Breve resumen del hombre

Breve resumen del hombre


Teódulo López Meléndez

A manera de breve noticia

Decido organizar un pequeño volumen que he titulado “Breve resumen del hombre”, al albur del artículo de prensa. En efecto, las noticias sobre el hombre son cada día más escasas. Una paradoja se le agrega en el caso venezolano: si uno se remite a lo que escribía años atrás, décadas atrás, encuentra una repetición de los comportamientos viciosos, unos que escapan a las características democráticas o autoritarias de un régimen en turno, unos que parecen sembrados en nuestra psiquis y en nuestras prácticas políticas.

En el contexto global vuelve a aparecer un divorcio entre las ideas y los gobernantes. El hombre se llena ahora de populismo y autoritarismo convencido de una democracia enclenque que no da respuestas. Si uno mira los años finales del siglo XX, el agotamiento ya está anunciado. Sin caer en determinismos históricos se presencia como, coincidente con esa medición del tiempo, brota el cansancio como norma, uno donde cambian las denominaciones o los adjetivos, pero uno recurrente.

En lo nacional venezolano los períodos son más cortos, quizás afortunadamente. El líder providencial, el Mesías, o las “venganzas” contra los demócratas convertidos en castas, están allí y acullá. El desinterés por la res publica es otra constante.

La pandemia ha vuelto a poner sobre el tapete los eventuales cambios del hombre, lo que no nos debe hacer olvidar que, en principio, se acelerarán los elementos que estaban planteados, tales como nanotecnología, inteligencia artificial o coches eléctricos, mientras miramos de soslayo otro virus que está en las puertas de nuestra existencia: el cambio climático. En el terreno de lo político olvidamos que la democracia es esencialmente renovable, que si seguimos con los mismos conceptos y paradigmas vamos a consolidar esas dos peligrosas bacterias llamadas autoritarismo y populismo. Lo más destacable es que los jóvenes que aparecen en escena traen los mismos conceptos y la misma praxis, como provenientes de un contagio.

Hemos asistido sólo a una pandemia, sin embargo las reflexiones están allí, desde siempre, tanto que este pensador se queda perplejo cuando revisa lo dicho y se pregunta si no será lo mejor dejar quieta esta “Breve noticia sobre el hombre” y admitir que el hombre lleva en sí la pandemia.

Teódulo López Meléndez

Caracas,diciembre de 2020





La era de los mitos

El progreso fue presentado como el logro, lo tangible que habría de cobijarnos. Quizás debimos estar atentos a que sería de inteligencia artificial. El hambre campea, los poderosos evaden el tema del calentamiento global, millones de refugiados tratan de encontrar cobijo.

Como nunca se habla y se defienden los Derechos Humanos, mientras a más seres se les violan. Se declara sobre ellos y se le adjuntan denuncias y documentos, pero allí siguen los tormentos.

El siglo XXI se aprestaba a las grandes uniones continentales, pero ahora tenemos nuevos brotes de nacionalismo, de racismo y xenofobia. La política se aleja de todo sentido ético para convertirse en esfuerzos por perpetrarse en el poder. El Estado encarnando a una nación hace retumbar los gritos de “patria”.

No entremos a discutir si este redondo 2020 marca el inicio de una nueva década, baste recordar que estamos saliendo simplemente de la vuelta de un astro sobre otro para recomenzar.

Los pronósticos sobre los caminos no son optimistas. En el siglo XX se “resolvió” con dos conflagraciones mortales. A estas alturas del 2020 la interrogante es cómo se enfrentará la caída de los mensajes pletóricos, aunque recordemos que las guerras globales han sido sustituidas por las locales, con una organización mundial que se estableció para prever la guerra entre Estados, siendo hoy al interior de los Estados.

Han cambiado muchas cosas en el enfoque de lo cotidiano, como, por ejemplo, el trabajo. Uno observa el comportamiento de los jóvenes (millenial, zeta y algún otro nombre dado por la sociología) y encuentra cansancio, hasta tal punto que quizás sea una combinación de aburrimiento y cansancio lo que hace al hombre de hoy. Sin excluir exigencias de otro tipo, estos elementos están presentes en muchas de las rabias sociales que han estallado en 2019 por el mundo, incluida América Latina. Sumemos la percepción de injusticia.

El líder populista, frente a lo evidente, ha sido la única respuesta que la política nos ha suministrado. La literatura tiende a hacerse guion cinematográfico y la filosofía nos describe el hartazgo. Las preguntas sobre el devenir del Ser son cosas del pasado.

Son ciclos, puede argumentarse. No lo discutimos, sólo dejamos constancia de estar en uno.

El clima del hombre

Las primeras advertencias se originaron en la década de los 50 del pasado siglo. De allí en adelante siguieron los Informes de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). No había duda, eran los humanos los responsables emitiendo gases invernaderos como el dióxido de carbono, metano y óxidos de nitrógeno.

Comenzaron los acuerdos, desde Kyoto hasta París, incumplidos, con abandonos de gobiernos que creen eso es una falsificación que afecta su producción interna. La escasez de voluntad queda patente en el último evento, la Conferencia de las Partes (COP25), el órgano de decisión de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada en Madrid.

Ya el objetivo los 1,5ºC. quedó atrás, la temperatura terrestre subirá al menos dos grados. Vista la falta de voluntad política de los gobernantes, los científicos se plantean la ingeniería climática futura. Si no hay política habrá ciencia, parece ser la consigna. Se lanzarán partículas de aerosol para desviar luz solar hacia el espacio, tal vez cuando millones comiencen a salir de la India. Pero ¿y la acidificación de los océanos? Se lanzarán nutrientes al mar en lugares seleccionados para aumentar la producción de fitoplancton, se nos dice.

La lista es larga: aerosoles de sulfato, reflectores espaciales, aerosoles estratosféricos, cultivar biomasa, aumento de la alcalinidad oceánica. Quizás cuando las capas de hielo de la Antártida hayan colapsado o cuando la hambruna produzca más desplazados.

La ciencia trata de responder, sobre el clima del planeta, pero nadie trata de hacerlo sobre el clima interior del hombre. Prevalece la economía, la suprema responsable de índices de producción y de los climas políticos internos que permiten la conservación del poder y la influencia planetaria. Esas perturbaciones internas hay que evitarlas, hay que decir progreso y mostrar cifras, aunque una realidad realenga haga decir a los observadores que la economía está detrás de los conflictos que lanzan las manifestaciones callejeras.

Ya no se está no está al servicio del hombre, se está de las apariencias, con populismo y remedos. El reclamo exige la supervivencia del hombre y la de este pobre planeta que aún es su casa.

El hombre que huye

La historia, podríamos argumentar, es la de un hombre caminando. No siempre huía, buscaba. Comenzó a caminar desde África hacia Asia, posiblemente hace 70 mil años, y siguió caminando hacia el resto del mundo.

El hombre aún sigue caminando. En 2019, el número de migrantes alcanzó la cifra de 272 millones. Son el 3,5% de la población mundial, cifra que aumenta cada año, una de la que ahora formamos parte los venezolanos. De ellos 36 millones son niños. Ahora se mueve para escapar de las guerras, por persecuciones políticas, por violaciones de Derechos Humanos, en busca de mejores salarios y vida, por hambre, a lo que debemos sumar una causa inocultable: el cambio climático.

Estas migraciones de hoy traen separación de la familia, inescrupulosos traficantes, prostitución, racismo y xenofobia, dramas, conflictos y en muchos casos la muerte. Para enfrentarlo las Naciones Unidas aprobaron la Declaración de Nueva York, para compartir responsabilidades, salvar vidas y proteger derechos. En la práctica, vemos barcos a la deriva en el Mediterráneo a los que se niega un puerto, la construcción de muros o la represión en Centroamérica, sólo para citar pocos ejemplos.

En el papel todo está dicho, desde Nueva York hasta Marruecos, donde una Conferencia sobre Migración del 2018 dejó establecidos los derechos laborales hasta los casos de migrantes desaparecidos. La verdad es del horror y de la consecuente impunidad. Del lado contrario, sin embargo, se recuerda como la migración ha sacado a millones de la pobreza y fomentado el crecimiento económico y como la inteligencia permite a los países receptores una prosperidad adicional por la llegada de los que caminan o navegan. Un detalle es que crece el porcentaje de mujeres universitarias que se van de su país de origen buscando salarios más altos. Las restricciones draconianas a las migraciones perjudican, en primer lugar, a quien las practica.

El mundo que hemos conocido fue determinado por los desplazamientos masivos. El mundo por venir lo será por estas masas de migrantes a los que hoy vemos en su drama. Quizás deberíamos hablar de la construcción de una superficie apta para la vida. Dicho de otra manera, este relato hay que insertarlo en el concepto de justicia global.

Democracia: La debilidad fundamental

La democracia es un invento de Atenas, al igual que la tragedia. Si vemos bien Grecia era trágica más allá de los hermosos textos literarios que crearon la palabra tragedia. Aun así, no es por ello que podemos definir a la democracia como trágica. Lo es porque la hemos defendido por oposición a totalitarismo. Así, hemos querido la democracia porque no queremos la dictadura.

La democracia es trágica porque tiene elecciones y la real pregunta que se formula cada vez que se convoca al pueblo a las urnas es si quiere seguir viviendo en democracia. En la democracia, el “pueblo soberano” bien puede decidir que quiere vivir en dictadura, por diversas y variadas razones, porque en la democracia no ha encontrado seguridad, ni eficacia ni resolución del conflicto.

La democracia es una administración de los intereses encontrados. La democracia es mediación y cuando no se media, cuando no se respetan las reglas que permiten la sana administración de las contradicciones, pues comiéncese a llamar a ese régimen como sea, pero no democrático. De esta manera, en sentido estricto, no puede haber una “revolución democrática”, lo que no pasa de ser otra frase populista, puesto que se trata de una democracia o de una revolución, términos antitéticos.

Mucho se ha escrito sobre la decepción de la democracia que sufren los pueblos por su supuesta incapacidad por resolver los problemas, en esta parte nuestra del mundo los eternos, la pobreza, la falta de educación o la inseguridad. Algunos sostienen que es necesario llenar la democracia de adjetivos (liberal, popular, etc.), mientras otros piensan que se le está pidiendo a la democracia lo que no es de su esencia o competencia. En otras palabras, la democracia es simplemente un sistema político formal. La eficacia o ineficacia no pueden, así, atribuirse a un sistema político específico. La democracia sería, desde este punto de vista, ajena a la ineficacia de quienes la encarnan desde el poder. Quienes la encarnan son elegidos por el pueblo. Al contrario de alguna expresión infeliz, los pueblos tienen una aguda tendencia a equivocarse y también, por supuesto, a ser manipulados. La esencia de la democracia es la contradicción y su debilidad más peligrosa es la falta de cultura.

La democracia como riesgo

Democracia y dictadura no compiten en términos de eficacia, una no es más eficaz que la otra. La democracia es libertad y el totalitarismo es opresión. La democracia se llena de contenido, de respuestas, de logros, dependiendo de quienes la ejercen y sobre todo de quienes la piensan. De esta manera, el asunto de la cultura reaparece en toda su magnitud.

Valoremos, es necesario, a la democracia sin el referente alternativo de la dictadura. Debe perseverarse en la defensa del único clima posible a la creación, el de la libertad, señalando constantemente toda desviación. Constantemente traigo a colación como algunas de las más brillantes cabezas europeas entre el final del siglo XIX y comienzos del XX combatieron las monarquías corruptas y pedían la república para luego decepcionarse de la república y dirigir sus invectivas contra las mayorías, dando, así, desarrollo al germen fascista. Este último también se engendra, pues, en la democracia trágica. Retroceder a la aristocracia del pensamiento no es la salida.

Debemos, a estas alturas, aprender la lección: la democracia es riesgo. En su búsqueda de las formas de gobierno el hombre sigue razonando. Si bien murieron las ideologías, no lo ha hecho la ciencia política. La soberanía radica en el hombre y el pueblo la ejerce en su nombre. Debemos aprender que una cosa es el ejercicio del poder y otra la reflexión sobre los valores esenciales de la humanidad, la libertad incluida.

La palabra “intelectual” (y el concepto, claro está) es de producción francesa, por lo que pido excusas por el exabrupto de decir que Platón fue el primer “intelectual” que pensó sobre la política. Desde entonces muchos dicen que gobernar es dirigir por el camino de la mansedumbre a un rebaño ya manso, como bien lo recuerda Peter Sloterdijk en su libro Normas para el parque humano. Infinidad de intelectuales se han dedicado a pensar como gobernar a los hombres y, a pesar de las inmensas variaciones que ha sufrido la politología, renovable como cualquiera, sigue vigente la idea platónica del gobernante como tejedor, es decir, el que entreteje de la mejor manera las propiedades de los hombres que resulten más favorables a los intereses públicos. Esa democracia debe serlo de este tiempo.

Regenerar tejidos

Las quejas se han hecho, incluso, estadísticas, amén de literatura de ficción. Los estudios demuestran que los latinoamericanos no privilegian la democracia. Ya en alguna otra parte he dicho que la democracia es un sistema político formal que parte de la libertad y que, en consecuencia, es apenas un inicio. Uno de los asuntos centrales quizás está en el rol de los políticos, estos es, los que ejercen la conducción de los asuntos públicos y el manejo de las finanzas comunes. La actividad política se ha ido desprestigiando: cada vez menos gente capaz se inmerge en la política.

No hay ideas en el mundo de la acción pública, lo que queda es la administración común y rutinaria. La experiencia venezolana indica que ese desapego es una de las causas por las cuales vivimos lo que vivimos. Los ciudadanos no son más que individuos exacerbados que no miden las posibilidades de afectación que tiene sobre su entorno egoísta la apatía hacia lo colectivo.

La crisis política es un aspecto o una faceta simple de una crisis más profunda. Lo que está en crisis es el hombre mismo y, por ende, su forma de organizarse políticamente. La democracia resiste y lo hace, para paradoja de los extremistas, en pasos como los de la unidad europea, aunque en el interior de esos países los ciudadanos no se distingan en mucho de los demás, en cuanto a aburrimiento, a cansancio, a automatismo. Aún así el poder de decisión, la real posibilidad de elegir o de cambiar la dirección de un país, siguen sujetos a la imaginación desarrollada en el campo de la política. La democracia, como todo, es un labrantío donde la capacidad inventiva debe estar siempre presente, sobre todo si partimos de la conclusión clara de que el mundo no puede ser perfecto (la muerte de la utopía) y que el camino está en su búsqueda permanente.

Hay y habrá sobresaltos. La crisis produce brotes totalitarios. No hay tiempo para pensar ni es productivo hacerlo. O quizás sea más fiera la conclusión: a poca gente le interesa devanarse los sesos en las formas posibles de organización social. Una de las conclusiones obvias es que necesitamos más que nunca de la democracia, en estos tiempos en que no se consiguen ideas y gobernar se ha convertido en una tarea para mediocres.

La historia irreconocible

Cuando Catón, el gran tribuno del Senado, vio llegar los objetos y conocimientos griegos a su amada ciudad supo que la Urbe estaba perdida. En buena manera vislumbró lo que los filósofos del posmodernismo llaman el «hombre estético». En otras palabras, vio que Roma caería vencida por la cultura griega.

Los políticos no terminan de aprender que quienes hacen la historia que vale la pena son los creadores, más que todo los que viven en el lenguaje. Puede decirse que Aníbal, con sus elefantes y su terquedad, cruzó los Alpes y que Bolívar cruzó los Andes en procura de imitar su grandeza, pero fue Polibio, trasladado a Roma como esclavo de guerra, (a quien realmente hay que prestarle atención), el que se preguntó sobre el sistema político romano en procura de una explicación de cómo aquellos toscos habían empleado la modesta suma de 56 años para acabar con una de las más esplendorosas civilizaciones que hayan existido sobre la faz de la tierra.

Puede que la verdadera historia sea aquella de la civilización y que la historia política sea, apenas, una planta parásita que ha usurpado nombre y lugar. Si es así, entonces la historia es la del crecimiento espiritual del hombre. Lo que los hombres hemos estado denominando historia es sólo lo aparente, lo visible.

Volviendo a Roma, uno recuerda que los historiadores republicanos describieron con pestes y culebras la era monárquica, olvidando que sin los reyes Roma jamás hubiese puesto sus legiones a dominar al mundo conocido.

Ya no abundan tanto los profetas, al fin y al cabo los hombres tenemos ahora a Internet y a los horoscopistas, más a Derrida, a Barthes, a Blanchot, a Hjemslev o a Wittgenstein, que son algo diferentes. Nostradamus fue el más destacado profeta del pasado, pero hubo muchos, como uno portugués llamado Bandarra que nació en una humilde villa denominada Trancoso y que no alcanzó la fama de aquél por la sencillísima razón de ser portugués. En cualquier caso los profetas decían lo que los humanos querían entender.

Tenemos ahora la chatura de la pantalla y relojes que han escondido el día y la noche y que pretenden convertirnos a todos en astronautas sin las viejas referencias que construyeron al hombre como hasta ahora lo hemos conocido.

La sociedad ensimismada

Una cultura implica diseños, imaginarios, escenarios, estados emocionales y valores, lo que va perfilando lo que comúnmente llamamos “un modo de vida”. Cuando una sociedad se ensimisma todo lo refiere a la mera especulación, esto es, a hacer suposiciones sobre lo que no se conoce.

Ahora tenemos la tecnología digital, por muchos denominada la netgeneration, una que marca en una observación que se cree el fiel reflejo de la realidad. La indeterminación del participante sobre su validez, y su validez misma, conlleva a la creación de muchos de los fenómenos sociales que hoy vemos. Se nos plantea así una discusión sobre el valor del conocimiento desde otros ángulos impuestos por la instantaneidad.

También, claro está, desde el mero punto de la acción política, bien sea desde la vista anquilosada que conlleva a planteamientos como la creación de “un hombre nuevo”, encarnado en disposiciones que pasan absolutamente imperceptibles para una sociedad ensimismada como la venezolana, como el de la creación de un Instituto para la Descolonización, o desde el lado del fenómeno de la emersión mundial de una ultraderecha que vuelve al nacionalismo y se proclama liberal y se centra en el uso abusivo y condenable de todas las posibilidades nefastas de distorsión que permite la tecnología arribada a implantar participación, pero una lejana de cultura, entendida, en primer y esencial término, como la del hombre libre que crea imaginarios.

