Estoy sudando. Hace mucho calor. A veces siento que me sofoco. Soy un tipo, una existencia, mi cabeza es desde mi niñez un nido de ideas disparatadas. Crecí con un código de conducta, de no matarás, no codiciarás la mujer de tu prójimo y cosas por el estilo, pero llegó un día que me pregunté, por qué.
De vez en cuando sopla una leve brisa, agradablemente fresca. Ojalá siguiera, pienso, pero mis deseos no son órdenes. Siempre aspiro a que lo sean, pero todo está fuera de mi control. Desde pequeño me enseñaron cosas que debía hacer y cosas que eran prohibidas, hasta que un día me pregunté, por qué.
Mi vida nunca sigue el sendero de mis pretensiones. Pero sí sigue el de otros. Continuamente pienso que estoy viviendo dentro de un sueño ajeno, donde mi voluntad carece de toda fuerza. He deseado muchas veces matar a alguien, como por ejemplo, al primer hijo de puta que me indujo a jalar cocaina.
Unos días después, de haber estado pensando así, he salido de vacaciones, mi mujer me invitó a este paseo. Llegamos al puerto de Coquira, tomamos un bote lleno de gentes y nos fuimos a pasar unos días en la pequeña isla de Chepillo. Pero aun en aquel paraíso no dejaba de pecar, veía a la mujer de mi prójimo y la deseaba.
Miro el paisaje, el mar, los botes, las olas. A mi alrededor las personas se ven ajetreadas, recogiendo sus equipajes. Ya hemos regresado del paseo. En realidad, me cuesta trabajo fijar ideas. Desde que Sabino se ahorcó, empecé a ver luces extrañas en el firmamento. La que ahora es mi esposa, me conoció en ese tiempo y no entiendo como siendo una mujer tan inteligente, no pudo ver que yo estaba loco.
Las vacaciones han terminado. Pero yo sigo dentro de mi. Hay dos yoes uno dentro de mi que me juzga y que me exige explicaciones, de por qué no hago esto y por que hago aquello y el otro de afuera, el que habla y actúa. El de afuera cumple los mandamientos y es bueno y por eso es querido, pero el de dentro me juzga y me odia, porque no hago lo que él pide y hago lo que él no quiere que haga.
Por lo tanto, he decidido cambiar mi filosofía, hacia algo más relajante, más feliz. No creo que Dios nos haya creado para vivir en esta constante lucha sin fin. Si no entendemos el principio, lo más sencillo es creer que no hay principio, si no entendemos el fin, lo más sencillo es creer que no hay fin.
Entonces surge la eternidad, pero como tampoco la entendemos, lo más sencillo es creer que tampoco existe la eternidad. Lo más sencillo es pensar que el nacimiento es el principio y la muerte es el fin. Entonces el universo se limita en nosotros. Nace con nosotros y muere con nosotros y no hay eternidad. Si no vemos ni entendemos a Dios, lo más sencillo es creer que no existe Dios.
¿Qué es primero, Dios o la existencia? Si nada existe, entonces Dios no es necesario. El problema real no es Dios, sino la existencia. Dios es sólo una explicación más para el principio de la existencia. Pero volviendo al principio, no entiendo ni el bien ni el mal, ni el pecado, ni mucho menos la salvación. ¿De qué nos vamos a salvar? De la muerte, pero si yo amo la muerte; de la inexistencia, pero si yo amo la inexistencia. Existir es pensar y odio pensar, vivir es pensar y odio pensar.
Ya nos vamos acercando a la costa, desde aquí veo las playas, las casas, los altos edificios, algunos autos, el puerto. A medida que nos acercamos, pienso en el movimiento. Recuerdo cómo era eso hace unos veinte años, sólo había unas cuantas tiendas de venta de implementos para la vida en el mar, un almacén de productos agropecuarios, un minisúper y dos restaurantes, uno en la parte interior y otro en la parte exterior. Pero ahora esto es un enorme centro comercial y la actividad humana se ha sextuplicado.
