Benigno está sentado, al borde de la cama. Frente a él hay un espejo grande, se mira una y otra vez y siente vergüenza. Dios le dio un cuerpo bello y él lo ha convertido en esto. Dios le dio una vida bella y él la ha convertido en esta parodia triste. Se mira y se dice, tengo que salir de esto. Toma mucho aire y recuerda unas palabras que leyó hace tiempo. Es más, o menos algo así como, que estas triste, porque te piensas triste y el día que te pienses alegre y eufórico, así es como te sentirás. Todo está en la mente, los sentimientos no existen por sí solos, son una representación mental. Así lo ha creído hoy y por eso ha decidido recuperarse de la depresión que le causó su reciente divorcio.
Tiene que mejorar su aspecto, para volver a tener opciones. Está seguro que esa gran panza que le ha ido creciendo no le será de mucha ayuda. Tampoco le va a ayudar esa expresión triste de su rostro. Piénsate alegre, se repite una y otra vez, hasta que una leve sonrisa va apareciendo. Primero le ha parecido una tonta mueca, pero poco a poco ha ido mejorando, las neuronas han hecho su trabajo. Hoy se ha determinado a comer sano y ejercitarse, pero son las cinco de la mañana. No necesita salir de la cama tan temprano, es mejor escuchar noticias en la radio, un rato, hasta que empiece a subir un poco más el sol.
Pero también leyó, que si se piensa haciendo ejercicios es como si realmente los hiciera y que si pone en la puerta del refrigerador la foto de un abdomen de lavandero y lo ve todos los días y lo desea con toda su mente, las neuronas harán su trabajo.
Un sancudo se paseó cerca de su oído con su melodía molesta. Entonces sintió una picazón en los pies y luego en las piernas. A pesar del aire de su abanico, ellos le estaban atacando, sin piedad. Para los mosquitos no hay solución mental. Para ellos usará baygón, mechitas dos tigres y el viento del abanico.
Pero hoy el baygón ni las mechitas han funcionado. Le sube la velocidad al abanico y lo pone más cerca y siente un pequeño alivio, quizá el aire se los ha llevado. Vuelve a utilizar su mente. Él ha comprobado que la mejor forma de dormir es no pensar y la única forma de no pensar es escuchar, pero de una forma pasiva, sin análisis, sólo recibir las palabras, como un cartucho.
Trató de olvidarse de todo y sólo escuchar las noticias de la radio y dejar que el sueño lo venciera, pero no podía, ese escozor no lo dejaba dormir, era una sensación tan molesta que lo obligaba a una contorción de su cuerpo, para alcanzar sus piernas y rascarse con las uñas de las manos. Verlo moverse así, era como si estuviera despierto, pero realmente seguía dormido, estaba en ese limbo intermedio entre el sueño y la conciencia.
Trata de seguir en su mundo onírico, pero los insectos parecen empeñados en traerlo de vuelta. Aunque ya no los escucha cantando en sus oídos. Probablemente el aire del abanico funciona, pero le ha quedado el escozor de las picadas viejas.
Por más que lo intenta, no puede relajarse y dormir. Al rato, a pesar del abanico, siente calor, está empezando a sudar, siente una necesidad imperiosa y desesperante de quitarse las sábanas de encima. Se levanta, busca alcohol, el frasco no está en la mesa de al lado, debe caminar a tientas y buscar el interruptor de la luz, finalmente lo encuentra, lo sube y el cuarto se ilumina.
Parado en el mismo sitio, gira la vista alrededor, hasta que descubre el lugar donde se encuentra el frasco. Camina hacia su cama, se pone las chancletas y allí siente otro par de pinchazos en los talones. A estos mosquitos les encanta sus pies. Finalmente alcanza el frasco, le quita la tapa, vierte su líquido en las manos y se frota. Vuelve a ponerle la tapa al frasco, lo devuelve a su sitio y se acuesta en su cama, Sube el abanico a su máxima velocidad, ahora ha aumentado su ruido y casi no le deja escuchar la radio, pero siente cierto alivio.
