Las
letras que saltan
como
una bocanada de aire
sobre
las estaciones podridas
de
sal y uniones ficticias,
esas
gotas magníficas y la lumbre
de
los drogadictos, a altas horas
de
la madrugada. En cada cuerpo
brilla
la ausencia como un cartón,
de
desesperada indigencia. En cada
cuerpo
una esquina forma afluentes
de
un río que nunca llega a destino
y
cobra la esperanza bien cara.
Donde
se acumula un incendio
de
vida y muerte, y asola la masticación
del
núcleo, y remuerde su conciencia
la
poblada ondulación del sueño.
Sobre
esas desesperadas convergencias,
como
pequeños clavos que ardieran,
agotando
los sacos de miel o enebro reseco.
En
cada respiración, una bocanada
de
sangre. La última-.
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