Crimen cinematográfico

Estaba feliz porque los planes para hacer mi tercera película iban viento en popa. El guión me lo había escrito un famoso de Hollywood. Nos habíamos conocido en una exposición de pintura surrealista. Entablamos conversación cuando mirábamos “La obscenidad del espectador”. Era una obra realmente interesante. No le podíamos apartar la vista y Martinelli dijo que era sensacional. Sí, asombrosa de verdad—le contesté sin mirarlo—. Pocos artistas logran captar el lado exterior de la pintura. Nosotros mismos, dijo con una sonrisa burlona, aquí estamos intentando definir nuestra actitud ante lo expuesto. Nos reímos mucho y luego Intercambiamos nuestras opiniones sobre el arte y, por último, nuestros números de teléfono.

Dos semanas después John Martinelli me dijo que había visto mis dos películas. “Oye, Fernández, te tengo un material que podría interesarte. Échale un vistazo y me comentas”. Acepté con mucho gusto y me envió un texto muy interesante. Me enganchó desde la primera frase: “¿Cuánto hay que pagar por un asesinato?” Esa pregunta filosófica me echó a andar el cerebro como si fuera un mecanismo la que le habían dado cuerda. Estaba claro que no se trataba de dinero, sino de la moral. Qué sacrificio debía hacer una persona normal para asesinar. Cuántos valores estaría dispuesto un individuo a perder a cambio de un acto tan despreciable. Sí, lo pensé como tú, que ahora lees esto y piensas que todo depende de la situación. Lo acepto, pero me refiero al acto mismo. Es normal que se piense en alguna persona despreciable, en un psicópata, en un estafador o político, proxeneta, tal vez. Pero a final de cuentas privarle la vida a alguien es algo horrible. Al menos eso pensaba al principio y está esa famosa frase de no sé quién que dice “Al amatar a alguien no solo le privas de su presente, sino de las cosas que pudo haber hecho”.

El caso es que me reuní con Martinelli y en una semana ya había convencido al representante de una empresa muy fuerte para que financiara la cinta. Ya teníamos el presupuesto, nos habían propuesto filmar en los estudios de Paramount y el protagonista sería un amigo mío que estaba ascendiendo en su carrera con papeles impresionantes. La probabilidad de éxito era muy alta. También nos sonrió la fortuna cuando buscamos a la protagonista. Resulto que Lavinia James ya se había enterado de la película y se presentó en la casa que le habían dejado a Martinelli sus conocidos americanos. Decidimos empezar en cuanto llegara Adonis Peters que era en realidad mi compañero de la universidad Francesco Rossi.

Llegó acompañado de su novia Mary Long una mujer con cuerpo de niño, pelo corto y un gesto altivo en el rostro. Vestía con elegancia tratando de ocultar su falta de clase. Martinelli dijo que era sorprendente que un hombre tan exitoso y atractivo como Adonis estuviera con una mujer así. “Algo bello habrá encontrado en ella—le dije sin imaginar que pronto lamentaría haber mencionado esas palabras—. Uno nunca sabe qué bello espíritu se puede esconder en personas tan desapercibidas”. Nos saludamos muy cordialmente y acompañamos a Adonis y Mary a la casa que les teníamos preparada. Era muy bonita, de estilo moderno y tenía una gran terraza, una piscina y un jardín enorme. A ellos les encantó. Cenamos juntos y quedamos en reunirnos al día siguiente para comenzar los ensayos. Noté que, durante la velada, Mary trató de imponer sus ideas relacionadas con la historia que había escrito Martinelli. Le explicamos que no había ninguna idea política encubierta y que se trataba más de una tragedia de la vida real. Ella solo movió la cabeza y se quedó pensando. Les dejamos descansar y quedamos de reunirnos en el estudio al día siguiente.

Ya eran las cuatro de la tarde, le habíamos hecho una cien llamadas a Adonis y estaba al llegar. Tenía un retraso de cuatro horas y los gastos seguían corriendo. Había que pagar un extra por las horas perdidas. Martinelli estaba tranquilo y muy seguro de que las cosas irían bien. Lo malo es que cuando llegó nuestra estrella, lo primero que dijo fue que Mary Long lo había tratado de convencer de incluirla en la película. Le pedimos que se pusiera a trabajar y le prometimos que ya idearíamos algo para ella. Todo salió a pedir de boca y nos dimos cuenta de que había nacido una obra de arte. Lavinia era espectacular y en compañía de Adonis se parecía a Elizabeth Taylor lidiando con Richard Burton. Estábamos asombrados de la interpretación. Conteníamos nuestra euforia con gran dificultad y cuando se terminó la escena ya no pudimos evitar los gritos de alegría. Nos abrazamos entre todos y felicitamos a la gran Diva que nos iba a llevar a la gloria. “Un Oscar—dijo Martinelli—, un Oscar nos vas a conseguir, querida”.