La praxis política cotidiana agobia. Un ejemplo es el del paso dado por la Asamblea Nacional para designar un nuevo organismo electoral. Se critica la inclusión de tres representantes del actual poder fáctico en la junta previa como un arreglo proveniente de turbios arreglos, como si la solución estuviese en sustituir un CNE oficialista por uno oposicionista. El comportamiento del otro debe ser copiado, parece ser en este breve párrafo a lo puntual, una realidad interiorizada.

Una sociedad que espera y no genera es incapaz de nuevas formas de acción política, de cultura democrática. El haber vivido un buen período en una democracia, aunque imperfecta como todas, se truncó por la incapacidad de regenerarla. Esta sociedad sigue ensimismada, viviendo de sus introyecciones especuladas.

La pobre democracia

La democracia está en retroceso, es obvio. El asunto está en las causas. Los teoremas giran vertiginosamente entre los gobernantes de extrema derecha como consecuencia y no efecto, entre la mediocrización de las élites y el brote de las redes sociales que muestran a ciudadanos mal equipados cognitiva y emocionalmente. En cualquier caso, todo mezclado en un escenario donde la frustración y la angustia provocan el derrumbe estabilizador del centro y el vuelco hacia el populismo.

Quizás lo más polémico en la teoría de la psicología política sea la mirada a las élites como desvencijadas y faltas de criterio, lo que fue y es absolutamente cierto, pero reconstruirlas en su viejo poder resulta cuesta arriba y se hace un planteamiento retrógrado ante una explosión de Internet que no admite vuelta atrás con miles o millones diciendo sobre todo, unos racionales y buena parte irracionales., La tecnología ha pervertido, admitámoslo, ha distorsionado la ventaja de la participación: hay bots, trolls, fake news y hasta nuevas profesiones como los contratados para, bajo sueldo, imponer criterios, unos que siempre tienden a confirmar las viejas creencias y a desestimar los opuestos. Miles de estos simulan batirse por la democracia mientras hacen lo opuesto.

La democracia requiere tolerancia, una no aplicable a la lucha contra una dictadura, claro está, pero lleva en sí la aceptación de los puntos de vista diferentes y el rechazo a considerar enemigo al que piensa distinto. La distorsión de la democracia hacia el populismo-autoritarismo de extrema derecha hace exactamente lo contrario.

Lo demás es conocido: corrupción, ineficacia, políticos improvisados, ineptos y “providenciales” y un tortuoso apego al poder. Hay un fracaso enorme del pensamiento. La democracia va en retroceso, se confirma apenas se mira. Al que piensa se le ignora, pues las masas aburridas y cansadas quieren respuestas intolerantes. Debemos sacar a la democracia del estigma de que lo único que importa es conseguir un enemigo a quien culpar, sin idearle nuevas formas. El asunto de este dramático tiempo es evitar que la democracia termine devorándose a sí misma. Hay que poner sobre la mesa el pensamiento y la práctica, aunque nadie aparentemente oiga.

Cambiar la mirada

La teoría política debe enfrentar al siglo XXI. Quizás el vacío provenga de la aplicación a las ciencias políticas del principio de que aquello que no fuese empíricamente demostrado quedaría fuera de significado. Es menester una pluralidad de ángulos de visión que la urgencia de encontrar una certidumbre sepultó. Ya no se requiere un corpus homogéneo, lo que se requiere es un intercambio fluido y permanente de diversas comprensiones. Algunos hablan de ofrecer no una mirada sistemática sino sintomática. Es lo que otros denominan la teorización de la política y la politización de la teoría.

Venezuela tal como la conocimos está agotada. Frente a nuestros ojos está la posibilidad de una nueva que requiere de imaginación y de inteligencia para que tenga un nacimiento normal y para que el feto no presente deformaciones.

Es en el campo de la política donde debemos rejuvenecer a toda prisa, mientras la rara avis pasa a ser ahora encontrar un gobernante lúcido –o un aspirante a serlo- que lo entienda. Basta por iniciar la comprensión de una realidad múltiple, contradictoria y complementaria e interrogarnos si nuestras creencias nos han conducido a algún resultado concreto. Si la respuesta es negativa ya estará abierta la espita para el abandono de los paradigmas inservibles y su sustitución por otros. El proceso en su final sólo puede ser medido en largo tiempo, pero la decisión de cambiar la mirada o simplemente de interrogarse sobre ella tiene consecuencias a corto plazo.

No se está haciendo política. No la logran entender como una especificidad de acción. Frente a un poder como el que padecemos la política sólo puede venir de un sujeto que la haga como una ruptura específica. Si se mantiene en un territorio evanescente la política se hace innecesaria. Una estrategia correcta de combate es dejar claro que las élites no monopolizan, que no son dueñas, que las instituciones no sólo sirven para preservar privilegios.

Puede generarse una inteligencia colectiva y un modelo de auto-organización, aplicable hasta en el aspecto económico, por lo que ya se habla de una «economía sostenible de colaboración». Lo contrario consolida el poder hegemónico, uno que se invisibiliza en el ejercicio del dominio y del abuso.

Sociedad poscivil

La precisión del cambio la definió Gilles Deleuze como el paso de una sociedad disciplinal a una sociedad de control. En la primera existen instituciones que funcionan como la columna vertebral y definen el espacio social, esto es, la llamada sociedad. Si a ver vamos la casi totalidad de las instituciones que sirven de estructura a esa sociedad civil están derruidas trayendo como consecuencia lo que este pensador llama “vacío social”. La llamada sociedad civil, en algunos casos, sigue conservando las instituciones y características que alguna vez la definieron, pero estas han sido anegadas por las nuevas formas de control hasta llegar a una de las condiciones esenciales de este, la hipersegmentación de la sociedad. Aquí, y en todas partes, deberíamos comenzar a hablar más bien de una sociedad poscivil.

Para la existencia de una democracia la sociedad civil resulta indispensable. Es ella el campo donde se producen las mediaciones esenciales al espíritu democrático. Bien podría argumentarse que la sociedad civil se ha convertido en un simulacro de lo social. La democracia, por ejemplo, parece alejarse de su marco de drenaje y composición, para elevarse por encima de las fuerzas conflictivas que se mueven en su seno. El poder que amenaza con surgir en el siglo XXI trabaja por encima de una sociedad civil débil lo que le permite recuperar el sueño del dominio total, de la modelación de los “contemporáneos” (antes ciudadanos) a su leal saber y entender. En el campo del sistema político la democracia comienza a ser mirada como un impedimento, como un estorbo.

Ya no estamos en una sociedad industrial. Las formas de poder son otras. Las que corresponden a una sociedad panóptica o, simplemente, a una sociedad de control. En consecuencia, las viejas formas (sindicatos, partidos, asociaciones y todas aquellas “instituciones” de la sociedad civil) se derrumban, al igual que los sistemas de valores tradicionales. Hay nuevas formas de poder y también nuevas formas de política, sólo que la tendencia es a la eliminación de esta última, es decir, a un neo-totalitarismo. El “dividuo” no verá al poder y al no verlo le parecerá ausente, inaccesible, y eso lo hará el amoroso dictador cuya eficacia está garantizada.

De la aceptación pasiva

La democracia es una cultura de la responsabilidad colectiva. La democracia debe ser considerada como un sistema cultural.

Esto es, debemos ir a los conceptos de pertenencia y ciudadanía, a la revalorización de la cultura como conciencia crítica. La democracia reposa sobre la autonomía humana y la cultura es un componente esencial de la complejidad de lo social-histórico. De lo que somos testigos es de una desocialización sucedida artificialmente. Una democracia del siglo XXI tiene que tener necesariamente a una sociedad capaz de interrogarse sobre su destino en un movimiento sin fin. Hay que romper el encierro del sentido y restaurarle a la sociedad y al individuo la posibilidad de crearlo.

Debemos ver hasta donde los sujetos sociales se dan cuenta de lo que pasa. La cultura política cambia en la medida en que los ciudadanos descubran nuevas relaciones entre el entorno inmediato y el devenir social. El primer paso es el contacto entre los diversos actores sociales que comienzan a necesitar del otro, lo que los hace mirar al mundo como una interconexión de redes. Si avanzamos hacia lo que podríamos denominar una “sociedad comunicada” es evidente que esa sociedad se autogobierna aun usando los canales rígidos conocidos y puede autotransformarse.

Es evidente que una democracia del siglo XXI requiere de individuos y grupos sociales distintos de los que actuaron en la democracia del siglo XX. No se trata de una utopía o de una irracionalidad. Se trata de evitar que las energías se gasten en el refuerzo a una estructura autoritaria no-participativa y de conseguir un salto de una sociedad que sólo busca información a una que busca la conformación de una voluntad alternativa lograda mediante la consecución de cambios impuestos por un comportamiento colectivo. En cada fase del avance la cultura política juega un papel fundamental que permite autogenerarse y autoreproducirse. La democracia sólo es posible cuando se tiene la exacta dimensión de una cultura democrática.

He allí la necesidad de un nuevo lenguaje, de la creación de nuevos paradigmas que siguen pasando por lo social y por la psiquis. Se trata de producir un desplazamiento de la aceptación pasiva hacia un pleno campo de creación sustitutiva.

Porvenir por hacer

Épimélia es una palabra que implica el cuidado de uno mismo y enraíza en la política. La libertad propia de la política ha sido difuminada, porque lo que se nos impone es como “pertenecer”. Apagar, disminuir, ocultar y frustrar el espíritu instituyente es una de las causas fundamentales de lo que los venezolanos vivimos. Ahora tenemos al nuevo poder instituido tratando de crear un imaginario alterado al que debe oponerse la voluntad de soltar las posibilidades creativas del cuerpo social.

Alguien argumentó que siempre hay un porvenir por hacer. Sobre ese porvenir las sociedades se inclinan o por preservar lo instituido o por soltar las amarras de lo posible. En Venezuela debemos buscar nuevos significados derivados de nuevos significantes. Si este gobierno que padecemos continúa impertérrito su camino es porque los factores que lo sostienen se mantienen fieles a una legitimidad falsificada. La explicación está en una sociedad instituyente constreñida, sin capacidad de poner sobre el tapete la respuesta al futuro. Ya los griegos sabían que no podía haber una persona que valga sin una polis que valga.

La transformación comienza cuando el cuerpo social pone en tela de juicio lo existente y suplanta el imaginario ofrecido. Se requiere la aparición de una persona con su concepción del Ser en la política, uno que se decide a hacer y a instituir. El planteamiento correcto es inducir que la vida humana no es repetición, y muchos menos de los enclaves políticos, y encontrar de nuevo en la reflexión y en la deliberación un nuevo sentido. No estamos hablando de una “revelación” súbita sino de la creación de un nuevo imaginario social. Así, sin llenarse de ideas y pensamiento sobre el futuro por hacer no será posible cambiar lo existente. La posibilidad instituyente está oculta en el colectivo anónimo. De esta manera hay que olvidar la terminología clásica. Todo proceso de este tipo transcurre –es obvio- en una circunstancia histórica concreta. En la nuestra, en la de los venezolanos de hoy, no podemos temer a lo incierto del futuro.

El espacio de esas herramientas es el conocimiento, el poder de pensamiento, de un espacio dinámico y vivo donde se transforman cualidades del ser y maneras de actuar en sociedad.

Conectar personas

No podemos permitir que Venezuela siga siendo un territorio ahistórico. Para emanciparnos de los graves problemas que nos aquejan hay que desatar un proceso filosófico-político emancipatorio. Este ser humano inteligente que es el venezolano debe organizarse hacia la aparición de un nuevo orden social. Debemos hacernos de un pragmatismo atento a las incitaciones del presente y a los desafíos de las circunstancias teniendo en la mano las respuestas de una filosofía política renovada.

El movimiento debe venir provenir de una sociedad pensante, desde un humanismo global. El venezolano de este tiempo vive la ruptura con un mundo que se tambalea. Lo que se requiere es un intercambio fluido y permanente de diversas comprensiones.

La idea es que los sesgos cognitivos individuales pueden ser llevados al pensamiento de grupo para alcanzar un rendimiento intelectual mejorado. Es lo que se ha dado en llamar la inteligencia colectiva, lo que, obviamente, conllevaría a otro tipo de comportamiento sobre la realidad.

La inteligencia colectiva está en todas partes, está repartida. Debe ser valorada y coordinada para llevarnos hacia la construcción de las bases de una sociedad del conocimiento, lo que implica el enriquecimiento mutuo de las personas.

La clave está en crear numerosas y pequeñas noosferas. Ello pasa por ver con menos individualismo y en un contexto ético de alteridad. Hay, sin embargo, una razón más práctica que escapa a lo teórico-moral para insertarse en la brutal realidad real: hacia dónde va el mundo se sabe o se perece, se coopera o se fracasa, se respeta o se es condenado.

Esto es, la gente no piensa junta para llegar a determinadas conclusiones sino que piensa junta para obtener el valor de la conexión y de la confrontación de ideas. Enseñar es conectar personas con oportunidades, experiencias con conocimientos, es ayudar a que se establezcan una o más conexiones, conectar experiencias, conectar para que otros aprendan a conectarse, conectar personas con contenido.

Efectivamente, la realidad es sustituible siempre y cuando se tenga clara la nueva realidad. Para ello es menester el diseño colectivo de un proyecto que pasa por una inteligencia colectiva o conectiva, en cualquier caso organizada.

Las fallas “democráticas”

La primera queja para explicar el desencanto con la democracia es la de su supuesta ineficacia. Las promesas no se cumplen y los ideales se olvidan. Por supuesto que eso depende de los actores, más entretenidos en conservar el poder y sus beneficios que en la atención a una obra de gobierno.

Sin embargo, ello no es suficiente explicación. Podemos remitirnos al mecanismo con que esos gobernantes son electos. Un cúmulo de factores afectan a las elecciones, desde la intervención tecnológica que manipula mayorías inclusive en países lejanos, hasta su conversión en el deterioro representativo.

Las elecciones están en crisis. Un ciudadano un voto, explicitaba una igualdad que legitimaba las instituciones. Manipulaciones del voto ha habido siempre, magnificadas por la tecnología actual donde a esos votantes se les plena de información manipulada, caso Brexit, o se distinguen sectores mediante el uso inmoral de una información disponible en los grandes servidores. De esta manera, el instrumento democrático por excelencia ha sido viciado, alterando las bases de la democracia conocida, como lo son una representación de la voluntad colectiva y, por ende, la destrucción de los mecanismos de control de esos representantes, tales como referéndum revocatorio, control de gastos, la selección misma de los candidatos postulados. El concepto mismo de mayoría ha sido ficcionado.

Los programas de gobierno que los aspirantes al poder enarbolaban como el desiderátum de su acción oficial ha perdido sentido. Los llamados electores saben que son papel muerto. Los reclamos por su incumplimiento presiden buena parte del debate público. Las élites políticas se han hecho escurridizas y los partidos, otrora la manera de organizar tendencias y creencias, se han convertido en partidocracias, avalando involuntariamente el crecer del populismo que hace de “pueblo” un concepto abstracto que se especializa en rechazar hasta que el ungido líder populista toma el poder y hace inauditable toda expresión democrática. De esta manera la desconfianza es lo primero que surge cuando se habla de elecciones para solucionar los conflictos propios de toda sociedad.

Los problemas son graves y muchos. Llega a hablarse de democracia poselectoral, lo que de ninguna manera significa dejar de lado las elecciones sino devolverle algunas de sus esencialidades. En nuestra tesis sobre Democracia del siglo XXI hemos insistido en que no debemos permitir se nos reduzca a electores, que debemos ser ciudadanos en ejercicio.

Para ello es necesario multiplicar la expresión, hacer inviable la unicidad de los organismos monopolizadores de la voluntad general o parcial, renovar antiguos conceptos como que la soberanía radica en el pueblo para llegar a la multiplicidad compleja de ciudadanos empoderados con real ejercicio de control. O se está en la vida pública ejerciéndola o los monopolios seguirán traduciéndose en regímenes populistas y autoritarios. He dicho muchas veces que no se trata de una especie de conversión súbita de las colectividades, sino de un proceso que conlleva a una acción sobre sí mismas que permita reponer la realidad ocultada muchas veces por los actores políticos a una realidad transformable constantemente, una mostrable con insistencia, una que supere la mera búsqueda de culpables por el encuentro de una solidaridad interior traducida en acción política constante, una sin dueños, una enmarcada en un nuevo concepto de poder, uno de todos los ciudadanos que protegen sus derechos.

Frente a este desafío abundan ahora las democracias-autoritarias, los falsos liberalismos-mandones y los populismos teñidos de mesianismo. La democracia no es sólo votar, a eso pretenden reducirla los tipos de régimen mencionado, la democracia es un constante ejercicio que en él van encontrando las maneras de control efectivo que jamás pueden reducirse a “en las próximas elecciones paso factura”. Han reducido la legitimidad al hecho de votar, aunque se mantenga el concepto de legitimidad de ejercicio como uno inacabado. En verdad pocos escuchan, haciendo de la democracia una mera autorización para gobernar y no como un mandato.

Es necesario reformular la democracia, intento que hemos realizado con nuestro esfuerzo por plantear una Democracia del siglo XXI y que hemos reflejado en varios textos (por ejemplo, en Incisiones para una democracia del siglo XXI (http://es.scribd.com/doc/12886695/Incisiones-Para-Una-Democracia-Del-Siglo-XXI). Las patologías que señalamos aquí son consecuencia de un apego interesado y manipulador de concepciones clásicas. Es menester concederles a los ciudadanos otros derechos hasta ahora no considerados fundamentales, como el de la transparencia en el ejercicio público, la consulta popular deslastrada de las manipulaciones tecnológicas de hoy y su denuncia oportuna. Como lo es la redefinición del poder, tomado como un intercambio entre ciudadanía y unos momentáneamente elegidos. Seguramente en los conceptos emitidos por Jacques Maritain y Hannah Arendt, más como autoridad que como poder o, si se prefiere, poder es la capacidad para actuar concertadamente y debe formar parte como sentido esencial de toda comunidad. Es indispensable que tal ejercicio se haga bajo reconocimiento de aquellos que deben obedecer, esto es, el consentimiento de los gobernados.