También nos sirve Dios para comprender la eternidad. Pero hay muchas teorías, como la gran explosión, pero esta no explica el inicio de la existencia, sólo explicaría el inicio del universo, tal como lo conocemos. Porque si hubo una gran explosión, ¿Qué fue lo que explotó? ¿Quién creó esa materia que explotó? ¿Quién y cómo hizo que explotara esa materia y que de ese caos surgiera todo el orden que compone al universo?
Y si Dios es el principio y el universo es producto de la explosión de Dios, entonces Dios ha muerto y el universo entero y nosotros mismos, somos fracciones de Dios. Pero la idea de Dios y eternidad se contradicen, porque Dios viene a ser el principio, pero para que haya principio debe haber fin y entonces no hay eternidad. En fin, la verdad, eso ya no me interesa.
Ahora se acerca mi esposa. Me urge a que vaya por los equipajes, porque ya estamos llegando. Ah, realmente no entiendo que le atrajo de mí. Ella es tan bella, más joven que yo, su situación económica es mejor que la mía. Yo al menos soy consiente de mi locura, pero ella es una loca inconsciente.
En fin, a pesar de que mi voluntad no ha prevalecido, tengo que admitir que Dios me ama. A pesar de que ninguno de mis sueños se hizo realidad, estoy viviendo en mi casa, con un trabajo modesto, pero que me da para vivir. Y en estos días de vacaciones, he tenido tiempo de sobra para pensar y mientras más pienso, menos entiendo. Y si he de decir la verdad, odio pensar, odio estar sólo conmigo mismo.
Después me interesaba saber qué era el bien y qué era el mal, por qué razón algo era bueno y por qué algo era malo, qué era esencialmente el mal y qué era esencialmente el bien. Hasta que alguien me convenció que no hay nada esencialmente malo, ni bueno. Alguien me explicó, que todo en nuestra vida es convencionalismo, cultura, costumbre y tradiciones, las cuales se convierten en leyes. Pero la verdad, eso ya no me interesa tampoco.
Ahora sólo vivo, no pienso. Pero a veces pienso que no vivo, sino que sueño o que pienso dentro de un sueño. Más bien me preocupa, que las personas de este pueblo no quieren que fume en público, porque eso afecta la moral y corrompe a sus hijos, por eso voy a tener que acelerar para terminarme este cigarro. Fumar y beber, me distraen de este estúpido oficio de pensar sin entender.
Esta mañana he despertado con mucho enojo. Mi corazón está cerca del colapso. Es preferible la amistad al amor, porque el amor nos daña, cuando el amor todo lo da, todo lo sufre, cuando consiste en dar sin esperar nada a cambio, llega el momento que agota. No quiero que mi esposa sepa, que pienso estas bobadas, porque me dice que me estoy drogando.
El bote en que viajábamos, atracó en el puerto. El capitán lo alineó perfectamente contra el muelle, de modo que todos pudiéramos bajar sin incidentes. Nosotros dos, fuimos los últimos. Traté de asirle la mano, pero ella rechazó mi gesto cortes, con uno brusco de su mano. Esto es lago normal entre nosotros, si soy atento, ella me rechaza, si soy indiferente, me recrimina porque no soy atento, como otros esposos normales.
En los tiempos que vivimos, cualquier estupidez o desajuste de conducta, tiene una simple explicación, las drogas. La verdad ya no hago eso, pero es cierto que dejó sus secuelas, como las malditas luces que veo girar en el firmamento, desde la tarde en que Sabino se ahorcó y las cosas que ocurren, siempre que veo esas luces, siempre ocurre una desgracia.
La amistad por ser menos exigente, es más serena que el amor. Es lo que siempre me dice. La conozco desde que jugaba la tercera base en el equipo de El Mangote. Yo acababa de divorciarme y estaba viviendo una de mis crisis depresivas. Le di su primer beso una noche en la parada de buses, a la entrada del pueblo.
