Unai camina más deprisa a medida que se acerca a la verja del Instituto .Empieza primero de bachillerato en este nuevo colegio y está muy nervioso.

Sus padres han comprado un piso nuevo en Bilbao, en uno de esos barrios construidos en las afueras de la capital con sus calles y jardines bien urbanizados. Antes vivían de alquiler en el municipio vizcaíno de Barakaldo.

A ellos les ha dado un poco de pena mudarse, por los amigos que dejan en el pueblo. A Unai le da exactamente igual porque no deja ninguno. Es buen estudiante. Cuando no sales mucho los fines de semana, siempre empleas más tiempo en hacer deberes y ponerte al día con la materia. Siguiendo sus viejas costumbres procura llegar de los primeros al aula. No le gusta entrar cuando ya están todos y que alguien se le pueda quedar mirando. Unai odia “esa mirada”, la que dice sin palabras “eres un bicho raro, tío» .

Desde los seis años, debido a un problema de tiroides tiene sobrepeso. Ahora con quince el problema aún es mayor. Viste holgadas sudaderas y pantalones anchos con deportivas, como cualquier chico de su edad, pero parece que a él todo le queda mal.

Del otro colegio se ha traído una piel humana muy curtida por los insultos y desprecios y mucha inseguridad. Recuerda que hacer gimnasia era un tormento. Su falta de agilidad lo convirtió en la hora feliz de todos sus compañeros y la exasperación de su profesor de educación física.

Pálido y mareado después de vomitar el desayuno en los aseos del vestuario sólo deseaba que la hora, que todas las horas de clase transcurrieran cuanto antes.

En el segundo trimestre de cuarto de la E.S.O ya no podía más. Un día especialmente duro, hostigado por dos energúmenos de su clase hasta el mismísimo autobús de cercanías, se le ocurrió una idea. Cuando llegó a casa ya estaba decidido. En el descansillo del primer piso se detuvo, miró los doce o catorce escalones que acababa de subir desde la calle, respiró hondo y se lanzó en plancha hacia el portal,

El golpe fue terrible. Oyó el ruido del hueso de la pierna al quebrarse. El golpe en la cabeza lo dejó atontado y semiinconsciente.. Se arrastró hasta el bajo B, golpeando la puerta con las fuerzas que le quedaban La anciana que le abrió se asustó mucho al ver el muchacho lleno de sangre, quien le dijo con voz débil:

-Avisen a mi madre en el 2ºC.

Oyó los jadeos de la mujer intentando subir lo más deprisa posible y a su madre bajando al galope en zapatillas de casa.

-Unai, hijo ¿qué ha ocurrido?

-Me resbalé, ama-contestó.

Enseguida vino la ambulancia. En el hospital le suturaron la frente y la ceja, le hicieron placas de la cabeza y la pierna. Luego le colocaron la escayola. Había tenido suerte, se trataba de una rotura limpia, no hubo que operar.

Sí, tuvo suerte. Ya no tendría que hacer gimnasia y ahora daría tanta pena que nadie se iba a atrever a tocarle un pelo. Se pasó dos días acostado en el sofá, lleno de moretones y dolorido, pero daba por válido el sacrificio.

Cuando al tercer día entró en clase andando trabajosamente con las muletas y el peso de la mochila machacándole las doloridas costillas, se oyeron risitas y murmullos. Pero nadie tuvo la cortesía de cogerle la pesada bolsa o retirarle la silla.

Uno de los energúmenos acosadores de tres días atrás se acercó a preguntar.

-Bola de grasa, ¿qué te ha pasao?

-Me he caído- dice Unai, ya cansado de repetirles que su nombre era Unai.

-¡Mira que eres torpe, atontao!

El resto del curso se fue pasando sin muchos sobresaltos. Aprobó con buenas notas.

Se le pegaron dos chicas que el resto del año ni lo miraban a la cara, para que las ayudase a estudiar inglés y matemáticas antes de los exámenes de recuperación extraordinarios.

Las ayudó lo mejor que supo, contento de que en los recreos cualquiera se pusiera a su lado aun siendo por interés. Alguien las recriminó:

-¿Cómo os juntáis con ese, tías?

-Es majo-dijo una- y nos está ayudando.

Unai se sintió contento. Lo consideraban “majo”. Durante el resto del día las palabras dieron mil vueltas en su boca como un algodón de azúcar.