La democracia no puede basarse en un secuestro de los intereses colectivos. La relación tiene que ser de principios y de confianza. En otras palabras, no puede haber democracia intermitente ni considerar el desiderátum la participación en elecciones. La democracia debe ser permanente y con esa permanencia se construye una historia común.

Aproximación al cansancio

Hago memoria: Nadie previó que la apacible ciudad de Seattle (1999) iba a saber de gases lacrimógenos y de cargas de la policía. La reunión de ministros de países miembros del FMI se iba a desarrollar en los habituales desacuerdos. Después fue Washington sacudida por una protesta masiva. Luego los enfrentamientos ocurrieron un Primero de Mayo en Londres y en las calles de Hannover, amén de otras ciudades europeas. En Bruselas, en medio de la pasión de la Eurocopa de fútbol, vimos manifestaciones del mismo tenor.

Las protestas que sacudieron las calles del primer mundo eran contra el capitalismo. El divorcio total entre juventud y política ha sido uno de los fenómenos más interesantes del último medio siglo. Después del mayo francés y los excelsos años 60 la juventud se dedicó al abandono hippie, a vincularse con sectas de dudosa factura, a deleitarse con algunas enseñanzas orientales, al exhibicionismo yuppie, a la indiferencia. Abotagada por il benessere y los estupefacientes la juventud había renunciado a cualquier rol protagónico. Súbitamente redescubrió el valor de las luchas sociales, las llamadas “causas justas” y volvió a las calles redescubierto un motivo de protesta después del largo sueño.

Los incendios en las calles del primer mundo eran para exigir la condonación de la deuda de los pobres del tercero, para condenar las prácticas del FMI y del Banco Mundial, para decirnos que el capitalismo era aborrecible. Tampoco eran rudos veteranos molidos por la maquinaria capitalista los que salieron a las calles de París en el famoso mayo. Eran jóvenes cansados. Estaba abonado el terreno para la entrada triunfal de una “causa justa”. Los jóvenes de los años 60 estaban cansados. Las viejas costumbres y la vieja moral eran una carga demasiado pesada. Querían sexo libre, entregarse a una vida placentera fuera de los viejos cánones familiares que imponían limitaciones.

La protesta no es ya como en mayo, exigiendo la vuelta de la inteligencia. Lo que ahora se quiere es un antídoto contra el cansancio. La serialización es aburrida, cuando no existe horizonte la vista y la paciencia se agotan. Mientras, la tecnología nos da computadores cuánticos y la inteligencia que llega es artificial.

2019: año de calle

El 2019 fue uno de los más activos en cuanto a manifestaciones y protestas de calle. Quizás las más notorias fueron las de Hong Kong, pero también en Líbano, Irak e Irán, como en América Latina. En Haití, con más de la mitad de la población por debajo del umbral de pobreza, se pidió el cese de la corrupción y la dimisión del presidente. En Argelia, el cansancio con una falsa democracia de escenografía.

Múltiples causas hicieron de 2019 un año agitado. A la hora de los balances son los sudaneses quienes consiguieron su objetivo de echar del poder a Al Bashir. En Oriente Próximo destacan la lucha contra la corrupción, el desempleo o la ineptitud de los gobiernos. En América Latina, amén de Haití, hubo protestas en Chile, Bolivia y Ecuador, o por un simple aumento del Metro o por la suspensión del subsidio a la gasolina o por un fraude electoral.

Algunos tratan de verlo todo como una agitación conspirativa de izquierda, lo que no obvia admitir que pueden siempre tratar de aprovecharse de un malestar, pero este debía existir para cualquier aprovechamiento con fines de apoderamiento del poder.

Lo cierto es que cada vez existen más gobiernos ciegos a lo que ronda debajo. Hay desigualdades profundas y una miseria no ocultable, pero también causas genéricas como el desaceleramiento de la economía mundial y la ayuda de la tecnología digital. El cuadro político muestra el conocido populismo, la proclama de los nacionalismos y la exaltación del hombre fuerte. El escenario mundial muestra quiebres de lo establecido, lo que si bien no determina las protestas nacionales, contribuye al clima general.

Agreguemos la mirada filosófica sobre el estado del hombre. El que mejor lo ha hecho es Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio. El filósofo surcoreano-alemán, prologuista de El Prometeo cansado de Kafka, nos habla del hombre como un un sujeto de rendimiento, uno que se autoexplota, uno con un aparato psíquico que se violenta a sí mismo en guerra consigo mismo. La violencia de las nuevas sociedades se basa en la autoexplotación del sujeto, lo que lo hace creer libre, sustituyendo lo de la explotación de unos sobre otros por una explotación de sí mismo.

Es lo que agregan los filósofos, mientras el mundo se acerca a un quiebre.

Bibliografía del No

Por qué los grupos sociales se comportan como se comportan es la pregunta fundamental de la teoría de la acción colectiva. No se trata de preguntarse de lo que no-ocurre sino de lo que ocurre, a propósito de lo que en Venezuela le repiten a uno en cada esquina: “esto no se aguanta, no sabemos porque no estalla”.

En verdad, la sociología de la acción colectiva se ha paseado extensamente sobre la problemática de por qué los individuos deciden actuar colectivamente, como hacen para coordinarse, cuáles deben ser las condiciones del entorno y cuales las consecuencias.

Podemos ir desde el enfoque “materialista culturista” sobre movilización u oportunidad (Tilly o Kriesi), hasta “la sociedad programada” (Touraine, o Melucci), desde “la teoría de la acción racional o Teoría de Juegos “(Olson o Coleman) hasta el “pragmatismo, Chat, feminismo, teoría homosexual, enfoques cultural-estratégicos o emocionales”( Jasper o Polletta) denominándolas de “movilización de recursos” o de “los agravios repentinamente impuestos” (Ed Walsh) o de reducciones a “estructuras de oportunidad, de movilización y marcos de alienación” (Zald) o las batallas entre quienes negaban al proceso político como un paradigma o quienes afirmaban era un paradigma cabal, a Jeff Goodwin observando el papel de las oportunidades políticas en el surgimiento de movimientos culturales, políticos y revolucionarios

Como puede apreciarse, dar una respuesta a la pregunta básica es un tema de alta complejidad. Jasper pide dejar de ver a la sociedad como matriz del comportamiento colectivo, para pasar a considerar la sociedad como un lugar de combinación y conflicto entre acción estratégica e identidad. Esto es, la acción deja de residir en un actor colectivo procurando dirigir la “historicidad” sino, más bien, en los esfuerzos de la gente común (el “sujeto” de Touraine) o la tesis de Mancur Olson (“La lógica de la acción colectiva”) donde se pregunta si los actores participan sólo si ganan personalmente algo que no obtendrían por no participar. O la tesis de la “pragmática racional” (Mustafá Emirtbayer) que rechaza que las entidades interactuantes permanezcan estables a través de las interacciones.

Un rompecabezas teórico para las agitadas preguntas.

Poshumanismo

Hemos hablado de un cambio de paradigmas que constituye, cierto es, una exigencia de cambio en las disposiciones subjetivas capaces de alterar el vector político. Ello se refiere a que la descreencia se transforme en la convicción de crear realidad desde el pensamiento y desde un ejercicio colectivo de la inteligencia.

No hay una conciencia político-filosófica de la posmodernidad. Hasta el último momento del siglo XX vivimos la obviedad de la crisis del constitucionalismo, del estado-nación y del pensamiento político clásico, sin que se produjese una multiplicad de miradas a los eventuales nuevos órdenes que por fuerza surgirían. Algunos llegan a plantear si los hombres sólo pasarán a ser un material necesario a una construcción tecnopolítica. Un antihumanismo creciente podría inducir en ese sentido.

Hemos tenido grandes avances en la informática, la tecnología espacial o la biología y en una creciente demanda a favor de los derechos de las minorías. Desciframiento del mapa genético, celulares con 3G, GPS y WiFi o la manipulación de embriones, pero la política ha planteado retos que no han sido abordados con pensamiento complejo capaz de trazar coordenadas en este momento de la historia y de la cultura universal. Ha faltado, diría, la razón poética, esto es, la posibilidad de soñar las nuevas formas de organización comunitaria del hombre desde la luz de la conciencia hasta la creación de un cuerpo especular, lo que se llamaría la función imaginante.

La proclamación de la victoria de la técnica, la falta de sentido como nuevo sentido y la prevalencia del pensamiento débil debe ser contrarrestada con el fuerte resurgir del pensamiento. Es una caída vertical que venimos sufriendo desde más allá de esta década que termina en zona oscura. Si el ciudadano de este siglo deja de padecer como víctima y se decide a realizar las nuevas formas son bastantes probables los nuevos surgimientos, en especial en la política y en las ideas que deben envolverla.

La disutopía en que estamos envueltos abre las espitas para el pensamiento y las nuevas prácticas sociales. Hay que convencerse de que el pasado ha perdido su función, a no ser el propio de un muestrario de los caminos que nos condujeron hasta la situación presente.

El nuevo orden mundial

De nuevo orden mundial se ha hablado desde siempre. En la historia moderna recordamos la expresión está en los catorce puntos del presidente Woodrow Wilson al final de la Primera Gran Guerra. Se popularizó de nuevo con el final de la Guerra Fría. Bush y Gorbachov la usaron a placer. En el presente ha vuelto con el Brexit, la presidencia de Trump, el retorno de la influencia rusa, el terrorismo y el calentamiento global.

La velocidad introducida por Internet hace especialmente arriesgado aventurarse en un siglo en el cual termina apenas la segunda década. Apenas podremos hablar de este año redondo 2020, de los elementos que presenta y de los síntomas que anuncia.

Una cosa es evidente, el orden establecido presenta resquebrajaduras. Miremos lo actual, el creciente enfrentamiento entre Estados Unidos e Irán en pleno desarrollo y cuyas consecuencias alteradoras del Oriente Medio están por verse. Es obvio que un orden mundial siempre existe, aunque sea el orden del desorden. La presente lucha por el poder y las zonas de influencia anulan lo que podríamos denominar una predictibilidad asertiva. Podría argumentarse, en contrario, que siempre ha sido así y es verdad, pero lo evidente es que se está rompiendo lo que podríamos denominar el “arreglo” sobre los roles a jugar y sobre los principios a regir entre los actores del escenario mundial. Sólo, entonces, podemos partir de la aseveración de que un “orden”, o un mundo, se está deshilachando y otro se asoma indeciso e indeterminado. Cuando un mundo se cae y el sustituto no termina de aparecer suele usarse la palabra crisis como definitoria. Hoy no son sólo los Estados los que juegan, sino una multiplicidad de actores no estatales, muchos de los cuales económicos. Estamos asistiendo a este proceso sin que se haya producido el fin de una conflagración mundial, más bien a las guerras internas, a las milicias afines, al terrorismo religioso, a la desaparición de un mundo bipolar no transformado en multipolar, a la inexistencia de uno unipolar, con el muestreo de un renacimiento ruso y de una creciente influencia china y a una disgregación notable en Oriente Medio, convertido este en el más peligroso lugar de los juegos de los actores en busca de zonas bajo influencia o control.

Fue Huntington en señalar que lo que había emergido era un sistema uni-multipolar, con una potencia que podía hacer lo que le viniera en ganas y otras menores clamando por lo contrario. Lo de Estados Unidos es relativo, con un presidente como Donald Trump que negocia con Corea del Norte, con los talibanes afganos y que al tiempo denuncia tratados internacionales, se aísla y no deja de cometer hechos como el asesinato de un alto funcionario de un país en el territorio de otro soltando las alarmas sobre la evolución de los acontecimientos en la zona más peligrosamente conflictiva del mundo.

Contra la globalización ahora se alzan los nacionalismos. Contra el declive del Estado-nación aparece el populismo reclamando “patria”. Contra la unidad de Europa los británicos se enredan con su necio Brexit. Contra la lucha que intenta preservar la salud climática del planeta se producen retiros de los tratados vigentes y los fracasos en las cumbres convocadas a tales efectos. Estados Unidos se queja y se lamenta de su porcentaje de gastos en la OTAN, pero muestra contradicciones en cuanto a su presencia militar y a la realidad de sus acciones bélicas. La Rusia de Putin trata de rescatar su influencia y China sigue su camino con cuidado, ganando influencia a punta de inversiones. La economía se alza como nunca entre los factores de perturbación y en los realineamientos estratégicos. En realidad sería más apropiado hablar de un mundo no-polar.

Pareciera que nos encaminamos hacia la presencia de un grupo de Estados que arreglándose entre ellos permitan un cierto orden. Aún tenemos esperanzas en el avance de conformaciones supranacionales como la Unión Europea, a pesar de su estancamiento. Aquí es preciso nombrar el ascenso de potencias en Asia, uno al cual se había sumado el gobierno de Obama firmando el Acuerdo Transpacífico, pero del cual también se retiró Trump. Ahora es China es el líder. Siempre señalamos que en el siglo XX los conflictos condujeron a las dos Grandes Guerras, uno que ahora parece suicida con el perfeccionamiento de armas de destrucción masiva, hasta el punto que Putin, en plena Navidad de 2019, anuncio el despliegue de su misilística invisible. De manera que no parece tengamos una repetición de un orden mundial surgido al fin de una conflagración, aunque los conflictos localizados extenderán o acortarán el poder.

¿Carrera armamentista? Irán ha dicho, como respuesta a la muerte de Soleimani, que entrará en la cuarta fase de su reducción del acuerdo nuclear de 2015 en su planta de Fordo de enriquecimiento de uranio con 1.044 centrifugadoras. Rusia,en plena Navidad 2019, anunció el despliegue del “invencible” sistema de misiles hipersónicos Avangard. El crecimiento de la población mundial es un hecho, calculándose que el 66% vivirá en megaurbes. Se pone en duda la capacidad de crecimiento económico y de la oferta de empleo, lo que ha llevado a los economistas al uso de la expresión “estancamiento secular”. Paradójicamente el avance tecnológico podría estar determinando nuevas desigualdades sociales. En el campo político la ineficiencia y la corrupción seguirán produciendo sacudidas violentas. El autoritarismo por encima del Derecho se remarca a cada instante. . Los jóvenes parecen marcados por la ira y la frustración. Hay una fragmentación del poder que contribuye a las interrogantes sin respuestas.

Imposible la realización de retratos del futuro inmediato. Sólo podemos agregar que los desafíos ameritan respuestas y que esta ocasión ellas deberán ser de iniciativas, de acciones y de decisiones urgentes, constructivas, aún en medio del desorden global.

El clima interior del hombre

Quizás lo primero que no hace el hombre de hoy es preguntarse. Se ha hecho más apariencia que ser. Está, sí, pendiente de sus necesidades, de cómo conseguir más de manera más fácil, mientras se hunde en el vacío psíquico. Pelea por lo que cree sus derechos y se alza exigiendo protección, pero se hace sujeto de la inmediatez. El futuro lo deja pendiente, siendo ello una de las causas de la crisis presente.

El vacío psíquico se llena con un falso bienestar, uno de alivio momentáneo sujeto a la exigencia pragmática. Eso hace también de este tiempo uno de transiciones, uno donde prevalece la “comunicación” tecnológica y la superficialidad de los intercambios. Se cree actuar, pero ello está desprovisto de pensar, en un cuadro donde surgen los dogmáticos y los “propietarios de la verdad”. Una sociedad así constituida o no puede cambiar o si lo intenta será por vías traumáticas. La abrumadora información paradójicamente conduce a la incultura, pues el hombre piensa que no necesita del otro sino para fines utilitaristas

Aun así está inconforme. En el fondo carece de poder, uno que se disputan otros, unos potentados de instrumentos tecnológicos dueños de la privacidad de todos y que no tienen escrúpulos para venderlos para diversos fines, tal como manipular unas elecciones o una decisión referencial. De esta manera la pasividad psíquica, desprovista de principios, se va convirtiendo en una violencia destructiva. El hombre es más de lo que hoy es. En buena medida hoy es un vagabundo sin ideas que hace alarde de su descreimiento como muestra falsificada de su supuesta comprensión de los entornos.

Podría hablarse de “pensamiento líquido” para caracterizar este mundo donde los planteamientos más comunes giran desde aquellos en torno a la sexualidad, hasta la condena a los sistemas políticos de libertad, no para cambiarlos sino para destruirlos, con la consecuente crisis de la democracia a la cual se le opone el autoritarismo populista.

De esta deriva sólo pueden surgir metamorfosis impensadas y repeticiones históricas. El hombre de este tiempo, inmóvil en su interior aunque a ratos se muestre activo en el exterior, ya no parece querer la guía del pensamiento, sino la respuesta tajante de un taumaturgo con poder.

Los jóvenes cansados

Byung-Chul Han, el surcoreano en la cumbre de la filosofía alemana, sostiene que en realidad el hombre que se cree libre está encadenado como Prometeo, se explota a sí mismo y permanece encadenado: la llamada libertad actual no es más que la reproducción del cansancio. «En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna», asegura.

En realidad las palabras aburrimiento y cansancio surgen por doquier a la hora de mirar al hombre, especialmente a los jóvenes. Quizás sea necesario recordar que quien se aburre se sabe vacío. Hay contradicciones, inclusive, en su comportamiento político, pues no parece afectarlos el acontecer, pero si la causa asoma sale a destruir sin miramiento, asumiendo la estructura del exterior como causante de su malestar.

Lo que aburre es también una sobresaturación, sobre todo tecnológica Esto es, tienen un exceso de abundancia. Como bien se ha dicho es la saciedad la que crea la inapetencia. Las contradicciones en el comportamiento político de los jóvenes muchas veces son explicados por lo que se ha dado en denominar “la rabia en el agotamiento”, una que no lleva al atentado contra sí mismo sino contra el exterior donde está colocado preferencialmente el sistema político al cual atribuyen la causa de sus propios aburrimiento y cansancio.

En el 2010 me ocupaba de los hikikomori, padecimiento de los jóvenes japoneses encerrados en sus casas o dormitorios por largos períodos. Me parecía una circunstancia no derivada exactamente de su propia cultura, tal vez una situación extensible.