Tú eres mi amigo y siempre lo serás; me dice ahora, después de tantos años de esta relación rara y turbulenta. Sólo a través del dominio de sí mismo, la moderación y el desapego puede uno alcanzar el tipo de tranquilidad que constituye la felicidad verdadera. Porque si esperamos a lo bueno para ser felices, nunca lo lograremos.
A veces creo en la existencia de muchos Dioses, tantos como estrellas existen en el universo, pero son «seres felices e imperecederos» que no tienen nada que ver con los asuntos humanos, en tanto no pongamos en peligro la armonía y el equilibrio suyos. Es posible que al explotar Dios se hayan desprendido de él algunos dioses menores.
En los últimos cinco años, nuestra relación ha ido cambiando, pero aún nos amamos, aunque de una forma diferente; porque ella ha llegado a conocerme más que yo mismo. Más bien. ella conoce al yo externo, ella sabe de antemano que voy a hacer, que voy a decir y qué no voy a hacer o a decir y de ese modo cree conocer mi yo interno, pero en esto último sí se equivoca, porque mis acciones y mis palabras nunca corresponden a lo que en realidad pienso.
A veces creo que todas las estrellas son Dioses y los planetas tienen dentro de sí la vida que los dioses crean. Pero los Dioses son Dioses y nada tienen que ver con nosotros. Por qué razón iba Dios a crear un código de conducta para los seres humanos y menos aun para un pueblo tan insignificante y acomplejado que se cree el pueblo elegido por Dios.
Ileana parece una Diosa, pero no lo es. En muchas ocasiones la cuestiono acerca de mí, de mis pensamientos, mis dudas y tristezas y ella me responde con tanta propiedad, que me convence de que no hay secreto dentro de mí que ella no conozca. Pero no es cierto, ella ve en mi a un Católico un ferviente creyente en Jehová y el Cristo, como la mayoría de mis allegados, pero en el fondo de mi, no hay nada de eso. No soy más que un loco que cree ver luces girando en el firmamento.
A veces creo que la verdadera religión consiste en la observancia de las virtudes de los Dioses, lejanos, independientes, solitarios y serenos. Si queremos adorarlos debemos contemplarlos, idealizarlos e imitarlos. Mientras más pienso en eso, más espiritual me siento y hasta creo que hay algo dentro de mí que es superior a mí mismo.
A veces creo que a nosotros no nos corresponde pensar ni saber, solo debemos seguir viviendo con luz propia hasta que nos corresponda la extinción y extinguirnos en paz, sin ambiciones de volver a vivir. Pienso y pienso tantas cosas y tan contrarias unas de otras, que me canso y en verdad odio pensar,
Ahora ya vamos caminando hacia el estacionamiento del hotel, para abordar su auto y regresar a casa. Ella tiene auto y conduce, yo, el fracasado que siempre he sido, no tengo auto, ni sé conducir. Cuando la conocí a ella yo había abandonado la universidad, me sentía derrotado por el divorcio y luego por la muerte de Sabino. Una noche aquella loca mujer vino a mi casa y entonces sí consumé la traición, ahora que hablaran con fundamento.
Ileana me rescató, volví a la universidad, en aquel tiempo yo era asistente de abogado en una institución del gobierno, donde aun laboro. Finalmente me gradué, pero pasaron más de cinco años, para que me mejoraran el salario. Por suerte los gringos invadieron Panamá y sacaron a Noriega, que si no, todavía estaría recibiendo los mismos miserables quinientos dólares.
Después de la invasión el ministro era un conocido de un conocido suyo y ella logro que me doblaran el salario. La verdad, le debo mucho a esta mujer. Ella ha invertido gran parte de su vida y sus mejores esfuerzos, en rescatarme y hacer de mi un hombre medianamente funcional, por eso creo que lo que siente por mi es amor o compasión o como dice San Pablo: caridad.
