En lo alto de las escalinatas sobre el obituario de un tal Silvio Corbín despertó Emanuel, un entusiasta conferencista en temas de inspiración, además miembro de la planta docente de la carrera Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Mendoza y otrora campeón nacional de Jai Alai, tradicional deporte vasco que en su traducción al castellano que significa: cesta punta y que es muy practicado en el país vasco de donde Emanuel era oriundo, sin recordar más que el fuerte dolor en el costado derecho de su tórax, producto del impacto de bala con orificio de salida en la axila del mismo lado en aquella fría madrugada de abril.
En seguida irguió su cuerpo adoptando una postura fetal apoyando su cabeza en sus descarnadas rodillas tratando de responderse qué diablos hacia encima de una tumba y lo más importante ¿Dónde estaba Eliana? Su pequeña hija de que para esa hora debía estar en su cama con el cuidado necesario para una niña con diagnóstico de anemia aplásica, una rara enfermedad que afecta directamente a la medula ósea no permitiendo que esta produzca las suficientes células sanguíneas de reemplazo en el paciente. Con este calvario ambos llevaban ya una larga lucha de cuatro años, uno después que la pequeña presentara los primeros síntomas. Lucha para la cual ‘Manu’, como era llamado en su país en especial por los cronistas deportivos y sus amistades, estaba completamente solo en el mundo pero a la vez con su mayor fortuna, la sonrisa y cariño de su tierna hija.
La brisa matinal rozo suevamente el rostro de Emanuel y este supo que auguraba lluvia y de pronto se percató que estaba totalmente desnudo amen de su rasgada pijama tirada en la vecina fosa que guardaban el eterno descanso de, sabrá Dios qué alma. Al incorporarse e ir por su maltrecha prenda de dormir algo hizo entrar en algún vago recuerdo al medallista vasco, noto la pisada caja de Neoral 50 mg., medicación que aplicaba a su hija desde hacía un poco menos de dos años y con dosis más fuertes durante los últimos tres meses, tiempo en el que había sido notificado que el trasplante de medula ósea suya a su hija era casi un hecho y solo faltaban algunos trámites meramente burocráticos y de forma.
Con su tratamiento, Eliana aminoraba sus crisis degenerativas que le provocaban su triste padecimiento, las que ocasionalmente desencadenaban en cuadros de nauseas, alta fiebre y sangrado en sus heces. Aquel envoltorio de pronto significó para el acongojado padre una luz en el túnel a su laguna mental de aquella madrugada, de inmediato repuso en que había sido vilmente separado de su hija.
En su leve momento de lucidez recordó encontrarse leyendo un cuento de cuna a ‘Eli’, como le llamaba desde que esta abrió los ojos en su alumbramiento y soltó su primer impulso agresivo que propicia al primer llanto, y de pronto alguien hizo sonar el timbre y al abrir la puerta un fuerte e inesperado pero certero puñetazo al rostro y el mundo se volvió totalmente negro.
El paramédico auxiliar, que daba los primeros auxilios y ayudaba a levantar al confundido y herido ‘Manu’, luego de inmovilizarlo, detectó algo inusual. El dolor que aquejaba al joven y soltero padre se debía a una muy bien tratada intervención quirúrgica en el costado izquierdo de la espina dorsal a escasos centímetros de su riñón. La herida aún supuraba el líquido pos operatorio infeccioso de cualquier cirugía, por leve que sea.
En los registros médicos de Emanuel Aguirre no figuraba ninguna intervención médica más que la radiografía y posterior férula de clavícula luego de una fuerte lesión practicando el Jai Alai, pero el misterio rápidamente dio matices de aclararse y se concretó al momento de la evaluación, había sido sometido a una pequeña incisión en aquella parte de su cuerpo y luego pinchado el hueso extrayéndole una muestra de medula ósea. No había otra explicación para Emanuel, ¡Marian! el nombre que se apodero de su mente y de sus más recónditos miedos.
Así transcurrió aquella rememorando el nombre de su ex esposa y madre de su hija de la cual lo último que recordaba era el mazo del juez cayendo sobre la mesa de su tribunal y condenando a esta al confinamiento en un sanatorio de la provincia de Mendoza, Argentina. Pero ahora sus miedos del pasado venían a golpear a su puerta una vez más.