Ahora ha vuelto a despertar. El sol ha penetrado en su cuarto. Es hora de levantarse. Se sienta al borde de la cama a recordar quien es. Luego se estira, para asegurarse de que existe. La radio sigue encendida, va a escuchar, para enterarse de las noticias. En el mundo actual, la información es vital.
Está usando calzoncillos, solamente, por eso los zancudos lo han picado tanto. Dentro de esta casa no se puede usar más ropa, porque hay un calor que te hace hervir. Cruza la sala, llega a la cocina, abre el refrigerador, ve un banano y decide comerlo. Piensa que es una forma saludable de empezar el día. Mira su abdomen de lavandero, pegado en la puerta del refrigerador, cierra los ojos y se imagina como su enorme panza cervecera se va desvaneciendo y como su cintura se va adelgazando y como los músculos de cuadritos se van formando y siente que lo está logrando.
Finalmente abre los ojos y allí aún está su panza. Entonces le va hincando los dientes al guineo, siente su masa suave y dulce, que se deslíe en su boca y una bocanada salivar que se confunde con la fruta. Ahora toma la cáscara del guineo y la deposita en el envase para basura orgánica. Regresa al refrigerador, abre la puerta, toma una botella de agua y vuelve a cerrarla. Allí esta su foto abdominal soñada, pero no cerrará los ojos para imaginarla, esta vez. Por ahora se ha dado por vencido, pero ya volverá en otra ocasión, con más fé.
La botella se siente bien fría. Vierte agua en un vaso y vuelve a guardarla en su sitio. Se toma el contenido rápidamente, siente alivio de la sed y del calor, al mismo tiempo. Se dirige al fregador y lava el vaso. Entonces regresa a su cuarto, piensa que debe ponerse algo más, para protegerse un poco de los sancudos. Abre el cajón de la cómoda y encuentra un sweater fresco, se lo pone. Ahora busca un pantalón corto, allí hay uno que no es muy caliente. El calor se va haciendo más insoportable.
Toma las zapatillas y las medias y sale, cerrando la puerta con llave. En la parte delantera de la casa, debajo de un gran árbol de mango, tiene una hamaca. Se sienta en ella y comienza a ponerse las medias. Se distrae un poco, mirando a una muchacha, blanca, de bellas piernas, usa una falda muy sexy y camina muy rápido. Usa lentes, se ve muy profesional y muy exitosa. A lo lejos ve cómo se desvanece, con su larga y ondulante cabellera negra.
A veces piensa que las personas con las que no se relaciona, no existen. Relacionarse no se refiere a verla pasar, significa cruzar una mirada, una sonrisa, una palabra, sentir el tacto de la piel y cosas similares.
Se calza las zapatillas de caminar, se amarra los cordones, se recuesta en la hamaca, toma una bocanada de aire fresco y siente una fuerza en la cabeza y la nuca, que lo obliga a recostarse, mira las nubes y recuerda su infancia, cuando le enseñaron que allí estaba el cielo, a donde iban las personas buenas.
Un zancudo le pica las piernas y lo saca de su sopor. Toma conciencia de que nuevamente se estaba durmiendo, entonces comienza a estirarse, hasta que le entra un calambre en la pierna derecha, se queja a gritos, pone la punta de los dedos del pie contra el suelo y hace fuerza, con el peso de su cuerpo, hasta que el calambre se va desvaneciendo, poco a poco.
Ahora se va sintiendo realmente despierto y vuelve a pensar en la muchacha que pasó hace poco y no sabe si es una realidad o un sueño, Sí está seguro de que la acaba de ver y que es una realidad. Pero no sabe si es una verdad, porque realidad y verdad, no siempre significan lo mismo.
Ella, quizás, es una quimera, un sueño, un bello fantasma. Quizá no la vuelva a ver nunca más, pero no la olvidará. Un ser inexistente, no relacionado a sí, pero que seguirá viviendo en su mente, en su recuerdo. Esa es una ilusión. Ella ha quedado etiquetada en un archivo de su cerebro, en un lugar remoto y oscuro. Pero siempre que vea a una mujer sexy con lentes y con bellas piernas, esa etiqueta brillará en la oscuridad.