Los hikikomori rechazan la competencia, a veces se ponen violentos, asumen la abulia y el hastío. Este fenómeno salió de los marcos de su primera manifestación para extenderse con variantes. Hay ahora una mescla de pasividad-agresividad contra una sociedad que consideran injusta, paradójica y absurda. Los sucesos son vistos como “hechos sin sentido”.

Los límites entre realidad real y realidad virtual han llegado a disolverse. Los jóvenes se enfrentan a producir una sintaxis que les es más que esquiva. El discurso pasa a ser la ausencia de discurso. La referencia a lo real un efecto de realidad.

La casa inhóspita

Comenzamos a ver el mundo como una casa global, como un “seno”, pero, al mismo tiempo, este “seno” que reproduce al materno se nos convierte en un lugar inhóspito. La globalización es un extraordinario salto a la visión de humanidad como patria, pero, como humanos, no faltamos a las crisis. Innumerables, desde la ecológica, pasando por las injusticias de la distribución de la riqueza, hasta ésta, una brutal, sin duda.

Casi vemos la casa común en el momento en que comienza a destruirse, otra paradoja de lo humano. Ciertamente no estamos para manifestaciones religiosas apocalípticas. Estamos, sí, para dar resolución, para usar un término de imagen, a la casa. Muchos han definido al hombre como un animal que se muda. Pues nos estamos mudando y la mudanza es inevitable. La nueva casa hacia donde deberemos marchar es la global, una de todos. Deberemos encontrar y desarrollar una inteligencia multirracional.

Esta casa es finita, no hay duda, pero de ello debemos sacar conclusiones. Esta casa no podrá funcionar basada exclusivamente en la economía, como no podría basada solamente en una especulación metafísica. Estamos metidos en una carga de comunicación absoluta. Ya lo dije, cuando no veíamos muy lejos el mundo era fácil de comprender. Sobre este mundo hay que lanzar un cable universal e ininterrumpido de mediación que impida verlo todo o con los ojos de la desesperación o como mercancía. No trato de trazar una perspectiva piadosa. Estoy plenamente consciente de lo que ahora también podríamos llamar realpolitik. No obstante, déjenme decir, que no considero piadoso el reclamo de una escala humana, puesto que la aceleración que algunos atribuyen al efecto massmediático y que otros consideramos aprisionamiento contra la poltrona, el hombre puede manejarlo. Los filósofos del posmodernismo se han encarnizado contra el humanismo en medio de una confusión que no me atañe. Lo que sé es que tenemos casa para el mundo, pero no tenemos mundo, a no ser uno cansado bajo una apariencia de dicha.

Ahora no es un discurso político el que rompe las costras mentales, es una pandemia A falta de productores de pensamiento tenemos científicos contradiciéndose a diario. El realismo brota ahora de un virus, no de la inteligencia humana.

El paciente melancólico

Somos pacientes de una agencia de manipulación. Lo que prevalece es el decorado. Hemos pasado a ser un espacio cerrado que no permite la circulación del aire, la entrada de aire renovador; en verdad hemos llegado a un punto donde no tenemos exterior, lo que tenemos sobre esta campana son ventanas pintadas con escenas de exterior. Todo lo damos por supuesto, lo que implica una tarea descomunal que no es otra que la de reinventar lo supuesto.

Los ciudadanos miramos los dibujos y no nos hemos dado cuenta que son dibujos, que esto no es más que una campana. La normalidad no es otra cosa que el envenenamiento progresivo con el aire contaminado que se presenta como no renovable. Lo supuesto se ha establecido con todo su peso y los organismos que somos nos movemos en una cámara lenta impuesta por el estupor del aire contaminado. Carecemos de la capacidad de reinventar lo supuesto y, en consecuencia, languidecemos en la falta de imaginación, en la ausencia de pensamiento, en la imposibilidad de un esfuerzo por perforar la burbuja en procura de aire fresco, en la incapacidad aplastante de negarnos a dar por ciertos los dibujos simuladores de lo real exterior.

Lo que se requiere es una demostración de que el aire se puede sanear so pena de encerrarnos cada uno en una campana más pequeña dentro de la campana grande a conservar los últimos restos del necesario oxígeno para sobrevivir. Hay que soplar desde la apatía y el silencio para hacerle saber a la campana de plástico que su resistencia no es inviolable. La explicación rompe lo implícito, recupera para el análisis lo que se ha dado por supuesto, bombea la revelación de lo que nos hace falta para liberarnos es una bocanada de aire fresco y sustitutivo.

Ya no logramos imaginar. Atontados como andamos por la falta de oxígeno, por el envenenamiento del aire caemos en la rutina del horror, de uno permanente, para mantenernos melancólicos a la espera de la nada. Explicar significa hacer entender al paciente melancólico la causa de su melancolía, hacerle entender que se hipnotiza con el aire viciado, que es necesario hacer brotar la creatividad desde los restos de energía y que es necesario reinventar, redescubrir, reformular, dejar de ser pacientes melancólicos.

Aburrimiento hoy

El cansancio que lleva al mayo francés tiene dos escritores emblemáticos que marcan el tiempo de la posguerra. Son Bertolt Brecht y Jean Paul Sartre.

Brecht había tomado del expresionismo un marcado acento contra los valores burgueses y asumido un lenguaje desmitificador en donde no faltaba la proclama de una “humanidad buena”, pero también una desmitificación lúcida de los mecanismos en cual se apoyaba el sistema a combatir. Su visión del arte es antiromántica, una escogencia ética y moral. Ante la Europa que se cansa, Brecht aparece como el artífice de un planteamiento con vastas implicaciones históricas, políticas y sociales.

El otro polo que solivianta a los cansados es Sartre. Él mismo es un “cansado”, un extraño. Las luchas que desarrolla van desde la guerra en Indochina hasta la política francesa en Argelia. Convierte en sus textos lo absurdo y el divorcio con lo burgués en una experiencia psicológica que cala profundamente en la juventud europea. Sartre concientiza sobre una sensación de inutilidad, de falta de significado, hasta el punto de que en medio de las revueltas de París se le señala como el líder intelectual. Estaba abonado el camino para la rebelión contra el cansancio. La utopía estaba viva, las “causas justas” sobraban, había que cambiar la sociedad. Se exigía una nueva cultura.

La desesperación de Cioran no prende en el alma, porque es única y personal, sin propósitos de contagio. La ruptura de la bipolaridad ideológica y el abandono de la utopía social, producen una homogenización del mensaje con la ayuda de la tecnología. La anterior rebelión contra el cansancio tenía abiertos grandes objetivos. La actual rebelión contra el aburrimiento no busca otra cosa que destruir al propio aburrimiento. Se protesta contra el comportamiento contra terceros, no contra el comportamiento en la propia casa. Nadie quiere liberarse del bienestar, nadie objeta, en ese primer mundo de juventud “contestataria”, el consumo desenfrenado y los medios de placer, pero se aburren, se aburren desesperadamente.

No es que Brecht y Sartre estén reviviendo estos días. Se le recuerda por las proximidades entre cansancio y aburrimiento. En realidad ya gozan de la historia de la cultura, es decir, de la falta de vigencia.

Hacia la ausencia

La primera expresión se encuentra en el Manifiesto Futurista donde Marinetti aseguraba el comienzo del hombre de raíces amputadas. Lo hacía por la identificación con el motor. Pensemos en el hombre del solipsismo digital como uno de sentidos apuntados.

Francis Crick, uno de los descubridores del ADN, aseguraba que el Yo era una combinación de azúcar y carbono. Hasta la inmovilidad a la que el hombre está siendo sometido es ahora intervenida. Al haberse reducido a sí mismo es en “sí mismo” donde se amputan los sentidos. Podemos arribar al injerto de una conciencia preprogramada, al igual que ya se habla de colocar en un anciano o en una víctima de alzheimer una memoria nueva. Los avances científicos podrán ayudar a mucha gente, pero hay una orgásmica carrera que podríamos denominar como la libido sciendi, como una cópula libidinosa de la ciencia.

El hombre se ha hecho objeto de intervención, se pueden manipular sus componentes íntimos y sustituir los sentidos amputados con otros. El cuerpo, último campo, va a ser sobrexcitado para adaptarlo, aún inmóvil frente a la pantalla, a la velocidad de la luz de la información. Equivale a la desaparición del humano para ser sustituido con un ser preprogramado, permanentemente sobrexcitado y plenamente compenetrado con las ondas electromagnéticas. El planteamiento ahora es que el cuerpo no hará falta. Al fin y al cabo la nanotecnología permitirá la sustitución de órganos y el hombre de la conciencia amputada será acelerado al igual que un motor, La identificación de Marinetti entre hombre y máquina se habrá hecho realidad.

Que el mundo se convierta en una página web y los hombres en elementos de una red mediática podría presentarse como la escogencia sin límites. Sin embargo, el proceso nos llevará a no sentir y los sentidos serán amputados por exceso. En lo que hasta ahora sigue siendo el exterior podemos encontrar cansancio, por exceso de historia y por conocimiento demasiado cercano de la repetición. La simulación con que se alimentará a los sentidos habrá conducido a una especie de industrialización del olvido. Bajo estas condiciones el hombre será uno que no querrá se le moleste. El paso de la naturaleza a la cultura será ahora un paso de la cultura a la ausencia.

Lo no calculable

Vivimos en situaciones de cambio: la crisis del Estado-nación, los peligros localistas y los peligros de la globalización, el planteamiento de la cultura como un estorbo, la uniformidad que amenaza con la muerte a sociedades enteras y que, en muchas ocasiones, trata de imponerse como símbolo de modernidad y progreso o la aparición de enfermedades que rompen las mentiras de un estado de bienestar invulnerable. La vida humana es un continuo desafío. La respuesta esencial es romper los sentidos injertados, empujar hacia lo no condicionado, romper los límites impuestos y autoimpuestos y tratar, cada día, de empujar la imaginación humana.

El “achatamiento” del hombre hacia la dicha del objeto y de su posesión ha llevado a la degradación de la cultura a régimen de industria. Al fin y al cabo, el mensaje cotidiano que se nos transmite es el del mundo como espectáculo y el de la vida ejercida como la aceptación de la falta de dicha y su compensación en la pantalla tecnológica. La falsa tesis de la escogencia ilimitada contrasta con las estructuras de pobreza y miseria que acogotan a un porcentaje aplastante de la población mundial.

Las viejas ideologías totalizantes se derrumbaron. Las premisas de un espíritu religioso dominando el siglo XXI resultaron falsas. La triunfante “literatura” de la auto-ayuda procura dar lecciones para el éxito dentro del sistema injertado. En el plano político el hombre espera respuestas totales sin darse cuenta que ellas no existen, o son tan simples que no logra verlas. La primera de todas es que el hombre debe renunciar a la sociedad perfecta que las ideologías le ofrecieron y admitir que tal cosa no es posible. La segunda, que el sistema político llamado democracia sólo es perfectible en su continuo ejercicio y riesgo y que es susceptible de viejas y de nuevas enfermedades. La uniformidad debe ser combatida y ello pasa por la ampliación de la razón hacia eso que los filósofos llaman “lo no calculable” o “lo no condicionado”.

Temas estos de primavera ausente, cuando un virus resquebraja la organización del mundo, rompe unidades políticas, hace brotar espasmos de totalitarismo apenas escondido, más las subversivas fotos de la NASA mostrando un planeta limpio gracias a la cuarentena

Los hombres asustados

El animal preferido de Nietzsche era la serpiente, pero no por la abundante carga de simbología que este animal ha arrastrado desde siempre. Razones bien distintas prevalecían en la mente del filósofo: en primer lugar, porque la serpiente se arrastraba y en consecuencia conocía lo que la tierra quería y, en segundo lugar, porque carecía de miembros derivados, no tenía brazos ni piernas, alas o aletas. No es difícil deducir que para Nietzsche el desarrollo de un sentido era un retiro que se hacía a la totalidad. Siguiendo con este proceso deductivo podemos encontrar las “identidades débiles” que señalaba Italo Calvino. Al hombre se le han ido extrayendo “sentidos” hasta convertirlo en una debilidad. Frente a la perplejidad de lo instantáneo, y de los desafíos presentes, podemos avizorar un estadio cercano a la estupefacción encarnada en alguien con un micrófono y una masa paralítica envuelta en un himen repleto de deporte, música banal e información que no es tal.

No podemos escapar aunque apaguemos la pantalla o nos refugiemos en una cueva o hagamos cuarentena. Los desiertos ya no existen como espacio de fuga, entre otras cosas, porque no hay manera de fugarse. Somos, ahora, perfectos engranajes de la gran máquina universal, o de lo que en otra parte he citado como gran condón universal. Qué los dioses se callaron es algo que ha sido recordado muchas veces. Ahora hablan las pantallas y el poder manipulador que se oculta detrás de ellas. Jacques Derrida describe un “fetichismo toxicómano”.

La metáfora de los “sentidos derivados” es buena para resaltar la ruptura de la unidad del hombre y para plasmar como el mundo-dios se desvela para ofrecerse como totalidad. No deja de ser paradójico, por lo demás, que Nietzsche haya encontrado en la serpiente (un animal de pequeño cerebro y de los menos inteligentes que existen), el emblema para hacer su planteamiento. Sin embargo, para Nietszche la brutalidad consistía, entre otras cosas, en dudar de lo que la tierra quiere. Por supuesto que Nietzsche no estaba en tiempo de saber que llegaría el momento en que los “sentidos” nos serían injertados. Bastante le bastaba con proclamar al “superhombre”. A nosotros nos basta recordarlo cuando los hombres andan asustados.

La casa global

Comenzamos a ver el mundo como una casa global, como un “seno”, pero, al mismo tiempo, este “seno” que reproduce al materno se nos convierte en un lugar inhóspito. La globalización es un extraordinario salto a la visión de humanidad como patria, pero, como humanos, no faltamos a las crisis. Casi vemos la casa común en el momento en que comienza a destruirse, otra paradoja de lo humano. Ciertamente no estamos para manifestaciones religiosas apocalípticas. Estamos, sí, para dar resolución, para usar un término de imagen, a la casa. Muchos han definido al hombre como un animal que se muda. Pues nos estamos mudando y la mudanza es inevitable. La nueva casa hacia donde marchamos es la global, la de todos. Deberemos encontrar, usar y desarrollar una inteligencia multirracional.

Esta casa es finita, no hay duda, pero de ello debemos sacar conclusiones. Esta casa no podrá funcionar basada exclusivamente en la economía, como no podría basada solamente en una especulación metafísica. Estamos metidos en una carga de comunicación absoluta. Ya lo dije, cuando no veíamos muy lejos el mundo era fácil de comprender. Sobre este mundo hay que lanzar un cable universal e ininterrumpido de mediación que impida verlo todo o con los ojos de la desesperación o como mercancía. No trato de trazar una perspectiva piadosa. No obstante, déjenme decir, que no considero piadoso el reclamo de una escala humana. Tenemos casa para el mundo, pero no tenemos mundo, a no ser uno cansado bajo una apariencia de dicha.

El desafío es mayúsculo: debemos encontrar otra forma de lo que hemos venido llamando vida. Estamos en las vecindades de un punto final que bien podríamos convertir en punto de partida. Creo que se nos ha falsificado todo lo que se puede ser. Quizás el mayúsculo desafío al que me refiero es que la posmodernidad, con su civilización massmediática, lo que nos está ofreciendo como mundo es la falta de mundo. Así, quizás, podríamos entender como la globalización se nos está convirtiendo en causa de desajuste destructor. André Breton estaría perplejo: el surrealismo se ha convertido en realismo. En esta mudanza del hombre a la casa nueva estamos confirmando como la estructura política, y sus variantes económicas, la están obstaculizando.

Formas tribales

Muchos piensan que en lo político estamos ante una manifestación de anarquía social. En efecto, brotan invectivas contra la jerarquía y un insistente llamado a la acción de las “bases”, sin que eso implique voluntad alguna de reestructurar lo político. Esto parece indicar un vuelco hacia sí mismas, por parte de estas organizaciones sociales que intentan asumirse como sustitutos de los viejos partidos. Algún comentarista ha agregado una relación entre lo religioso y lo político, una que vemos en América Latina. La religión tranquiliza mediante la oferta de una vida después de la muerte; se trata de una oferta concreta. Los políticos en campaña electoral cambian la confianza de los electores por una simple promesa.

Frente a la crisis de la democracia han surgido infinidad de movimientos sociales de base. Se trata, aquí y allá, de un ensayo general de alternativas a la relación jerárquica. La solución parecen decir, no dependerá más de la promesa de los políticos, sino que debe ser aquí y ahora. Sólo que, en la práctica tribal, reaparece, en lugar de desaparecer, el Estado Providencia.

El asunto de fondo es si esta nueva forma de organización anti-partido podrá regenerar los tejidos democráticos. Debemos constatar que estos movimientos son minoritarios por esencia y tan poco atractivos como los partidos tradicionales. Los teóricos comienzan a llamar “tribus” a estas formas que la crisis de los partidos ha ocasionado. Así los llaman, porque pareciera que los individuos que se asocian quieren, en el fondo, redimirse de la individualidad. Se trata de una especie de sociabilidad primaria.

Las “ventajas” están en la pérdida de dependencia de la “promesa” y, teóricamente, del estado dadivoso. Han caído los metarrelatos políticos de legitimación y los metarrelatos teóricos, es cierto, pero se requiere más que una crisis de individualismo solapado.

Quizás sea en la Unión Europea donde lo podamos percibir con mayor precisión, pero el fenómeno tribal está por todas partes, incluidos Estados Unidos y América Latina. Si uno contabiliza aquí encontrará más de 40 tribus sin ningún contacto entre sí. Estamos ante un caso de reingeniería social de alta complejidad que pasa por redefinir lo político, lo que lo tribal no hace.

El imperio cotidiano

La cotidianeidad está imperando sobre lo político. Hay una inercia explicable en factores diversos, como el acceso de una parte minoritaria de la población, pero influyente, a bienes de una falsa prosperidad económica.

Los estudios muestran a esa parte de la población en el uso del dólar, aunque basta con verlo en cualquier negocio. El levantamiento del control de precios ha permitido importación de bienes y su acceso mediante divisas provenientes de diferentes fuentes.

