El sudor resbala por mi frente, la soledad de mis pasos en este camino lleno de polvo, polvo que levantan mis pies al pisar la blanda tierra reseca, reseca como mis pensamientos que se marchitan con el paso a paso de mi caminar.
No veo presente, no veo futuro, solamente visualizo el pasado de mis experiencias, duras, difíciles, tristes, que se arremolinan en mis pensamientos y que visualizo en mi imaginación.
El peso de mi carga es insensible, porque estoy tan acostumbrado al ir y venir por este camino, camino que se extiende desde el mismo petate de mi nacimiento hasta la tierra que cubrirá mi cuerpo en la tumba olvidada.
Solo se que tengo que llegar, mis pasos me acercan, pero mis esperanzas se desvanecen al compás de mi caminar.
Tengo que llegar, la tormenta se acerca, veo en el horizonte la obscuridad, obscuridad que se asemeja a mis noches sin luna, a mis noches sin luz, a mis noches que son mi diario vivir.
El rayo rompe el silencio y oscuridad de mi camino, las gotas empiezan a caer sobre mi frente, se confunden con mi sudor, no me refrescan, porque mi calor es interno, el calor de la desesperanza, el calor de la impotencia ante una realidad que no se donde vino, pero se que me toca vivir.
No se en que momento la lluvia ha cubierto el camino y lo ha convertido en lodazal, ese lodazal impide mi avance, pero no me importa, ya estoy perdido, ya estoy desesperado, quiero, prefiero la muerte, se que ella será la única que me permita liberarme de estas cadenas de la opresión a la que nos han tenido, a la que hemos estado sujetos desde su llegada, desde el mismo momento que les permitimos la entrada.
El polvo se ha convertido en lodo, lodo del que fuimos hechos, lodo que me hace pensar en mis antepasados, llenos de conocimientos, llenos de sabiduría, llenos de amor por la vida.
Y de repente… despierto, y me doy cuenta que no es un sueño es mi realidad.
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