Ahora está terminando de amarrarse el cordón de la zapatilla derecha, que se le soltó cuando estaba tratando de salir del calambre, ya está listo para caminar. Hoy está utilizando el camino del río. Cuando uno se acerca a estos barrancos, lo impresiona ese viejo y gigantesco javillo.
Cruza el puente y ve que el cauce del río ha vuelto a tener agua corriente, después de los últimos días de lluvia. En su infancia nunca vio estos torrentes secarse en verano. Ahora hay que esperar un buen invierno para ver las aguas correr. Y entonces viene el tema de la tala de árboles, de la conservación de los recursos renovables, del calentamiento global y eso le apasiona y prefiere no pensar en ello. Los pensamientos que apasionan ya no son para él, eso era para su juventud, ya él no está en edad de eso.
Allá en un barranquito lejano, a donde llega la alta marea, ve un lagarto grande que está tomando el sol de la mañana. Piensa que ese lagarto también puede ser etiquetado como una quimera. Por esa razón, decide hacerlo real y una forma práctica es arrojarle una piedra, para que reaccione. De ese modo habrá una relación entre ellos.
Le lanza la piedra y apenas le roza la cola. El animal no se mueve. Medita un rato acerca de si hubo o no una relación con el rose de la piedra y concluye que no. Se agacha, nuevamente, toma una piedra redonda, gruesa, más pesada que la anterior, como él fue lanzador de beisbol, calcula que esta piedra tiene más o menos ese peso. Se siente más cómodo con esta piedra, mira, apunta y lanza. Esta vez le piedra aterriza con fuerza contra la cabeza del animal. Ahora si ha habido una reacción.
El lagarto lo mira y se mueve lentamente hacia otra posición.
Chequea el reloj y ya ha caminado media hora. Es tiempo de regresar por el mismo sendero. Desandar un camino, una marcha matinal, un ir y venir por la misma senda, le hace recordar. Es como la vida. Por estos mismos sitios, anduvo en su infancia, con otros fines y con menos cargas en su mente.
Los años nos llenan de muchas cosas, pero las que más pesan son los recuerdos. A estos parajes venía todos los domingos en la mañana, en su juventud, a tomar un baño, antes de alistarse para ir a los partidos de béisbol. Era una rutina. Siempre llegaba allí, lleno de ilusión, sobre su desempeño deportivo. Era una de las cosas que más le enorgullecían y que más satisfacciones le produjo.
Aquí, al lado de esos árboles de guayabo, dio su primer beso a una bella princesita. Su adorada negrita, que ya se ha ido. Mientras camina, ese recuerdo sigue palpitando a la misma velocidad que su ritmo cardiaco. Ah, los recuerdos, acaso no sean reales, la mente los evoca sólo en determinados momentos. Pero es algo físico lo que los trae, un olor, un sonido, un paisaje.
Cuando va llegando a su casa, bañado en sudor, ve a Cristina. Ella está recostada en la hamaca. Lleva una blusa repelente, que muestra mucho de sus robustos y juveniles pechos. Su pantaloncito blanco es muy corto y deja ver bastante más de ella, de lo que el decoro aconseja. La bella Cristina tiene piernas gruesas, bien torneadas, muslos de un blanco puro, limpio, agradable a la vista, gruesos y firmes. En fin, su cuerpo es de aquellos que se roban el control de tu propia mirada.
Cuando lo ve acercarse, se levanta con una sonrisa coqueta y se mueve hacia él con una elegancia artística y le dice que casualmente lo estaba esperando. ¿Me quieres coger? —Le dice extendiéndole una hoja blanca donde tiene anotados los números del 00 al 99. — Tú sabes que yo no juego lotería—Responde él, tratando de no establecer una relación allí, porque ve en ella una actitud agresiva y provocativa, que hasta cierto punto le asusta.
Benigno sigue caminando hacia su casa, tratando de evitar cualquier contacto con ella, pues si bien es una mujer hermosa y coqueta, está casada con un buen amigo suyo, llamado Sabino. Conocía varias personas que decían que se habían acostado con ella por dinero. La verdad, eso le molestaba, porque su esposo, era un buen hombre.