No detallemos acuerdos reales o supuestos con factores económicos, recordemos las cifras de la ONU sobre uno de cada tres venezolanos sin acceso a alimentos suficientes. Hemos explicado reiteradamente el comportamiento psico-político de las masas en situaciones como esta, recordando que las búsquedas de ruptura se ocasionan cuando una prosperidad se ve amenazada, no cuando la crisis impulsa sólo a la satisfacción de las necesidades básicas.

Hay también un problema de comunicación política y un no entendimiento de la población en los pasos que dan los factores actuantes en cuanto a la procura de acuerdos mínimos que deberían resultar plenamente entendibles. En buena medida se debe a que hay demasiados políticos de segunda que, con sus declaraciones, enturbian, tratando de mostrar cualquier medida saludable como una victoria de sus propios intereses y no como una en procura de un bien común.

El tono del poder es alarmante, pleno de amenazas que ejecuta, una que no vamos a calificar ni siquiera como miedo, en procura de un efecto civilizatorio ausente. Baste mirar el cuadro internacional para entender que las presiones se multiplicarán, pues la situación es insostenible por encima del espejismo de bodegones, uso del dólar o presencia de alimentos, las más de las veces inaccesibles para un porcentaje poblacional ya muy alto y en crecimiento.

Puede hablarse de una adaptación que también puede denominarse resignación y aquí los sustantivos están disponibles, desde impotencia hasta miedo. No obstante este predominio de lo cotidiano no es permanente, pues el espejismo se resquebrajará. Hablar de un caso chino con dos sistemas, equivale a un virus que las condiciones acabarán por domeñar. Hay que internarse en lo cotidiano para reencontrar lo social.

Pacífico y moneda única

El Acuerdo de Cartagena, Pacto Andino y hoy Comunidad Andina de Naciones, fue y es un muy especial marco de integración. El 2006, Hugo Chávez anuncia nuestro retiro de la CAN. El argumento fueron los TLC suscritos por Perú y Colombia con Estados Unidos, pero aparte del argumento lo que pesó fue el giro izquierdista de Sudamérica, con un Lula en Brasil y los “K” en Argentina.

MERCOSUR está estancado, como lo está toda la integración latinoamericana. El ingreso venezolano fue traumático y forzado, baste recordar la oposición paraguaya. Las duras críticas de Bolsonaro al nuevo presidente argentino y la falta de avance, indican problemas a futuro, si no se deja de entender que los cambios de gobierno no pueden afectar las bases de la integración.

El regreso de Venezuela a la CAN es un acierto, pues su pertenencia a MERCOSUR no lo impide para nada. En esos tiempos del retiro sostuvimos que nuestro papel era el de bisagra entre ambos procesos hasta la convergencia en uno solo. Por supuesto que en aquellos tiempos teníamos una bonanza económica por los altos precios del petróleo. No obstante, el anuncio de Guaidó, bajo la premisa de Duque, es un paso correcto, uno a materializarse al producirse el cambio político en nuestro país.

Hoy en día, por los naturales movimientos del péndulo y por las realidades obvias que la crisis venezolana ha provocado, si hay dos países que pueden reimpulsar la necesaria integración continental, son Colombia y Venezuela. Al llegarse a la transición venezolana Bogotá y Caracas están obligadas a acercamientos reales.

En alguna ocasión Santos le propuso a Chávez la construcción de un ferrocarril binacional que llegase desde nuestro país hasta la costa pacífica colombiana, a un puerto también binacional. Es lo que he denominado como un proyecto de alta trascendencia, convertir al nuestro en un país del Pacífico.

Otra propuesta de mis concepciones es la moneda única colombo-venezolana para eliminar los problemas de la larga frontera y sincerar lo que, de hecho, es una zona binacional. Falta para ello mucho trecho, uno que deberá pasar por nuestra recuperación, pero un nuevo gobierno acá deberá planteárselo y designar las comisiones de estudio, para moneda única y Venezuela en el Pacífico.

Reformular la democracia

Reformular la democracia, he dicho muchas veces, no requiere de una especie de conversión súbita de las colectividades, sino de un proceso que conlleva a una acción sobre sí mismas que permita reponer la realidad ocultada muchas veces por los actores a una transformable constantemente, una mostrable con insistencia, una que supere la mera búsqueda de culpables por el encuentro de una solidaridad interior traducida en acción política constante, una sin dueños, una enmarcada en un nuevo concepto de poder, uno de todos los ciudadanos que protegen sus derechos.

Frente a este desafío abundan ahora las democracias-autoritarias, los falsos liberalismos-mandones y los populismos teñidos de mesianismo. La democracia no es sólo votar, a eso pretenden reducirla los tipos de régimen mencionado, la democracia es un constante ejercicio que en él va encontrando las maneras de control efectivo. Hay que hacer de la democracia una mera autorización para gobernar y no un mandato de dominio.

Es necesario reformular la democracia. Las patologías que señalamos aquí son consecuencia de un apego interesado y manipulador de concepciones clásicas. Es menester concederles a los ciudadanos otros derechos hasta ahora no considerados fundamentales, como el de la transparencia en el ejercicio público, la consulta popular deslastrada de las manipulaciones tecnológicas de hoy y una capacidad de denuncia oportuna. Es necesaria la redefinición del poder, tomado como un intercambio entre ciudadanía y unos momentáneamente elegidos. Seguramente en los conceptos emitidos por Jacques Maritain y Hannah Arendt, más como autoridad que como poder o, si se prefiere, tomando el concepto de poder como la capacidad para actuar concertadamente desde un sentido esencial de toda comunidad. Es indispensable que tal ejercicio se haga bajo reconocimiento de aquellos que deben obedecer, esto es, el consentimiento de los gobernados.

La democracia no puede basarse en un secuestro de los intereses colectivos. La relación tiene que ser de principios y de confianza. No puede haber democracia intermitente ni considerar el desiderátum la participación en elecciones. La democracia debe ser permanente y con esa permanencia debe construirse una historia común.

El ejercicio continuo

La primera queja para explicar el desencanto con la democracia es la de su supuesta ineficacia. Las promesas no se cumplen y los ideales se olvidan. Por supuesto que eso depende de los actores, más entretenidos en conservar el poder y sus beneficios que en la atención a una obra de gobierno.

Sin embargo, ello no es suficiente explicación. Podemos remitirnos al mecanismo con que esos gobernantes son electos. Un cúmulo de factores afectan a las elecciones, desde la intervención tecnológica que manipula mayorías inclusive en países lejanos, hasta su conversión en el deterioro representativo.

Las elecciones están en crisis. Un ciudadano un voto, explicitaba una igualdad que legitimaba las instituciones. Manipulaciones del voto ha habido siempre, magnificadas por la tecnología actual donde a esos votantes se les plena de información manipulada, caso Brexit, o se distinguen sectores mediante el uso inmoral de una información disponible en los grandes servidores. De esta manera, el instrumento democrático por excelencia ha sido viciado, alterando las bases de la democracia conocida, como lo son una representación de la voluntad colectiva y, por ende, la destrucción de los mecanismos de control de esos representantes, tales como referéndum, control de gastos, la selección de los candidatos postulados. El concepto mismo de mayoría ha sido ficcionado.

Los programas de gobierno que los aspirantes al poder enarbolaban como el desiderátum de su acción oficial han perdido sentido. Los llamados electores saben que son papel muerto. Los reclamos por su incumplimiento presiden buena parte del debate público. Las élites políticas se han hecho escurridizas avalando involuntariamente el crecer del populismo que hace de “pueblo” un concepto abstracto.

Los problemas son graves y muchos. Llega a hablarse de democracia poselectoral, lo que de ninguna manera significa dejar de lado las elecciones sino devolverle algunas de sus esencialidades. Para ello es necesario multiplicar la expresión, hacer inviable la unicidad de los organismos monopolizadores de la voluntad general o parcial y renovar antiguos conceptos. O se está en la vida pública ejerciéndola o los monopolios seguirán traduciéndose en regímenes populistas y autoritarios.

El entramado bambolea

Ya asistimos a lo insólito con la mirada del descubridor de añicos. Podemos ver el protagonismo de acciones sin precedentes en siglos y pensar es lo más natural. En un espacio de 21 años hemos adquirido un excepcional complejo de sumisión a la inferioridad. Uno puede irse a la antigüedad clásica y encontrar griegos prestando sus servicios como soldados o detenerse en Roma engrosando sus legiones, pero esto de negociar con mercenarios su acción para ir contra un régimen carece hasta de congruencia hereditaria.

Los términos de la política en un país cuyo anhelo de retorno se enmarca en el de un programa cómico de la televisión amerita historiar la ridiculización. Francia tuvo desde el Mayo famoso hasta la pasión por Coluche, la evolución desde Sartre hasta su sepelio por un procaz humorista televisivo. Los pueblos se desvanecen hasta creer que los verdaderos héroes son aquellos que satirizan a los políticos o a los pensadores. Es cierto que el humor es temible, pero hasta este es categorizable.

Los tiempos mediocres engendran profetas huecos, nos parece recordar como una afirmación de Camus. Hoy los pueblos dejan transpirar sus confusiones mentales en las redes sociales, no siempre por culpa propia, sino por unos actores que nos demuestran que no hay indicios de nacimiento de una nueva realidad. La visión de lo humano nos indica que toda transformación política realmente importante está precedida de cambios del panorama intelectual. Con excepciones, aquí esas cosas llamadas “influencers” son las que hablan, sobre sus propias estrecheces mentales, y las que realmente importan a la vasta audiencia.

Mijail Gorbachov, en un momento crucial, viajó a la RDA y soltó una frase famosa, “la vida castiga a los que la posponen”. No se puede vivir posponiendo. Este es un país que reduce su reserva moral a hombres para la teoría. Ya no existe un modelo venezolano de sociedad. Nos han hecho un canal de espectáculos en serie y como ocupación principal nos han impuesto seguir el thriller con la ansiedad propia del espectador que se divierte.

Hemos perdido la capacidad de distinguir los signos de nuestro tiempo y, en consecuencia, la de trabajar con sus carencias y ventajas. Ya no alzamos la mirada y el entramado bambolea.

Sobre el paradigma

Cada uno tiene una percepción individual de la realidad que lo dirige en el momento de interpretar lo cotidiano que lo envuelve. Ese conjunto de valores y percepciones nos conducen a nuestras afirmaciones sobre el entorno, sobre lo que vemos y percibimos. Esta especie de mapa mental nos guía en la conformación de nuestra visión de lo que sucede, ha sucedido y sucederá. Cuando muchos tienen uno igual hablamos de paradigma general o de paradigma social, uno que marca y determina el comportamiento del colectivo frente a la redondez del mundo y sus contextos.

Mientras lo hacemos se acumulan las paradojas, esto es, percibimos que nuestra manera de ver el mundo nos devuelve resultados contradictorios que parecen negar lo que pensamos. Esta contradicción nos sume en un estado de intranquilidad que llamaremos acumulación de dilemas, porque podemos llegar a la conclusión de que mientras más trabajamos para cambiar lo que nos molesta menos resultados obtenemos.

Ahora bien, cuando hay naciones en graves procesos políticos que implican un creciente mecanismo totalitario de control, la gente desahoga su malestar sin darse cuenta que está enfrentando el peligro desde paradigmas inservibles. El dilema en que se sume no le suministra suficientes elementos para el darse cuenta, para entender que debe cambiar de mirada sobre la realidad si quiere superar la impotencia que le permite concretar el cambio.

Un paradigma nuevo se instaura cuando los vigentes no pueden resolver los enigmas. Para salir del círculo vicioso hay que aprender a pensar de otra manera. Cuando una sociedad deja de hacerlo se estrellará inevitablemente contra un muro inmodificable. Si pensamos creamos una red de interacciones, miramos nuestras particulares circunstancias desde todos los ángulos. Ello podría llevarnos a dejar de lado un reduccionismo que sólo percibe la fachada de un proceso histórico-social, lo que nos conduce a la desesperación –visto fracaso tras fracaso- que podemos traducir como el convencimiento de la irreversibilidad de aquello que enfrentamos. Hay que abandonar las tomas fotográficas instantáneas y su sustitución por una idea de permanente flujo. Aprender que la realidad real la hemos contribuido a forjar con nuestra propia mirada.

La dispersión

No se trata en este texto de la dolorosa marcha de millones de nuestros compatriotas. Hay otra diáspora que dudamos en llamar de la sindéresis, aunque la palabra aquelarre nos asalte.

Se acusa a un dirigente político de haber planteado que él debe ser candidato presidencial cuando las realidades muestran que tal escenario no existe y que si es un político lo sabe. Se gira sobre las mismas acusaciones de siempre, como gente que pretende llegar a una “convivencia” o de crisis internas en algún frente que, de existir, serían perfectamente comprensibles. Sólo elenco parcialmente para mostrar una opinión pública que dejó de serlo y vuela sobre los hábitos de las ramas, incapaz de discernir.

Se desoyen las observaciones de quien realmente tiene el poder. Aquí lo que realmente está planteado es la realización de las elecciones parlamentarias, unas peligrosas hasta para el poder, pero convenientes a la hora de los balances. Aquella mayoría, de la cual aún se evoca la legitimidad, provino de un sistema electoral adecuado para el PSUV y que se le volteó, pero si alguna concesión harán a quienes con ellos “dialogan” será el retorno de la representación proporcional de las minorías. Va a salir de allí una Asamblea Nacional profundamente fraccionada, sin mayorías claras y entonces los entendimientos obligados volverán a la luz del día.

Un rápido repaso por la realidad latinoamericana muestra este fraccionamiento resultante. Recordamos por ejemplo a Perú, luego de la polémica decisión de disolución del Parlamento ante la obstrucción. Son esfinges que se hunden al quedar su enigma solucionado, me parece recordar en una expresión de Heinrich Heine. Las circunstancias son las circunstancias y los entramados especulativos sólo responden a la necesidad de espectáculo, como por ejemplo hablar de bonos y de dinero para “justificar” ante los lectores una supuesta acción antiunitaria.

Vendrán las elecciones parlamentarias y seguramente asistiremos al espectáculo de “ir o no ir, ese es el dilema”, admisible en cuanto somos repetitivos, o “no se puede ir a elecciones con este régimen”, pero, como decía de las circunstancias, pasa que ellas dan las diferencias. O quizás con Hegel pudiéramos decir que los tiempos felices son páginas en blanco.

El juego político

La expresión “el juego político” es de uso común en el estudio y análisis, admitiendo que el “juego” no se refiere al azar. Dejarlo aquí es propio de una degeneración teatral que se le endilga a las campañas electorales, pero que también involucra a los políticos menores que creen la partida está decidida antes de empezarla.

Las cosas que uno lee son pavorosas, como “vamos hacia unas parlamentarias arregladas”, lo que significa que unos jugadores se muestran incapaces de modificar las reglas del juego. Todo juego necesita un árbitro y si de algo disponen estos “jugadores” es de incidir en la designación de un nuevo Consejo Nacional Electoral. Tienen todas las herramientas para procurarse uno que, si bien no satisfará a quienes desean uno de “oposición”, será mejor que el actual. Designan un comité de postulaciones para aquellos que aspiren ser sus integrantes, pero lo congelan. No saben de movimientos tendientes a procurar concesiones dentro de la aceptación de la imposibilidad de realizar elecciones normales en un sistema democrático.

Las elecciones parlamentarias –ya lo he dicho- mostrarán el fraccionamiento de las fuerzas políticas del país, lo que será el tablero para el juego, a falta de uno proveniente del amontonamiento de ficciones, una de las cuales terminará inevitablemente con su realización. Si en lugar de jugar a colocar las piezas en la mejor posición posible, nuestros políticos siguen mostrando su evidente escasez mental, quedarán fuera del juego, lo que será muy lamentable, no por ellos, sino por el país.

A veces el juego se realiza mientras algunos se distraen con el color del tapete. El intercambio de acusaciones y “ofertas” sobre DirecTV y la torpeza sobre la importación de gasolina iraní, son dos ejemplos patéticos de que no hace falta más de un jugador para jugar el juego, pues uno sólo jugará si el otro se limita a ver como le llenan la cesta. No se puede depender del patrocinador, pues entonces juego no habrá, sólo emisión de propaganda.

Habrá elecciones parlamentarias y ante las reacciones a uno le provoca asumir el cinismo frente a los amateurs. Debe ser porque asalta aquella frase de Oscar Wilde: “El cinismo consiste en ver las cosas como realmente son, y no como se quiere que sean”.

Pasado sin presente

El hombre está sembrado en la incertidumbre. Se ha sembrado, aún más, en la incredulidad, en la perplejidad y en la ausencia. Las luchas hacia una nueva realidad parecen convertirse en una rueda trancada por objetos lanzados a su paso. Siente el agotamiento de la posibilidad de decisión, lo que significa la ausencia de la capacidad de reordenar, de autoconcretarse, de llegar a alguna parte, más cuando el lugar de arribo al que pudiera aspirarse se ve como sumergido en nebulosas.

Si bien la incertidumbre ontológica o la incertidumbre social o la incertidumbre económica pueden ser citadas como permanentes compañeras de viaje, ahora, como hacía muchísimo tiempo no sucedía, nos encontramos frente a una herida de ausencia de perspectivas y sin estímulos para enfrentar la desnudez.

Tanto como los hechos históricos puntuales que nos tocó vivir a finales del siglo XX, la evaporación de los supuestamente homogéneos cuerpos de doctrinas (ideologías) ha lanzado al vacío a importantes grupos carentes ahora del envoltorio protector, sin que un sano pragmatismo con ideas o de ideas termine por involucrarse en la conducción hacia una meta. La verdad se ha hecho, cada vez más, el concepto nietzscheano.

La política es el factor clave de la incertidumbre. La política de la modernidad se agotó y con ella la forma claramente preferida, esto es, la democracia, dejando el vacío presente. Ya no se mira a las formas políticas de organización social como paradigma emergente que siembre la posibilidad de un objetivo a alcanzar.

Quizás como nunca hemos dejado atrás el pasado sin que exista un presente. Los envoltorios protectores se diluyeron cual bolsas de plástico biodegradable. Las soluciones a las interrogantes se evaporaron. El deterioro de lo social-político refuerza en la incertidumbre. El temor por el futuro colectivo se convierte –otra paradoja- en una angustia personalizada de gritos. Ante la falta de protección suplicamos por una, encerrados en envoltorios de fragilidad pasmosa. Las acciones colectivas se tornan cada día más difíciles y que sólo vemos ante trastoques políticos puntuales, ante amenazas puntuales, y que de origen están condenadas a apagarse, como hemos sido testigos en este tiempo de pasado sin presente.