Marian Garmendia fue declarada culpable de tentativa de homicidio en primer grado en contra de su esposo y de su propia hija, producto de un arranque de histeria muy común en sus actos, pero aquella ocasión había sobrepasado sus propios límites y se abalanzó sobre sus dos seres queridos con una pequeña hacha de jardín mortalmente afilada.
Logrando esquivar el ataque y sometiéndola a la rendición debido a sus atléticos reflejos desarrollados a lo largo de su preparación atlética. La alegación del abogado de Marian, aduciendo déficit no deliberado en el funcionamiento motor voluntario o sensorial del paciente y obteniendo la reclusión en el Centro de Salud Mental Di Ferro en la provincia de Mendoza, Argentina y de donde la condenada era nativa. Hasta la conclusión de su tratamiento psiquiátrico que le permitiera incorporarse de nuevo a la sociedad una vez se demostrara, vía constancia del grupo especialista encabezados por la doctora Alicia Esposito, que estaba mentalmente apta para interactuar y desenvolverse en su faceta post tratamiento.
La relación entre reclusa y psiquiatra desde un inicio se vio inmersa, primero en una atracción lésbica casi obsesiva de esta última hacia su paciente debido a su orientación sexual. Mientras que de Marian hacia Alicia por considerarla una posibilidad de escapar de aquel lugar y junto a ella, por voluntad propia o no, llevar a cabo su mórbido plan en el cual su hija debía ser la más beneficiada una vez se consumara lo que su mente, en aquellas blancas e inertes paredes ideaba día tras día en su aislado encierro.
La doctora Alicia Esposito, o como su falso certificado de defunción identificaba Rina Andreu, que había muerto en una confusa pero muy creíble mala práctica médica hacía aproximadamente dos años y cuatro meses empleando todos los recursos que había acumulado durante sus años de brillante carrera al frente del centro de estudios forenses de su ciudad natal sirviendo en las investigaciones del Ministerio Público argentino, pero al verse involucrada a una banda internacional traficante de órganos humanos y para no ser juzgada al respecto prefirió fingir su propia muerte. Y en la clandestinidad adopto el nombre con el que hasta hoy era conocida y con el cual fue contratada para atender reclusas y donde conocería y se enamoraría de Marian. El azar se encargó de unir aquellas dos desquiciadas mentes, la de Marian provocada por el confinamiento y más aún por el alejamiento definitivo de su hija Eliana mientras que la de Alicia por el repudio hacia los de su género opuesto y había encontrado, en la venganza de Marian hacia ‘el bastardo etarra’, como esta lo denigraba haciendo alusión al grupo extremista de origen vasco, una muy buena oportunidad de materializar su gran anhelo; formar una familia lejos de aquel lugar.
Días antes del secuestro de su heredera, y posteriores a la fuga de Marian, su padre recibió una carta, que luego verificó su falsedad, en la que se ordenaba debía atender a una representante del juzgado que resolvió la custodia de su hija hacía algunos años atrás. Dicha visita obedecía a una apelación del abogado de la madre, ya absuelta, según aquellas líneas por buena conducta, de su encierro por lo que esta tendría el derecho de visitar a su hija una vez por semana en fecha y hora acordada previamente entre ambos ex conyugues.
Esa fatídica mañana en la que el intercomunicador de su puerta repicó, se anunciaba la abogada Irina Martínez, referida al pie de la carta que días atrás ‘Manu’ había encontrado en su buzón. Al bajar las escaleras y abrir la puerta del complejo de apartamentos se encontró con la supuesta abogada, su ex mujer y un desconocido el que al primer contacto visual descargó sobre su mandíbula seguramente uno de sus mejores cruzados de derecha, evocando las grandes batallas de Mike Tyson. El golpe, con lo que le pareció recordar había sido una manopla de las que usan los bandidos en las películas de gánsteres, apagó por completo las luces del escenario del acto llamado encuentro con su ex mujer para Emanuel y al levantar el telón su espesa oscuridad se convirtió en un viejo y abandonado cementerio en el cual echaba mucho de menos a su entrañable ‘Eli’, de la cual recordaba, tal fuera hace un instante, haber leído su cuento favorito antes de que esta cerrara los ojos y sonriera seguramente en un dulce sueño.
