Nuestra intimidad era eso:
que me peinaras el cabello con tus dedos,
que te abrazara fuerte a la noche como si no quisiera que te fueras nunca,
que me besaras en los labios, y en los ojos, y en las mejillas;
que te rascara la espalda con las uñas antes de dormir,
y que me vieras a los ojos, con esos ojos miel que me derretían.
Nos gustaba pasar las noches en vela,
nos trasnochaba ver al otro gozar y hacerse un festín,
nos divertía coincidir en tantos pensamientos,
nos iluminaba las noches ese faro y derroche de pasión que nos quemaba por dentro y mantenía encendido eso que teníamos.
Pero un día me mostraste esa cara fea,
que inclusive las flores de origami que me hiciste se marchitaron,
ese día se acabo todo aunque no tuviéramos nada, y menos el valor de aceptarlo.
¿Esperamos acaso ser siempre especiales para el otro?
Por qué no aceptamos y celebramos lo que duró.
Fuimos efímeros, somos efímeros,
somos con una fragancia exquisita que deleita pero que es breve y etérea,
que el paso del viento, del tiempo y de la vida se lo llevan, viene con fecha de caducidad y final.
No quiero volver a ver tus ojos y perderme en ellos,
no quiero volver a besar tus labios y morir por un instante,
no quiero sentir tus manos hundirse en mi pelo ni cerca de mi cuerpo y perderme,
no quiero más miradas de complicidad porque todo ha terminado, ya no tiene sentido.
Los amantes son eso, amantes,
no son para siempre,
no nacen para ser amados,
son solo eso, eso y nada más.
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