Democracia sin política

Ya la sociedad no genera sus dirigentes por la sencilla razón de que ha dejado de orientarse a sí misma. Sólo es capaz de percibirse en los símbolos tecnológicos-mediáticos. Las sociedades actuales, nos lo recuerda Peter Sloterdijk en “El desprecio de las masas”, son inertes, en su individualismo feroz se hacen suma desde su condición de microanarquismos. La expresividad se le murió a la masa postmoderna y, en consecuencia, no puede generar dirigentes. Hay una plaga inconmensurable asegurando que lo que sucede es que no es la hora de los líderes sino de la masa. El concepto de “opinión pública” está cuestionado desde los inicios mismos del siglo XX, pero, hoy en día, bajo los efectos narcóticos, se puede muy bien asegurar que estas sociedades atrasadas sólo son capaces de generar gobiernos facistoides que le den afecto. Vivimos, lo dice Sloterdik, “un individualismo de masas”.

Lo grave, más allá de las consolaciones, es que realmente marchamos hacia una democracia sin política. Si no hay política no hay funcionamiento social. He dicho en otras ocasiones que la necesidad es de más política, porque lo que produce cansancio es su ausencia, como en el caso venezolano presente, y no una presencia excesiva. Lo excesivo es el vacío.

Los acontecimientos pasan ahora a gran velocidad. Es lo que hemos denominado la instantaneidad suplantando a la noticia muerta. Es la velocidad la noticia. Paul Virilio, gran acuñador de términos, nos ha regalado éste otro, “dromología” o “economía política de la velocidad”, ciencia que se ocuparía de las consecuencias de la velocidad, porque es en función de ella que hoy se organizan las sociedades. El ejercicio de la política es ahora, y también, instantáneo. La democracia sin política pasa a ser un cascarón vacío. Por si faltara poco, los teóricos de la supuesta y final victoria de una democracia que bautizan liberal, consideran inseparables los conceptos de libertad y neoliberalismo. No hay “dirigentes” que lo contrasten.

Una democracia sin política obliga a preguntarse si habrá repolitización. Jacques Derrida, en “Espectros de Marx”, da una respuesta demoledora: “La población caerá en un idealismo fatalista o de escatología abstracta y dogmática ante los males del actual régimen”.

De la literatura

En el siglo XXI encontramos una degenerativa propuesta de la definición de persona. Podríamos decir que aquéllas no son más que detentadoras de poder. De allí a nadie puede extrañar que nuestra época sea la de los tecnológicos espectáculos. El mundo tiene que ser lo suficientemente fuerte para autoreproducirse constantemente en las apariencias y así llegar a convertirse en una falta de mundo. El escritor, en cambio, es un constructor y la imaginación creativa se alza como el único antídoto contra una absorción y extinción de la trascendencia. No quiere decir que el escritor trascienda. Aún hoy hablamos de Homero, pero cualquier lector de Peter Sloterdijk puede ir comprobando como los muertos se vuelven cada día menos importantes. Es lo que él llama “una humanidad horizontalmente reticulada”. De allí que preguntarse por un propósito de la literatura carece de sentido en un mundo donde los sentidos han sido derivados produciendo una fatal ruptura de la integridad del todo. Como lo recordaba Jünger el instante creador se produce fuera del tiempo y por lo tanto ya no puede ser anulado.

El escritor, al asumir el mundo de la “no-apariencia”, deja de jugar con otro polo de referencia. Aquí no hablamos de un escritor como testigo de su tiempo o como alguien en que se pueden conseguir todos los retratos de su época. Lo que quiero decir es que el escritor derrota la apariencia ordinaria. Es un introductor que desvía hacia “lo que pasa en otra parte”. El escritor descompone y recompone la estructura fundamental del mundo, es decir, vuelve a una especie de conocimiento original, se hace el demiurgo que llega a la parte no accesible al común y se hace poseedor así de los secretos. En pocas palabras, para seguir con Goethe, se aleja de las apariencias.

En un mundo en desbandada, como este, el escritor es un ser paradójico: es un trastornador que fija. Como bien lo dice Sloterdijk, no parece haber (en el mundo de las apariencias) alguien que cumpla el rol de posibilitar tránsitos. El escritor, al fijar el instante, cumple con ese papel, pues posibilita la única posible regeneración, aquélla que se vincula al nuevo inicio. La literatura es la violadora antagonista del fin.

El nuevo continuum

Estamos ante un estructura laberíntica en el mundo de las comunicaciones, una que aparenta ser de fluidez y que parece reducirlo todo a la historia de la tecnología y, en consecuencia, la comunicación a la ideología maquinal, a lo que se ha denominado la era tecnotrónica.

La ciudad cableada es la utopía que tenemos delante, una que conlleva a nuevas relaciones, una a la que algunos atribuyen poderes demiurgos de emancipación y otros un poder apocalíptico de alienación. En cualquier caso es obvia la relación de interdependencia entre la técnica y lo social lo que conlleva a la necesidad de una praxis crítica de la educomunicación.

Marchamos hacia un mundo de formas culturales híbridas, uno donde el egocentrismo cultural ha caído y donde no existe un modo dominante de interpretación. Es ahora muy difícil discernir un sentido en el tiempo. Los actuales modos tecnológicos de comunicación han transformado la temporalidad de la cultura y eliminado el futuro como una promesa, entre otras razones porque lo mediático rehúye la complejidad.

Los contenidos del mundo están intervenidos por la tecnología, todos sin excepción, con la consecuente incertidumbre, una a la que sólo se puede responder pensando y conociendo. En buena parte, la velocidad y multiplicación de la comunicación también ha generado ceguera.

La complejidad seguirá creciendo mientras las formas se aferran a paradigmas agotados, lo que implica que la difícil respuesta es la de cambiar el pensamiento y la forma del pensar. No pareciera que a ello contribuya el sistema de información tecnológica si lo consideramos como información con pocas ideas, bajo la premisa de un uso utilitario. Nos permite, sí, una intereacción con los otros, una posibilidad de convocatoria, o de eliminar la soledad de lo real con la inmersión en lo virtual donde una de las atracciones es que el otro está lejos.

Aumentarán las relaciones entre el hombre y las máquinas lo que llamamos las nuevas relaciones sociales virtuales, ciberespacio como una disposición técnica de la inmersión.

Este universo existe porque lo observamos El hombre decidirá si marcha hacia una estética de la desaparición e implanta una sociabilidad telemática. El hombre deberá procurarse un nuevo continuum.

Los venezolanos dominados

Los recursos que llamaremos estéticos forman parte del juego político contemporáneo en la personalización, dramatización y puesta en escena. Hay vinculaciones de términos, pues vemos dramatización, simulacros, hedonismo y narración en la actual praxis política. Podemos decir que el proceso político viene falsificado de esta manera, pues se construye una máscara, una de efectismo forjador de opinión.

Cuando no se tienen criterios o reflexión para juzgar, el espectáculo es convertido en la única realidad real. Jacques Rancière, en El espectador emancipado, traza un cuadro sobre la función del espectador colocado como punto central entre la estética y la política. Él lo llama la paradoja del espectador, lo que lleva a concluir con una aparente obviedad, no hay teatro sin espectadores. Esto es, si los ciudadanos no tuviesen centrada su atención en el espectáculo que se le ofrece el teatro mismo caería. Mirar es lo contrario de conocer. Lo que se nos muestra es una apariencia y frente a ella el espectador no actúa. Este pathos, de símiles entre estética y política, nos muestra al ciudadano inerme, uno que pone en las tablas la auto-división del sujeto debido a falta de conocimientos y de información.

A la política no se puede asistir como al teatro, a ocupar una butaca y permanecer en silencio mientras la obra se desarrolla. En la democracia se nos ha impuesto una estética de manipulación. En las dictaduras una de aplanamiento. En las tablas se distinguió entre la verdadera esencia del teatro y el simulacro del espectáculo. En la democracia hay que distinguir entre la representación que nos ofrece el poder, y quienes quieren sustituirlo, por una acción colectiva donde todos actúan. Como diría Artaud, hay que devolverle a la comunidad la posesión de sus propias energías. Debord insiste en el problema de la contemplación mimética, un mundo colectivo cuya realidad no es otra que la desposesión.

En este indudable bosque de signos todo comienza cuando ignoramos la oposición entre mirar y actuar y cuando tomamos claridad de que lo visible no es otra cosa que la dominación configurada. Este venezolano es un circo de función continua o, si se prefiere, para estar actualizado, un autocine permanentemente abierto.

La guardería virtual

La política debe ser ensayo colectivo y dialogal para enfrentar los peligros de derrumbamiento de un mundo o, en nuestro caso, para abrir la constitución de uno sustitutivo. Para que no surjan nuevos dogmas es menester pensar siempre. Algunos, como Raúl Fornet (Filosofar para nuestro tiempo en clave intercultural) llaman a esto “desobediencia cultural”, por analogía con “desobediencia civil”, esto es, arribar a una filosofía intercultural que impida una estabilización que tranque de nuevo unos mecanismos que deben estar en permanente movimiento para impedir o la aparición de renovados totalitarismos o en un mero aparato formal como le sucedió a la democracia representativa.

Los grandes referentes caen cada día y ante los vacíos no nos queda más, a cada uno de nosotros, que ir a nuestro propio mundo interior aunque se produzca lo que Fernando Sabater, en alguna entrevista de prensa, llamó despectivamente “el cacareo on-line de la guardería virtual”.

Una antropología filosófica no se refiere a una esencia inmutable, sino a un agente de la transformación política y social. Quiere decir, debe producirse un giro epistemológico en las investigaciones. Como nunca hay que esclarecer las relaciones entre el sujeto humano y el mundo objetivo. La ética es asunto clave en la política del siglo XXI. Hay que aprehender nuevas formas de decodificar la realidad. Edgar Morin (Los siete saberes necesarios para la educación del futuro), lo plantea como la necesidad de una reforma de pensamiento, paradigmática y no programática. Es necesario pensar para una realización de humanidad.

Lo que hay que hacer es poner ideas y valores que muevan a la acción política. No se pueden ofrecer certidumbres, pero sí una acción inteligente. Muchos sostienen que la antropología política es el fundamento de la Filosofía Política moderna, pues a toda propuesta en el campo político la preside una imagen del hombre, de sus necesidades e intereses y de sus representaciones valorativas. Una antropología no destinada al estudio de formas remotas sino al presente de transformación. Y una axiología política para escudriñar en los valores políticos. El destierro del pensamiento nos ha reducido a guardería virtual de un interminable cacareo on line.

El viejo furor futurista

En este mundo de la ruptura de la doble visión del ojo, de una humanidad disléxica, de la pérdida absoluta de distancia y de los relieves, de la desaparición del aquí, abandonamos la perspectiva del espacio para asumir la perspectiva del tiempo. En cualquier caso, como lo quería Marinetti, belleza estará asociada a velocidad. Entre otras cosas, el mundo postindustrial está ante una miniaturización del producto tecnológico.

Paul Virilio acuñó la palabra “anímatas” para describir a esos extraños visitantes que a la larga se irán integrando a nosotros como nuevos órganos sustitutivos de aquellos atrofiados o inservibles o, simplemente, para cubrir otras necesidades, unas no propias de la evolución de la especie, dado que el caso parece ser que esa evolución ha terminado. Sí, el sueño dislocador de Marinetti de una identificación plena del hombre y el motor se asoma. Esa será la nueva salud, anunciada por el propio Nietzsche y convertida ahora en un espacio reducido y circunscrito, dado que lo exterior se anula. Si el hombre es ahora el espacio a conquistar la metafísica reaparece en la forma más insospechada, puesto que este hombre postevolucionista intervenido por los objetos de la biotécnica se convertirá, literalmente, en un hombre metafísico.

El futurismo asociaba velocidad a automóvil. Hoy la velocidad está en las ondas electromagnéticas. Dentro de poco Internet entrará por la vía de la electricidad, no del teléfono. Bien podemos decir que la velocidad de la luz es el nuevo límite, uno en que nos paralizamos. Ya no hay interpretación subjetiva o disociación de apariencias objetivas. Está rota la unidad de percepción del hombre y su relación con lo real, si es que a algo podemos seguir llamando así. El ojo humano ha sido superado por la imagen de síntesis. Virilio nos lo recuerda al hablarnos del hombre inicialmente móvil, luego automóvil y finalmente mótil, es decir, uno en cuyas casas pronto no existirán ventanas como las de Shakespeare y Pessoa en sus sonetos, más sólo pantallas y cables que ocuparán los antiguos lugares de ellas.

Podemos combatir la atrofia de los miembros impidiendo que las ondas electromagnéticas transmisoras nos hagan meros receptores de una “luz” aséptica alimenticia en sí misma.

Política del espíritu

A ratos se agotan las reservas de lectura. El hábito de leer y leer, que Hemingway incluía en su catálogo de recomendaciones a los escritores, se acentúa en pandemia como la vieja frase de Borges dando prioridad a la identificación del ser más por lo leído que por lo escrito o la recomendación de volver a los viejos textos que se reproduce, una y otra vez, (releer, releer, nos insisten) en los más sabios.

Agotadas las reservas y cansada la vista por la pantalla, de repente recordamos un escondite. Allí encontramos observaciones válidas proferidas hace un siglo. Mientras el virus sigue su mortal camino se nos vuelve a decir, desde el pasado, que las civilizaciones han comprendido que son mortales. Y se anexa la desaparición de los imperios y de las civilizaciones, con todos sus hombres y artilugios, con sus dioses y leyes, con sus academias y sus ciencias puras y aplicadas, la tierra visible hecha de cenizas.

Nadie puede asegurar lo que mañana continuará vivo. “No perdamos la esperanza”, es el réquiem de los libros de autoayuda y de las religiones y de los impotentes ante la realidad. Él lo dejó dicho: “…la esperanza no es más que la desconfianza del ser frente a las previsiones precisas de su espíritu”.

Es cartesiano, asoman algunos. Es que era muy desconfiado, agregan otros. Si se tiene conciencia del vivir es imposible para el poeta no internarse en la crisis de una época, de la suya y, sin hacer de historiador, en todas las otras. El poeta es afín a los infiernos, aún si partimos de la sentencia de Jean Cocteau, “el infierno existe, es la historia”.

Ya aquí es obvio que estoy sobre Política del espíritu, de Paul Valéry. Pero siempre los poetas solemos ayudarnos en cuanto a lo que el espíritu requiere releer. En una mención de una línea Álvaro Mutis, en el libro que termino, dice del poeta francés e instantáneamente comprendo que es allí donde debo ir y el escondite lo resuelve, para volver a preguntarse en cuarentena sobre lo que sobrevivirá y sobre las novedades del tránsito humano. Las enfermedades de este tiempo se nos muestran arrogantes, aunque tengamos deducidos los futuros ya mostrados en la pre-pandemia. Es que hay demasiados “científicos” y muy pocos curanderos del espíritu y de la cultura.

A la mejor contradicción

Se está haciendo popular la supuesta interrogante que el líder mongol Kublai Kan lanzó a Marco Polo (a su servicio durante 17 años): “¿Ud. es un hombre serio o siempre dice la verdad?” No creo tenga relación con el presidente Xi, apretando las tuercas sobre Hong Kong. Kublai acababa de proclamarse emperador de China, pero tenía serias dudas sobre la lealtad de los herederos de la dinastía Song, mientras Xi ve a un Trump dispuesto a la confrontación y se apresta a un imperio donde deberá fabricarse su propio viajero veneciano.

El futuro está por escribirse lo que cambiará el pasado. A este debemos mirarlo como una transición, como un período juzgado desde un presente en cambio que de otra manera será mirado. Uno recuerda a Hegel, con aquello de “la historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco”.

Antes se escribían notas reflexivas en las páginas de libros impresos y muchos en papelitos que se pegaban alrededor de las viejas máquinas de escribir. Hoy se abre un archivo en la laptop y lo que aflora son contradicciones. No hay nada más parecido a Venezuela que este tipo de registro. Se pierde la noción del tiempo y uno ve (¿efectos secundarios de la cuarentena?) imágenes no ensamblables.

Se asiste a cosas como el retorno de los mantras, considerados -insisto- desde el punto de vista de la psicología, esto es, figuras retóricas para procurar la repetición neurótica del sujeto y reforzar un pensamiento circular. Y uno entonces capta el texto para cumplir con el artículo de opinión, pues todo es contradicción, aunque por allá la voz de Harold MacMillan resuene con su “hechos, mi querido muchacho, hechos”.

Hechos accidentales de la historia que la propia historia aparta bruscamente de su camino. Lo que se denomina transición por momentos se hace sólo paréntesis. Aquí me encuentro haber mencionado en Tuiter a Thomas Carlyle: “Si algo no se hace, ese algo se hará por sí solo algún día, y de una manera que no agradará a nadie”.

Es ocioso de mi parte centrarme en contradicciones en el territorio suyo, pero el escritor norteamericano Theodore Sturgeon, en lo que se conoce como la Ley de Sturgeon, dejó dicho: “Nada es siempre absolutamente así”.

Literatura y política

La crisis de representación de la democracia se emparenta con la representación literaria en el sentido de que representar es hacer presente lo ausente. La literatura contribuye de manera notable a los avances políticos en el sentido de estímulo social. En infinidad de ocasiones el escritor ha sido un descubridor de los secretos del poder y un lugar de resistencia. La verdadera literatura siempre impugna.

La relación entre política y literatura no es invariable, tienen que producirse hechos sociales que lleven al escritor a esa preocupación. Por lo demás, no debe dejarse de lado la mirada sobre la obra literaria recordando el tiempo en que fue escrita. Ninguna es una reconstrucción simple de la realidad, un espejo, una simple referencia al contexto. Así, el Quijote debe ser leído también como una referencia a la locura medieval.

Todo escritor tiene una visión que se traduce en su estilo y en la simbología de sus obras. “Todo libro es un diálogo” dejó dicho Borges. Hay escritores dogmáticos, pero no nos interesan. Tampoco una distinción entre eso que llamaban “escritores comprometidos” y los que se centran en la literatura. Resultaría muy extraño que a un dictador le gustase un libro no dogmático.