El último día de curso todos se despidieron con besitos y abrazos, se pasaron los teléfonos e hicieron planes para quedar en vacaciones. Él recogió sus cosas y caminó con dificultad hacia la puerta, solo. Fue un día triste. No dejaba nada allí y se tenía que llevar la amargura de tantos recuerdos dolorosos. En el pasillo se despidió de varios profesores. Les comentó que el año siguiente no volvería porque se mudaba de ciudad. Le desearon suerte.

Respiró hondo en cuanto cruzó la puerta. La perspectiva de un verano sin asedios hacía que se sintiera libre y pudiera bajar la guardia para ser él mismo.

Ahora, el verano ya queda atrás y ha de enfrentar nuevo colegio y nuevo curso. Todos los viejos monstruos van con él, guardados en la mochila, encogiendo sus hombros, fraguando las telarañas de nuevas mentiras que tendrá que contar a sus padres y profesores.

.No comprende cómo los adultos que presumen de ser tan sabios e inteligentes no son capaces de ver su angustia, su dolor. Está claro que es un actor de puta madre.

.Cuando mira sus fotos de bebé puestas en la sala, donde muestra una sonrisa tan amplia que parece la proa de un barco, piensa que mejor se hubiera muerto entonces. Odia en lo que se ha convertido su cuerpo, odia su cobardía, odia cada uno de los segundos de su vida miserable. Y nadie se da cuenta.

Se encierra en su concha como un caracol, pero siempre hay un hijo de puta con un palito que hurga y encuentra la forma de sacarlo fuera, con todas sus debilidades expuestas.

Este curso será más de lo mismo. Algunos como él solo son carne de cañón.

El aula es grande y soleada. Se sienta donde le parece después de saludar a dos chicas y un chico que están hablando al fondo de la clase. Responden a su saludo sin mucho afán.

-Oye ese sitio está ocupado. Creo que aquél de allí está libre- dice una de las chicas señalando al fondo de la clase.

.Poco a poco van llegando otros. Es una aula de veintiocho, y hoy, que es la presentación están todos.

Con el radar especial que tiene para captar los problemas, apenas media hora después del comienzo Unai ya sabe por dónde le van a venir las hostias.

Cuatro mesas a su derecha hay un bravucón, alias King, y otros dos palmeros a los que el profesor ya ha llamado la atención varias veces. Hablan en voz alta y se sientan retorcidos como serpientes molestando a todos. Algunos protestan y otros les ríen las gracias.

El tal King, que parece el cabecilla, ya le ha lanzado una miradita de esas que dice “prepárate que voy a ir a por ti”.

Después de hacer los horarios y otras actividades son ya casi las doce y media. La gente se va levantando y saliendo en grupos. Hay dos nuevos este año, uno es él. El otro, uno de gafas con mucha cara, que es un forofo de los videojuegos. El King también. Conectan enseguida y se queda charlando con el cabecilla y los palmeros. Unai recoge sus cosas y sale.

-Eh tú, Winnie The Pooh. ¿A dónde vas tan corriendo? Primero hay que presentarse ante el King.

Unai se vuelve, tiene la remota esperanza de que no estén hablando con él. Pero no.

-Si tú, albóndiga. ¿Cómo te llamas?

-Mi nombre es Unai, ¿Qué quieres? -contesta enfadado.

-Nada hombre nada. ¡Qué mala leche tienes, es una broma!-dice el King mientras le sacude una pelusa imaginaria de la sudadera.

-Vaya, Unai, el primer día y ya haciendo amigos- le dice otro de los mequetrefes.

-Aquí eres nuevo. Mejor que vayas viendo quiénes van a ser tus compis, o lo pasarás un poco mal -dice el más alto.

-Venga, vale. Hasta luego. Unai sale deprisa.

“Soy rematadamente tonto-piensa- Me esperan otros dos años de sufrimiento. ¡Malditos cabrones porreros! Tenía que haberme hecho el sordo”.

En las siguientes semanas empieza su calvario. Todos se hacen los tontos cuando le plantan un corralito, le roban los deberes para copiar,, o le pegan un chicle en la sudadera nueva.

Ya tiene mote oficial, “Unai Morcillo”, aprovechando que sus apellidos son Murillo Aretxabaleta. El King, el Secretario, el Caballero Oscuro y el gafas de reciente incorporación que se hace llamar el Alfil, son inseparables.