El medico Federico Rionda le explicó, en términos prácticos, que había sido víctima de remoción de una cantidad de médula para fines desconocidos, aunque él sabía muy bien la finalidad, eso sí, le manifestaba que la práctica recayó en manos de un profesional debido al tipo de sutura a que fue sometido.
También le informó de la gran cantidad de morfina que se le suministro y gracias a la cual pudo mantenerse inconsciente hasta el momento en que se despertó en aquel mortuorio lugar. Si las sospechas de Emanuel eran ciertas y evocando fantasmas del pasado, Marian había vuelto por un único e irracional motivo: llevarse a Eliana con ella y someterla al trasplante de médula ósea que tanto necesitaba para por fin arrancarle de su ser tan mísero padecimiento, considerando que se trataba de una pequeña que apenas comenzaba a vivir y su andar en este mundo había sido de mucha pena y sufrimiento.
Tras abandonar aquel centro asistencial, con la venia de su alta médica y las recomendaciones de reposo, se dirigió expresamente a su apartamento en busca de aquella carta y algún otro indicio que le diera pistas del paradero de su desquiciada ex mujer y sobre todo su adorada ‘Eli’. No hubo sorpresa en encontrarse con el desorden propio de un infante que ha husmeado entre una alacena provisionada con dulces y caramelos, de inmediato supo que entre aquel desorden en las gavetas de su dormitorio faltaban, entre otras cosas, las tabletas de Neoral, hallándose la caja vacía, y algunos documentos y su alerta llego al máximo cuando notó que no estaba el certificado de autorización para el trasplante de su hija y sus documentos de identificación. No había duda; el plan de Marian era más que obvio, arrancar a su hija de su lado y someterla, quizá clandestinamente, a su trasplante de y borrar el rastro de ambas de la faz de la tierra para siempre, aquel pensamiento le estremeció e hizo rodar por sus mejillas saladas y sentidas lágrimas durante un par de minutos. Por fin reaccionó y supo o por lo menos creyó que debía dirigirse a casa de su ex suegra, era el destino obligado de Marian y debía darse prisa porque a lo mejor era la única oportunidad de encontrar información sobre el paradero de su hija u olvidarse para siempre de ella.
En carretera a casa de su viuda ex suegra, fue ideando muchas alternativas más en caso de no encontrar a la prófuga que años atrás consideró el amor de su vida. Entre sus alternativas surgió una no muy disparatada, pero posiblemente ésta también visitaría el mausoleo de su padre al cual le debía su pasión por su profesión abogadil en la cual se había ganado el respeto y admiración de sus colegas alcanzando una serie de reconocimientos entre el gremio de togados del derecho de la provincia mendocina. El viejo camposanto se encontraba medio kilómetro a su derecha por lo que decidió primero buscarla en este sitio. No necesitó llegar hasta el destino pensado ya que en la espesura de la niebla vespertina divisó las siluetas de dos mujeres aligerando el paso hacia un vehículo estacionado a la entrada del referido lugar, cada una sostenía el brazo de su pequeña niña y se disponían a abordar el automotor cuando las sorprendió encendiendo las luces sobre sus rostros, encandilando su visión, producto de la inesperada luminiscencia Alicia soltó del brazo a la pequeña niña mientras que Marian se apresuró y abordó el vehículo que emprendió la veloz huida dejando a la doctora a merced de Emanuel. No hubo tiempo para interrogatorio y este obligó, a la que antes fue una médica forense de alta estima entre los operadores de justicia de todo el país, a subir al asiento del copiloto e ir tras el Ford rojo en el que se transportaba la otra mitad de su corazón, su pequeña primogénita.
El asfalto de la carretera era marcado por el cruento despliegue automovilístico que se protagonizaba en aquella forajida persecución, el plan de Marian, de llevarse a su pequeña hija a otro lugar del mundo y rehacer su vida al lado de Alicia y mucho más importante salvarle la vida a su pequeña con un trasplante de medula ósea de la que ya disponía la extracción a que había sometido a su ex esposo, se había salido por completo de sus manos y la que, junto a ella había ingeniado aquel malévolo plan yacía de copiloto en el Mustang deportivo que le perseguía.
