Bailamos? le pregunto sin vergüenza, ya habían cruzado sus miradas sonrojadas.
Había escuchado a lo lejos su melodía seductora, fueron los dedos largos de un pianista los que habían dibujado ese sonido cautivador, la armonía perfecta para romper su pudor.
Rebelde y adolescente lo persiguió y lo amo, volaron entre nubes de algodón y también en nubes de cartón.
Esos dedos largos y ágiles fueron tan rápido sobre las teclas del piano que el sonido pronto se volvió ensordecedor, convirtiéndolo casi en la dramaturgia que el mismísimo Wagner plasmo. Amor turbulento y violento.
Para avasallar el cosmos de la poesía de ese ambiguo amor, ella bailo, bailo y sólo bailo.
Su instinto rebelde y caprichoso, y sus piernas apasionadas le permitieron los mejores compases que pudo marcar en su vida. Las cuartas y las puntas fueron su lenguaje, hablo su propio idioma el que fue su ventana al mundo interior.
Sus saltos salvajes y con tensión enamoraron al público espectador, incluida la vecina chusma de la esquina que mira a través del cerrojo por temor a que descubran sus miserias.
Su cara arrugada de tanta pasión, y su cuerpo transparente y sin prejuicios delinean sus mejores movimientos en la exploración de su mundo.
Hay quienes se preguntan si enloqueció o si se olvido de Dios, los dedos filosos de la infancia la señalan porque la moral por más antaño que sea nunca pasó de moda… Hay otros que descubren que para bailar con la vida hay que girar en torno a los sueños, atreverse sin miedos, bailar y abrazarse, cultivarse a uno mismo, empatizar con la naturaleza, alinearse con el universo… amar a la luna, al mar, al cielo, al sol… amarnos, amar la vida.
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