Ella se ha ido esta mañana. Me ha pedido dinero y se lo he dado. No quiero que vuelva, en realidad. Igual no quiero relacionarme con ningún otro humano. Ella ha cocinado mi desayuno y yo lo he comido. Vaya, qué intercambio más humano que el nuestro. Anoche tuvimos sexo. Ahora he vuelto a caer en depresión, a pesar de que esta mañana me tomé la fluoxetina.
Ahora nuestras relaciones son un intercambio de placeres, yo sé cómo provocarlos en ella y ella sabe cómo provocarlos en mí. Pero lo demás es muy frugal, sin besos ni caricias, sin admirar nuestros cuerpos. El de ella es aún firme y bello, pero ya no tiene para mí sorpresas. Por mi parte yo logré acabar con aquella panza fea, pero ahora soy calvo y mi rostro está desfigurado por las primeras arrugas.
Ahora se ha ido a casa de sus padres y yo me he sentido joven nuevamente. He vuelto a pensar como cuando la conocí y me siento libre, la brisa de verano ha recuperado su antiguo significado. Y el olor de la lluvia y la nostalgia de la tierra olvidada. Ah, y los recuerdos. Ellos casi no existen para mí. Ileana los borró todos y ni siquiera su breve ausencia me los devuelve. De nada me sirve pensarme libre, si no lo soy.
Mi vida, mi ser, mi pensamiento, es toda una gran confusión. Una mezcolanza de ideas que no logro ordenar. Alma fuerte dice que no me sienta esclavo, ni aun esclavo y yo quisiera, pero no puedo. Quisiera sentirme libre, aunque no lo soy, pero dentro de mis neuronas hay un ancla muy pesada que me hunde en el abatimiento.
Hoy debo hacer algunas cosas, pero voy a esperar a las ocho de la mañana, para comenzar a recordarlas. Ahora siento una desesperanza y un hastío que me encadenan. Como quisiera dejar de ser humano. Me gustaría abandonar este cuerpo, ser un Dios o un santo o ángel o espíritu. Quiero dejar de pensar, no tener necesidad de alimentarme ni de sexo. No tener deseos, ni dolores, ni apetitos. Sólo flotar en el espacio sin ser consciente de que existo. Mi abuela, cuando cumplió los cien años solía decir que ella era una plumita al aire. Como me gustaría poder decir lo mismo.
Pero hoy terminan mis vacaciones. Ella ya se jubiló y vive en una liberación que envidio. Todavía tengo que seguir trabajando dos años más. Sueño con la liberación económica que representa la jubilación. Sí, vacaciones pagas, permanentes, hasta el último de mis días. Es un sueño, una quimera, pero ella la está viviendo ya.
Ahora he salido al patio trasero de mi casa y he visto un conjunto de luces extrañas en el firmamento. Pero no diré nada. Hace dos años vi algo parecido y se lo comenté a ella y estuvo a punto de obligarme a visitar al siquiatra. Cuando accedí a no volver a mencionar ese tipo de estupideces, me hizo prometer que tampoco lo comentara con nadie más, que ella no iba a estar pasando vergüenza por mi culpa.
Me estoy acostando en la hamaca y pretendo no ver nada. Como dice ella, son alucinaciones de un viejo chocho. Pero sin embargo las veo, trato de ignorarlas, pero están allí, son como quince luces rojas que cada vez se hacen más grandes y no entiendo, como ni por qué nadie más puede verlas. Esto es algo jodido, porque para no verlas tengo que comenzar a pensar y oh, Dios, ¡Cómo odio pensar!
Hace dos años que me lo vengo negando a mí mismo, porque es humillante tener que asistir al siquiatra, que te manden a tomar pastillas para el cerebro. Nunca aceptaré que estoy loco. Lo más seguro es que dirán que esto es la consecuencia de las drogas que consumí cuando era joven. Sí, pues en el mundo que vivimos todo se le achaca a las drogas.