Los dos primeros pasan de los diecisiete años porque son repetidores, los otros tienen dieciséis, y casi siempre faltan a las primeras horas. Unai pronto se gana reputación de listo y empollón. Es respetuoso con todos, inteligente y los profesores lo aprecian.

Cuando los cuatro trolls están presentes procura no sobresalir, no hacerse notar..

Le desaparece el estuche de lápices nuevo. Tiene que decir a su madre que se lo ha dejado olvidado en el metro. Dos días después ve que el King lo lleva en su mochila.

-Ese estuche es mío- le dice.

-Ah, ¿sí? ¿Y dónde pone tu nombre, Morcillo?

-Te digo que es mío. Me lo has quitado de la mochila.

-Yo no te he quitado nada. No soy ningún ladrón. Pero si eres tan caprichoso que quieres tenerlo te lo vendo. Para ti son quince euros. Porque me caes bien. Precio de amigo.

.-No voy a pagarte por algo que es mío. O me lo devuelves o…

-¿O qué?

-Me quejaré a la Dirección.

-No seas estúpido Morcillico. No te busques problemas. Piénsatelo… quince euros.

Al llegar a casa su madre le da dinero para comprar uno nuevo. Decide ignorar al King, que por supuesto se queda con el estuche que le ha robado..

Como regalo de Reyes sus abuelos de Madrid le compran un reloj de marca. Tras la pausa de las vacaciones de Navidad el grupo de trolls está relativamente tranquilo.

Amaia, sentada en una de las esquinas de la clase, piensa en lo injusto que es todo. Se alegra de no ser ella el centro de las burlas del grupo salvaje, se siente aliviada de que este año el chico ese gordo sea el punching ball del King. Ella ha aprendido a camuflarse. Ha cambiado sus ropas de princesita por sudaderas holgadas y oscuras, las más feas que encuentra en las tiendas. No se maquilla y lleva el pelo desarreglado y grasoso.

Desde el fatídico día del año pasado en el que el King y su séquito la pillaron en los aparcamientos del instituto. Se había tenido que quedar hasta tarde. La manosearon los tres, como colofón a largas semanas de acosos e insinuaciones.

Antes de irse, le dejaron la advertencia: si lo contaba irían a por su hermana Sara, de trece años, que iba al mismo colegio y se quedaba después de clases a entrenar con el equipo.

Así que Amaia se tragó su rabia y no contó nada. De ser buena estudiante pasó a no hacer los deberes, faltar a clases y sentirse enferma y más sola que nunca.

Sus padres, preocupados, intentaron hablar con ella, pero acabó castigada y dada por imposible por sus malas contestaciones y su agresividad. Sentía náuseas y asco de tener que compartir el mismo espacio con ellos, respirar el mismo aire, soportar sus sonrisitas burlonas. Encima este año se les había unido el larguirucho dentudo de gafas, el tal Alfil, otro cabronazo.

El chico nuevo, Unai, o se ponía las pilas o se lo iban a comer vivo. Ella no podía hacer nada, ya había perdido a casi todas sus amigas, y las dos que le quedaban no entendían tampoco el porqué de su cambio tan radical. Ojalá pudiera cambiarse de colegio.

Fue un lunes a la mañana cuando a Unai se le acabó la paciencia .  El jersey holgado que llevaba dejó a la vista el bonito reloj de pulsera regalo de sus abuelos. Estaban en clase, pero al King no le pasó desapercibido. A la salida del primer recreo los trolls ya lo estaban esperando fuera.

-A ver Morcillo, el peluco ese tan guay que te gastas-el Secretario lo agarra del brazo y el Caballero Oscuro y el Alfil se ponen a ambos lados.

-Muy guapo este reloj, tío. Creo que te lo tomaré prestado por unos días. El King le agarra la muñeca y le quita el reloj.

-Devuélvemelo ahora mismo, te estás pasando de la raya- Unai está furioso.

-Cállate , hombre, no seas nenaza que en unos días te lo devuelvo.

-Devuélvemelo ahora- grita Unai.

La gente pasa, pero nadie se detiene a ayudar, Unos pocos curiosos se quedan a ver el desenlace. El King y su troupe se alejan escaleras abajo llevándose su nuevo trofeo.

