Me he convertido en ésto. En quien estoy siendo.
Ya no soy el niño ni el muchacho que se creía bueno y vivía según las reglas de Papá y las de Mamá.
Soy un escracho viviente. Resultó así.
¿Qué podía esperar? ¿Por qué quise luchar?
No tengo por qué odiarme ni culparme.
Estaba totalmente confundido. Y lo estoy. Pero no importa.
Juego con la ilusión de que en la vida que me quede seguiré despertando, desentramando y comprendiendo lo que permanece en las tinieblas de mi visión. Como si hubiese un futuro para mí.
Esa es la esperanza: ilusión.
Quizás mi relativo crecimiento fue en parte haberme vuelto un desarrapado del alma y de las prendas.
Sigo. Aunque haya momentos en los que desearía no estar más. Esos momentos íntimos que me asaltan cada tanto.
Quién sabe.
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