En fin, ya son las nueve de la mañana y yo estoy aquí descansando, en mi hamaca, hay una brisa suave, pero refrescante, a la vez yo me balanceo un poco para obtener una sensación más relajante. Este día bien pudiera ser el último de mis vacaciones o el último de mi vida en este planeta. Como me gustaría que esas luces me llevaran lejos a un sitio donde mi mente se aclare y yo pueda al fin comprender la razón de mi existencia.
Mi hamaca está colocada entre un gran árbol de mango y una de las columnas del portal de mi casa, frente a mi está la carretera principal, por donde veo desfilar a las personas que van al centro del pueblo y los que vienen a esta parte. A mi izquierda está la casa de Gonzalo Pérez y Rosario Vanegas. Ellos son una pareja joven, de treinta y tantos años cada uno. Él es un poco mayor que ella. No tienen hijos, Gonzalo es infértil y asiste regularmente al médico.
Al lado de ellos vive la señora Estevanía, no se su apellido. Ella es viuda, su esposo era policía. Ya estaba jubilado cuando murió de un infarto. Él tenía cincuenta años y ella cuarenta. Estevanía es una mujer entera todavía. Ella tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. El mayor de ellos es de un matrimonio anterior. Ninguno de ellos vive aquí, todos emigraron a la ciudad de Panamá, en busca de mejor vida. Ahora sólo la acompaña una nieta. Sí, debo decir la verdad. A veces me siento atraído por Estevanía y ella me ha dado muchas razones para pensar que también le gusto.
A mi derecha vive Pastor Solano, un señor de unos cincuenta y tantos años. Su esposa murió hace año y medio y desde aquel momento se le ve muy deprimido. Todavía no ha podido superar el golpe del destino. Mi esposa es una profesora de español, jubilada y es muy amiga de Pastor y Estevanía y ha tratado muchas veces de que ellos se enamoren, pero no ha sido posible, son personas con caracteres y costumbres muy disímiles.
Pastor tuvo dos hijos varones, Carlos, el mayor, se casó y se fue a vivir a la ciudad y ya casi no se le ve por aquí. Cuando su madre vivía sí venía con frecuencia. Él me ha dicho que la razón por la que no viene mucho por aquí, no es por su padre, sino su hermano. Porque entre ellos existe muy, pero muy mala sangre.
Su hermano se llama Francisco y es un hombre de casi treinta años, pero es un haragán. Pastor lo mantiene allí, durmiendo en la casa. Muy de tiempo en tiempo trabaja por una pequeña temporada y todo lo que gana se lo gasta en drogas, mujeres y aguardiente. Luego, un día cualquiera dice que no va a trabajar más y ahí se pasa de balde uno o dos meses más, hasta que vuelve a enganchar en algún lado y así, siempre en un círculo vicioso.
Además, Pastor tiene un perro. Es un Pitbull, una raza un poco peligrosa, según me han contado. Él lo tiene amarrado con una larga cadena a un palo de mango en el patio de atrás, pero el perro a veces logra llegar hasta el portal. Yo he visto algunas noches que Francisco sale al patio y lo suelta de la cadena y eso es en realidad muy peligroso para cualquiera que camine por la calle a esa hora, porque ninguno de nosotros tiene su lote cercado.
Al lado de Pastor vive un señor que sólo lo conozco por su apodo. Lo llaman Perica. Él no se enoja, porque lo llamen por su apodo. Por eso creo que casi nadie sabe su nombre verdadero. Perica es un hombre grande y corpulento, pero de muy buen carácter. Él vive solo, sin esposa ni hijos y tiene muchas gallinas en su patio. A veces tengo que espantarlas porque invaden esto aquí.
