Se acomodó en su gran sillón. Su secretaria le llevó la bandeja con vodka y él se puso a sorber despacio el ansiado líquido. Era su ritual para vencer esa imaginada frustración de la que hablaban los escritores de segunda. “No existe ese maldito bloqueo de la página en blanco—le decía a quién osara preguntarle si él lo padecía—. Cuando vas a escribir te pones y sacas todo lo que has pensado durante días o semanas. No hay más, y esos papanatas que escuchan a sus vudús que les dicen que escriban cada día mil palabras, estarán siempre chafados. Léanse tres libros primero y después verán que la pureza de su papel está vencida, expectante por recibir la tinta”.
El alcohol lo relajó y la sinfonía de imágenes fue surgiendo como una serpiente acompañada de placenteras cosquillas que lo animaron. Se le dilataron las pupilas y se amplió su visión, ya se encontraba en ese punto intermedio entre la realidad y lo desconocido. En ese terreno Jeremy analizaba con frialdad los peores sentimientos humanos. Sí las ideas que había tenido antes lo encaminaban hacia el sótano del inconsciente, escribía sobre homicidios, pero si concebía un sentimiento humano, que lo llevara al campo de la psicología o el razonamiento puro, nacían sus ensayos, cuentos realistas y novelas históricas. Con la trama ya cuajada, Jeremy se ponía a garabatear, luego dibujaba un croquis y por último el nombre de cada capítulo. Llamaba con urgencia a “Kathryn Merteuil”, que es como apodaba a su secretaria. Ella acudía preparada, con ropa de lencería negra o roja, que llevaba siempre puesta por si las dudas, y se sentaba en sus rodillas. Después Jeremy le dictaba con una rapidez de varios cientos de palabras por minuto, pero ella resistía con valor y sus dedos eran unos tentáculos que azotaban las teclas con un ritmo de claqué, Jeremy se iba cansando de hablar y hacía pausas para ordenar sus ideas, sin embargo, Kathryn le metía prisa y comenzaba a susurrarle al oído ofensas, retos y burlas. En ese juego cruel, Jeremy sentía amenazada su integridad y se veía obligado a utilizar la improvisación. Los frutos monstruosos que saltaban de su cabeza y salían por su boca satisfacían a su secretaria que cedía a sus ataques, se amansaba y ronroneaba, dejaba que se le acariciara y escondía las garras, despedía su aroma de rendición y a la voz de “Ya lo terminaremos como sea”, se tiraban en la cama. Cogían sus cigarrillos y hacían los comentarios que se esperaban de la crítica. Ella hacía círculos gordos, mientras él le iba soplando sus ráfagas, el cupido de la satisfacción los guiaba en esa secuencia de preguntas y respuestas.
Hay pocas interrogantes para las que no se encuentra una respuesta lógica y, está el divino recurso del bumerang: “Y usted qué piensa…”. No hay crítico que resista esa pregunta porque, o se sueltan a vociferar o callan con un gesto de aceptación.
Así viven sin salir más que para publicar, comer o presentar sus libros. Se han convertido en un mal necesario y lo sabían desde el principio. No me puedo casar contigo, preciosa, le dice él. No me podría atar a otro hombre con los compromisos que tengo contigo, le dice ella. Se miran y se besan. Se transmiten esa armonía de la pareja por circunstancia que es más sólida que la que pasa por el altar y firma su contrato ante el notario. Ellos están formados de simbiosis pura. Aceptan su dependencia sin peros. Duermen como niños y trabajan compulsivos. El amor es un término abstracto, la realidad es la colaboración. Tu dictas, yo escribo, tú inventas, yo adapto, tú terminas, yo empiezo. Son felices y no les importa el mundo exterior. La fama se ha ocupado de protegerlos y cuando le preguntan a Jeremy si cree que su escrito es correcto y no divaga o se contradice, él mira con calma hacia el techo y comenta: “Dígalo usted. Es el crítico o ¿no?”. Ahí termina todo y los comentarios crean la polémica, unos están a favor y otros en contra. Aparece Kathryn con sus ligueros y bragas de encaje ocultas bajo la falda y mira con desafío. Jeremy pide su vodka y se retira.
OPINIONES Y COMENTARIOS