Personajes de ‘nivola’

Augusto, llegado a un cruce, sopesó qué dirección escoger. Después de unos largos segundos, decidió girar a la derecha. Con paso dubitativo se adentró en un callejón, en apariencia sin salida…

“¿Cómo que se adentró en el callejón? ¡No! Eso no forma parte de la escena. Debería haber seguido recto, hacia su casa, sin pensarlo siquiera”.

Augusto observó que aquel callejón tenía puertas a derecha e izquierda, puertas traseras de los negocios, restaurantes en su mayoría, que servían para sacar la basura y tirarla a los contenedores alineados a ambos lados.

«¡Augusto, debes dar la vuelta y recuperar tu camino!»

Augusto negó con la cabeza, y con paso, esta vez decidido, se encaminó hacia el final del callejón.

Semejante contrariedad le obligó a actuar. Él mismo tuvo que personarse en la escena. Salió por una de las puertas, la última de la derecha.

El piso estaba resbaladizo. El chirimiri que caía, junto a los restos de basura, mucha de ella grasienta, transformaron el suelo en una fábrica de fracturas óseas. Miró hacia el cielo plomizo y sintió las minúscula gotas rociar su cara. La sensación era agradable, más real de lo que cabía imaginar. Luego, sorteando los charcos, se dirigió donde se encontraba Augusto. Debía hacerle saber de una vez por todas quien mandaba allí.

–Buenos días.

–Buenos días tenga usted –le contestó Augusto.

–¿Qué haces en este callejón?

–No creo que le importe.

–Si ha entrado en él será por algún motivo, ¿no?

–Insisto en que no es asunto suyo.

–En tu caso, Augusto, la cosa no es tan sencilla.

–¿Cómo sabe usted mi nombre?

–Yo lo sé todo sobre ti.

–¿Ah sí? ¿Es usted policía, o quizá un detective?

–Soy más que eso. Soy quien gobierna tu presente, tu pasado y hasta tu futuro.

–¿Quién le ha hecho creer semejante cosa?

–¿A mí?, nadie.

–Entonces…, se tratará de una broma, ¿no? 

–No. No se trata de ninguna broma.

–En serio, dígame quien es usted.

–¿Qué quién soy yo? Se lo diré: soy quien ha creado tu personaje.

–¿Mi personaje, dice?

–Sí. Tú eres fruto de mi imaginación.

–¿Qué yo soy qué…? A usted le falta, como poco, un tornillo. 

–No me crees, ¿verdad?

–¡Cómo voy a creer tremendo disparate! Pero…, ¿se está oyendo?

–¿Qué puedo hacer para que entres en razón?

–Entrar en razón, entrar en razón… Usted sí que huyó de la razón, y lo que debería hacer es encontrar el camino de vuelta.

–¿Puedo hacerte una pregunta? –dijo el otro.

–Ya puestos…, escupa.

–¿Recuerdas lo que has desayunado esta mañana o ayer o antes de ayer, o cualquier otro día? 

–Ahora que lo dice, no lo recuerdo.

–¡Claro que no! ¿Y sabe por qué?

–Imagino que serán los primeros síntomas del Alzeimer o…

–No digas tonterías. Tú solo tienes treinta y cinco años.

–¿Entonces…?

–Simple: tú no eres real, Augusto. Eres el protagonista de mi nivola. Y en ella todavía no he incluido ninguna escena donde desayunes. Ni tampoco creo que lo haga.

–Vaya imaginación la suya.

–¿O sea que sigues sin creerme?

–Pues sí. Yo lo que creo es que a usted se la ha ido la hoya escribiendo esa, ¿cómo la ha llamado?, ah sí, nivola. Y ahora me vendrá con que usted es la reencarnación del gran Miguel de Unamuno.

–Nada de eso. Soy honesto y sé que nunca alcanzaré a ser ni su sombra.

–¿Entonces…?

–Digamos que Don Miguel me he inspirado.

El otro miró a Augusto de arriba a abajo, y luego dijo:

–¿Quiere otra prueba…?

–Como quiera.

–Puedo leerle le mente.

“Esto tengo que cortarlo, y de raíz, pero si no le sigo la corriente…”

–«…pero si no le sigo la corriente –continuó el otro la frase que Augusto estaba pensando–, a este señor le puede dar por ponerse violento…»

–La verdad es que me ha dejado sin palabras, y nunca mejor dicho.

–Y falta la prueba definitiva…: ahora vas a hacer lo que yo te ordene.

–Usted está de coña.

–¿De coña, dices? Atiende. ¿Ves aquellos cubos de basura? Pues vas a abrir uno de ellos, el de la derecha, y te vas a comer una hamburguesa que está a medias.

Sin poder controlarlo, Augusto hizo exactamente lo que el otro le dijo.

–¿Tengo que ordenarte que metas la cabeza en el cubo para que me creas?

–¡Ya basta! Deje de tratarme como a un juguete.

–Tranquilo, Augusto. Yo nunca juego con mis personajes.

–¿Entonces…, por qué está usted aquí? Como autor no debería intervenir. Su función es observar desde arriba y escribir lo que ve. Nunca debería usurpar un espacio ni un tiempo que no le pertenece. Este espacio y este tiempo pertenece al protagonista que usted ha creado, y que según ha confesado soy yo.

–Lo sé, pero tu personaje ha incurrido en una serie de contradicciones que no alcanzo a entender. 

–La verdad, no le sigo.

–En pocas palabras: es como si tú, Augusto, tuvieras vida propia.

–Yo siempre he creído que mi vida es mía.

–Lo importante no es lo que tú creas. Hasta hace relativamente poco eras un mero personaje de ficción, pero ahora parece que quieras escaparte de mi control.

–¿Escaparme, yo? ¿Para ir adónde?

–No tengo ni idea. Lo que sí sé es que yo te parí con la idea de que crecieras en la mente de los lectores. Y si tu personaje les impregna con su poso, dejarías de ser un individuo sin alma para formar parte de la esencia de esos mismos lectores.

–Demasiado profundo para mí.

El otro sintió los ojos de Augusto clavarse en los suyos antes de decirle:

–Sabe una cosa…: que ni siquiera usted es quien cree que es.

–¿Cómo dices? –La expresión se le endureció–. ¡Yo sé muy bien quién soy!

–¿Está usted seguro?

–Seguro como que estoy aquí ahora mismo.

–¿Ah, sí?

–Pues sí.

–A ver… Diga algo.

–¿Que diga el qué?

–Lo primero que se le pase por la cabeza.

Dubitativo, el otro dijo–: Yo soy dueño de mi vida, dueño de mi verdad.

–¿Ha escuchado?

–¿El qué?

–La voz en off que le daba entrada.

–¡Qué voz en off ni qué ocho cuartos!

–Es usted tan obstinado que no entiende lo que es: otro personaje de ‘nivola’. 

El otro alzó la mirada, como si intentara descubrir lo que se escondía tras las nubes. Luego cerró los ojos y sintió al chirimiri rociarle la cara. La sensación era agradable, más real de lo que cabía imaginar.

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