Ya van a ser las diez de la mañana y mi esposa no ha llegado. Ella me aventaja en eso, porque tiene auto y yo no. Claro, ella está jubilada y tiene tiempo para muchas cosas. Pero a esta hora ya debería estar aquí cocinando. Algunas veces ella llega casi a las doce, pero trae comida de la calle, aunque a mí me gusta más la que ella cocina. La verdad, la verdad, ella cocina muy bien. Creo que por eso siempre le he sido fiel, porque sé que, si me abandona, perderé su comida.
Mi abstracción acaba de ser sacudida. He visto claramente esas estrellas rojas. Ahora han sido tres, pero han sido más repelentes que nunca. Han descendido sobre el techo de la casa del señor Pastor y las he visto hundirse y desaparecer ante mis ojos. Ni modo, tendré que esforzarme más y más y penetrar en mi mente, para que mis pensamientos me saquen de aquí.
Creo que el perro también las ha visto, porque se ha tornado muy inquieto y ladra constantemente, de una forma muy agresiva. Ahora ha salido corriendo y está atacando a una de las gallinas de Perica. El perro ha destrozado a la gallina. Cosa rara, porque nunca antes lo había visto actuar así. Ese perro se ha vuelto loco.
Esas gallinas siempre se han paseado por aquí por todos estos patios, sin problema. Allá viene Perica. Creo que se va a formar una vaina. Perica se ha quedado viendo la escena. El perro sólo la mató, pero no se la ha comido. Pastor sale y Perica le reclama airado. Nunca antes había visto a Perica de ese talante, ni a Pastor. Están discutiendo de forma inusual, creo que se van a ir a los golpes.
Todos los vecinos están viendo lo que pasa, pero nadie dice nada, pareciera que les gustaría verlos pelear. Yo me acerco un poco y les digo que se calmen, pero no me escuchan. Pastor ha salido de su casa. Está loco, Perica lo va a hacer picadillo. Ahí van, los dos corren uno contra el otro.
— Oigan que hacen, están locos. Por amor de Dios, es sólo una gallina, déjense de eso—-
Pero nadie parece escucharme, nadie me obedece. Perica ha levantado por los aires a Pastor y le ha dado contra el suelo, ahora se le ha subido encima y le está dando muchos codazos en la cara. Desde aquí puedo ver la sangre rodar por el rostro de Pastor.
Francisco está sentado en el portal, viendo como le asesinan a su padre y no hace nada. Ahora se levanta, pero no es para separarlos, se va al patio trasero. Ya Pastor ha dejado caer los brazos, no se defiende, creo que ha perdido el conocimiento. Pero Perica sigue descargando golpes, sin misericordia.
Ahora acabo de ver al perro que le ha caído encima a Perica. No lo puedo creer, lo está destrozando, igual que hizo con la gallina. Mi esposa viene llegando, me he levantado del portal, desde donde estaba presenciando esta carnicería, he entrado al auto y le he pedido que vallamos a la policía.
Pero ella quiere que le explique qué ha pasado, se lo digo lo más rápido y breve posible y la urjo a que vallamos a la policía. Ella quiere recogerlos y llevarlos al hospital, pero le digo que, si intenta algo, el perro nos atacará. Pero en este momento otros vecinos se han compadecido y le han dicho a Francisco que amarre al perro.
Francisco obedece, pero con la pasta que lo caracteriza. Dos vecinos corren y recogen los cuerpos y los introducen en el auto de mi esposa. Nos vamos todos a urgencia del seguro social. Allí los atienden. Ambos están graves y desfigurados, los meten en una ambulancia y se los llevan para Panamá. Como ninguno de los dos tiene a nadie, uno de los vecinos se ha ido con ellos.
Mi esposa ha ido al teléfono público y ha llamado a Carlos a su trabajo, para avisarle lo ocurrido. Ahora nos regresamos a casa y yo estoy seguro de que todo esto se ha debido a las luces rojas que se filtraron por el techo de la casa de pastor. Pero guardo silencio, porque sé que, si digo una sola palabra de esto, me estoy sentenciando. Ella me sacará una cita con el siquiatra y nunca más podré ser el mismo. Estamos llegando al restaurante.
