Y entonces la expedición se detuvo en el recodo de la vida, tenía el mapa dibujado en la piel del olvido. Recordó entonces, que el olvido empezó siendo un sueño.
Caminaba en círculos cuando pretendía encontrar una manera de escapar, no sabía si hacerlo por el aire, por la tierra, por el agua, sabia que tenía la única oportunidad de llegar a lo que en su mente, era el camino de la esencia que le daba forma, una nueva respiración. Así que lentamente la expedición, esa que comenzó solitario y en silencio, recoge las maletas del ayer y se pone de nuevo en marcha. No menos ligero, no menos pesado, no menos seguro. Condenado a la lejanía.
Trataba de ir dibujando mapas en las arenas movedizas de su trayecto, un horizonte desconocido, iba paso a paso hacia la luz incandescente que lo guiaba al más allá. Se abre lentamente una puerta, su particular sonido decadente y solitario, le recuerda al caminante lo que ha dejado, pero se anima con la esperanza de ver lo que hay después de la puerta. Vacila un poco, respira, toma su maleta, se detiene, escucha atento el sonido envolvente del viento, casi hipnótico y magistral, cierra los ojos y se permite tomar un sorbo de esa caluroso aire, se estremece, de nuevo abre los ojos y puede ver que su destino apenas comienza a tener forma. Baja lentamente las escaleras que lo separan del suelo, pisa, se arrodilla y besa la tierra que a partir de ahora, le salvará la vida.
Sólo entendía la ciudad, a través de fotos, investigaciones y una abultada imaginación, pero en ese momento de tocar tierra, comprendió que el olor imaginario era tal cual al olor real, a esto olía Madrid, ese olor particular de ciudad, de historia, de años transformándose y dejando huellas imborrables. Podría sobrevivir a tanta ciudad?, sólo sabia de ella en la incalculable pasión de poderla oler algún día. Y aquí estaba parado con su maleta, paralisado, hipnotizado, a punto de llorar. Cierra los ojos, da una bocanada a ese olor mágico que camina entre la imaginación, el corazón y la verdad y comienza entonces su expedición a esta ciudad. Paso a paso, Madrid se fue metiendo bajo la piel como una fuerza imparable, como la esperanza de tocar la Tierra Prometida, tan desigual, tan antigua, tan moderna, tan hospitalaria pero tan fría. Era el caminante tan extranjero como propio en cada esquina. Tanta zarzuela, tanta vanguardia, tanto adoquín, tanta modernidad… y estaba el caminante sentado en el Parque de El Retiro contemplando la quietud, el latido profundo y constante de una ciudad que no duerme, que no pasa, que son muchas ciudades y que es única. Era el caminante y su expedición de soledad, como esos poetas que llegaban a Madrid a comerse el mundo armados de papel y letras, pero él sólo tenía su maleta tan vacía pero tan llena que no sabría decir si iba o llegaba. Aquí el caminante comenzó a tener sentido, miraba sus manos como acariciaban el frío mármol de las esculturas que vigilantes pasaban los años entre inviernos y veranos. Volvía nuevamente a dar una bocanada a ese aire que durante tantos años lo dejaba volar, que lo salvaba de la soledad, escribía: » Mi expedición ha llegado a buen puerto, no ha sido en vano la soledad y el silencio, no fue en vano haber soñado, porque aquí en medio del caos, mi alma puede descansar en paz».
Por qué Madrid? mil veces se lo preguntaron al caminante. Lo creían loco, que su obsesión estaba fundamentada en estupideces, nadie se preocupaba por entender que era un sentimiento que se llevaba en el alma desde siglos atrás, nadie comprendía que el caminante debía cumplir un algo que estaba aferrado en su sangre, que debía regresar a oler el olor particular que le devolvía lo que fue. Cuando el caminante se hartó de dar explicaciones, cuando se cansó de ver cómo destruían sus sueños, prefirió callar, y escribir en su memoria, en su piel, la expedición a Madrid.
Hoy el caminante deambula entre los mapas dibujados en su memoria, ve cómo pasa el tiempo, como sus manos envejecen, como sus sueños se desvanecen, permanece sentado en la banca del parque donde las palomas van y vienen, los niños corren, el viento acaricia su frente. ¡Cómo dejé pasar esto que me hace sentir de nuevo ! se decía así mismo el caminante, con la maleta en un costado. Como entre un embrujo, abre su maleta y sólo encuentra cuadernos, agendas, mapas marcados, canciones, fotos, propósitos de fin de año, papeles sueltos, tinta azul mezclada con lágrimas y desolación. Cerró de nuevo la maleta y de nuevo comenzó la expedición de esa ciudad tan apretada y sabrosa, donde el mar sólo era una ilusión.
Ahogado entre sombras, despierta sediento, temeroso y con una angustia enorme en su pecho. Lentamente baja los pies al suelo, percibe el frío del suelo, desorientado, se sienta en la cama, se lleva las manos a su cara, siente la tibieza de las lágrimas que caen entre sus mejillas, tiembla.mira a su alrededor, tiene a su lado la maleta, y una pequeña luz traspasa la cortina de su ventana, pronto amanecerá, se comienzan a escuchar algunos pájaros saludando el nuevo día. Tarda un rato más en comprender dónde está, y qué debe de hacer. Tenia 45 años, había caminado la vida entre golpes y alegrías, pero siempre con un sueño por cumplir, obsesionado creó su otro mundo, lo escribió tantas veces que ya era parte de su esencia. Y hoy al despertar, al mirarse al espejo comprendió que el olor que había olido, lo había sentido en su vivido viaje astral que despegó su alma del cuerpo y lo llevó sin límites, sin fronteras, sin pasajes ni aviones, a ese Madrid de reyes, de grandes luchas, de museos, de música, comidas, a ese Madrid que lleva en la sangre y que está años luz de conocer de verdad.
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