Desviar la mirada es el instinto mas primitivo que conservamos, es imposible mirar a los ojos a esa abominación que tienes al otro lado de la mesa. Te enfocas en cualquier relieve o singularidad en la madera mientras en tu mente repites «No mires». Una versión de ti tan manchada por tus decisiones que te produce arcadas y una sensación de dolor físico que te retuerce, ahí es donde empiezas a rasguñarte de manera nerviosa mientras esa sombra no se mueve un centímetro, quieta en la penumbra sientes la mirada posada en ti, esperando con calma, sin prisa por cualquier señal de debilidad.
Reconoces el chillar de la silla contra el suelo, es parte de la estrategia, un desfile que viole tu espacio personal y cualquier intento de comodidad. Diriges la mirada a los pulcros zapatos de vestir, gastados de betún diario y largas horas de pie, notas como entran y salen de tu campo de visión con el movimiento armónico de un péndulo y la criatura aun sin pronunciar una palabra, sumergido en un silencio tan cortante que perfila tus pensamientos desgastando tu cordura poco a poco.
Sientes como te presiona el peso de las tinieblas que abundan en el cuarto, esa pequeña luz que cuelga del techo solo te sirve de guía para saber si sigues vivo, lo irónico es que tu mente se obsesiona con esa luz a tal punto que ya no distingues si representa esperanza o si te ciega cada vez mas hundiéndote en la locura. Te das cuenta que llevas rato murmurando palabras pero, ¿Cuánto tiempo? ¿segundos? ¿horas? ¿será posible que llevo días sin moverme un milímetro bajo un perverso trance? Invocas al silencio en un momento de desesperación, sabes que es un intento patético y quizás inútil, pero quieres ser tu mismo aun que sea un segundo mas. Todo terminara si cedes, si hablas, si miras, pero el miedo a lo permanente asusta hasta a los mas temerarios, esta en nuestra naturaleza huir de esas puertas que encierran caminos extensos y monótonos, preferimos saltar al abismo esperando que la gravead se ponga de nuestro lado. El dilema es que la llave del cuarto no se encuentra al fondo de un precipicio.
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