, era el mismo que hacía varios años había asesinado a un amigo nuestro. Ahora lo asesinaron a él más o menos en la misma área. Aunque según averigüé después, fue un atropello y fuga. Federico asesinó a nuestro amigo, que jugaba beisbol en el mismo equipo que nosotros, y que era sobrino de su esposa. Aquella vez, no estuvo preso, porque un militar se lo llevó a trabajar a su finca y finalmente, cuando le hicieron juicio, lo condenaron por homicidio culposo y le suspendieron la pena.
Seguí el mismo itinerario del día anterior. Pero esta vez no noté nada en mi camino. Apenas tuve tiempo para reaccionar, cuando ya estaba entrando a la casa, para comprender que me había deslizado por una especie de limbo y que ahora apenas estaba despertando.
En un árbol de mango había dos hamacas. Me metí en una de ellas y seguí pensando, recordando mis años en que tenía esposa e hijos y como perdí todo. Hace unas semanas leí un libro de la biblia, que se llama Job, donde también un hombre perdió toda su familia y sufrió una fuerte enfermedad de la piel.
En ese libro el autor nos dice que, a este Job, le pasó todo eso, porque el demonio le fue con un bochinche a Dios, que dizque Job realmente le era fiel, porque Dios se había portado demasiado bien con él y que le había dado muchas cosas y que seguro, si Dios se las quitaba, Job comenzaría a blasfemar.
Yo en realidad no creo ese cuento de que Dios va a tener tiempo para estar conversando ese tipo de aguebazones con el diablo y tampoco pienso que algo así me haya ocurrido a mí. Porque nunca he sido tan bueno como para que Dios se esté fijando en mí.
En fin, como siempre, mi mente se distrajo con los recuerdos, me fui yendo poco a poco y con la distracción desaparecieron los sufrimientos; solo quedamos mi mente y yo. Me vi entrando en aquella noche, cuando me fui a ayudar a la tienda de mi papá, como lo hacía siempre, dos veces a la semana, porque, acostumbraba encontrarme con la esposa de Sabino, detrás de la iglesia.
Cuando salí, no había muchas personas en la calle. Yo no hacía aquello todos los días, pero de vez en cuando me gustaba ayudar a mi padre y recordar los años de mi juventud. Por su parte, mi padre tenía a esta muchacha joven, no vivía con ella, pero todos los días en la tarde, cuando la tienda se llenaba, ella iba a ayudarlo. Todos sabíamos que allí había algo, por eso mi madre lo había abandonado unos meses antes.
La verdad es que esa muchacha tenía apenas diecisiete años y podría llegar a ser un problema para él. Pero el papá de ella era amigo suyo y estaba muy contento con tener a un hombre que consideraba rico, como su yerno.
Ese año, fue muy rápido para mí. Yo presioné tanto a mi madre, para que volviera a vivir con mi padre, que ella accedió. Pero no funcionó, al poco tiempo, ya estaba de vuelta.
En fin, iba yo, caminando y cuando pasé frente al parque, vi a la esposa de Sabino que estaba allí, conversando con dos señores mayores. Yo me dirigí hacia una banca vacía, cerca de ellos, donde ella podría verme. Saqué un cigarrillo, lo encendí y me hice el aéreo, para que nadie pensara que estaba haciendo lo que estaba haciendo.
A la tercera halada que le di al cigarro, vi como ella se despedía de los señores y se dirigía hacia mí. Me pidió el cigarrillo y se lo di. Tenía un sweater blanco sin mangas y un pantaloncito blanco muy corto, ella tenía unas formas estupendas, era todo un cuerpo y su rostro blanco, limpio y sus ojos azules y su sonrisa coqueta. Al rato se sentó a mi lado. No hablábamos. Yo la contemplaba y eso era suficiente para ella. Realmente le gustaba ser admirada. Luego se sentó a mi lado, sentí su cuerpo junto al mio. Su cabeza se inclinó un poco y también sentí su cabellera y su perfume y su olor de mujer en celo.