Unai siente que la rabia y la impotencia lo ahogan. Sin detenerse a pensar, se dirige al despacho del director que está en la segunda planta. Espera detrás de unos padres mientras piensa que está vez le va a dar igual, tal vez muera, pero va a morir matando. El director está con el tutor y otros dos profesores que lo conocen. Mejor así, cuenta lo ocurrido y ve que no se sorprenden mucho. 

Está claro que no es la primera queja que reciben del equipo trolls. Enseguida son llamados por la megafonía. Descubre que el King se llama en realidad Aitor. Cuando se presentan todos juntos, tan tranquilos y lo ven allí se les cambia un poco la cara. El cabecilla le lanza una mirada de advertencia, pero esta vez lo ignora.

-A ver Aitor, dice Unai que lo habéis acorralado en los pasillos y le habéis robado un reloj nuevo que traía.

-Nosotros no hemos robado nada. Este tío flipa. El reloj que llevo es mío. Pregunte a quién quiera.

-No, es mi reloj.. En la parte de atrás de la esfera pone mis iniciales U.M.A.

-Dame el reloj Aitor que lo compruebe, dice el tutor. Efectivamente las iniciales están bien visibles en el reverso del reloj. “Fallo técnico, King, por no haberte fijado”.

-Vosotros cuatro estáis castigados. Una semana expulsados a casa y llamaré a vuestros padres. Disculpaos con Unai. Ahora mismo.

El King está furioso, con los dientes apretados y de mala gana dice un” perdona tío” poco creíble. Los demás siguen su ejemplo. Esta pequeña victoria hace que Unai se sienta bien por primera vez en mucho tiempo. Y el reloj ha vuelto a su muñeca. Sabe que pagará muy cara esta proeza, pero no le importa. Cuando sale del despacho se siente otra persona .y ya no tiene miedo. En el aula el ambiente es diferente.

El grupo de trolls ha salido en estampida con sus mochilas, escoltados por dos profesores. Esperaran en la sala pequeña de Secretaría a que lleguen sus padres. Todos miran a Unai como si fuese el héroe local.

Ya era hora dicen unos, tienen lo que se merecen, dicen otros. Él solo se pregunta dónde estaban todos esos buenos compañeros cuando los necesitaba. La chica del fondo, Amaia, la que casi nunca habla lo mira con intensidad, y cuando baja la vista él ve que no puede evitar reírse con ganas. Va siempre muy desaliñada, pero Unai cree que es muy guapa. Con su radar especial , ya se ha dado cuenta de que también sufre, y su actitud es una forma de sobrevivir.

Durante dos semanas reina la paz. El padre del King y el del Alfil han montado tal pollo que los gritos se oían en el primer piso .El grupete de trolls acabó muy mal parado. Castigados dos meses sin paga y sin salir, confiscadas las llaves de la moto y sin excursión de fin de curso.

Luego en casa le tocó a él dar explicaciones.. Fue lo más breve que pudo. Le habían robado el reloj y los denunció. Punto.

Ha perdido seis kilos. Su madre cree que está siguiendo muy bien el régimen que lleva desde hace años. Se han juntado varias cosas: no tiene apetito, sigue el régimen y además hace andando el trayecto de vuelta a casa.

Las dos semanas pasan y el nudo apretado se vuelve a instalar en su estómago. Su tutor está más atento, así que el grupo de trolls ni se le acerca, porque se la juegan. Unai no baja la guardia, sabe que el King solo espera su momento.

Y el momento se presenta un día que baja al servicio en el primer recreo. Entran detrás de él bloqueando la puerta que está medio rota. Echan fuera a dos de los pequeños que están utilizando el lavabo y van a por él. Lo acorralan entre tres mientras el Alfil vigila.

-No le peguéis en la cara- dice el King.

-Morcillo, reza si sabes, que llegó tu hora- se ríe el Secretario.

-Déjame tranquilo, yo no te he hecho nada- Unai intenta desasirse.

-El que la hace la paga, gilipollas. El Caballero Oscuro ya le está clavando varias patadas en las piernas. Unai intenta defenderse, pero son más los golpes que encaja que los que devuelve.

Todo pasa muy rápido. Apenas diez minutos después se piran dejándolo tirado en el suelo. Han hecho bien el trabajo. La única parte de su cuerpo que no ha recibido leña es la cara, y además no hay testigos.