Cenamos juntos esa noche y notamos el mal humor de Mary Long. Estaba muy reacia y pensamos que era porque no le habíamos ofrecido un papel. Martinelli dijo que se podría incluir una parte en la que participara una criada o una dependienta. “Ya lo haré en estos días y cuando hagamos la segunda escena se lo propondremos”. Francesco estaba muy tranquilo y nos asombró mucho que no se vanagloriara del éxito obtenido. Pensé que sería su modestia y estaba lejos de pensar que la razón era su novia. Cuando terminó la reunión nos despedimos y acordamos la fecha del siguiente rodaje. Mary Long fue muy descortés y no nos estrechó la mano, además hizo un comentario sobre Lavinia. Era algo relacionado con el vestido abierto que llevaba, pero nos hicimos de la vista gorda. La siguiente semana estuvo saturada de reuniones, encuentros, cierre de contratos y ensayos. La presencia de Mary Long se hacía cada vez más notoria y molesta. Era un insignificante ser con aires de grandeza. No se consideraba de origen oriental, sino descendiente de la crema y nata de la alcurnia real británica. Como sabíamos que presenciaba los ensayos de Francesco decidimos que lo mejor era alejarla. Seguramente, la pasión que tenía que vivir el protagonista con la Diva era algo que le despertaba los celos. Estaba clarísimo que era solo una filmación, en cierto grado un pequeño juego, pero ella lo estaba tomando de otra forma.

El resultado fue lamentable. Le habíamos dedicado casi cinco horas a la segunda escena que sería mostrada casi al final. Era un truco para entender el principio de la tragedia, pero cuando faltaba el toque final, es decir, el beso y luego la separación de los personajes, se entrometió Mary Long. “!Qué diablos está haciendo ese renacuajo allí! —grité enfadadísimo—¡Sáquenla de allí!”. Eso fue mi capitulación. Primero porque Mary lo escuchó clarísimo, segundo porque, a partir de ese momento, comenzó a presionar a Francesco para que la sustituyéramos por Lavinia y, por último, el mismísimo Francesco se negó a trabajar si no le permitíamos a su novia interpretar el papel. Nos costó mucho esfuerzo volver a filmar toda la escena hasta el final. Por suerte lo logramos, pero nos dimos cuenta de que el presupuesto se nos iba reduciendo a pasos agigantados. Con esa noticia y la actitud de Mary a Martinelli y a mí casi nos dio un infarto. Era lo peor que nos podía haber pasado. Habríamos preferido que se incendiaran los estudios o que nos cayera un relámpago a todos los del equipo o cualquier cosa, menos eso. No era solo la estética y los planes que teníamos para la película, era la maldita conducta de una ignorante que se tomaba demasiadas confianzas. Decidimos resolver el problema.

Martinelli me propuso que la asesináramos, pero no queríamos cargar con ese peso. Lo habríamos hecho con todo gusto, pero era algo demasiado duro. Después de pensarlo mucho ideamos su desaparición. Le encargamos a una secretaria que buscara toda la información que hubiera de la señorita Mary Yong. Nuestra intención era que recibiera una carta falsificada y saliera de urgencia en el momento en que no pudiera llevarse a Francesco. Cuando ya estábamos a punto de llevar a cabo lo planeado, nos entró el presentimiento de que Mary se llevaría a Adonis, ya que tenía un control total sobre él. Así que decidimos hacer otra cosa. Comenzó el rodaje de la tercera escena en la que no aparecía Lavinia. Todo resultó muy bien y aprovechamos para decirle a Mary que la siguiente escena se rodaría de forma habitual, pero que ella podría verla y analizarla y después representarla al lado de su novio y así haríamos el cambio de actriz. Mary estuvo de acuerdo y se preparó para el día de filmación. Sabíamos que se había preparado bien, pues se sabía el diálogo a la perfección. Trabajamos muy bien. Lavinia mostró su gran profesionalismo, además parecía que con Adonis congeniaba bien. Habían simpatizado desde el principio y en cada encuentro mostraban lo mejor que tenían. También estaban conscientes de que estábamos haciendo algo realmente bueno. En el estudio se sentía la mala vibración, nuestros nervios eran como cables cargados de alta tensión y los empleados lo notaban. No se nos acercaba nadie y si Martinelli o yo estallábamos se desaparecían al instante.

El caso es que llegó el día de la cuarta escena y Mary se presentó con un vestido carísimo. Era rojo tenía piedras incrustadas. Se lo habían diseñado unos modistas muy prestigiosos y era carísimo. Pensamos que eso ya era demasiado y rodamos con Mary en el papel de Lavinia, quien se puso de muy mal humor y se fue. No pudimos detenerla y fue necesario actuar sin recatos para eliminar a Mary que nos echaría a perder todo el rodaje si no actuábamos. Ella nos pidió que esa misma tarde le mostráramos las escenas y quería intervenir en el montaje. Cuando Daniel Pavese le mostró en el ordenador lo que se había filmado comenzaron los problemas. “No me gusta cómo se ve el peinado desde ese ángulo—decía Mary con una cara roja de ira—. ¡Tenemos que hacerlo de nuevo!”. Al darnos cuenta de lo peligroso que era tener un ser de tal categoría. Pusimos manos a la obra. Sabíamos que durante la semana habría una reunión a la que se invitaría exclusivamente a Adonis y Mary tendría que aceptarlo por su propio bien. Era la excusa que necesitábamos. Contratamos a un especialista en caligrafía para que nos dijera cuáles eran las características de la letra de la señorita Long.