En América Latina ha sido constante la vinculación entre cambios sociales y cambios estéticos. No estamos hablando de costumbrismo o de realismo social. Lo hacemos de una literatura que experimenta con el lenguaje y la forma. Hay escritores que construyen nación. Tampoco hablamos de lo testimonial. Lo hacemos del escritor que vislumbra al hombre superadas las grietas de esta transición y logra imaginarlo en un nuevo contexto social.

La literatura debe subvertir ahora los estancamientos inducidos y fosilizados por las viejas ideologías y, obviamente, las relaciones de poder. La tarea se cumple adelantándose al hombre como será, porque con ello basta para delinear las formas políticas de su organización social.

Lo que trato de reclamar a la literatura de hoy es una categoría epistémica de alta densidad teórica que sirva para conceptualizar y que implique rescatar para la palabra escrita su estatuto de acción sobre el mundo. En otras palabras, un divorcio preventivo de la decadencia y una ubicación anticipativa del futuro.

Desenraizar la servidumbre

Hay muchas clases de expresión autoritaria, no sólo la obvia de las dictaduras. Puede ejercerse sin la necesidad del poder, sólo por el hábito y costumbre que se han hecho normas en un cuerpo social. De manera que hay dominios implícitos tantos como explícitos. No es sólo la fuerza la que impone, dado que pueden hacerlo el hábito o la pasividad de la costumbre.

Es así como hay pueblos que esperan las voces de sus dirigentes, generalmente para corearlas y, en otras escasas, para aparentemente despreciarlas. La debilidad del obediente se manifiesta en ambos casos. He dicho muchas veces que quienes fungen como dirigentes son la expresión del cuerpo social, pues de ninguna otra parte salieron y a nadie más se parecen. Llega el momento en que los pueblos deben interrogarse sobre sus partos. La política no puede practicarse sin conocimiento del hombre, es una de las lecciones que se saca del “Discurso de la servidumbre voluntaria”, de Étienne de La Boétie, escrito a los 18 años, un libro intemporal y que habla del miedo y que sigue siendo una pieza indispensable de la teoría política y al cual apelo para dar título a esta nota.

Los dirigentes muchas veces abandonan sus roles fundamentales para encerrarse en sus cálculos y paulatinamente van subyugando a quienes en el fondo desean ser subyugados, para no tomarse la libertad de pensar y mucho menos la de unirse a sus semejantes para actuar. Hay especificidades en La Boétie, como aquella de que la lucha contra los autoritarismos no depende de declaraciones bélicas, ni de la llamada Comunidad Internacional, agregaríamos. En verdad depende de vencer la disipación y la falsa crispación de parte de un colectivo que no ha pensado en asumirse.

En esta expoliación de la intimidad donde los dirigentes se manifiestan como dueños de la res publica uno concluye que la única vía es que el país venezolano recupere la facultad de tomar sus propias decisiones. No es que pretendo llegar a desencantos como los de Platón sobre la posibilidad real de la utopía. Es que llega el momento en que los pueblos deben asumir la palabra por encima de los dirigentes y, luego, escoger dirigentes que ejecuten sus decisiones. Con propiedad podríamos denominarlo desenraizar la servidumbre.

El hombre receptor

El asunto que comienza a plantearse es el de los efectos del mundo tecno-mediático sobre la democracia. Ahora vamos más allá del poder massmediático en sí, para arribar al planteamiento de una eventual incompatibilidad de los valores democráticos con las normas universales de la comunicación. Si el hombre se convierte en un mero animal simbólico este sistema político habrá perdido toda racionalidad. Giovanni Sartori lo define como “la primacía de la imagen, es decir, de lo visible sobre lo inteligible”. El hombre que “mira la pantalla” se está convirtiendo en alguien que no entiende. Los sistemas de medir la llamada “opinión pública” están trasladándose a un botón del telecomando y quien aprieta ese botón es alguien sin capacidad de pensamiento abstracto. Ese viejo carcamal llamado partido político depende ahora de fuerzas que escapan al trabajo de captación de miembros o a los planteamientos profundos sobre proyectos de gobierno. Las encuestas se hacen cada vez más sofisticadas y, al mismo tiempo, más erráticas, pero forman parte del conjunto de destrucción de algo que hoy es una entelequia y, no obstante, se sigue llamando “opinión pública”.

Los contendores de la democracia, en términos absolutos, han cambiado. Los viejos enemigos se derruyeron, pero muchos nuevos han surgido, el populismo, las nuevas autocracias constitucionales que se amparan en un Estado de Derecho falsificado y construido a la medida.

Si la democracia es un ejercicio de opinión, o “gobierno de opinión” conforme a la definición de Albert Dicey, la democracia es un cascarón vacío, pues como bien lo observa Sartori las opiniones son “ideas ligeras” que no deben ser probadas. Los llamados “programas de gobierno” que antes elaboraban los aspirantes al poder han caído en total desuso, por la sencilla razón de que no influyen electoralmente. Basta manejar dos o tres cuestiones machacantes para definir a esa debilidad variable llamada “opinión pública”. Ahora bien, en este era tecno-mediática las opiniones no son independientes, no surgen del conglomerado, al contrario, le vienen impuestas por el ejercicio de la manipulación. Numerosos analistas han señalado la desaparición de lo sensible y al hombre como un receptor que ve sin comprender.

La falsa conciencia

En los tiempos de las innovaciones tecnológicas el hombre posmoderno intuye que ellas se quedarán cortas. La decepción de este hombre lo lleva a la convicción de que restar sensible es utópico pues mantener los sentidos en alerta ante una felicidad que no llegará es necio.

Diógenes irrumpe en la Atenas decadente. Siempre el cinismo lo hace en tales circunstancias. Sin embargo, el cínico de la antigüedad era un original solitario y un moralista provocador. En otras palabras, un marginal. Ahora el cinismo crece en el anonimato. El cínico de la posmodernidad es un asocial integrado, alguien que no comparte, pero que hace rutina de las prácticas y cumple los rituales que se le imponen.

El hombre cínico de este tiempo cree saber lo que necesita, paradójicamente se cree un iluminado y así se hace apático. El cinismo se mezcla con sexismo y un falso concepto de “objetividad”, constituyendo así el tobogán por donde occidente se desliza. No subsiste una Aufklärung, es decir, la vieja convicción de que el mal resulta de la ignorancia y que basta el saber para curarlo.

El cinismo hoy es la manifestación desagradable de una falsa conciencia supuestamente esclarecida. La impostura ha sido posmodernizada. No recuerdo quien acuñó la expresión “mal del siglo”, pero si se puede asegurar que el del XXI será, o es ya, el cinismo. El cinismo ya no es una mezcla de humorismo, filosofía e ironía. La antigua alianza entre la dicha, la ausencia de necesidad y la inteligencia, no existe más. Es por ello que las religiones orientales patinan en sus viejos encierros y la cultura occidental deja de lado la tradición inteligente. La conciencia moderna se ha desgraciado. Por eso estos tiempos de conciencia desdichada reciben el impacto de la Aufklärung destrozada. Cuando los perros de Diógenes de Sinepe no sólo husmeaban sino que mordían había respuesta a la desilusión. La única coincidencia es que el cinismo, en las asumidas formas actuales, aparece cuando la civilización deja la inteligencia.

Un pintor italiano, Giorgio de Chirico, lo articula así: los hombres tienen caras redondas y vacías, miembros proteicos y son geométricamente parecidos a los humanos, pero sólo se les asemejan. El hombre que pinta se parece a todos y a nadie.

El hombre sin futuro

Es evidente que si influenciamos el advenimiento de una nueva realidad es porque el presente no nos gusta y pensamos que el mantenimiento de las tendencias pueden conducir a resultados catastróficos. Como ya la utopía no es el incentivo es menester repensar al hombre inerte para que ejerza la reflexión sobre las ideas que han sido lanzadas al ruedo y crea en la posibilidad de su realización. La tarea comienza con la descripción de las taras del presente, con un llamado a la rehumanización, con el análisis puntual de las consecuencias posibles y con una acción que conlleve a su adopción y práctica.

Es menester perseverar y verificar su grado de modelación sobre la realidad. Algunos ensayistas han llamado a esta sociedad democrática que he descrito como instituyente, y en permanente movimiento, una “sociedad de transformación”. Está basada, obviamente, sobre la auto-organización, una donde la interacción cumple su papel de mejorar mediante una toma de conciencia. Esto es, mediante la absorción del valor de las relaciones simbióticas, lo que implica un cambio de valores.

El vencimiento de los paradigmas existentes, o la derrota de la inercia, debe buscarse por la vía de los planteamientos innovadores e inusuales que, con toda lógica en los procesos humanos, serán descartados ab initio por el entorno institucionalizado. El derribo de los dogmas no es un proceso fácil ni veloz.

La inutilidad de los viejos paradigmas queda de manifiesto cuando el hombre comienza a sospechar que ya no le sirven exitosamente a la solución del conflicto o de los problemas. Está claro que la revocatoria de los anteriores requiere de un esfuerzo sostenido pues se deben revalorar los datos y los supuestos.

Nuevos paradigmas requieren, generan o adoptan nuevos actores. Cuando los nuevos prendan en la conciencia entraremos en un “encargo a la multitud”. Los nuevos paradigmas comienzan a bullir también en la lingüística, en la geografía y en la comunicación, sólo por nombrar algunas áreas, pero deben afianzarse en la política.

El hombre se queda sin los amarres del pasado y sin una definición del porvenir. Es una auténtica contracción del futuro definido en la especulación ficcional desde el ángulo tecnológico, uno ansioso de perspectivas.

Un nuevo realismo

Hay obsesiones rondando el imaginario colectivo. Una de ellas es la palabra legitimación, una que surge cualquiera sea el movimiento o la toma de postura de alguien. Otros alegan no podemos depender de la voluntad ajena, olvidando quien tiene el ejercicio real del poder y, por consiguiente, a quien habría que torcerle el brazo para obtener un resultado acorde al planteamiento que se quiere materializar.

La obcecación preside. Todo lo que se haga legitima, a lo que hay que añadirle los cierres de toda capacidad de raciocinio, encerrados como andan en posiciones tan sólidas como las de un bulto en henil. La ley de Sturgeon es un adagio derivado de una cita del escritor Theodore Sturgeon: «Nothing is always absolutely so» (Nada es siempre absolutamente así).

Períodos drásticos como el que aún nos acosa hacen pensar que cualquier cosa que quede en pie posiblemente se requiera como un elemento a la construcción del futuro. La población, una vez castigados los culpables, va a entrar en un proceso psicológico que implica dejar atrás los recuerdos incómodos y desagradables. Creo que a eso se le llama transición. En la búsqueda de ella no se pueden dar muestras de intolerancia como la que vemos a diario en un sector de los actores políticos que se lanza a insultar y descalificar. Es el equivalente al «Nuevo Brutalismo» (del crítico arquitectónico Rayner Banham). Para esta masa amorfa de reclamos e improperios me asalta una frase: “Nada permanece si no se renueva constantemente”.

Tenemos una atmósfera de fracaso sobrevenida a un par de décadas de intensa actividad y los menos que podrían hacer los actores es revisarse con coraje. Hay que romper la costra de las costumbres mentales formadas en estas, constituyendo, con inesperada rapidez, otras nuevas a ver si nos adviene un nuevo realismo. Habría que recordarle a los ignaros que no es siquiera la democracia, concepto nebuloso y quizá demasiado recurrente, ni el Estado de Derecho ni la libertad, si no se enmarca todo dentro de un claro y preciso modelo venezolano de sociedad.

La esencia de una nación es que los individuos tienen muchas cosas en común y también que han olvidado muchas otras, dejó dicho Ernest Renán. Iniciémonos con otra manera de decir y hacer las cosas.

La cultura del desvarío

Se han establecido comportamientos uniformados. Y se hacen hábito. La experiencia cotidiana se estructura y a su vez estructura a la sociedad. Podríamos decir que tenemos una “cultura del desvarío”.

Reproducimos, así, el estado del cerco. Esta es ya la manera de vivir de los venezolanos. Ya somos otros. Ahora somos un capital social disminuido. Dentro de esta sociedad reconformada se está haciendo inviable el ejercicio democrático, no se le considera forma de expresión lógica.

Negar es el nuevo hábito, pero lo compensamos con reflejos amenazando con las acciones más violentas, mientras acusamos, al que se mueve sobre la lógica, de colaborar con la nueva estructura de hábitos y comportamientos. Los principios esenciales han sido trastocados y ya no funcionamos derivando de ellos.

Es posible cambiar la subjetividad humana, lo que hace necesaria la multiplicación de la voz de la inteligencia hoy adormecida. Por ejemplo, el hábito del crecimiento ha sido cambiado por el hábito de la supervivencia. El hábito de la tolerancia ha sido cambiado por el hábito de la agresión. El hábito de no rendirse ha sido cambiado por el hábito de perorar palabras insultantes y anunciar violencia. Es menester la suma de cese del egoísmo, la implantación de la solidaridad social y el abandono de teorías trasnochadas,

Es obvio que la conformación de hábitos y comportamientos depende tanto del exterior como del interior. El exterior lo conocemos en todas sus taras, pero el interior nos está mostrado una profunda fragilidad psicológica. Sin un mundo interior propicio no se internalizaría el mundo exterior despreciable. Ni se produciría este círculo de personas con los nuevos hábitos y comportamientos en la sociedad devaluada. En consecuencia, es necesario explicar e introducir una idea nueva. Si no logramos hacerlo, si nos limitamos a repetir el rechazo sin proponer alternativa, no habrá nunca la posibilidad de una reacción colectiva que no es una acción política estrafalaria.

Es obvia la necesidad de diseñar un futuro. Con estos hábitos y estos comportamientos, si permitimos que se endurezcan, no se podrá luego modificar nada, a no ser desde el final que siempre llega y el reinicio desde el vacío definido por una normalidad enferma.

El continuo de la degradación

Para esta fecha todo indica un agravamiento de la situación del país, uno progresivo como hasta ahora, pero uno que puede dar saltos cuantitativos y cualitativos. Cuando hablo de ello me refiero a los venezolanos, a su cotidianeidad, a un día a día preñado de sobresaltos y de carencias, todo enmarcado, obvio, en un cuadro político de cegatos irresponsables.

El elemento clave de este último se llama elección parlamentaria, pues continúa degradándose. Se gira sobre ella desde el ángulo de la miseria, en ningún caso como el de asimiento de una posibilidad de apertura de las ventanas a la entrada de aire a una población con serios problemas respiratorios. El oficialismo juega mezquino, como es su hábito, pensando sólo en liquidar de una vez lo del “gobierno interino”, y obviando el inmenso daño que se causa a sí mismo cada vez que cruje cuando se le plantea el aplazamiento electoral. El oficialismo ha llegado a tal grado de torpeza que se asume como el más respetuoso de la Constitución, cuando la viola a voluntad. En su tanteo de las paredes pierde todo lo que le interesa de la elección, lo que no puede celebrarse puesto que los efectos dañinos sobre el futuro inmediato del país van a ser muy graves.

Por su parte, el gobierno que es oposición parece interesado sólo en su prolongación, en su estar, Niega la elección, pero no es capaz de elaborar. No se les ocurre nada. Para poner un ejemplo, insiste en una supuesta consulta virtual y no se dan cuenta que el mecanismo existe y creen que con la abstención basta, premisa que está demostrada como falsa. Podría ocurrírseles, -sólo como ejemplo, no la estoy auspiciando- llamar a una votación masiva en nulo. O sumarse a la solicitud de aplazamiento, pero no se dan cuenta que si ese objetivo se lograse el mazo de cartas se barajaría de nuevo.

Los que decidieron de entrada participar guardan silencio, creen que serán la nueva oposición, la única y real, la sustituta del llamado G4 y se dedican, en exclusividad, a hablar bien de la participación electoral. No perciben la persistente degradación de esa elección una que, si se aplaza, podría tener una posibilidad de algo más profundo y determinante: el bien del país, uno ya incapaz de plantarse frente al continuo.

El último aliento

A veces la repetición nos hace pensar en una especie de cotidianeidad injertada y asumida. Suelen, entonces, escaparse los pormenores y sus trascendencias, los signos apenas visibles que están determinando el futuro inmediato si no es que se adultera en conclusiones calenturientas.

El voto, por ejemplo, sigue perdiendo trascendencia como forma de expresión. Es un fenómeno que escapa a nuestros reducidos límites y se hace mundial. Baste recordar a un presidente de los Estados Unidos sembrando dudas sobre él, haciendo de él una teoría conspirativa, sumiendo a su país en la incertidumbre en vísperas de su ejercicio.

Aquí, con lo de las parlamentarias, y omitamos, por un momento, recordar todas las marramucias que giran en torno a ellas, hemos llegado a una situación que excede a una mera disyuntiva, a un simple ir o no ir, para convertirse en planteamiento de fondo, en razón del ser –dirían los antiguos griegos-, puesto que sin percibirlo en su exacta y angustiante dimensión, el país lo que está viendo es el último aliento del voto.

El país adentro, el país de las pequeñas ciudades y pueblos, ha estado viviendo en los últimos días lo que ha sido denominado como “protestas”, cuando más bien podrían ser nominadas convulsiones, palabra que saco de su significado social para limitarlo a un estertor. Ya no aguantan más los dolores, las faltas, las ausencias, la impotencia y exhalan un último aliento antes que la fuerza los reduzca a su lecho de enfermo.

La democracia perece, y permítaseme una vez más no hacer historia ni repetir quejas y lamentos, puesto que se torna en omisión y entelequia, en transfusión no permitida, en añoranza que el paso del tiempo transforma en memoria lejana y en olvido que llega.

Estamos frente a un alargar, a la emisión de un último aliento que se extiende como soplo sobrevenido de las entrañas y que silba sobre las conclusiones de los hechos concretos que se derivan y derivarán, de lo objetivo que pasará, de la distracción momentánea del suceso, uno ausente del último aliento.

Lo objetivo ya no influye, es intrascendente, se ha hecho formación caprichosa de una nube sin carácter y sin lluvia. Lo real imperceptible para este país es la transparencia e invisibilidad del aliento, del último aliento.

