Llegada las cuatro de la tarde, el cielo estaba nublado y cada segundo que pasaba se oscurecía más y más. Parecía que iba a llover o caer una gran tormenta. Me entró escalofríos en todo el cuerpo. Tomé mi abrigo que llevaba atado a la cintura, lo sacudí unos segundos para adentrarme en él. Tengo la costumbre, como la gran mayoría, de cerrar los ojos cuando me coloco una prenda. Los abrí viendo al cielo negro. Ni siquiera el sol se veía. Todo se volvió absolutamente oscuro. Calles enteras, carteles publicitarios, semáforos, centros comerciales. No había luz eléctrica ni proveniente del sol. Hubo choques de vehículos, gritos de personas desesperadas y asustadas, corridas a ciegas. Los malhechores que se encontraban por la zona aprovecharon la oportunidad para delinquir. En tan solo unos segundos, la ciudad fue un caos.
Tenía que tomar el transporte público para llegar a casa donde me esperaba mi mujer, sin embargo, sabía que era inútil pensar en ello, jamás llegaría. Solo podía alumbrar con mi celular, pero me quedé sin batería. Olvidé cargarlo la noche anterior, que imbécil.
Caminé por la vereda, asustado y con frío, tanteando las rejas de las casas. No veía ni siquiera mis manos todo se había vuelto oscuridad absoluta. Tampoco supe, al igual que todos, qué estaba pasando. Solo caminaba perturbado intentando encontrar un escondite.
Pedí ayuda a las personas que sentí cerca, pero era inútil solo encontraba insultos y empujones. Llegué a una esquina, me frené aferrado a un poste de luz. Temía cruzar la calle. En ese momento, escuché un grito de auxilio. Por el tono y espesura de la voz supe que era una niña. Presentí que venía desde mi frente, así que deduje que se encontraba dentro de algún automóvil. «Tal vez en el momento del apagón chocaron y los padres murieron» fue lo primero que se me vino a la mente cuando la escuché. Tomé coraje y guiándome por su voz fui a ayudarla. Toqué la parte delantera del automóvil, se encontraba en perfecto estado. La niña se hallaba dentro, dijo que no podía salir porque la puerta se abría solo desde el exterior. Le pregunté por sus adultos responsables, pero no recibí respuestas. Luego le expliqué que sería más seguro que se quedará allí, porque él afuera era un caos. Furiosa golpeaba fuertemente el vidrio pidiendo que la abriera. Le hice caso, en ese momento bajaron del auto dos hombres que me golpearon en la cara para, posteriormente, robarme mis pocas pertenencias. Quedé tirado en el suelo. Volví a pedir ayuda, pero nuevamente fue inútil. Me arrastré como pude hasta el asfalto de la vereda, en el transcurso recibí varios pisotones en la espalda.
Ya estaba muy debilitado, con mis últimas fuerzas grité pidiendo auxilio. Lo hice por varios segundos hasta que sentí una mano sobre mi brazo. Luego escuché una voz que me dijo:
—Yo te ayudaré.
Le expliqué que estaba mal físicamente, de manera que, el sujeto cruzó mi brazo sobre su cuello y caminamos alrededor de veinte metros. Me recostó sobre un cojín y me ofreció comida. Sabía un poco rancio, pero qué rayos, comí de todos modos. Noté que escuchaba los gritos de las personas un tanto lejos. Supuse que estábamos dentro de algún hogar, entonces le pregunté:
— ¿Estamos en tu hogar?
Evitando la mía, me preguntó:
— ¿Qué te ha pasado?, digo por tu estado físico.
Le conté sobre la niña, los malhechores y las pisadas. Luego, cambiando de tema, le dije que estaba lejos de casa, que tenía esposa y estaba preocupado por ella. Entonces me preguntó:
— ¿Qué hacías por aquí?
—Trabajo por aquí, soy el gerente de la fábrica de chocolates de la ciudad. Tenía que volver a casa en transporte público, porque mi chofer pincho en el camino. Después vino el apagón y no pude retornar —respondí mientras irrumpí a llorar. Luego proseguí:
—Ojalá todo vuelva a la normalidad. ¿Qué pasará si no vuelve la luz o el sol? estaremos condenados a la ley del más fuerte, a todos contra todos. —Seguí llorando hasta quedarme dormido.
Sentí que alguien me estaba empujando y oía entre dormido que me decía:
—
Despierta, despierta.
Abrí los párpados lentamente y un rayo del sol me atravesó los ojos dificultándome la vista. Luego de unos segundos, míos ojos se acostumbraron a ese reluciente y despampanante sol. Intenté sentarme y me di cuenta de que había dormido en un colchón que se hallaba en el suelo. Sentado en su punta se encontraba un hombre de edad avanzada. Su vestimenta estaba sucia y rota, con su mano derecha sostenía un sombrero con dinero y con su izquierda, un bastón. Se dio media vuelta y me dijo:
—Ya es hora de volver a casa.
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