Le escribimos una carta falsificada a Francesco en la que su querida novia le comunicaba que estaba convencida de que la filmación era una experiencia nueva para ella y que se retiraba para no entorpecer el trabajo en los estudios. La noticia no dio el resultado que esperábamos, al contrario. Francesco se puso muy triste y tuvimos que hacer un sobre esfuerzo para que recobrara el ánimo. Nos dijo que sentía un compromiso enorme con ella y que si fuera posible, pensáramos en un papel para ella exclusivamente. Le prometimos el oro y el moro. Le hicimos creer que Mary se tomaría el descanso de un mes y luego volvería cuando las cosas se enfriaran. “Es una mujer muy temperamental—nos comentó Francesco—. Podría guardarme rencor por toda la vida y es lo último que deseo”. Martinelli me miró incitándome a preguntarle a nuestro amigo qué cosa lo ataba a esa insignificante mujer. Hubiera sido imperdonable hacerlo, así que guardamos silencio y decidimos tomar un poco con Adonis. Ya un poco bebidos nos contó que durante un crucero por el Mediterráneo había estado a punto de ahogarse y morir. La única persona que lo había visto era Mary y lo había salvado. Él le dijo que, si no hubiera sido por ella, estaría muerto y que en pocas palabras le debía su existencia. En agradecimiento Adonis le había prometido hacerla triunfar. Lo malo es que no sabía cómo. Al enterarnos de que ese era el hilo que los mantenía unidos, le metimos en la cabeza a Francesco que, si Mary fuera más humana, no le habría puesto condiciones y se habría enorgullecido de haberle salvado. Por desgracia para nosotros la pequeñísima mujer representaba un muro casi insalvable.

Siguió la filmación y sin la intervención de Mary todo iba a pedir de boca. Los rodajes se pudieron hacer a un ritmo vertiginoso. Lavinia tuvo el poder de hacerle olvidar a Francesco la relación sentimental que sentía con Mary. Era un nuevo hombre. Más seguro, más ambicioso y con tipo de estrella de verdad. Ya se veía el final del rodaje. Los plazos se habían cumplido y estábamos dentro del presupuesto. No era bueno cantar victoria antes de tiempo, pero la gente ya comenzaba a felicitarse y reír por la gran satisfacción.

Una noticia trágica nos estropeó todo el final. Salió en el periódico en primera plana. El titular decía que una joven inglesa de nombre Mary Long se había estrellado en la carretera contra un camión de carga. Al parecer, decía la nota, se le habían estropeado los frenos y no pudo coger una curva en una pendiente. Martinelli me miró con miedo y releyó la noticia unas cuantas veces, además estuvo al pendiente de todos los noticiarios y compró todos los días los diarios.

Francesco estaba mal. Nadie ni nada lo podía consolar. Se emborrachó y estuvo a punto de perder la vida cuando se cayó a la piscina perdido en alcohol. Lo rehabilitaron en una clínica y los médicos decían que era difícil darlo de alta. Físicamente estaba mal, pero en el coco si que tenía problemas. Llamamos un psicoanalista y solo con la hipnosis logramos que se recuperara. Salió en tres semanas. Sabíamos que la última escena se podría hacer con unos dobles, pero el último cuadro debía mostrar a Francesco después de una furiosa batalla abrazando a la Lavinia. Tenían que quedar en primer plano viendo el cielo con ojos de esperanza. Uno herido y ensangrentado y la otra con una túnica blanca transparente. Abrazados en la noche, iluminados por las antorchas de la muralla. Se besaban haciendo un pacto de fidelidad hasta la muerte. Pudimos hacerlo. Un poco diferente a como lo habíamos imaginado. El productor quedó muy satisfecho y nos dijo que era muy probable que la crítica reaccionara de forma positiva. Nos auguró muchos premios y éxito.

Lavinia regresó con su marido y Francesco quedó como el soltero más deseado del mundo cinematográfico. Ya se había desecho de los pensamientos de Mary y modelaba para las grandes marcas. Salía en todo tipo de anuncios y su capital empezó a crecer. Habíamos matado dos pájaros de un tiro. Lo malo fue que me citaron, junto con Martinelli, en la comisaría para declarar. Éramos sospechosos de la muerte de Mary Long. Teníamos cuartada, pero no podríamos demostrar nuestra inocencia. Primero nos preguntarían por la carta, luego por el rapto y, al final, por la estratagema de dejarla huir en un coche que se había preparado especialmente para ello. La gente que habíamos contratado era de fiar, pero los investigadores los habían hecho hablar, así que nos esperaba la cárcel. Nos persiguió durante muchos años el fantasma de Mary. Ha pasado mucho tiempo y no hemos dejado de vagar por el planeta. Hace poco Martinelli me contó que lo habían seguido en Brasil y que se había tenido que hacer una cirugía para librarse. Le comenté que a mi también me tenían localizado. Que nos atrapen es cuestión de meses o, tal vez, semanas.

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