Finalmente, el director decidió no conceder la base intencional y al primer lanzamiento le conectaron un fuerte batazo por el jardín izquierdo, fue un doblete y el Mangote anotó dos carreras. Ahora el partido estaba tres a dos y la carrera del empate en segunda base y venían a batear las jugadoras de más poder ofensivo.
El director entró a conversar con la novia de Teo, para tranquilizarla. Le dio un voto de confianza. La primera estaba vacía, nuevamente se formó la discusión Teo decía que había que darle la base por bolas a la futura novia de Benigno, para luego poder jugar por el doble pley, pero sus vecinos de grada, seguían en desacuerdo con él.
Pero esta vez la dirección si se apegó al librito y le dieron la base intencional. Entonces vino el tercer bate, era la receptora, una muchacha de mediana estatura, pero bien corpulenta, fácilmente pesaba más de docientos libras, pero de puro músculo.
Al primer lanzamiento la sacó del estadio, pero de faul. La gente le gritaba que no le tirara nada bueno, que todavía podía llenar las bases. Después vinieron dos bolas malas, que ella pacientemente dejó pasar.
Entonces le puso una con efecto, que fue bien conectada, pero de frente, la muchacha del campo corto se lució, recogió, piso la segunda base y puso un tiro perfecto a la primera base, completando el doble pley.
Hubo algunas protestas de la gente de El Mangote, pero esta vez la jugada fue más clara. Un poco estrecha en primera, pero estuvo bien cantada según la gran mayoría de los presentes.
El partido terminó, tres a dos a favor de las muchachas del pueblo. La chica que Teo perseguía, lanzó todo el juego. Lo primero que hizo Teo fue ir a comprar dos cervezas. Le ofreció una a Benigno, pero éste la rechazó.
Después caminaron hacia la lanzadora del equipo del pueblo. Teo le presentó, a la muchacha que estaba tratando de conquistar, ella se llamaba Esther. Era alta, de piel morena, ojos achinados, cabello negro, largo, que se recogía con un gancho.
Teo le ofreció la cerveza de Benigno a ella, quien la tomó agradecida, para aplacar un poco la sed. Conversaron un rato, Benigno pensó que en verdad la muchacha era una persona muy agradable. Teo le preguntó si ella conocía a la tercera base de El Mangote y ella le respondió que sí, que estaban en el mismo salón en la universidad y que era una excelente jugadora de softbol, y que ellas eran buenas amigas y a veces salían juntas con otras amistades.
Teo le preguntó si ella tenía novio y Esther le respondió que casualmente, hacía como un mes que había terminado con él y que le había comentado que por ahora no quería saber nada de hombres. Teo animó a Benigno, recordándole que ellas siempre dicen lo mismo, pero no es verdad.
Teo invitó a Esther al cine y ella aceptó y también propuso presentarle la muchacha del Mangote a Benigno. Se reunieron cerca del auto de Teo y acordaron ir todos al cine en la noche.
La muchacha se llama Bélgica y se mostró muy amigable con Benigno. Este quedó encantado porque le pareció que ella era una mujer inteligente. Subieron todos al auto de Teo. Primero llevaron a Bélgica, hasta El Mangote, después dejaron a Esther y finalmente Teo llevó a Benigno de vuelta a su casa. Prometió pasar a recogerlo a las siete. Luego irían por las chicas y después al cine y si tenían suerte, algo grande podía pasar esta noche.
Benigno salió del auto y se dirigió a su residencia. Abrió todas las puertas y ventanas y miró el reloj. Eran las tres de la tarde y a pesar de haber permitido la entrada de toda la ventilación posible, aún se sentía ese calor picante e insoportable.
Salió, dejando todas las puertas y ventanas abiertas. Caminó hasta el árbol de mango y se metió en la hamaca, porque allí afuera se sentía un poco más fresco. Sin darse cuenta, se quedó dormido y despertó asustado, porque por un instante pensó que sería demasiado tarde, pues la temperatura había bajado bastante y estaba medio oscuro.
Se levantó apresurado y entró a la casa. Buscó el reloj. Eran las cinco. Salió nuevamente y entonces se dio cuenta que de repente la tarde se había nublado, como para llover. Decidió ir a cenar antes de bañarse y vestirse.
