De mañana, mientras sus padres aún dormían, Beth ya andaba mirando tras la ventana, brincando sus ojillos vivos y alegres, atrapando en ellos, todo lo que alcanzaba a ver desde aquel marco.
Se alzó sobre sus piecitos descalzos y pegó la cara al vidrio, queriendo ver más allá de esas cuatro esquinas, queriendo ver los dragones de las historias que inventaba su padre cada noche para ella.
Contempló en lo alto el trocito de muralla que rodeaba la ciudad, su papá le contó que era para protegerla de los ingleses y se sintió feliz de que siguiera ahí, fea y gris, pero grande y alta, no tan alta para los dragones, que disfrutaban de alas para volar. A ella le agradaban los dragones, pero no los ingleses.
Después de advertir la muralla, cayó su vista en la calle, oscura y sucia, con gente que se desplazaba, pero que parecían estáticos, como si estuvieran por apagarse, como los cuerpos de aquellos otros, desordenados en un carromato y jalados por un deslucido caballo. El último soplo de vida que les quedaba a los que transitaban la calle, hacía que al paso de la fúnebre carroza, todos se alejaran espantados, para luego continuar su lento camino a la tierra.
Su papá le relató como la peste, sin impaciencia, pero diligente, se hacía dueña de todos y los acarreaba a donde nadie quería saber.
Todo era igual que ayer y mañana, la muralla regia, la calle sin vida ni colores y la peste, con el firme afán de juntarlos a todos.
Todo igual, salvo aquel señor, plantado abajo, con ropa limpia y cara redonda, moviéndose no como los otros, sino ágil y rápido. Beth se inquietó pensando que podía ser inglés y se preguntó cómo pudo saltar la muralla con su peso.
Lo miró contar: 1,2,3…señalando con su índice, entrar decidido en el portal y cómo al largo rato, sonaron sus sucios jadeos tras la puerta.
Beth se escondió temblorosa tras su papá, mientras oía al recaudador : 3 ventanas, 3 chelines.
Y el gordito y supuesto inglés, bajó las escaleras, haciendo sonar su saquito repleto de chelines robados.
Y desde esa mañana, muchas casas dejaron de tener luz y aire.
Beth entristeció mucho cuando su papá cegó sus vistas, pero a cambio le pintó un hermoso dragón, que volaba alto y escupía fuego a gorditos ingleses.
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