Seistreinta
y mis pies tocan el suelo.
Seistreinta,
el frío de la cerámica
me arruga hasta los huevos.
Seistreinta
que me trajo huyendo de un sueño,
y me deja al borde de la cama.
Sin estructura, totalmente ameba.
Seistreinta
que ahora me hace medirlo todo.
No quisieras saber cuantos
seistreinta erés cada vez que te vas.
Cuantos seistreinta se me escurren
por los labios cuando llego tarde al
trabajo,
y el lagarto mira a través del vidrio
y pulsa sus dedos sobre un reloj
imaginario
haciendome saber que se me descontaran
de mis sueldo esos malditos seistreinta
por los que vengo a trabajar.
Seistreinta a esa señora que
reclama por una factura mal emitida.
Seistreinta al viejo lelo que pide mi
cabeza
al mismo tiempo que le digo,
_ y que seistreinta quiere que haga.
Hay días que entro en bucle de
seistreinta
y en vano son mis esfuerzos por
encontrar
un dieciseisquince saturnino,
un veintiunadiez estival,
un seisveintinueve
ese minuto antes de ser yo.
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