Me llamo Luise. Quizá sea un nombre poco común para el lugar en el que nací, Argentina. Pero mi padre me dijo en cierta ocasion, siendo yo niña, que mi madre adoraba todo lo relacionado con Francia, sobre todo su amado París. Ella era francesa y mi padre argentino, de la provincia de Buenos Aires.
Se conocieron acá, en la capital, se casaron y la que escribe estas letras fue la única hija (e hijos) que tuvieron. A mi padre no le importó que mi madre eligiera un nombre tan poco argentino, pues adoraba a mi madre. Así que se guardó su orgullo pampero y una mañana, en una ceremonia de bautizo al aire libre, recibí el parisino nombre.
Pasado el tiempo me casé con un buen hombre, Carlos. Amable, de temperamento tranquilo, quiza demasiado hasta para un hombre de las llanuras, pero era feliz con él. Le gustaba mucho leer, rasgo quizá no tan ajeno a estos lugares, donde los lejanos horizontes y amplias soledades, son ingredientes involuntarios de la buena literatura.
Mi forma de ser es más parecida a mi madre. Soy más extrovertida, hablo mucho y río aún más. Me gusta leer, al igual que a mi marido, aunque sus gustos son más clásicos que los míos. A mí me encanta la literatura romántica, de aventura… Es mi sangre francesa, dice él.
Quizá el único detalle del temperamento de mi esposo y que a veces me entristece, sea su exceso de seriedad, sus casi nulas muestras de romanticismo. Pero supongo que eso es una dificultad que es inherente a todos los hombres, y mi queja, creo que también, está inherentemente ligada a todas las mujeres.
Pero también muchos de ellos, a veces, nos sorprenden de una manera que de un plumazo se borra todas las veces en que son incapaces de decir te quiero o soy muy feliz contigo, no sé, todas esas cosas que nos gustan a las mujeres, pero que ellos no parecen saber.
En cierta ocación estaba ordenando algunos cajones de mi marido, ya fallecido, y en una pequeña cajita de madera encontré, entre postales y pequeños objetos, una nota suya que iba dirigida a a mi. Mientras abría extrañada el sobre, no podía evitar el galope desbocado de mi corazón por el misterio de su contenido.
Decía:
«Amada mía:
He leído una cita de la autora Camille Mauclair donde dice que “la música y el amor son las dos únicas potencias más poderosas que nuestra razón y a las que podemos hacer intervenir en nuestra vida”.
Contigo, han entrado en mi vida las dos, y es por eso que soy tan feliz.
Carlos
Buenos Aires, 8 de marzo de 1948.
Estuve un rato observando la nota, sobrecogida. Sin poderlo evitar empece a llorar, mientras algunas lágrimas caían sobre el papel. Lloraba por descubrir en mi marido un bello romanticismo que por desgracia descubrí demasiado tarde.
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