«Conducir por segunda vez»

Aclarada la importancia del peatón en las vías de tránsito, especialmente en cruces y banquinas, vuelvo a abordar el tema de la «conducción» de un vehiculo

Y bien digo «conducir» y no «manejar» ya que el gran protagonista de la vía pública son las personas que circulan a pie, cuya vida es imprescindible cuidar y respetar.

Nunca las segundas veces fueron buenas. Y ésta no es la excepción. Así que están a tiempo de no continuar con una lectura aburrida de una mujer al volante que ya sobrepasó largamente el medio siglo de existencia y, sin embargo, por el llamado de la necesidad y no del trabajo, se atrevió una vez más.

Pasaron siete años y en ese tiempo una crisis económica enorme y una recuperación de salud con grandes costos,  se llevó todo: su «otro trabajo» en la empresa de televisión y su querido automóvil.

Ya casi sin fondos y sin posibilidades de dar arreglo a aquello que tanto le había costado tener, optó por venderlo. Sus condiciones de salud poco le permitían conducir con la destreza anterior. También su trabajo, que de pronto y con la llegada de un nuevo gobierno, tuvo un vuelco inesperado y debió ausentarse del barrio para irse a la ciudad, a la capital, al centro mismo de Montevideo, a ese punto justo que todos conocemos como «kilómetro cero» frente a la mismísima «Plaza de Cagancha»    (conocida por otros como «Plaza Libertad») dónde pasó a cumplir tareas en el Museo Pedagógico.

Ver ese sector de la calzada habilitado sólo para vehículos oficiales, lo dice todo. Inútil conseguir lugar donde estacionar ocho horas diarias. Nerviosismo continuo de pensar que al salir, su auto hubiera sido objeto de deterioros, robos o cualquier otro desperfecto que en la marea del regreso al finalizar la jornada,  hiciera muy difícil el retorno.

El tiempo hizo lo suyo y sin uso y abandonada, la licencia expiró. Por tanto, eso de «mejor que conduzca otro mientras yo disfruto del entorno», se convirtió en su eslogan. Subió a ese nuevo bus que desde la esquina misma de su casa la transportaba a la puerta del trabajo, sin ningún inconveniente y a muy bajo costo.

A eso, hay que agregar que en pareja con un nuevo compañero, tuvo chofer particular con auto a su entera disposición. Ideal todo. Y para completar al mismo tiempo, su hijo adquirió vehículo propio y se independizó en la vida laboral.

Pero, como suele suceder, en forma vertiginosa todo se complica y se vuelve al punto inicial.

Su compañero falleció y su hijo comenzó a desempeñar tareas en el exterior en períodos relativamente importantes. Ella se jubiló y quedó en casa nuevamente, sola y cuidando un automóvil familiar que dormía más de veinte días al mes inmovilizado totalmente.

Por su naturaleza independiente, un día quiso revertir la situación y volver a tramitar su licencia. Había quedado sin efecto alguno y obtenerla nuevamente requería un examen completo: psicofísico, teórico y práctico.

Eso de estacionar entre dos vehículos y acordonar en línea con la vereda, junto con las torpezas propias de la edad y el largo receso, la llevó a recurrir nuevamente a una academia para practicar sus inseguridades.

Vino a buscarla un  hombre joven, acreditado como instructor, pensando seguramente en esa locura que una «vieja» ( por «mujer adulta» en tono despreciativo) quisiera aprender a manejar y obtener una licencia como lo habia hecho la primera vez.

Subió nuevamente al volante y súbitamente entró en ese mundo tan familiar de otra época que de pronto no le fue desconocido. En menos de media hora, le ofrecieron fecha para dar el examen. Costos de clases, costos de traslados, gastos todos que sintió innecesarios e hicieron que aceptara presentarse nuevamente y lo antes posible.

Lo hizo en una ciudad cercana dentro del departamento en que vive y frente a dos inspectores municipales muy exigentes y simpáticos. Completó el psicofísico y el teórico con éxito total. Hizo las maniobras de pista y salió a recorrer el entorno con uno de ellos. Todo en el auto de su hijo y con su visto bueno que, como chofer habilitado, accedió a acompañarla.

La experiencia resultó fabulosa y su autoestima creció  muchísimo, también su independencia al reencontrarse con aquellas viejas habilidades personales que creía olvidadas.

Un desafío de tercera edad, sin dudas, que viene cumpliendo con placer cuando, esporádicamente y sin obligación, debe realizar esa tarea tan sensual para ella de subir a un coche  a conducir. Cualquier auto porque  ella no es dueña de ninguno.

Creo que esta vez, y como lo sugiere la música de fondo, todo se convirtió en «un paseo por las nubes».

*Dedicado  a esas personas (especialmente mujeres) que dicen que ya no pueden y buscan chóferes por la vida. 

Y a las otras que creen que tomar el volante es un tema  de «coraje» y, sin capacitación ninguna y sin permiso le sacan el auto al esposo y lo devuelven siempre chocado.

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