Diez minutos antes Amaia baja las escaleras generales que dan al patio. Otra vez han vuelto esos estúpidos, maldita sea. Ve a Unai que entra al baño de chicos, la cuadrillita pasa detrás y dos niños pequeños salen a escape. Sabe que algo va a pasar y no será bueno. Un rápido vistazo le muestra que no hay ningún profesor cerca, así que corre a la puerta del servicio de chicos.

El contrachapado tiene un agujero grande de una patada que alguien le ha propinado. Al mirar dentro la sesión de golpes está por empezar. Saca su móvil y, decidida, lo graba todo.

El corazón le va a mil y se siente impotente. Malditos, malditos sean, se van a enterar..

Luego echa a correr y se oculta tras el murete de las escaleras. El cuarteto se dirige a la cantina riendo. Cuando suena el timbre de clases Unai sale muy pálido del servicio, arrastrando los pies.

Oye, espera. ¿Estás bien? ¿Te han hecho mucho daño?

La mira sorprendido. Creía que nadie se había dado cuenta de la movida.

-Vamos a Dirección, tienen que llevarte a urgencias.

-Y, ¿qué les digo? ¿Qué me caí del columpio?.

-No seas tonto. Esos imbéciles estaban tan entretenidos que no se han dado cuenta de que los he grabado con el móvil.

Unai abre los ojos como platos.-¿Los has grabado? Con dos cojones, Amaia. Esta vez se les va a caer el pelo.

La profesora de ciencias los para cuando ambos suben despacio la escalera.

-A clase. ¿Qué hacéis por los pasillos?

-Pilar, necesitamos ayuda, por favor

Entonces le cuentan lo ocurrido y ella los acompaña a la dirección. Se llama a la Ertzaintza (policía autonómica). Mientras esperan sentados en la salita llega la ambulancia. Unai casi no puede respirar. Le han roto dos costillas y tiene una rodilla muy fastidiada. También han avisado a los padres. El ruido de la ambulancia y de la policía que llega alerta al grupito que está en clase y se miran con cara de circunstancias. Cuando tocan la puerta todavía tienen la esperanza de que no hay delito si no hay testigos.

 A Unai le parte el alma el desconsuelo con que llora su madre mientras lo conducen al hospital.

-Hijo, ¿por qué no nos lo contaste? Yo como una tonta no me dí cuenta de nada…de nada.

Cuando Unai sale de hacerse las radiografías, ya ha llegado su padre. Lo abraza con cuidado.

-¿Cómo estás? Saldremos de esta, no te preocupes hijo.

Unai sonríe. Por primera vez se siente querido, arropado y sobre todo visible. La recuperación es lenta en todos los sentidos, pero un mes más tarde puede volver a clase.

Al fondo, como siempre, está Amaia. ¡Vaya cambio! La ve muy guapa. Lleva la melena rizada y un vestido de punto que le sienta como un guante. No se atreve a mirarla casi, no quiere ponerse en evidencia .Ella se levanta y lleva sus cosas al asiento que está libre a su lado.

-Bienvenido Unai, te he cogido apuntes. Si quieres podemos estudiar juntos esta semana para que te pongas al día.

A Unai el corazón se le acelera. Su sonrisa es amplia cuando le contesta

.-Claro, encantado y muchas gracias.

Ella ve que tiene unos preciosos ojos verdes, que realmente es un chico guapo, una buena persona.

-Bueno, me invitarás a tomar algo, ¿no? Por las molestias.

-Te invito a lo que quieras- dice mirándola a los ojos.

El aula no parece tan opresiva. Llegar al viernes se presenta como una expectativa agradable, no  como un campo de minas que hay que atravesar.

Tendrá que ir a terapia durante un tiempo, acudir a los juicios, y volver a retomar el ritmo de una vida normal que hace mucho que no disfruta. Pero ahora todo es distinto.

Él es Unai Murillo, lleva una poderosa armadura que ha creado para sí mismo y nunca más estará solo.

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El 2 de Mayo es el Día Internacional contra el Bullying

En todo el mundo hay niños y jóvenes que sufren a diario  insultos, maltrato y palizas en sus propios centros escolares, en la calle, en las redes sociales, etc.

Muchos de ellos no pueden resistir esta situación y, desesperados, optan por quitarse la vida.

El ser humano en todas sus facetas es especial y único. Nacemos para SER FELICES.

Por favor, rechacemos cualquier forma de violencia. Eduquemos a nuestros hijos en el respeto y la tolerancia.

Bilbao, País Vasco, ESPAÑA. Enero de 2021.


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