La conspiración

Esta extrema derecha impregnada de populismo libra batallas enconadas. Por ejemplo, trata de hacer de las expresiones grobalismo o globalista pecados imperdonables concertados en sociedades secretas, grupos económicos conspiradores o en lobbies de satánicos manipuladores. A algunos grupos le atribuyen poderes demoníacos e incontrolables, como al Foro de Sao Paulo (eso quisieran), lo que es seguido de la identificación entre socialismo y comunismo para definir a todo aquél que mantenga posiciones contrarias. Me recuerda a Eisenhower acusado de agente encubierto.

La verdad es que la crisis del Estado-nación es patente, a pesar de los brotes de gobiernos que condenan al multilateralismo, las acciones concertadas, la participación en acuerdos de cooperación y hasta en las estructuras de organización mundial nacidas en la posguerra. Mientras, hasta el Covid-19 muestra la imposibilidad de la acción antiglobalista, aunque esté por desatarse la batalla de los nacionalismos por la vacuna.

Ya estamos en un mundo policéntrico, sólo que el poder no pertenece exclusivamente a los Estados sino que está repartido entre una pluralidad de actores transnacionales. Es lo que se ha denominado el mundo de la subpolítica transnacional. Es falso que el capital tenga todo el poder, como es obvio que los Estados nacionales perdieron tal control. Así, otro concepto en desuso es el de soberanía, puesto que los Estados están limitados hasta en su quehacer interno. No puede haber soberanía en una pluralidad inmanente. Las culturas globales, porque varias son, no están en ningún lugar ni en ningún tiempo.

Ciertamente ya nos estamos des-cobijando de la vieja “patria”. Es lo que Sloterdjik (Esferas) llama el tambaleo de “la construcción inmunológica de la identidad político-étnica” y el juego de las dos posiciones, la de un sí-mismo sin espacio y la de un espacio sin sí-mismo y la búsqueda de un modus vivendi entre los dos polos que implicará, seguramente, la creación de “comunidades imaginarias”, sin lo nacional, y la participación, también imaginaria, en otras culturas.

El “nacionalismo” populista de derecha de boga aquí se “revuelve” en sí mismo, en una feroz “conspiración” en la que se le remunera la caparazón que le resulta reconfortante.

No pasa nada

“No pasa nada, a no ser de todo”, bien puede ser la respuesta de estereotipo para quien pregunte. Suceden los sucesos que se suceden en la cotidianeidad del hambre, de la fuga, de la solicitud de ayuda para cubrir una emergencia médica.

El desvarío de “solos no podemos” sucede, con el llanto por la pérdida del padre protector cuyas políticas que nos hicieron dependientes y sumisos desaparecen bajo el influjo de unos votantes de otras tierras mientras corean los huérfanos que a él le robaron la elección y a ellos la protección progenitora.

La política y el destino nacional se hicieron cosas de ellos, mientras las torpezas del “señor arancel” abundaban convirtiendo los recuerdos de este columnista en una ya lejana visita a una reserva indígena del norte donde alguien le dijo “cuando veo películas de vaqueros e indios, siempre voy a los vaqueros”. No hubo resultado alguno, sólo fallo.

“No pasa nada, a no ser de todo”, podríamos insistir en un país a escasas dos semanas de una elección parlamentaria y de una “consulta” sobre preguntas trilladas y desacordes. El poder se permite instar a los concursantes de la primera a salir en campaña, a buscar votos, dado que casi brillan por su ausencia y determinar quiénes son los elegibles es casi una aventura detectivesca, mientras la segunda proclama que de la ficción las ficciones renacen y permanecen.

Hiperinflación y devaluación corren carreras en carrera dispareja. Al lenguaje algunos lo convierten en tacatataca de ataques repetidos de ignorancia real de lo real que no es otra que la del asentamiento y estabilidad del enemigo que dicen procurar. La moneda no es ya sino una volátil inexistencia y el desconocimiento de la realidad el nuevo imperativo de la inacción mientras se ve la curiosa noticia de un pavo en rebelión en un barrio de Boston, al parecer consciente de que está llegando el Thanksgiving Day.

“No pasa nada, a no ser de todo”. Este es el extraño país donde el hábito de que no pasa nada a no ser de todo circula libremente, sin mascarilla, sin confinamiento, sin precaución ninguna, en la arrogancia del que vive de la nada.

Se requiere un país empoderado, un liderazgo colectivo que rellene la nada y nos ponga de nuevo visibles, atentos, un país rehecho de la nada.

El paraíso de la nada

Internet es un “accidente” a la manera en que lo define Paul Virilio, quien bien nos recuerda que no hay adquisición sin pérdida. No olvidemos que la comunicación en las llamadas “redes sociales” generalmente implica mantenerse en la virtualidad sin un encuentro real. Este espacio romántico y libre no es más que una fantasía. Estemos frente a un mero espejismo cultural.

A eso nos está conduciendo cada vez más esta tecnología de la información, así como a una “sabiduría” simplista producida por la cohabitación universal en el ciberespacio y por una razón fundamental: la información no es conocimiento.

La tecnología implica un cambio de sistema cultural que reestructura el mundo social. La técnica se ha hecho autónoma, aunque se plantee como un propósito de mejorar al hombre. En efecto, lo que denominamos progreso está ligado al avance tecnológico. Es obvio que no producirá los mismos efectos en todas las sociedades y que estos estarán marcados por la incertidumbre y la influencia de las condiciones socioeconómicas.

Como nunca el hombre y la máquina están cercanos y entendemos que lo que ahora miramos como avance tecnológico en el mañana nos parecerá ínfimo y remoto. Quizás ha sido Michio Kaku (La física del futuro, La física de lo imposible), autor de la teoría de las supercuerdas, quien se ha atrevido a plantear posibilidades de lo que seremos. En su concepción estamos en la civilización O que terminará con el agotamiento de las actuales fuentes de energía, para avanzar hacia las civilizaciones I, II y III. Aventurando la posibilidad de una IV indica que en la III la energía utilizada sería «energía Planck», la energía necesaria para rasgar el tejido del espacio y del tiempo.

Ciertamente, mientras más aumenta la capacidad de informarnos a distancia más aislados nos encontramos, dado que sentimientos y emociones se encierran cada vez más en el ámbito individual. Los tiempos de la técnica y del hombre son diferentes, el de la primera impone el ritmo lo que tiende a hacer del segundo un prisionero imperfecto de un instrumento perfecto. Si el desarrollo técnico es desmesurado hay que preguntarse qué falla en la civilización humana si da preferencia a los instrumentos sobre el fin último de su propia existencia.

Catálogo

La organización social es un sistema compuesto de un complejo de relaciones entre los hombres y entre los hombres y las cosas. Estamos en una de tensiones irresueltas y de disfunciones organizacionales. Deberemos tratar el conocimiento porque él genera poder, sea simbólico o utilitario. Es lo que denominamos cultura, una que crea conocimiento, genera normas, construye una acción colectiva, en suma, edifica una organización grupal dinámica.

Hoy una cultura de la virtualidad real que ha integrado en un hipertexto electrónico. Espacio y tiempo se han modificado dado que el espacio de los flujos sustituye a los lugares y el tiempo atemporal se aposenta en sustitución de los viejos marcadores. Las maneras políticas, las representaciones sociales y los sistemas simbólicos, dan muestras de inoperancia.

El escenario es distinto, quedan modificadas las pautas y es menester tratar de mirar a la realidad que nos domina. Se proclama y se dice lo que no se quiere antes de lo que se quiere, indicando así la inestabilidad de los movimientos sociales. Se masifica la ansiedad, aupada por los medios informacionales que la tecnología ha puesto a disposición.

Atrás quedaron las formas de los viejos conflictos. Lo que vemos marca un proceso de transición muy diferente de los que podríamos llamar clásicos. Aquí hay que ponerle creatividad y construcción de fundamentos y la superación de una obvia indefinición. Se requieren valores emergentes. En este caso no nacen sólo de lo que podría denominarse “la rabia del desposeído”, pues deben producir además conocimiento social que trate de extender la autonomía humana contra tomadores de decisiones enclaustrados en parámetros tradicionales. Son actores sociales confusos, en los cuales aparentemente hay sólo un deseo de liberación de regímenes autoritarios y no de incorporación a un nuevo tiempo patéticamente difuso.

Un elemento primordial es la calidad de vida y otro, indispensable, la inteligencia política. El método debe ser el de la abierta deliberación y el de toma de decisiones en lugar de argucias, el uso de las aperturas. Hay que insistir en las ideas renovadoras para que emerja la organización social sustitutiva. La falta de ellas, de conducción inteligente, ya nos ha llevado al patetismo.

La nada y el silencio

Es una aproximación a la nada, lo que simplemente significaría entender a la nada. En política la nada es cuando se asumen posturas que todos sabemos lo que son en sí, nada.

La palabra para describir el país venezolano es nada, porque los resultados de todas las posiciones están absolutamente claros, esto es, la nada. Nada no equivale literalmente a inexistencia. Tenemos aquí elecciones y consultas. Parménides pensó que no se puede hablar de la nada, lo que equivaldría a asumir el silencio. Heidegger se planteó «que haya algo en vez de nada”, pero dejemos de lado las disquisiciones filosóficas para quedarnos en la física cuántica y comprobar que el vacío es algo físicamente más complicado.

Con las posiciones que tenemos en nuestras narices hay matices. De una se sabe que conducirá a la nada preexistente y con la otra sabemos que habrá un cuerpo del cual conocemos de antemano toda la conformación que tendrá. La Asamblea Nacional será de mayoría oficialista, por el pecado original (oh, la teología que asoma) de persistir en la abstención. La consulta no equivaldrá a respirador ni nadie podrá asumirla como garantía de sobrevivencia.

Como este país venezolano tiene por hábito desgarrarse en el insulto y en la descalificación, esto es, se muestra incapaz de entenderse sobre el mínimo de su destino, como se muestra inepto para asumirse sobre hechos, provoca llamarlo a la nada, una en la que se presume se sentiría más a gusto. Entonces le diríamos, ante su impotencia para hacer, no hagas nada, dile no a todo, no vayas a ninguna de las propuestas que te han puesto ante los ojos, demuestra así que rechazas de manera tajante todos los entramados que tus actores políticos te construyen para tu tambaleo y que quieres nuevos escenarios y nuevos actores. Si eso se le dijese comenzaría entonces a “filosofar” sobre el suicidio, a convertir la palabra “nada” en un hashtag en las redes, unas que se llaman sociales y son tan “sociales” como esta comunidad cuya existencia aún nos empeñamos en declarar un hecho por oposición a la nada.

Es entonces necesario omitir el pecado de recomendarle, pues una idealización es irrealizable y esperar, así, la realidad ineluctable del cadavre exquis con el cual aprestarnos a entenderlo.

Las ideas ligeras

El hombre se está convirtiendo en alguien que no entiende. Los sistemas de medición son ahora del “mouse” que, obviamente, no tiene capacidad de pensamiento abstracto.

Si la democracia es un ejercicio de opinión, o “gobierno de opinión” conforme a la definición de Albert Dicey, la democracia es un cascarón vacío, pues como bien lo observa Sartori las opiniones son “ideas ligeras” que no deben ser probadas. Hemos visto como los llamados “programas de gobierno” que antes elaboraban los aspirantes al poder han caído en total desuso, por la sencilla razón de que no influyen electoralmente. Basta manejar dos o tres cuestiones machacantes para definir a esa debilidad variable llamada “opinión pública”. Ahora bien, en esta era tecno-mediática las opiniones no son independientes, no surgen del conglomerado, al contrario, le vienen impuestas por el ejercicio tecnológico.

Numerosos analistas han señalado la desaparición de lo sensible, puesto que se borran los conceptos y hace del hombre un receptor que ve sin comprender. Ello explica la creciente e indetenible ignorancia de los políticos. Hemos llegado a una regla: quien aparece conceptual no puede ganar las elecciones.

La proclamada victoria absoluta de la democracia ha devenido en una crisis de alto riesgo donde todos los conceptos están siendo sometidos a revisión y donde las instituciones tradicionales parecen derrumbarse. La concepción misma de lo que es, o debería ser, un gobierno democrático está bajo cuestionamiento. El problema del ejercicio de la política es también un problema cultural: los sistemas educativos parecen haber fracasado estrepitosamente. El clic lleno de estereotipos, hace de la decisión, o de la simple participación política, un acto sin ideas.

La escasa influencia del pensamiento sobre la democracia en la democracia misma se debe a la crisis de todo pensamiento trascendente en un mundo de bodrios, de insubstancialidad y a que diagnostica de modo diferente a como se construyeron las ideologías derruidas. No se trata de un plano que se proclame poseedor de la verdad ni pretenda proclamar la solución de los problemas del hombre.

El receptor busca la validez de su propia incongruencia. Lo ayudan trolls, bots y la eficaz organización para manipular.

Carpe diem

La democracia es simplemente un sistema político formal, es decir, uno donde se vive en libertad, donde la soberanía la ejerce el pueblo en nombre de la humanidad, donde el poder está dividido y existen mecanismos de control para evitar los excesos. La eficacia o ineficacia no pueden, así, atribuirse a un sistema político específico. Deben atribuirse a aquellos elegidos para administrar.

Otra ángulo es el perfeccionamiento de la libertad y libre expresión que es núcleo de la democracia. Puede controlarse el abuso de las partidocracias, establecer reglas claras para el financiamiento electoral, establecer normas de elección ajenas a las manipulaciones de todo tipo, en suma, perfeccionar los mecanismos en que la democracia se ejerce. La esencia de la democracia es la contradicción y su debilidad más peligrosa es la falta de cultura. Digamos que democracia y dictadura no compiten en términos de eficacia, una no es más eficaz que la otra. La democracia es libertad y el totalitarismo es opresión. La democracia se llena de contenido, de respuestas, de logros, dependiendo de quienes la ejercen. Ahora mismo lo que viven la política y la democracia es la miseria mental de los actores que dicen practicarlas.

Valoremos a la democracia sin el referente alternativo de la dictadura. Constantemente traigo a colación como algunas naciones, ante los ditirambos brillantes de algunas cabezas europeas entre el final del siglo XIX y comienzos del XX, combatieron las monarquías corruptas y pedían la república para luego decepcionarse de la república y dirigir todas sus invectivas contra las mayorías, dando, así, desarrollo al germen fascista.

Debemos, a estas alturas, aprender la lección: la democracia es riesgo. Si bien murieron las ideologías, no lo ha hecho la ciencia política. La soberanía radica en el hombre y el pueblo la ejerce en su nombre. La democracia es administración de las contradicciones, otra cosa es tiranía. Cuando las referencias se pierden los “pueblos soberanos” aletargados aman la paz de sepulcro de las dictaduras. Horacio dejó dicho para los venezolanos: “Carpe diem quam minimum credula postero”, en traducción libre “déjate de estar esperando” ante los ditirambos, lugares comunes e insuficiencia de estos actores.

El venezolano contraído

La sociedad individualista se caracteriza por el estímulo, pero más allá de las necesidades corporales, a la ausencia, a la satisfacción recluida, a una que excede la mera adquisición de objetos.

La necesidad existencial, la de la preocupación por los temas fundamentales de ser, ha sido sustituida por un hedonismo exacerbado. A medida que ha excitado esa necesidad, se ha suministrado los medios de satisfacerla, sólo que, al mismo tiempo, el avance tecnológico nos ha ido colocando en la ubicuidad. Para decirlo de otra manera: ya no hay apariencia sostenible.

Sobreviene, así, la indeterminación. Con acierto se ha dicho que la industrialización que viene es la de la “no mirada”. En otras palabras: el proceso que llevamos es el de la ceguera, el de “una visión sin mirada”. Cuando digo indeterminación me estoy refiriendo a un fraccionamiento del cuerpo tal como lo hemos entendido hasta ahora. En otra parte he hablado de la absoluta inmovilidad a la que estamos siendo condenados; pues bien, a este hombre paralítico hay que estarle suministrando constantes dosis de sobreexcitantes. En cualquier caso, como lo fundamental es el presente, no hay, entre los aburridos, preocupación por el mañana. Así, la protesta por la “causa justa” se evapora en la medida que el sistema logra sobreexcitarlos momentáneamente y un nuevo período de aburrimiento sobreviene hasta un nuevo sobreexcitante.

La tecnología permite que esos medios satisfacientes, cada uno individualmente y en solitario, se los porte consigo. Se trata de la eliminación total de diferencias entre el adentro y el afuera. Esta reducción conllevará, a su vez, a un aumento de la necesidad hedonista y a una ruptura total de la relación con lo real, quiero decir con lo real exterior, pues el mundo se reducirá a sí mismo. El resultado será, simplemente, el de la ausencia.

En el terreno de la organización social del hombre, también llamada política, el ostracismo no es una excepción. Ella misma se ha hecho excepción. Cada vez más el hombre se evapora, se deposita en el “yo no”, en la concesión de la abstinencia, en la denuncia que lo excuse. En cuanto a nosotros, el venezolano podría terminar como algo contraído. Harto de la manipulación dirá: “No estoy para nadie”.

Índice

A manera de breve noticia

La era de los mitos

El clima del hombre

El hombre que huye

Democracia: la debilidad fundamental

Las fallas “democráticas”

Aproximación al cansancio

Poshumanismo

El nuevo orden mundial

El clima interior del hombre

Lo jóvenes cansados

La casa inhóspita

El paciente melancólico

Aburrimiento hoy

Hacia la ausencia

Lo no calculable

Los hombres asustados

La casa global

Formas tribales

El imperio cotidiano

Pacífico y moneda única

Reformular la democracia

El ejercicio continuo

El entramado bambolea

Sobre el paradigma

La dispersión

El juego político

Pasado sin presente

Democracia sin política

De la literatura

El nuevo continuun

Los venezolanos dominados

La guardería virtual

El viejo furor futurista

Política del espíritu

A la mejor contradicción

Literatura y política

Desenraizar la servidumbre

El hombre receptor

La falsa conciencia

El hombre sin futuro

Un nuevo realismo

La cultura del desvarío

El continuo de la degradación

El último aliento

La conspiración

No pasa nada

El paraíso de la nada

Catálogo

La nada y el silencio

Las ideas ligeras

Carpe diem

El venezolano contraído

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