Son las doce y media. Como a ella le tocaba cocinar y no lo hizo, ahora tendrá que costearme el almuerzo. Quizá soy un poco egoísta, pero lo primero que me ha venido a la mente es que quería pasar un tranquilo último día de vacaciones y ha sido todo, menos eso.
Llegamos a casa como a las dos y yo me volví a recostar en la hamaca. Desde allí pude ver a Francisco, sentado en las raíces del palo de mango, muy pensativo, con la cara muy larga. Creo que le preocupa, quien lo va a mantener ahora. ¿Quién le dará de comer a él y quien le dará de comer al perro? Todo por culpa de las malditas estrellas rojas, luminosas, que sólo yo puedo ver.
Pensando en estas cosas, debo haberme dormido. Me despertó el ladrido del pitbull. Miré y vi que eran unos hombres con uniforme, que le habían puesto un bozal y lo llevaban hasta una jaula. Luego metieron la jaula en un pickup y se fueron. Francisco seguía sentado en el mismo sitio, con el mismo semblante.
Francisco está un poco lejos de mí, pero juraría que está llorando. He comenzado a estirarme para levantarme de la hamaca, el sol está descendiendo. Entro a la casa y mi esposa está haciendo la cena. Miro el reloj y ya son las cuatro y media. Me siento en el sillón de la sala y enciendo la televisión. Están presentando caso cerrado, con la jueza Ana María Polo. Al poco rato suena el timbre del teléfono. Sólo la escuché decir: Ay, no puede ser.
Al soltar el teléfono ella estaba llorando. Le pregunté qué había ocurrido y me dijo que Pastor estaba fuera de peligro, pero Perica había fallecido. No sé quien llamó, ni pregunté, pero supongo que fue el vecino que los acompañó en el viaje a Panamá. Ella siguió llorando largo rato y yo seguí viendo la televisión.
Hoy es jueves, mañana entro a trabajar y luego viene un fin de semana largo. Tendría que volver a trabajar el martes. A veces me dan ganas de usar la muerte de Perica, como excusa para no ir al trabajo. Pero sé muy bien que mi esposa no va a aprobar esa acción de mi parte y prefiero no abrir esa caja.
Como la seguía viendo muy deprimida, le pregunté que, si deseaba salir a alguna parte conmigo, para distraernos y me dijo que sí, que fuéramos a jugar un rato, al casino. Ahora estoy cenando y no sé por qué razón, he pensado en el pobre de Francisco. Quizá a esta hora solo ha podido desayunar. Pero luego he corregido, porque Pastor siempre compraba mucha comida en el supermercado. Francisco sólo tiene que cocinar. Quizá no tenga ganas de hacerlo, pero cuando le ataque el hambre lo hará. También llegará el momento en que se verá forzado a trabajar. De pronto mi esposa se levanta y toma el teléfono.
— ¿A quién vas a llamar? —
— A Carlos, para saber del papá y qué piensan hacer con Francisco—
— Me leíste el pensamiento. Casualmente estaba pensando en eso—
Ella comienza a marcar, sin poner atención a mi último comentario.
