Recorrí una a una sus tenues comisuras,
como un peregrino en busca del grial – Pedro Sempere

Sentada en el sillón y con el móvil en la mano, juguetea con la luz de una tarde lluviosa.  Está nerviosa. Sin poder salir de casa y extraña de emociones reales, ha decidido usar la aplicación que Laura le recomendó.

Una barra de cereales resulta la mejor aliada para calmar la ansiedad que siente, y después de cada foto que descarta, le da un pequeño mordisco. 
Recibe un mensaje de Laura —¿ya tienes listo el perfil? 
—Estoy en eso —teclea veloz y agrega —aún no elegí la foto. 
Desliza hacia abajo el papel brillante de la barra y la muerde despacio, mientras descruza las piernas y balancea los pies. 
Ingresa otro mensaje de Laura —Yo te armé un perfil. Va ¡míralo! 
Da un mordiscón mientras se abre la propuesta. 
Ojea la foto que reconoce, la descripción de gustos e intereses, la reseña de lo que busca —No está mal —piensa… y se apura a responder —me gusta, Laura ¡LO SUBO!.

Suena el móvil, diferente tono esta vez. Alguien ha reaccionado y la foto le avisa que es el # morocho    que trabaja en la oficina de la planta baja —¿Sos vos? ¿La del quinto? —dice la pantalla. 
—¿Cómo? Qué… ¿Tan rápido? —Se levanta y busca otra barra de cereal. Regresa al sillón y responde —Sí, qué vergüenza… ¡Te reconocí en la foto! 

Escucha que golpean la puerta —“No ¡ahora no!” —piensa. No quiere atender, pero quien sea insiste. 
—Voy —dice con voz de fastidio, mientras se dirige a la mirilla imaginando la nariz esférica de Laura cuando se acerca al visor. Escucha la respiración agitada al otro lado de la puerta y duda. De puntillas, acerca su ojo y el corazón le empieza a latir más fuerte. Está en pijamas, pero hace ya tiempo que las costumbres no le importan, y abre la puerta. 
Allí está, agitado y sudado porque subió corriendo por las escaleras. Le quiere decir algo pero la sonrisa no lo deja. Ella lo mira fijamente, aunque el cuerpo le esté temblando. Piensa en su pelo hecho una maraña con lazo, al tiempo que traga saliva y se muerde el labio inferior —¡Tenías que verme con esta facha! —alcanza a decir, antes de que las tibias manos se posen en la base de su largo cuello y, con tácita aprobación, comiencen a deslizarse lenta y suavemente hacia arriba. 
Se miran a los ojos. Las manos desatan sigilosamente el lazo y ella se siente libre, desnuda, placenteramente vulnerable.  Goza de esa sonrisa tan perfecta que la perturba, y apoya su mano sedienta en la mejilla húmeda. El encuentro se torna seductor con la misma facilidad con la que el aceite impregna.

Las bocas se entreabren al tiempo que las lenguas recorren lentamente las orillas. Las férvidas miradas se posan en la humedad hipnótica que aflora. 
El pulso se acelera aún más, las pupilas se dilatan reflejando formas que el otro puede reconocer, la piel se estremece en su gentil percepción eréctil…. y se liberan en un beso perfecto.

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