De pronto lo inesperado llego a aquella pertinaz persecución. De la orilla izquierda y al pavimento saltó despavorido, casi endemoniadamente un ciervo de contextura mediana y detrás de este una jauría de zorros silvestres que, producto de su estampida y bloqueo del camino, no permitieron al asustado conductor frenar, embistiendo a cuanto ser viviente estuvo frente a su paso, el vehículo se detuvo metros después producto del impacto en el paredón que dividía la carretera del profundo abismo. La tragedia invadió su vida.
La carnicería animal se mezclaba con la sangre, masa encefálica y cuanto quedaba de aquel desgraciado conductor de contextura atlética y tez negra, posiblemente un inmigrante africano que vio como sus días terminaban ante aquella estructura de hierro y concreto, al otro extremo de la cavidad motora se encontraba, palideciendo de horror, Marian abrazando fuertemente a su pequeña hija, con el brazo que aún conservaba y con el muñón de lo que antes fue su otro brazo derecho, cercenado por el cristal de la ventana trasera del vehículo, ambas aún con vida aunque en el caso de la joven madre con trauma post impacto y sangrado intenso que brotaba de su extremidad desmembrada. La infanta mostraba un fuerte impacto en su pecho producto del impacto de la cabeza de su madre pero nada de consideración afortunadamente para todos.
Las sirenas de la patrulla policial que asistió a la dantesca escena alertó al vasco e indicó el final de su pesadilla, Marian era atendida en sus heridas lo mismo que la sonriente Eliana, que ante aquella situación no dejaba de regalar su apreciable sonrisa a su acongojado padre que no terminaba de dar crédito a lo que había pasado y que pudo ser de peores consecuencias. Marian estaba de nuevo en manos de la justicia, de la cual nunca debió escapar, lo que sí pudo lograr su perversa compañera Alicia, huir en medio de la confusión.
Las puertas del quirófano Hospital Universitario Austral de Buenos Aires se abrían de par en par dando paso a la camilla que transportaba a la chiquilla apretando fuertemente los dedos de la mano derecha de su amoroso padre, en el umbral de aquellas puertas ambas manos se tuvieron que soltar de momento. El letrero cobre estas indicaba zona restringida para él y tuvo que quedarse con su mirada perdida en vagas ideas de lo que debía suceder dentro de aquel lugar.
A su regreso a la sala de espera imaginó la sonrisa de Eliana y su nueva vida luego de salir de aquel lugar y dejó escapar una sonrisa de esperanza. Los boletos aéreos indicaban que partirían dentro de ocho días y luego de una escala breve en el aeropuerto de Barajas en Madrid a su destino final en San Sebastián, País Vasco, en donde esa tarde se encontraría con su hermano Andrés quien los trasladaría hasta su nuevo hogar en Oyarzun.
La reclusión de Marian, ahora en la cárcel de mujeres Ezeiza daba por concluido el juicio a que luego de su detención fue reabierto y junto a las declaraciones de su ex esposo y demás pruebas aportadas por el fiscal del caso debería pasar los próximos doce años de su vida entre aquellas paredes y lo que más le dolía, alejada para siempre de su retoño y de cualquier probabilidad de volver a verla, si es que algún día le perdonaría. Lo único que la reconfortaba era saber que su hija por fin había sido dada de alta con el exitoso trasplante de la médula de su padre a que fue sometida y que le auguraba un bienestar pero lejos de su cariño y cuidados.
Restaban unas eternas cinco horas para el despegue del vuelo hacia San Sebastián y la puerta del taxi se abría para que padre e hija se trasladaran hacia la que sabían era una fila interminable de gente de aproximadamente en la ventanilla de la línea aérea, disponiendo de tiempo suficiente para detenerse a tomar un helado en el centro comercial dentro del aeropuerto. Al tiempo que la joven mesera servía el helado a Eliana, su padre le indicaba que regresaría en un momento luego de ir al baño que estaba contiguo. Al llegar a la mesa donde debía estar su niña solo se encontraban restos de su helado esparcidos sobre la mesa, su pequeña mochila de dora la exploradora y en esta una nota adherida con la siguiente inscripción: ‘gracias por salvarle la vida, ahora su cuidado y cariño corre por nuestra cuenta’. Con cariño M y A’
La pesadilla para ‘Manu’ Aguirre apenas comenzaba… de nueva cuenta.
FIN.
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