Ese día no fue como cualquier otro, sentí que el planeta estaba fuera de órbita, las nubes y el sol habían desaparecido ante mis ojos, el cielo se tornó azul, un azul profundo y cegador, parecía infinito, no podía dejar de verlo.

El viento sopló muy fuerte a mi espalda, haciéndome estremecer.

Miré a mi alrededor buscando otros ojos que vieran lo que yo, deslumbrado no podía dejar de ver. Ni un alma.

Luego de una tempestad de vientos, en el cielo se dibujaron unas estrellas gigantes, brillosas y hermosas, giraban con vigor, luego rápidamente unos remolinos se abrían junto a las estrellas, eran azules, un azul relajado, manchas amarillas salpicaban el cielo con astucia, cegándome.

Mi piel se estremeció, mi corazón se retorció, la melancolía corrió por mi cuerpo, y otro violento viento me tiró al suelo, quitándome el aire por un leve momento.

Observé atrás, a lo lejos en el Saint Rémey, pude ver a un hombre serio, pintando, sumido en su trabajo, en su pintura, verlo me hizo sentir tranquilo, al menos no estaba sólo viendo aquello.

Pude acercarme a él mientras luchaba por dejar de admirar el cielo, el viento no me permitía avanzar, pero lo hice.

Entonces golpeo su ventana con pequeñas piedras, se volteó a verme, era un hombre con el ceño fruncido, ojos cansados, ojos que atraviesan el alma, barba y cabello rojizo, me miró por un breve momento, dejó su pincel y se marchó.

Entonces pude ver lo que estaba pintando, para mi sorpresa él pintaba lo que mis ojos no podían dejar de contemplar y admirar, él plasmó esas estrellas y esos colores perfectos en el cielo, él creó semejante belleza cegadora, ¿acaso él no lo veía? Él no parecía notar que su trabajo estaba plasmado en el cielo y que de alguna manera yo podía verlo.

La luz de su habitación se apagó, el cielo se apagó también, el cielo, su pintura.

El cielo era su obra de arte.
Pasó el tiempo omnipotente, jamás supe de él, nunca volví a ver algo así en mi vida.

Ahora sé que nunca, en mi vida, volveré a sentir algo así. Aquel día él pintó mi noche.

Me cuestiono aquel día desde entonces.

La pregunta más frecuente es, ¿porqué sólo yo pude ver aquella maravilla?, ¿qué vió aquél hombre en el cielo y cómo pudo plasmarlo allí? ¿quién es ese hombre?

Será para mi un enigma hasta el día de mi muerte, me siento bendecido por ser el único que se deleitó con aquel pedazo de cielo.

Me gustaría poder revivir aquel día por la noche del 1889, porque aquél hombre voló mi cabeza, aún lo busco, como no.

Suelo frecuentar aquel lugar todos los días hasta la noche, y mientras observó el cielo lo imagino como él lo plasmó, aún puedo ver la magia.

¿Qué tendría aquel hombre en su cabeza para ver aquella noche estrellada en el cielo? ¡Qué surreal!

Vincent Van Gogh, La noche estrellada sobre Rodáno 1888.

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