Llegó al restaurante, había una pequeña fila. Tenían una buena variedad de platos, pero le llamaron la atención las patitas de cerdo. Se las sirvieron con arroz, porotos y un plátano en tentación. Pidió una soda coca cola, puso todo en su bandeja y se dirigió a una mesa vacía.
Casi estaba terminando de cenar, sus manos estaban un poco pegajosas, porque había agarrado las patitas, para sacarle provecho a cada una de sus suaves cueros y nervios. Limpió el plato. La comida estuvo deliciosa, había quedado totalmente lleno y satisfecho.
Entró al servicio para orinar y lavarse las manos pegajosas. Cuando iba saliendo del baño, entró al restaurante un niño. Llegó corriendo apresuradamente y gritando que había un ahorcado en el javillo grande, cerca del río.
Eso estaba en el camino que Benigno había utilizado en su caminata matinal. Allí ya se habían ahorcado varias personas. El restaurante quedó vacío de inmediato. Parecía como una procesión, todos camino al río.
Antes de llegar al área que el niño había descrito, Benigno vio el pickup de Sabino, estacionado a la orilla. Le pareció extraño, porque esa no era un área para tránsito de vehículos. Pero pensó que quizá Sabino llegó hasta allí en su auto y luego siguió a pie, como todos los demás curiosos, hasta el lugar de la tragedia.
Cuando llegó cerca del javillo, no pudo distinguir quien era el ahorcado, pero sí pudo ver unas botas amarillas de trabajo, que se mecían con la brisa. El hombre estaba colgando en una gruesa rama.
El cuerpo estaba bien alto. Alguien a su lado preguntó quién era y le respondieron que Sabino. Después se escuchó a otro que dijo que esa tarde se había enterado que su mujer hacía tiempo que lo estaba quemando. Benigno miró con más atención y en efecto, no había dudas, era Sabino.
Benigno se fue, mentalmente, trato de ubicarse allí un par de horas más temprano. Quizá la muerte ocurrió en el preciso momento que él despertó en su hamaca, porque sintió como un sobresalto y un raro miedo que no supo explicarse y la oscuridad a esa hora tan temprana.
Seguro que el ascenso del alma de Sabino, algo tuvo que ver, con todo aquello. Trató de escenificar aquellos trágicos últimos momentos de vida de ese ser humano, lo veía como había escalado bien alto, había amarrado una soga en una rama muy gruesa, se había puesto el lazo en su cuello y luego se había lanzado al vacío, para de esa forma borrar su afrenta.
Los bochinches viajan muy rápido. Benigno camina ahora, de regreso a su casa, totalmente desanimado. Seguro que la muerte de Sabino había tenido que ver con él.
La verdad sazonada, que se puso a rodar en la mañana, de seguro llegó hasta él. Probablemente, lo escuchó por accidente. Alguien que no le conocía comentó las andanzas de la mujer de un tal Sabino, dijeron el nombre de ella, el otro no sabía quién era Sabino, otro comentaría que no lo conocía pero que tenía un pick up, hablarían de todas las cosas que se decían de ella, que hacía algún tiempo estaba con alguien teniendo sexo en el llano del parque y que su propio marido anduvo por todo el pueblo, regando la información de una mujer teniendo sexo con un hombre en el parque, sin saber que era su esposa y de cómo la gente de aquel pueblo, se burlaba de ese pobre tonto.
Y finalmente, seguramente habrían comentado de su última aventura, con un tal Benigno, que la metió en su propia casa y tuvo sexo con ella, por menos de cinco minutos y de cómo la gente se burlaba también de la velocidad sexual del tal Benigno. Pero en la mente de Sabino, seguramente, sólo destacaba su bella y amada esposa, reiteradamente infiel. Y la traición de uno de sus amigos.
Benigno no saldrá esta noche. Se ha encerrado en su cuarto, no puede apartar de su mente la imagen del ahorcado. Se repite que todo está en la mente. Piénsate alegre, se repite una y otra vez y se mira al espejo, pero su rostro le niega la sonrisa, ni siquiera la mueca le sale y su panza cervecera se destaca. Esta mañana decidió salir de la depresión y ahora no puede más que dormir con ella.
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