— Aló, Carlos, hijo, soy yo Ileana la vecina—
— Bien hijo, llamaba para saber de tu papá—
— Ah, cuánto me alegro—
— También estamos aquí, un poco preocupados por tu hermano, Francisco, el pobre, que va a ser de él ahora, porque me supongo que tu papá no vendrá en un tiempo—
— Ay, no puede ser hijo, Dios no lo quiera—
— Bueno, pues hijo, cualquier cosa que podamos ayudar nos avisas—
— ¿Qué dijo? —
— Que el papá no viene más para acá. Que Francisco ya tiene casi treinta años y tiene casa, que vea él que hace, que nadie está para atenderlo a él y que lo más probable es que vaya preso, por la muerte de Perica, porque él fue el que le soltó el perro—
— Yo no creo que eso sea así, porque Perica le estaba matando a su papá y si tú te pones a ver, si él no hace eso, ahora sería Pastor el muerto. Eso tiene que ser defensa propia a donde vaya. —
— Ah, yo no sé, pero me preocupa—
Después guardamos silencio. Yo terminé de comer y me fui a tomar un baño, luego me vestí. Mientras estaba en eso, en mi cuarto, miré por la ventana y todavía estaba Francisco, con la cara larga, sentado en las raíces del árbol. Salí a la sala y ya Ileana estaba lista. Salimos, entramos al auto y nos fuimos para el casino.
Allá había una tómbola y mi esposa se ganó una lavadora. Allí estaba Alejandro, un sobrino de ella que tiene un pickup y nos hizo el favor de traerla. Ahora estamos llegando a casa y veo como quince luces descendiendo sobre la casa de Pastor, pero mi esposa no dice nada, así que supongo que ella no ha visto nada.
Alejandro ha estacionado su auto de reversa, frente a la casa. Entre él y yo hemos cargado la lavadora y la hemos llevado al área de lavandería de nuestra casa. Ahora estamos cargando la secadora y la ponemos al lado. Ambas máquinas están dentro de sus cajas. Mañana las desempacaré.
Ahora Alejandro se está yendo, he mirado hacia el árbol de mango de Pastor y no he visto a Francisco. Supongo que ha entrado a su casa. Las luces extrañas también han entrado, pero, aun así, por fuera la casa se ve como si estuviera en tinieblas. Finalmente, nos hemos acostado sin hablar. Me metí en su cama, como hago siempre que deseo tener sexo. Pero no hice nada. Ya casi me estaba durmiendo, cuando sentí la mano de mi esposa, tocándome en áreas para excitar.
Hoy me levanté con nuevas energías para el trabajo. Saber que pronto me voy a jubilar es un incentivo. Llegué temprano y acometí mi trabajo, de inmediato, mientras el resto de los compañeros estaban tomando su desayuno. Después, la compañera que se sienta a mi lado sacó un periódico y se sentó a leer.
Una secretaria, como diez años menor que yo se me acercó y me dio un beso en la mejilla y me dijo que era un beso de bienvenida. Le dije que la próxima vez me lo diera en la boca y así lo hizo. Demoró poco, pero lo disfruté. Ella se sonrió pícaramente y se fue. La compañera que estaba leyendo el periódico me dijo que esa tipa era una descarada, porque estaba casada.
Que, si el marido viera lo que acababa de hacer, bien merecida tendría una golpiza.
Yo no dije nada y continué trabajando, porque si mi mujer se enterara de lo que yo acababa de hacer, de seguro me daría una paliza a mí también. Después terminó de leer su periódico y me dijo si quería ojearlo, le dije que no, entonces me preguntó, que tanto tenía que hacer yo que había llegado con esas ganas de trabajar. Le contesté que lo mismo de siempre. Ella hizo una mueca, retorciendo los labios y se volteó hacia su pantalla de la computadora. La vi que entró a internet. Ella utiliza siempre las primeras horas de la mañana para hacerle las tareas a su hijo.
Al mediodía salí, tomé un taxi y vine a casa a almorzar. Mi esposa me había preparado una sopa de huesos, con muchas verduras. Estaba como a mí me gusta, bien espesa. Ahora estoy aquí, viendo las noticias. Estoy pensando pedirle a mi esposa que me lleve en su auto, al trabajo. Allí está saliendo.
— ¿Ileana, me puedes llevar en tu carro al trabajo? —
— Sí. Y si me invitas a cenar, te paso, a buscar cuando sales—
Cuando íbamos a cerrar la puerta escuchamos una bulla afuera. Era frente a la casa de Pastor, los policías se estaban llevando a Francisco, esposado.
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