Me hizo una seña picaresca, con todo su rostro, sus labios y sus ojos. Nos levantamos sin hablar y nos internamos en la oscuridad, a la sombra de dos enormes árboles cuyo nombre es Panamá.
Al llegar a casa me sentía un poco culpable, así que traté de evitar a mi esposa y mi madre. Primero traté de concentrarme y escribir algo. Mi madre había tenido una gran pelea con mi padre, hacía dos semanas atrás y se había mudado con nosotros, nuevamente. Pero él le enviaba cajetas de comida y dinero.
Mi esposa no me dirigió la palabra cuando di las buenas noches y mis hijos ya se estaban retirando a dormir. Mi madre fue la única que me habló. Me dijo que yo estaba siguiendo los mismos pasos de mi padre y que me iba a quedar sin familia. Creo que también dijo, que al menos mi padre tenía como mantener dos mujeres.
Yo me dirigí al cuarto, pero mi esposa no me dejó entrar. Dijo que yo estaba hediondo a puta y que quería que la dejara sola a ella con mis hijos, que era mejor que no volviera más por allí. Le dije que no iba a abandonar ni a mis hijos ni a mi madre. Me respondió que mis hijos no me necesitaban y que mi madre ya tenía otro hombre y pronto se iría.
En la mañana me senté al lado de mi hijo, no para ayudarlo, sino para hacer mis propias cosas y sólo acompañarlo. Comencé haciendo dibujitos, después él me enseñó cómo había aprendido a contar.
— Me di cuenta que del veinte en adelante todo se hacía muy fácil, porque sólo se decía veinte y luego era como volver a contar del uno al nueve y lo mismo con el treinta y los otros. Pronto aprendí a contar hasta cien. — Dijo.
Yo lo seguía con atención, hacia muchos días que no me sentaba con él a escucharlo. Es más fácil regañar y dar consejos y lecciones de sabiduría, que ni siquiera nosotros mismos entendemos cabalmente. Pero aquella tarde, comprendí lo bien que se siente sólo escuchar lo que tu hijo tiene que decir, dejarle a él regañarte y darte los consejos.
Yo lo miraba y no podía dejar de pensar en que el principio del fin de mi matrimonio estaba allí, justo frente a mis narices y no lo había comprendido hasta la noche anterior.
A pesar de que no acostumbraba ir en días consecutivos a ayudar a mi papá, al llegar la tarde, nadie me había dirigido la palabra, yo tuve que cocinar mi propia cena y me sentía sólo y excluido, de modo que no me quedó otra alternativa que ir a la tienda, para ocuparme y dejar de pensar en cosas sin remedio.
Aquel día el negocio estaba bien lleno y tardé allí, hasta las nueve de la noche. Cuando llegué a casa mi esposa se acercó y preguntó cómo me había ido. Simulé que no le escuchaba y que me estaba concentrando mucho.
— ¿Qué escribes? — Preguntó.
— Unas décimas. Sombrero Pintao, me pidió que se las escribiera, porque va a grabar un disco. —
En ocasiones me cuestionaba, cómo era que había llegado hasta allí tan rápido. No pude disfrutar mi juventud, ni ella tampoco. Cómo es que caemos en esta trampa y después no podemos salir. Recordé mi propia infancia, en aquellos días era un poco diferente. A mí me encantaba jugar a ser ganadero. Hacía cercas con pequeñas estacas y dentro metía muchas botellas, las que enlazaba y tiraba como si fueran ganados.
Ella estuvo allí, a mi lado unos segundos más y luego escuché un resoplido y la vi alejarse. Ella en ocasiones tiene esos gestos, como de buscar una reconciliación, pero es sólo para tener sexo. Luego vuelve al mismo distanciamiento y no me atiende como se debe hacer con un esposo que trabaja.
En fin, el distanciamiento con mi esposa fue paulatino, casi imperceptible. De pronto disfrutaba más meterme con cualquier mujer en la calle que llegar a casa y meterme en esas discusiones interminables, donde nos insultábamos hasta la saciedad.
OPINIONES Y COMENTARIOS