Aquellos dos pescadores me recordaron a la primera vez que tuve que practicar la paciencia.
¿Qué digo? Ni siquiera me acuerdo si esa fue la primera vez.
En realidad, esos dos pescadores, solo lo estaban haciendo por deporte -lo cual sigue pareciéndome cruel- y en realidad, el verlos solo me llevó automáticamente a recordar a Lolo, mi abuelo.
Aquellos dos pescadores, esa tarde, fueron la excusa perfecta para después escribir un poco sobre él.
Lolo era una persona muy tranquila y me sobran los dedos de una mano para contar las veces que lo vi enojado.
También, era un amante de la naturaleza y sobre todo, la pesca.
Cada verano, viajaba con mi tío a San Blas. Allá, se embarcaban en botes, sin importar el clima, para poder agarrar las mejores especies.
Recuerdo verlo llegar, mientras bajaba de su antigua camioneta celeste -un celeste bastante gastado- con una sonrisa enorme y el entusiasmo de un niño, mostrando a modo de premio lo que habían logrado.
Por supuesto, el pescado más grande lo dejaba para una ocasión importante. Si supiera que ahora soy vegetariana se reiría, pero intuyo que respetaríamos nuestros ideales.
Algo que me parece maravilloso de la infancia es que cuando unx es niñx imagina todo con asombro y era tal la alegría que Lolo emanaba y transmitía en sus regresos, que un día con Jor propusimos ir a pescar con él.
En mi mente, creía que se trataba de enganchar «algo» a una caña, ponerlo en el agua e ir sacando peces, como quien junta piedras de un lago.
Llegamos al arroyo del campo, nos asignó la tarea de buscar la carnada y dejó la parte más compleja en sus manos.
Estando todo preparado, lanzó la caña al agua y nos dijo que nos pusiéramos cómodas, porque todo se trataba de sentarse y esperar a que esta empiece a moverse. ¿Eso es todo? pensé.
No recuerdo cuántas horas estuvimos ahí -la percepción del tiempo parecía eterna- pero no pescamos absolutamente nada. Él nos dijo que a veces podía pasar, pero que estar toda la tarde ahí había sido lindo.Esa fue la única vez que fui a pescar, sin haber pescado nada.
Aquellos dos pescadores que vi en lagos de regatas en Belgrano, tan concentrados y detallistas en la actividad, parados observando el atardecer y atentos al movimiento de las cañas, me hicieron acordar a él.
Y pienso que me encantaría volver a compartir otro momento así: en la calma del campo en Henderson y tomando unos mates con él, porque ahora sí me gustan.
Y también pienso, que comprendí la importancia del silencio, la calma y la paciencia de la que mi abuelo, Lolo, disfrutaba tanto hasta en compañía.
Porque hoy, yo también la disfruto.
OPINIONES Y COMENTARIOS